LAS
HERMANAS MIRABAL
1
El Caribe es para
América, lo que el Mediterráneo es para Europa. Su génesis. Allí ocurrió el
descubrimiento; desembarcando la codicia y la violencia se fraguó y consumó la conquista,
con todos sus excesos, se aposentó la colonia avalando la esclavitud. Ese fue
el escenario de las primeras y sangrientas guerras entre los invasores y los
invadidos.
Bandoleros de toda laya formaron sus pandillas, tuvieron sus
escondrijos, repartieron sus botines. No hubo entre tanta gente venida de los
siete mares quien no tuviera sangre de aventureros, ya fuese peón o patrón,
plebeyo o caballero, rey o vasallo, fraile o escribano.
Todos: desde los Colones hasta los Pinzones, desde los Pizarros
hasta los Cortés, pasando por Hawkins, Drake o Raleigh hasta llegar a Cervantes
y Shakespeare, todos están envueltos en la aventura, los que las viven y los
que las escriben. (...)
En 1697, España, por el
tratado de Riswick, cedió a Francia una parte de Santo
Domingo, lo que es Haití. Así se comenzaba a desmembrar el
imperio, desde el ojo de los huracanes. Los esclavos traídos del Africa,
cansados de esperar con mansedumbre un cambio de suerte, se sublevaron en
varias oportunidades. Hubo fugaces independencias y largas tiranías, luego de
la desastrosa administración de los Colones, padre, hijo y hermanos.
Llegaron los tiempos del
Napoleón negro (Toussaint-Louverture): guerras y matanzas. Santo Domingo pasó
otra vez a manos españolas. Hombres ambiciosos, tan aventureros como los
anteriores, dividieron definitivamente la isla: por un lado Haití en la
superficie de un tercio, los otros dos tercios para Santo Domingo. Desde esos
entonces la sucesión de gobernantes ha sido un caos: de golpe en revolución, se
llega a la era de los Trujillo, su pequeño "imperio" de balcón, en
1930 con el patriarca: Rafael. Siempre los Estados Unidos tuvieron mucho que
ver con este desfile de dictadorzuelos que se arrodillaban ante el gran demócrata
del Norte, sumiendo en la pobreza y desesperanza al pueblo que era en
definitiva el que ponía el lomo y los muertos. (...)
En el curso de la
dictadura del último Trujillo (Héctor, hermano del anterior) es que ocurre un
hecho paradigmático en la historia de la América sufriente.
Es en esta época de
profundas conmociones políticas y sociales, de brutal represión, pero también
de airada respuesta de los oprimidos, en que surge el ejemplo de tres mujeres dominicanas:
las hermanas Mirabal. Patria, Minerva y María Teresa. Ellas encarnan el eco que
vibra por todo el continente retomando las voces de Bartolomé de Las Casas y Montesinos.
Es el martirologio de estas tres alegres, sanas y valerosas jóvenes que
simbolizan
la lucha de los oprimidos y explotados.
El 25 de noviembre de
1960 caen víctimas de la violencia ciega de Héctor Trujillo, cuya familia sumió
al país en el atraso, la ignorancia y el desorden, bajo el visto bueno del gigante
del Norte.
El clima en que se
produjo este triple asesinato estaba dado en luchas callejeras, en protestas
desatadas por el descontento provocado por una explotación alevosa. En este
estado de cosas la dictadura apretaba su puño con dureza para acallar aquellas
voces: detenciones, torturas, violaciones y muertes, eran sus métodos
represivos. Crecieron desmesuradamente las cárceles y desapareció la educación
y el cuidado de la salud pública.
Las tres hermanas habían
nacido en Ojo de Agua, provincia de Salcedo. Las condiciones de vida de esta
región, como consecuencia del régimen dictatorial, determinaron la
participación activa de las tres jóvenes y sus núcleos familiares. Tal conducta
las colocó en el blanco de la represión. Trujillo, el oscuro y corrupto
personaje, tenía claro quiénes eran los que no aceptaban el ultraje a sus
libertades y derechos conculcados. Las había declarado sus enemigas, como
también a la iglesia que abogaba por la justicia y el cese de tantos horrores.
Aquel fatídico 25 de
noviembre, las tres hermanas viajaron a visitar a los esposos de Minerva y
María Teresa, que estaban prisioneros en la cárcel. El camino era tortuoso de
por sí. Al llegar a un lugar solitario, fueron detenidas por un "grupo de
tareas", de ésos que han golpeado por todos los caminos de América, con
los mismos métodos. El espeso cañaveral aportó el siniestro escenario y allí,
de acuerdo con la obediencia que se deben los represores, las tres hermanas
sufrieron toda clase de torturas y vejaciones antes del acto final del asesinato.
Colocaron sus cadáveres nuevamente en el vehículo en que viajaban, que fue arrojado
a la profundidad de un barranco. La obediencia debida quedó así satisfecha.
Como una corriente
eléctrica sacudió al país este acto alevoso. El dolor y la indignación hicieron
despertar a los cómodos y a los indiferentes. La civilidad se conmovió hasta la
médula. Se fortaleció el espíritu patriótico. Los militantes por la libertad
tuvieron su siembra sangrienta para de allí cosechar los frutos del cambio
añorado. (...)
Los Trujillo como todos
los dictadorzuelos de turno, vestidos con sus uniformes de opereta, sus espadas
de lata y sus pechos rutilantes de condecoraciones jamás otorgadas en el campo
de batalla ni del honor, han perseguido sistemáticamente a este tipo de
mujeres. Ellas sí, fueron condecoradas por la memoria de los pueblos por los que
entregaron sus afanes y sus vidas.
1
Dillon, Susana. Brujas,
Locas y Rebeldes, Ediciones Letra Buena, Buenos Aires, 1994.
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