LO QUE DURAN LAS PALABRAS
Juan Antonio Massone
Academia Chilena de la Lengua
Releo dedicatorias de libros, tarjetas navideñas, cartas varias. Quédame la impresión de cierta eternidad venida a menos. Y es que el vivir cambia, se expande, recibe nuevas presencias y se desentiende de momentos que conocieron el esplendor fugaz de una atención puesta en nuestra humanidad. Experiencia semejante se le depararía a quien leyere mis mensajes.
¿Por cuánto tiempo perdura la vibración de nuestras intenciones transcriptas en palabras? No es concebible pretender eternidad de instantes sin alguna corrosión, como no sea el ansia del afecto capaz de renovar nuevas confirmaciones en repetidos vocablos. Los escritos de circunstancias se consumen como fuegos de artificio. Relumbrón e inmediata oscuridad. Sombras fugaces iluminadas desde una mirada transitoria de alguien es lo que somos en esquelas y misivas.
Y, sin embargo, asomados al brocal de esa noria de palabras sentidas sin artificio ni obligatoria laboriosidad, un retintín pretérito tórnase audible. Por un instante volvemos a ser aquel presente cuando se nos regaló buena intención y atento recuerdo. Todo vuelve a suceder en la mirada y en la reacción sensible. Nos reanima un habla casi aplacada del corazón.
No puede negarse, en cambio, aquella sensación desventurada, de perdido paraíso, al comprobar el tiempo y los hechos interpuestos entre el ser de excepción que fuimos en el amor de alguien y la muda y rotunda ausencia en que devinimos en su horizonte. En vano las palabras conservan significados ahora vacíos; inútil resuena algún eco dormido para siempre en el lecho del papel.
Las palabras duran, aunque se escaman. Desearíamos mejor la prolongación del pulso originario cuando vertieron, esbeltas y apasionadas, esa intensidad de vivir y de soñar con que llegaron a nuestra existencia. Las quisiéramos en frescor auroral, otra vez nacientes. Pero las únicas palabras perdurables son esas cuyas intenciones y significados nos aluden en sucesiva presencia actual. En las otras, solo hay un nombre que alguna vez fuimos, escritas por alguien que tampoco está.
Tecnoparlando
Lo admito de entrada: es un neologismo, palabra nueva que refiere la experiencia habitual de comunicación instantánea ofrecida por la tecnología en uso. Como todo nuevo cauce artificial, el Messenger obliga a ejecutar algunas operaciones indispensables que le son propias en vistas de su eficacia.
Pero no debemos omitir que los actores son, en el caso indicado, dos personas a quienes lleva alguna necesidad y gusto de vincularse, en este caso por escrito. Siendo este el móvil principal —una forma de aminorar la orfandad en el delirante transcurrir del tiempo y de los afanes numerosos y extenuantes—, es necesario valerse del medio sin faltar a los términos de toda comunicación estimada de tal.
Por desdicha, es frecuente comprobar el descuido de la palabra sencilla, aunque precisa, beneficiando un dicho ambiguo; la escritura alcanza rasgos de tartamudeo y analfabetismo, y una simpática iconografía exime del mínimo esfuerzo clarificador de los mensajes. No es extraño que deba preguntarse por el significado del «monito» en cuestión.
Debido a que el sistema acepta la simultaneidad de conversaciones, muchos se entregan a la ilusión de la comunicación yuxtapuesta. El efecto inmediato lo percibe el contertulio aplazado, quien poco antes aceptara ceder del tiempo propio para un intercambio verbal cumplidamente atendido. Le será obligatorio entender un sobre-código, esta vez no imputable a la, en ocasiones, veleidosa tecnología, aunque sí a la desatención de que es objeto por la contraparte.
La primera consecuencia es el carácter insignificante de una tal comunicación iniciada. Al cabo, pareciera no importar qué se dice ni a quién, sino dar respuestas vagas y desabridas que lo mismo valen para un barrido y un fregado. La dispersa atención y la descomedida espera suelen concluir en disgusto que fuerza una decisión. O nos sometemos al lesivo trato de quien parece no importarle el tiempo ni la exclusividad que merecemos, aun cuando sea durante un par de minutos, u optamos por abandonar un ámbito ocasional como justo reclamo de nuestra dignidad.
Entendiendo las situaciones excepcionales que pueden ocurrir, es urgente recordar que la tecnología no elimina algunas normas de convivencia elementales, pero ineludibles de practicar en beneficio de otro. Atenderlo a tiempo es una de ellas. Máxime cuando de los mismos descomedidos se escuchan quejas de soledad e incomunicación.
Cortesías Academia Chilena de
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