jueves, 10 de julio de 2008

Grupo de los 8 (G-8)

















Conjunto de los países más industrializados del mundo, que se reúnen anualmente desde 1975 en distintas sedes para afrontar asuntos económicos mundiales y los problemas que de ellos se derivan, como por ejemplo los medioambientales, la deuda externa de los países subdesarrollados y el empleo, entre otros. Sin poseer en ningún lugar una secretaría permanente, este Grupo, desde entonces hasta julio de 1997, agrupó a los jefes de Estado y de Gobierno de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido. A partir de esa fecha, el Grupo pasó a estar formado por ocho países, los siete anteriores más Rusia. Orígenes de las "cumbres" o reuniones del G-7 Bajo la iniciativa del presidente de Francia, François ...
CONCLUSIONES DE LA CUMBRE DEL GRUPO 8
La Cumbre del Grupo de los Ocho (G-8) países más ricos del mundo y otros 14 dignatarios e invitados especiales terminó hoy sin glorias y muchas penas, tras analizar los problemas mundiales más acuciantes. Durante tres días esas cuestiones fueron abordadas en la localidad de Toyako, en la norteña isla nipona de Kokkaido, sin que se lograra satisfacer las expectativas levantadas por el encuentro dada la importancia de esos temas.

Los estragos de las crisis provocadas por el encarecimiento de los precios de los alimentos y el petróleo, la crisis financiera, la Ronda de Doha sobre libre comercio, la ayuda a África y la lucha contra el cambio climático centraron los debates.

En el último día de deliberaciones los jefes de Estado o de gobierno de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia trataron nuevamente sobre los problemas climatológicos.

Su logro más importante en esta materia fue el compromiso de reducir en 50 por ciento para 2050 la emisión de gases contaminantes, pero si metas que fiscalizar.

En tanto, otra vez prometieron a duplicar la ayuda a África.
El G-8 dice que en el 2050 bajarán un 50% las emisiones de CO2
Las aerolíneas tendrán un tope de permisos de contaminación.
09/07/2008 JORDI JUSTE
Los líderes de los siete países más industrializados del mundo y Rusia acordaron ayer en el lago Toya (Hokkaido, norte de Japón) un compromiso para reducir las emisiones de CO2 a la mitad hasta el 2050. Sin embargo, el acuerdo no es más que una declaración de intenciones de unos líderes en algunos casos cuestionados en sus países (Bush, Brown, Fukuda) y que en gran parte no vivirán para ver si el compromiso se cumple.
"Este es un reto global y solo se puede afrontar con una respuesta global, en concreto por parte de las grandes economías", dice el comunicado hecho público ayer. El texto habla de las Naciones Unidas como el foro para concretar los objetivos a corto y medio plazo. "El G-8 ha dado el primer paso y tenemos que estar juntos para hacer que los países en vías de desarrollo y los países emergentes se unan", declaró el primer ministro de Japón, Yasuo Fukuda.
EQUILIBRIO La referencia a la ONU parece un alegato en favor del multilateralismo, pero es sobre todo la consecuencia de la incapacidad de llegar a un acuerdo para implementar medidas concretas y a la voluntad de EEUU de obligar a China e India a reducir sus emisiones.
La declaración del G-8 incluye elementos de compromiso entre la posición americana de responsabilizar a los países emergentes y la postura de los que plantean que los países ya desarrollados den ejemplo comprometiéndose primero y en un grado superior. "Reconocemos que las economías más desarrolladas difieren de las economías en desarrollo, por lo que pondremos en marcha objetivos ambiciosos a medio plazo para conseguir reducciones absolutas de emisiones y, cuando sea posible, paralizar el aumento de las emisiones según las circunstancias de cada país", dice el comunicado.
PREOCUPACION POR LA ECONOMIA Igual de ambiguas son las referencias del G-8 a la preocupación por los precios de los alimentos y la energía. "Estamos profundamente preocupados por que el súbito aumento del precio de los alimentos, acompañado de problemas de disponibilidad en algunos países en vías de desarrollo, está amenazando la seguridad alimentaria global".
Los ocho líderes, que hoy se reunirán con los dirigentes de otros países como India y China, se muestran de acuerdo en la necesidad de combatir las presiones inflacionistas causadas por el alza del precio del petróleo. Para conseguirlo proponen medidas de sentido de común: aumentar las inversiones en producción y capacidad de refino, mejorar la eficiencia energética, promover fuentes de energía alternativas y desarrollar nuevas tecnologías.
El pleno del Parlamento Europeo aprobó ayer la inclusión, a partir del 2012, de la aviación civil en el sistema comunitario de comercio de emisiones de CO2 on el objetivo de que este sector contribuya también a la lucha contra el cambio climático. Eso significa que se fijará un tope de permisos de contaminación a las aerolíneas basado en el promedio de emisiones entre el 2004 y el 2006.
PARA RECORDAR:
Qué podemos esperar de la reunión del G-8?
VALÉRY GISCARD D'ESTAING 05/06/2007


En estos momentos en los que el grupo de los ocho países más industrializados del mundo (G-8) va a celebrar su reunión número 33 desde que se fundó en 1975, en la localidad francesa de Rambouillet, podemos hacernos dos preguntas: ¿resulta aún apropiada esta estructura para un mundo económico transformado desde hace 30 años por el crecimiento y la globalización? ¿Y qué resultados podemos esperar de esta reunión de un grupo que no tiene ningún poder de decisión?
Cuando creamos el Grupo de los Siete en 1975, sin la participación de la Rusia de entonces, teníamos un objetivo concreto: permitir que los líderes de los grandes países industrializados sostuvieran un debate íntimo y personal sobre los problemas económicos del momento. Para evitar los excesos burocráticos, que podían quitar a la reunión la espontaneidad y la libertad de expresión y, por tanto, todo interés, cada delegación estuvo formada por sólo tres personas, y todos los participantes se reunieron en una misma sala, en la planta baja del palacio de Rambouillet.
Desde aquel entonces, el sistema ha degenerado ante las presiones de las burocracias nacionales. Cuando leo que, en Heiligendamm, los jefes de Estado y de Gobierno van a estar acompañados por 2.000 personas, entre consejeros y otros, pienso que hay pocas posibilidades de que logren la intimidad y la sinceridad que son condiciones indispensables para este tipo de encuentro. Estaría bien que a la canciller alemana, Angela Merkel, que se ha encargado con gran competencia de preparar la reunión, se le ocurriera intentar decidir que, en el futuro, la participación directa o indirecta de cada Estado se limite a un número fijo, 10 o 15 personas como máximo, lo cual permitiría volver a unas reuniones más modestas, más íntimas, acordes con los tiempos, y quitar argumentos a una parte de quienes critican este espectáculo ostentoso.
¿Sigue siendo representativo el Grupo de los Ocho? Desde luego que sí, porque el peso económico de sus miembros representa el 63% del PIB mundial y aproximadamente el 50% del comercio internacional de mercancías, además de que financia alrededor de las tres cuartas partes de la ayuda al desarrollo. Sin embargo, es evidente que no incluye entre sus miembros a los países con mayor índice de crecimiento, como China, India y Brasil. Seguramente no serviría de nada incorporar nuevos miembros, porque sus deliberaciones quedarían desnaturalizadas, pero ése es un argumento más para hacer que recupere su vocación original, la de ofrecer a los jefes de Estado y de Gobierno un lugar de discusión e intercambio que les permita conocer con más detalle sus respectivos puntos de vista y extraer espacios de consenso en los que realizar acciones comunes.
¿Qué podemos esperar, pues, de la reunión de Heiligendamm? Ninguna decisión, porque el Grupo de los Ocho no está dotado de ningún poder, pero sí aclaraciones, orientaciones y la búsqueda de ciertos consensos. Podemos esperarlos en relación con tres asuntos.
En primer lugar, la actitud respecto al cambio climático. ¿La negativa de los estadounidenses a ratificar un protocolo vinculante firmado por ellos persistirá más allá de 2012, o puede evolucionar? ¿Cuál es la reacción norteamericana a la decisión del Consejo Europeo de marzo de 2007 de reducir las emisiones de CO2 de la Unión Europea en un 20% antes de 2020 y a la propuesta del primer ministro japonés de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 50% de aquí a 2050? Este es un tema de debate típico del G-8, que requiere una discusión franca. ¿Qué serie de medidas de ámbito nacional está dispuesto a adoptar cada Estado de los que comparten la voluntad política? ¿Y cuál podría ser la estrategia común respecto a los países que tienen un crecimiento elevado y un gran potencial contaminante, y que están al margen del protocolo de Kioto?
Segundo, los desequilibrios económicos mundiales, sobre todo comerciales, y los cambios introducidos por la globalización financiera. ¿Están dispuestos los responsables del G-8 a apartarse definitivamente del sistema establecido tras la Segunda Guerra Mundial, que pretendía obtener una cierta estabilidad de los tipos de cambio y controlar los desequilibrios excesivos?, y, en ese caso, ¿con qué sistema tienen pensado sustituirlo? ¿Deben examinarse con detalle los efectos y los peligros de la globalización financiera y el enorme incremento de los movimientos de capitales?
Por último, el tercer asunto, que es el del desarrollo del continente africano, debe ser objeto de un intercambio de puntos de vista entre los principales países donantes, sin reminiscencias colonialistas ni rivalidades nacionales. El importe de los futuros programas se negociará en las instancias adecuadas, pero es preciso plantearse varias cuestiones de principio: ¿Hay que seguir financiando un modelo de desarrollo de tipo occidental, mal adaptado a la cultura y las especificidades africanas, o hay que tender a que se convierta en una ayuda al empleo e incluso un complemento de ingresos? ¿Y qué medidas enérgicas es preciso tomar para acabar con los desvíos de fondos de la ayuda a todos los niveles, incluidos los paraísos fiscales? Eso quiere decir, por supuesto, que empiecen por dar ejemplo de rigor las grandes instituciones financieras. A todo esto pueden añadirse una reflexión sobre la relación entre demografía y desarrollo y un nuevo impulso a la lucha contra el sida.
Son temas importantes de los que debe hablarse junto a la chimenea, entre dirigentes responsables, sin buscar efectos mediáticos. Por eso sería prudente dejar que sea Angela Merkel la que presente las conclusiones del "grupo" y no dar demasiada importancia a las declaraciones nacionales, que buscan inflar el papel desempeñado en las discusiones por los Estados participantes e incluso por las personalidades presentes.
Al despedirse, los miembros del grupo podrán preguntarse sobre el futuro de la institución. ¿Cuánto tiempo más a durar? Sin duda, uno o dos decenios. Pero, cuando el PIB de China y el de la India superen a los de todos los miembros del G-8, con la excepción de Estados Unidos y quizá Japón -cosa para la que no falta mucho-, convendrá buscar una forma más apropiada de gobierno económico mundial.

Rambouillet habrá cumplido su papel.
Valéry Giscard d'Estaing, ex presidente de Francia, presidió la convención que elaboró el proyecto de Constitución europea. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

+INFORMACION: GRUPO 8

Editorial del Pais.com.
EDITORIAL
Irreal G-8
Los acuerdos de Japón reflejan la falta de compromiso medioambiental de los países ricos
11/07/2008


Pocas veces detrás de tanta fanfarria hay tan magros resultados como los conseguidos en Japón por los miembros del G-8, el club de los países más ricos del mundo y responsables también del 85% de la contaminación del planeta. El comunicado de Toyako, que acuerda reducir a la mitad la emisión de gases de efecto invernadero para 2050 -largo me lo fiáis- es una declaración de intenciones carente de estrategia, y tan vacía como la misma fecha del compromiso, sobre el que no hay pacto de seguimiento ni precisión alguna sobre el año que debe servir de punto de partida (si 1990 o 2008) para calcular la rebaja.

El G-8, que ha pasado de puntillas (el lenguaje ritual reza "seriamente preocupados") por asuntos como la crisis financiera global o el disparado precio del petróleo y los alimentos básicos, ni siquiera ha conseguido el apoyo para sus ambigüedades climáticas de gigantes como China o India, presentes en la cita. A los grandes países emergentes les parece que los más poderosos deberían recortar, para aquella lejanísima fecha, al menos el 80% de sus emisiones de dióxido de carbono, y no sobre los niveles actuales, sino sobre los de 1990.
La implacable realidad es que el ritmo acelerado de las emisiones venenosas -pese al fracasado Protocolo de Kioto-, el creciente uso del carbón y la falta de compromisos ambiciosos y concretos sobre energías no contaminantes hacen del cónclave nipón, además de un ejercicio de impotencia, un escenario poco vinculado a las urgencias de nuestro mundo. Especialmente grave es la constatación de que la presidencia de George W. Bush ha servido para que el país más contaminador haya perdido ocho años clave en la adopción de decisiones medioambientales críticas.
Sus más de treinta años de vida han pasado al G-8 (inicialmente G-6) una pesada factura como foro de discusión de política económica global. El club de los ricos es hoy un órgano dividido y sin brújula, con funciones más propagandísticas que otra cosa. Si algo ha quedado claro en Toyako es la imposibilidad de afrontar el desafío más importante del planeta sin la presencia activa y comprometida de países como China, India o Brasil, algunos, pero no todos, de los que inexcusablemente deben tener voz en esta nueva realidad. El G-8 necesita una reforma inmediata para adecuarse a un mundo sustancialmente distinto del de 1975. Saraos como el de Japón le hacen perfectamente prescindible.

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Usted y el G-8


MOISÉS NAÍM
13/07/2008


Si usted es un lector normal lo más seguro es que no tenga ningún interés en el Grupo de los Ocho (G-8). Y con razón. Éste es el grupo de jefes de Estado de las más grandes democracias industrializadas del mundo que se reúnen anualmente para buscar soluciones a las principales amenazas que confronta la humanidad. En estos días se citaron en Hokkaido, Japón. Y no pasó nada. Dice mucho del mundo de hoy que una reunión con tales propósitos y con semejantes participantes solo provoque muy justificadas burlas y bostezos.
G-8(Grupo de los Ocho)
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La irrelevancia de las reuniones del G-8 es una manifestación de uno de los más amenazantes problemas que enfrenta el planeta: la poca capacidad de los países para trabajar colectivamente en la solución de problemas que no pueden ser resueltos por ningún país trabajando solo. Este tipo de problemas, cuya solución trasciende esfuerzos meramente nacionales, están proliferando aceleradamente. El calentamiento global, la inmigración, los precios de los alimentos, pandemias como la del sida o el terrorismo son sólo algunos de los muchos ejemplos de amenazas que no respetan fronteras y que desbordan la capacidad de los países, incluyendo a los más ricos y tecnológicamente avanzados, para proteger a sus ciudadanos. Pero al mismo tiempo que la demanda crece, la capacidad del mundo para responder colectivamente está estancada y en algunos casos en declive. Esta brecha entre la demanda de acción global y la oferta disponible crea lo que en otra columna describí como el déficit asesino. Cuando en los mercados de bienes la demanda excede a la oferta, los precios de esos bienes suben. Pero cuando la necesidad que tiene el mundo de que distintos países actúen colectivamente aumenta y la capacidad de los países para responder no aumenta también, los resultados no son precios más altos sino más muertes, más inseguridad personal y más inestabilidad internacional. Este déficit asesino nos lo tenemos que tomar en serio y muy personalmente por qué nos toca muy directamente.
Esto no quiere decir que haya que tomarse en serio las reuniones de estos líderes, pues el G-8 es en realidad un mal chiste. Este grupo de las mayores democracias industrializadas incluye a Rusia, cuyas credenciales democráticas son tan risibles como las que tiene Italia como potencia industrial. En el G-8 ni son todos los que están ni están todos los que son. Están Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y Rusia. Varios de ellos no son. Y entre los que obviamente sí son pero no están es fácil incluir a China como potencia industrial o India, que es la democracia más grande del mundo. La poca representatividad del G-8 es tan evidente que en la reciente cumbre de Hokkaido los miembros permanentes del grupo decidieron incluir a otros países como invitados. Además de China e India también fueron invitados México, Brasil, Australia, Indonesia y Corea del Sur así como seis países africanos. La ironía es que muchos de los invitados son actores fundamentales mientras que los miembros permanentes son marginales para los propósitos de una reunión cuya agenda incluyó la reducción de emisiones de gases que contribuyen al efecto invernadero, la crisis alimentaria, los precios de la energía, la debilidad de la economía mundial y los problemas de África.
Aun repotenciándose con la ayuda de los invitados esta reciente reunión del G-8 no logró mucho. Y es que al G-8 no solo le cuesta llegar a acuerdos con respecto a metas concretas (disminuir emisiones de CO2, combatir la pobreza, reducir el gasto militar, etc.) si no que aun cuando se comprometen, los países raramente cumplen sus promesas. De hecho, han proliferado ONG cuya misión es medir los esfuerzos que hacen los países más ricos, y que habitualmente producen informes que pocos leen, denunciando que los gobiernos no están cumpliendo lo que le prometieron al resto del mundo.
El G-8, creado en 1973 (entonces con seis países) es una institución obsoleta que no ha logrado cambiar para adaptarse a las realidades de hoy. Su desaparición no tendría mayores consecuencias. Pero, paradójicamente, su irrelevancia es muy importante ya que revela de manera patética lo débil que es la capacidad del mundo para trabajar en conjunto. Ni siquiera unos pocos grandes lo logran. Y esto es grave. El mundo de hoy necesita desesperadamente más y mejores instituciones globales, colectivas y democráticas capaces de hacer juego, coordinar esfuerzos, despabilar a las naciones indiferentes ante los problemas de todos y presionar a los países que son malos ciudadanos del mundo. No hay que dejar que el déficit asesino siga creciendo.
mnaim@elpais.es

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