miércoles, 28 de febrero de 2018





Ansias por un protectorado extranjero

Varios países fueron importantes en la lucha separatista dominicana, entre ellos España, Francia, Gran Bretaña y Venezuela.

Por Emilia Pereyra.

SANTO DOMINGO. En el proceso de planificación y proclamación de la liberación dominicana, el 27 de febrero de 1844, tuvo gran importancia el contexto internacional, pues varios grupos trataron de obtener un protectorado extranjero para la nueva nación, en vista de que no confiaban en que se pudiera sostener la emancipación de Haití solo con las fuerzas internas.

Antes y después de la declaratoria de independencia se hicieron intentos para negociar la protección de España, Francia e Inglaterra. Décadas antes había fracasado el propósito de lograr la liberación con el amparo de la Gran Colombia, por parte de José Núñez de Cáceres, cabeza de la Independencia Efímera.

Apenas días después de la liberación, el 9 de marzo de 1844, la Junta Central Gubernativa presentó al gobierno de Francia una propuesta formal de protectorado que incluía la cesión “a perpetuidad” de la bahía de Samaná. En ese sentido, Tomás Bobadilla hizo gestiones ante el vicecónsul francés Eustache de Juchereau de Saint Denys, en compañía de Francisco del Rosario Sánchez.

La decisión fue un atentado al sostenimiento de la soberanía, pues la cesión de una parte del territorio dominicano habría constituido una violación a los principios que sustentaron la declaratoria de la Independencia Nacional.

De haber prosperado el proyecto, la presencia francesa en la República Dominicana habría creado un estado de guerra permanente entre el naciente Estado y Haití, liberado de Francia tras cruentas luchas.

Buscando amparo:
El clero de la época y antiguos funcionarios apoyaban la independencia, pero bajo un protectorado español. Esos conservadores se diferenciaban de los duartistas, porque no creían que el pueblo pudiera valerse por sí mismo para mantener la liberación.

Sin embargo, entonces España estaba dividida por las luchas internas. Pero contaba con posesiones en el Caribe como las islas de Cuba y Puerto Rico, desde las que podía apoyar los movimientos independentistas de los dominicanos.

A pesar de las simpatías que generaba un posible protectorado de España, las fuerzas principales que pugnaron por mantener la primacía eran los “afrancesados” y los duartistas.

Los “afrancesados” tenían gran poder de convocatoria, y desde finales de 1843 hacían gestiones para lograr el respaldo de Francia con los funcionarios consulares de este país en Puerto Príncipe y Santo Domingo, A. M. Levasseur y Eustache J. de Saint Denys, respectivamente.

Esta facción era encabezada por Buenaventura Báez, rico hacendado de Azua, Manuel María Valverde, sacerdote, José Caminero, médico y traductor de los tribunales de la República y el abogado y comerciante Manuel Joaquín Delmonte, entre otros.

Esos señores firmaron el 15 de diciembre de 1843, en Puerto Príncipe, el llamado Plan Levasseur, en el que solicitaban la protección del gobierno francés para sustentar la planeada independencia. El 1 de enero de 1844 emitieron un manifiesto al país, desde Azua, en el que anunciaban sus propósitos.

En vista de que los revolucionarios duartistas tuvieron informaciones sobre el golpe de independencia que pretendían dar los “afrancesados”, para después solicitar el protectorado de Francia a cambio de la cesión de la península de Samaná, trataron de adelantar la proclamación de la emancipación y lanzaron su manifiesto del 16 de enero de 1844 en que se anunciaba la proximidad de la asonada.

El proyecto de los “afrancesados” era visto con simpatías por sectores poderosos, porque garantizaba sus propiedades en caso de que se produjera una represalia haitiana contra la independencia, aparte de los beneficios económicos que daría una estrecha relación con Francia.

Mientras esos grupos creían necesario un protectorado extranjero que los librara definitivamente de los haitianos, la facción liderada por Juan Pablo Duarte, ideólogo de la Independencia, creía que la parte Este contaba con medios suficientes para lograr su liberación y defenderla.

Grupo voyerista:
Otro grupo importante lo formaban los boyeristas. Estaba encabezado por el experimentado Tomás Bobadilla y Briones, uno de los hombres con más capacidad para realizar maniobras políticas en la época.

Bobadilla y Briones, abogado de unos sesenta años, oriundo de Neyba, causaba recelos en un sector de la juventud por sus conocidos vínculos con el régimen de Jean Pierre Boyer, al que le había servido durante muchos años.

Sin embargo, al político se le reconocía una gran capacidad y se valoraban los aportes que podía hacer al movimiento libertador, lo que despertaba confianza entre los sectores poderosos, en vista de que sumaba experiencia de estado a los jóvenes de La Trinitaria.

Bobadilla y Briones era partidario de que se incluyera en el proyecto a Pedro Santana, propietario de hatos de El Seybo, ligado a las protestas contra la dominación haitiana, al punto de que presidente Charles Hérard Rivière ordenó su apresamiento.

Propuesta a Gran Bretaña:
El grupo pro inglés trató de que la nueva república quedara bajo la protección de Gran Bretaña. La posición fue conocida en una carta dirigida el cónsul de ese país. La idea fue planteada a M. T. Usher por el comerciante Francisco Pimentel, de Las Matas de Farfán, quien había participado como diputado en varias asambleas haitianas.

Usher afirmaba en una carta dirigida a su gobierno: ... “hace muy poco me visitó una persona de nombre Pimentel, nativa de Santo Domingo, quien me informó que había delegado por parte poderosa de allí para venir a verme y a pedirme mi intercesión con el Gobierno de Su Majestad para que tomara posesión de la parte española de Haití. Que ellos estaban resueltos a quitarse de encima el yugo haitiano, y que estaban convencidos de que con la protección británica tendrían un gobierno bueno y fuerte y la subsecuente prosperidad. Yo le dije de manera breve que me era imposible aceptar una proposición de tal naturaleza y que me veía obligado a declinar servir de medio para transmitir los deseos de su partido al Gobierno de Su Majestad”.

En la comunicación dirigida a Lord Aberdeen, canciller de Gran Bretaña, el cónsul inglés además le escribió el 15 de julio de 1843: “Los españoles de la parte oriental de Haití parecen hallarse en una situación poco estable y pueden causarle algunas dificultades al Gobierno. Los habitantes de esa parte de la República han sido siempre desafectos y sólo su positiva debilidad les ha impedido cometer públicamente actos de hostilidad. Ellos retornarían gustosos a la dominación de sus antiguos amos los españoles, o la de cualquier otro poder europeo, según creo yo”.

Otros contactos internacionales:
Antes de que se produjera la dominación haitiana, Núñez de Cáceres hizo gestiones para obtener un protectorado de la Gran Colombia, liderada por Simón Bolívar.

Este criollo fue el gestor de la Independencia efímera, que transcurrió entre la proclamación del Estado Independiente del Haití Español y la ocupación del ejército encabezado por Jean Pierre Boyer, el 9 de febrero de 1822.

El 1 de diciembre de 1821 enarbolaron la bandera de la Gran Colombia en todos los fuertes de Santo Domingo. El gobernador español Pascual Real fue arrestado y se proclamó el Estado Independiente de la Parte Española de Haití, bajo el protectorado de Colombia.

Núñez de Cáceres se había adelantado a los planes de grupos de la colonia española que propugnaban por la unificación con Haití. Incluso en noviembre de 1821 en la frontera norte se hizo un pronunciamiento a favor de la unión con Haití que tuvo repercusiones en Dajabón y Montecristi.

En el documento de Declaratoria de Independencia del Pueblo Dominicano, los firmantes, encabezados por Núñez de Cáceres, se quejaban del maltrato recibido de parte de España, luego de la Reconquista. También hacían alusión a los movimientos de independencia que se hacían en el continente americano, promovidos por Simón Bolívar, San Martín y otros separatistas.

Solicitud de apoyo a Venezuela:
Estando en Venezuela en septiembre de 1843, Duarte se entrevistó con el presidente de ese país, Carlos Soublette, a quien le solicitó recursos y pertrechos bélicos para luchar por la independencia.

“El presidente lo recibió con cortesía y afabilidad; elogió los dignos propósitos del visitante y ofreció la colaboración de todo lo que estuviera a su alcance, que al decir de Duarte en los Apuntes (de Rosa Duarte) fue un ofrecimiento que no pasó de palabras”, relata Orlando Inoa en su “Biografía de Juan Pablo Duarte”.

También el historiador Frank Moya Pons refiere en su obra “La dominación haitiana” que “Duarte no pudo conseguir ni las armas ni los recursos” y el plan se vino abajo, por lo que Sánchez y su grupo se adhirieron a la “táctica desplegada por Ramón Mella, que consistía en ganar nuevos partidarios para la causa de la separación entre la población madura de Santo Domingo”.

Declaración de la Independencia por un grupo:

Líderes del movimiento separatista decidieron que la noche del 27 de febrero de 1844 proclamarían la independencia.

El plan fue definido en una reunión realizada en la casa de Francisco Sánchez, por iniciativa suya, a pesar de que se había propagado la versión de que él había fallecido, para despistar a sus persecutores haitianos.

Asistieron al encuentro los tres hermanos Puello Castro: Joaquín, Gabino y Eusebio; Matías Ramón Mella, Vicente Celestino Duarte, Juan Alejandro Acosta, Ángel Perdomo, Jacinto y Tomás de la Concha, Marcos Rojas, Tomás Sánchez y Manuel Dolores Galván.

Los congregados acordaron que se juntarían en la Puerta de la Misericordia, desde donde marcharían hacia la Puerta del Conde. Se dijo que el oficial a cargo de esa posición, Martín Girón, se había unido al movimiento y participaría en la proclamación.

El trinitario José María Serra escribió: “El punto de reunión era la Plaza de la Misericordia. Creímos que el número de los concurrentes sería mayor, pero desgraciadamente éramos muy pocos. Comprometida es la situación, dijo Mella, juguemos el todo por el todo y disparó al aire su trabuco. ¡Marchemos, pues!”

Tras la declaración de la Independencia, la Junta Central Gubernativa envío una goleta-bergantín a Curazao a buscar al patricio Juan Pablo Duarte. Se trató de la primera embarcación de la flamante república en surcar los mares con la bandera dominicana.

La nave “Leonor” era propiedad de Rothschild, Coén y compañía, y solía hacer el recorrido de Santo Domingo a Curazao para recoger y llevar mercancías para ambas plazas.

¿Qué pasaba en otras colonias y países del Caribe?
Cuba

Se mantenía como la más grande colonia española de Las Antillas. Su independencia fue una de las más tardías de América Latina, y se produjo el 20 de mayo de 1902, tras casi 50 años de lucha. El dominicano Máximo Gómez fue figura clave en el proceso.

Puerto Rico

Desde mediados del siglo XIX los puertorriqueños luchaban por su independencia. El denominado Grito de Lares fue planificado por un grupo liderado por el doctor Ramón Emeterio Betances, exiliado de la República Dominicana, y Segundo Ruiz Belvis.

EL 24 de noviembre de 1897 el imperio español concedió la Carta Autonómica, que regulaba la administración de Puerto Rico, cuyo gobierno se compondría de un parlamento insular, dividido en dos cámaras, y de un gobernador general, representante de la metrópoli, que ejercerá en nombre de ésta la autoridad suprema.

La Carta Autonómica de Puerto Rico, fue junto a la de Cuba, fue el primer estatuto de autonomía concedido por España a una de sus provincias en ultramar.

Haití:

Entonces la República de Haití era gobernada por Charles Rivière Hérard, quien sucedió a Jean Pierre Boyer.

De 1791 al 1804 se produjo un movimiento revolucionario que culminó con la abolición de la esclavitud en la colonia francesa de Saint-Domingue y la proclamación de su independencia de Francia.


Cortesía: DiarioLibre.

martes, 27 de febrero de 2018



¡VIVA LA PATRIA!
















El grito que cambió el derrotero de la
HISTORIA Dominicana

La proclamación de la separación de Haití marcó un antes y un después en Santo Domingo.

Por: Emilia Pereyra

SANTO DOMINGO. La decisiva noche del día 27 de febrero de 1844, la población de la amurallada ciudad de Santo Domingo se sacudió al escuchar el estallido del trabucazo disparado por el prócer Matías Ramón Mella, en la Puerta de la Misericordia, ante decenas de personas reunidas en el Santo Domingo español.

Con ese acto heroico y la proclamación de la Independencia Nacional se cosecharon los frutos de varios años de trabajo emprendido por una joven generación, encabezada por Juan Pablo Duarte y Diez, quien organizó la pertinaz resistencia contra la dominación haitiana con la fundación de La Trinitaria y de otras sociedades, dirigidas a combatir el dominio de 22 años.

Aunque el inspirador de la liberación de la parte Este de la isla, no estuvo presente la histórica noche, porque había tenido que exiliarse, para preservar la vida, en el acto tuvo un papel notable Francisco del Rosario Sánchez.

Allí mismo, en la Puerta del Conde, después de que Sánchez pronunció la expresión “Dios, patria y libertad”, los presentes exclamaron ¡Viva Juan Pablo Duarte!, recordando al inspirador y promotor principal de la separación.

El historiador y editor Orlando Inoa, en su “Biografía de Juan Pablo Duarte”, afirma que Cayetano Abad Rodríguez, quien estuvo en la Puerta del Conde, afirmó en el periódico La Opinión Nacional, del 15 de septiembre de 1898, que el nombre de Juan Pablo Duarte figuraba como el jefe principal.

Congregación de la gente
En la noche los comprometidos con la causa de la liberación se congregaron primero en la Puerta de la Misericordia, en torno a Mella. Cuando parecía que el plan podría fracasar, el prócer disparó su trabuco y exclamó: “¡La suerte está echada! No podemos retroceder”.

La valerosa actitud animó a los seguidores, quienes de inmediato ocuparon la Puerta del Conde junto con otros grupos dirigidos por Sánchez, Tomás Bobadilla, Manuel Jimenes, Remigio del Castillo, José Joaquín Puello y Eduardo Abreu.

En lo alto del baluarte, el joven Sánchez proclamó la independencia gritando: “¡Separación, Dios, patria y libertad, República Dominicana!”. De inmediato, enarboló la nueva bandera y ordenó el toque de una diana.

La historiografía dominicana narra que la heroína María Trinidad Sánchez se movilizó en esas horas, transportando pólvora entre sus faldas y que además estuvo presente en la proclamación de la independencia.
Había mucha tensión. El peligro acechaba y cuando los sublevados preparaban el asalto a La Fuerza (hoy Fortaleza Ozama) una patrulla haitiana se aproximó a la Puerta del Conde y fue expulsada a tiros. El nerviosismo aumentaba.
En La Fuerza, donde estaban los soldados del régimen haitiano, dispararon tres cañonazos en señal de alarma. Sin embargo, los patriotas no se atemorizaron y respondieron con otras tres descargas. Entretanto, Juan Alejandro Acosta y su grupo tomaban posesión de la comandancia.
En esas horas llenas de emociones, dudas y alegrías, la población se mantuvo expectante respecto a lo que podía suceder en las siguientes horas.
“Al amanecer del 28 el pueblo en masa acudía al baluarte a apoyar la proclamación de la República mientras el comandante haitiano Etienne Desgrotte envió cerca de los alzados una comisión de oficiales para tomar conocimiento directo y preciso de la finalidad del alzamiento. La contestación de los patriotas, enviada por escrito a media mañana, decía que el pueblo dominicano había tomado la firme decisión de ser libre e independiente, sin que ninguna amenaza sea capaz de retractar su voluntad”, narró Pedro Troncoso Sánchez en “Episodios duartianos”.

En la tarde se acordó la capitulación de los haitianos, con la mediación del cónsul de Francia en Santo Domingo, Eustache Juchereau de Saint-Denys.
A continuación la plaza fue entregada por los invasores a los dominicanos, sin resistencia al día siguiente, 29 de febrero, por el general Desgrott.
Con esa capitulación, terminaban 22 años de dominación extranjera en la parte Este de la Islade Santo Domingo.

Traspaso del poder
Troncoso Sánchez relató que en la Puerta del Conde se formó la primera Junta Central Gubernativa, compuesta por Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella, José Joaquín Puello, Remigio del Castillo, Wenceslao de la Concha, Mariano Echavarría y Pedro de Castro y Castro.
En los siguientes días, de acuerdo a Frank Moya Pons, en su “Manual de historia dominicana”, todos los pueblos del país se fueron pronunciando en favor de la Independencia.

“Así nació la República Dominicana, gracias a la dedicación y a la actividad de los trinitarios, quienes a última hora tuvieron que aliarse con el antiguo partido boyerista de Santo Domingo, cuyos líderes principales se encontraban en desgracia, entre ellos Tomás Bobadilla y José Joaquín Puello, quienes poseían un enorme prestigio entre la clase alta de la capital, el primero, y entre las masas de color, el segundo”, agrega el historiador.
Cuando se formó la Junta Central Gubernativa, que sustituyó el Comité Insurreccional, el experimentado Bobadilla fue elegido presidente en lugar de Sánchez, de 27 años entonces, con lo que fracasó el plan de los trinitarios de mantener el control del gobierno.
Paradójicamente, Bobadilla iniciaba como gobernante una nueva etapa de la historia del país, a pesar de que ayudó a sostener la dominación haitiana, como funcionario del régimen de Jean Pierre Boyer, el gobernante que dirigió la invasión en 1822.
Los trinitarios no estuvieron conformes con el mando y dieron un golpe de estado contra Bobadilla, acción enfrentada por Pedro Santana, hatero del Este, quien se convirtió en presidente e integró a Bobadilla a su junta de gobierno.
Destierro para los libertadores
Santana declaró traidores a la patria y desterró a Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella y a los comandantes Pedro Pina, Gregorio del Valle y Juan Jiménez, al capitán J. J. Illas y a Juan Isidro Pérez, según la resolución de la Junta Central Gubernativa del 22 de agosto de 1844.
La víctima más conocida de esa política de su gobierno fue la heroína María Trinidad Sánchez, ejecutada el 27 de febrero de 1845, luego de que se les hiciera un juicio junto a otras personas, por conspiración contra el régimen santanista. El fusilamiento de la mártir causó conmoción en la localidad.
Reacción ante el inicio de la dominación haitiana.
Cuando se produjo la llegada de Jean Pierre Boyer el 9 de febrero de 1822, con su ejército invasor al Santo Domingo español obtuvo en un principio la aprobación de parte del pueblo llano, en especial de negros y mulatos, afectados por la esclavitud, cuya abolición fue decretada por Boyer.

Empero, encontró oposición en los terratenientes y en la iglesia católica, lesionados porque fueron desposeídos de tierras y otras propiedades.
El gobierno tomó medidas para evitar que se produjera una sublevación en Samaná, donde en enero de 1822 se hacían planes para enfrentar la invasión haitiana con el apoyo de una escuadra francesa que llegaría desde Martinica y de algunas tropas españolas procedentes de Puerto Rico.
En junio de 1822, gente de Montecristi pidió al gobernador de Cuba “auxilios para separarse de los negros y mulatos” que los gobernaban, según comprobó el historiador José L. Franco.


Cortesía: DiarioLibre.

lunes, 26 de febrero de 2018















Cuando los Trinitarios usaron el teatro contra la dominación haitiana.

La afición artística contribuyó a despertar la conciencia libertaria.

Por: Emilia Pereyra

SANTO DOMINGO. En su lucha contra la dominación haitiana, que perduró 22 años en la parte Este de la isla de Santo Domingo, los jóvenes libertadores usaron el teatro como recurso para concienciar a la población de la necesidad de liberar al Santo Domingo español.

En el contexto, las sociedades La Filantrópica y La Dramática fueron creadas por el libertador Juan Pablo Duarte para que fungieran como activos centros de cultura y fomentaran, desde el punto de vista ideológico, una toma de conciencia de parte de la población, que la motivara a actuar contra el sometimiento.

Los jóvenes trinitarios seguían una práctica arraigada en América, donde se utilizaban las artes escénicas para difundir ideas.

Sobre este aspecto, el intelectual Max Henríquez Ureña recordó que en La Española el teatro era uno de los entretenimientos favoritos de los habitantes desde tiempos coloniales y que las obras representadas no solo eran importadas de España, sino también escritas por los lugareños, aunque no han quedado amplios registros de la producción local de la época.

Sin embargo, en 1588 Cristóbal de Llerena escribió la farsa “Octava de Corpus Christi”, sobre la invasión del corsario inglés Francis Drake, ocurrida dos años antes.

En una carta enviada al arzobispo Fernando Arturo de Meriño el 29 de abril de 1883, el independentista José María Serra explicó: “La Trinitaria y La Filantrópica fueron dos sociedades distintas: la primera era exclusivamente revolucionaria; la otra no”...

Repeliendo el teatro francés.

Las sociedades estaban enfocadas a contrarrestar el efecto de las acciones de corte cultural desarrolladas por el gobierno haitiano, como fue el montaje de obras de teatro en francés, con textos de los dramaturgos Jean Racine y Pierre Cornielle.

La Dramática estaba formada por aficionados y, bajo el pretexto de ofrecer funciones artísticas, proporcionaba a los socios la posibilidad de reunirse sin despertar sospechas. El gobierno acordó darles el permiso a los participantes, no sin antes hacer comparecer a un coronel jefe del Parque de Artillería, nombrado Santillana, quien aseguró al régimen haitiano que eso (el montaje de las obras) era una cosa de muchachos y que era útil que los jóvenes haitianos imitaran a los dominicanos.

Esa opinión favoreció los proyectos de los patriotas, y los dominicanos lograron estremecer al público al presentar obras como “Bruto” o “Roma Libre”, tragedia en cinco actos de Antonio Saviñón, y “Día del año 23 en Cádiz”, del escritor español Eugenio de Ochoa.

Además, presentaron el drama “La viuda de Padilla”, de Francisco Martínez de la Rosa, cuya puesta en escena fue todo un acontecimiento. La elección de la pieza fue muy acertada, ya que su tono oratorio y los diálogos, que expresan la defensa de los derechos de los protagonistas, sintonizaban con los sentimientos del pueblo avasallado.

En esta representación sobresalió de manera especial la actuación de Juan Isidro Pérez, porque hacía particular énfasis en ciertos pasajes que podían aplicarse a los dictadores haitianos o a las circunstancias del momento.

Varios trinitarios se convirtieron en actores para dar vida a los personajes de las obras, elegidas cuidadosamente para que contribuyeran a concienciar sobre los efectos de la dominación haitiana.

Enrique Patín Veloz contó que don Manuel Guerrero, fervoroso partidario de Duarte, convirtió el edificio de la antigua cárcel en un teatro de buen tamaño.

Testimonio de Rosa Duarte.

Rosa Duarte señaló en sus conocidos “Apuntes...” que La Dramática, cuyo tesorero era su hermano Juan Pablo, fue fundada para crear “espíritu público”. Igualmente, explicó que las piezas iban ilustrando al pueblo que cada día comprendía más y más sus deberes para con la patria.

Además, relató: “Llegó su entusiasmo por la libertad al extremo que representando a “Bruto” se oyó gritar en el patio y en algunos palcos: ¡Haití como Roma!”.

Serra también se refirió a la experiencia que tuvieron los trinitarios utilizando el teatro para enfrentar a los tiranos extranjeros: “Este se llenaba de bote en bote en ciertas representaciones escogidas de intento, y la exaltación del espíritu público era tal, en ocasiones, que llegó a llamar la atención del gobernador, quien una noche hizo subir al escenario a un ayudante suyo, para pedir la pieza que se representaba y ver si en ella era cierto que estaban escritas estas palabras: ‘Me quiere llevar el diablo cada vez que me piden pan y me lo piden en francés’. Esa invectiva contra los franceses no era supuesta: estaba en efecto escrita en la comedia, y el general Carrié se dio por satisfecho”.

El trinitario expresó que en el teatro español abundaban “piezas en que el espíritu de nacionalidad, excitado por la guerra que le llevó el genio invasor de Napoleón”, no omitía ocasión de “zaherir y ridiculizar en la escena a los franceses”.

Es reconocido que el trabajo de Duarte tuvo diversas facetas como fueron el activismo político, la alfabetización de adultos, las cátedras de humanidades, el adiestramiento en el manejo de las armas (práctica y enseñanza de esgrima), la celebración de reuniones, veladas, representaciones dramáticas y la creación de sociedades culturales y filantrópicas, lo cual elevó el nivel intelectual y moral del pueblo y fomentó las esperanzas.

Prohibiendo peleas de gallos.

El gobernante haitiano Jean Pierre Boyer tomó una serie de medidas para propiciar un cambio de las costumbres de la población de habla española, y prohibió las peleas de gallos los días laborables. Sin embargo, el gobierno no pudo suprimir la arraigada práctica y dos décadas después el francés Jean Baptiste Lemonnier-Delafosse daba cuenta de que las principales diversiones de los adultos eran las peleas de gallo, las fiestas de los toros y la danza.

El hábito de apostar a las peleas de gallos ha permanecido hasta estos días en campos y ciudades dominicanas. Este hecho es una clara evidencia de que ni las disposiciones de Boyer ni el paso de los siglos han impedido que esta costumbre persista en la cultura criolla.

Anteriormente, el 24 de agosto de 1826 Boyer limitó la celebración de las fiestas religiosas tradicionales con la circular del “Grand juge”, dirigida a los comisarios del gobierno de Santiago y Santo Domingo, relativa a los festejos.

El dictador justificaba la medida con el argumento de que en las diferentes parroquias de la parte Este de la República se perdía un tiempo considerable y precioso para el trabajo a causa de las numerosas fiestas.

En la obra “Juan Isidro Pérez, ilustre loco”, Rodríguez Demorizi relató un episodio que alteró su ánimo. “Un día, en el barrio del Carmen, él sólo (Pérez) se defendió de la patrulla haitiana que trataba de impedir el juego de San Andrés a que estaba entregada la juventud del vecindario”.

Aunque se ha ido perdiendo esta tradición en la cultura dominicana, este juego se practicaba antes cada 30 de noviembre, día de San Andrés, y consistía en que la gente se lanzaba almidón, polvo blanco o agua a la cara en las calles y espacios abiertos.

De acuerdo a Carlos Esteban Deive, la fiesta de San Andrés tuvo sus antecedentes en las cabalgatas de los oidores el siglo XV, cuando tiraban naranjas a las personas que hacían lo mismo desde las ventanas. Luego “de los naranjazos en el siglo XVIII se pasó a los cascarones de huevo rellenos de agua”, escribió el narrador e historiador.

Para saber más...
“Los dominicanos vistos por extranjeros”. Carlos Esteban Deive.

“Apuntes de Rosa Duarte”.

“Juan Isidro Pérez, el ilustre loco”. Emilio Rodríguez Demorizi.

“Biografía de Juan Pablo Duarte”. Orlando Inoa.

“Diario de la Independencia”. Adriano Miguel Tejada.

“La dominación haitiana”. Frank Moya Pons.



Cortesía: DiarioLibre.






viernes, 23 de febrero de 2018









Cuando la educación estaba en las nieblas de un naufragio

El gobierno haitiano pretendió imponer el uso del francés en el Santo Domingo español.

Por: Patricia Pereyra.

SANTO DOMINGO. La dominación haitiana fue un período estéril para la educación, situación que causó desasosiego en la sociedad de la época, en vista de que se rompió una tradición que existía en materia de enseñanza que empezó poco después del 1502, cuando los primeros maestros, frailes de la Orden de San Francisco, iniciaron la docencia en su convento de Santo Domingo.

En la colonia española, había sido creado primero el Real Colegio Francisco Javier y luego la Universidad Santiago de la Paz y Gorjón. Posteriormente fue fundada por bula papal, el 28 de octubre de 1538, la Universidad de Santo Tomás de Aquino, a la que concurrían incluso estudiantes de otros países. De esta última academia se originó posteriormente la Universidad de Santo Domingo.

De modo que cuando Boyer se impuso con su fuerza militar en la parte Este había universidad en Santo Domingo. Pero el 3 de diciembre de 1823, el mandatario dirigió una circular a los comandantes de los departamentos, en la que dispuso el ingreso al cuerpo militar de los jóvenes de 16 a 25 años. Entonces los alumnos de la universidad pasaron a los cuarteles y la academia fue cerrada.

La decisión de Boyer causó el cese de la casa de estudios, situación que él no intentó revertir en los años siguientes.

El historiador Emilio Rodríguez Demorizi escribió que tras la ocupación militar, el gobernante manifestó su interés de reunirse en claustro con profesores y estudiantes de las diversas facultades y que en dicho encuentro expresó que tenía “sumo interés en conservar ese núcleo de saber humano” y que incluso prometió enviar jóvenes haitianos para que establecieran lazos de perpetua unión.

“Pero no bien dio la espalda a la ciudad absorta, cuando el general Borgellá mandó cumplir las inflexibles órdenes del presidente... Era una luz apagada violentamente entre las nieblas de un naufragio”, agregó.

Al respecto el autor Ricardo Pattee arguye que el contraste era enorme entre el desierto cultural que fue la parte francesa y el florecimiento de una cultura religiosa y profana en la franja española. Recuerda que España fundó colegios y universidad en su primera posesión en ultramar, mientras que Francia no lo hizo en Saint Domingue.

El ensayista resalta una diferencia esencial entre el sistema de gobierno español, que tendía a crear una conciencia y una personalidad en su colonia y el de Francia, que explotaba su posesión en ultramar en nombre de la prosperidad de la metrópoli.

Sin embargo, muchos mulatos de Saint Domingue se educaron en Francia, pero casi siempre después de culminar sus estudios optaban por permanecer en el exterior.

Entre 1822 y 1843, la educación estuvo relegada en Haití. Por eso, no ha de extrañarse que Boyer mantuviese la misma política en el lado Este. Tras la revolución de 1843, que lo depuso, fue nombrado el primer ministro de instrucción pública y se fundaron las primeras escuelas en la parte occidental.

El testimonio de Serra
El trinitario José María Serra dio testimonio sobre el impacto que causó el cese de la docencia en Santo Domingo.

“Cerrada la universidad con el dominio de los haitianos, el espíritu filantrópico del Dr. D. Juan Vicente Moscoso (pasado rector de la academia) sufría al contemplar la juventud dominicana sin más alimento intelectual que el escasísimo que le proporcionaban las escuelas de particulares, limitadas a enseñar a leer y escribir (formar bonita letra) y a repartir rutinariamente las primeras reglas del arte de contar. En la escuela pública se enseñaba lo mismo, pero en francés, que era el idioma oficial. El Dr. Moscoso abrió, pues, una clase en su casa, y allí concurrieron unos tantos jóvenes ávidos de instrucción”, escribió el patriota.

Los grupos de mayor conciencia social e intelectual no cruzaron los brazos ante el cierre de los planteles y mantuvieron abiertas varias aulas en casas particulares y en otros espacios donde impartían docencia y discretamente se discutían ideas.

Por un período el sacerdote D. José Ma. Sigarán abrió en el convento Santa Clara un curso de latín. Otro docente voluntario fue el doctor Manuel María Valverde, quien dedicaba el poco tiempo que les dejaban sus atenciones a los enfermos a la educación de sus hijos y sumaba algunos alumnos que quisieran recibir ese beneficio, como fueron los Duarte y otros.

Tras su llegada a la parte Este, en 1838, el sacerdote Gaspar Hernández se convirtió en el mentor de los revolucionarios congregados en la sociedad secreta La Trinitaria.

Hernández impartía sus clases durante cuatro horas en la mañana, con “marcado placer”, en la sacristía del convento Regina Angelorum, donde se debatían también ideas políticas y se hablaba sobre la situación política imperante, en un ambiente de intimidad, según contó Serra.

Defensa de la tradición.
El filólogo Germán de Granda valoró esa “transcendental tarea cumplida” (la enseñanza), que buscaba “contrarrestar los efectos de la política lingüística haitiana en el ámbito educativo, por un buen número de profesores privados dominicanos que, al impartir deliberadamente sus clases en lengua española, aseguró, durante el período de la anexión al país vecino, la continuidad de la tradición hispánica...”.

En el convento también enseñaban latín, teología y otras materias. Se racionalizaba la historia universal comparándola con el estado del país: el contraste repugnante que presentaba la fuerza romana y la inteligencia de Grecia con la abyección de la antigua Española, bosquejado hábilmente por aquel profesor (Hernández) liberal y patriota, despertaba en los alumnos el sentimiento de su abatimiento revelándoles el secreto de una fuerza latente que antes no habían podido descubrir, agregó Félix María del Monte.

El historiador señaló que se hablaba libremente en el retiro de los claustros del convento Regina Angelorum sobre los derechos imprescriptibles del hombre, el origen del poder en las sociedades, las formas de gobierno, la índole de las constituciones, el sufragio de los pueblos, el principio legítimo de la autoridad y la soberanía de la razón.

En sus “Apuntes”, Rosa Duarte, hermana del prócer Juan Pablo Duarte, aseguró que la clase de filosofía que impartía el sacerdote Hernández era más una junta revolucionaria que una sesión de estudios filosóficos.

Lo cierto es que Hernández, de profundos sentimientos hispanos, se vinculó con jóvenes distinguidos como los Duarte, Billini, Bobea, Mella, Llavería, Sánchez, Barriento y otros pertenecientes al bando antihaitiano, sobre los que ejerció influencia.

Los críticos del religioso han argumentado que Hernández era un pertinaz enemigo de los haitianos y que trabajaba para que la parte Este retornara al dominio de España, país por el que sentía un patriotismo profundo.

La fracasada imposición del francés.
La fracasada imposición del francés
De acuerdo a Rodríguez Demorizi dos días después de ocupar el territorio español, el 11 de febrero de 1822, Boyer envió una instrucción a los comandantes militares de la parte Este en el que expresaba “...el interés de la República” en que la parte oriental cambiara a la brevedad posible “de hábitos y costumbres” ... “a fin de que la unión sea perfecta y las antiguas diferencias desaparezcan sin más”.

El gobierno haitiano decidió imponer el uso del francés en los documentos oficiales del Estado y con ese propósito emitió la primera orden, cuando había un ambiente de aparente tranquilidad y resignación de parte de un conglomerado que inicialmente no opuso resistencia a la dominación.

No obstante, apenas funcionaba una escuela que enseñaba francés, lo que explica en parte que las autoridades no fueran capaces de poner en práctica medidas eficaces que patrocinaran el aprendizaje de este idioma ni su promoción mediante una política cultural que incentivara la lectura y la creación en este código lingüístico en los escasos miembros de las élites intelectuales que se quedaron viviendo en Santo Domingo.

Aunque la Comission d’ Instruction Publique de Haití recomendó al gobierno que enviara al Este varios maestros para que enseñaran francés en las escuelas, solo funcionó un plantel que enseñaba el idioma extranjero en Santo Domingo. De 1822 al 1837, fungieron como sus directores el haitiano Napoleón Guy Chevremont d Albigny y el dominicano Manuel María Valencia.

Años después, en 1843, Boyer elaboró un proyecto destinado a ampliar la limitada estructura educativa, que consistiría en la instalación de un liceo secundario y de seis escuelas primarias en la zona occidental y de una en la oriental. No obstante, esos propósitos fueron arruinados por el caos provocado por el terremoto del 7 de mayo del año anterior.

Tampoco prosperó el proyecto presentado en 1843 a la Asamblea Nacional por el diputado de Puerto Plata, Federico Peralta Rodríguez, quien proponía la creación de varias escuelas en Santo Domingo y la reapertura de la universidad.

Aunque los intentos oficiales por abrir más centros educativos fracasaron, sí funcionaron en Santo Domingo algunos planteles privados dedicados a la enseñanza del francés, como fueron los dirigidos por Mr. Bruat, con quien estudió Juan Pablo Duarte, y madame Martel.

En 1838 y 1841, en Puerto Plata y en Samaná educadores metodistas, llevados por el gobierno haitiano, fundaron escuelas que se empleaban en la enseñanza de las lenguas inglesa y francesa.

La realidad mostró que las pretensiones de Boyer, de imponer el francés en la administración pública, eran imposibles. La medida, que provocó el disgusto de los dominicanos, no pudo ser aplicada de manera estricta salvo en la esfera militar.

Para saber más...
“Un caso de planeamiento lingüístico frustrado en el Caribe hispánico: Santo Domingo, 1822- 1844”. German de Granda.

“Panorama histórico de la literatura dominicana”. Max Henríquez Ureña.

“La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Pedro Henríquez Ureña”.

“Los días alcionios”. Manuel Núñez.

“La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico”. Jean Price-Mars.

“Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822”. Emilio Rodríguez Demorizi.

“La dominación haitiana”. Frank Moya Pons.

“Haití pueblo afroantillano”. Ricardo Patte.


Cortesía: DiarioLibre.










jueves, 22 de febrero de 2018






La pródiga naturaleza del Santo Domingo español del siglo XIX.

Por Patricia Pereyra.

SANTO DOMINGO. En un hábitat bucólico e incontaminado se desenvolvía la existencia en la franja territorial habitada por la población de habla española en los períodos pre y post independentista, según testimonios de dibujantes, viajeros y escritores.

El Santo Domingo de aquellos tiempos discurría en un ambiente campestre, de cielo limpio, aire puro y aguas claras y torrentosas que corrían en ríos, saltos y cañadas, en entornos casi vírgenes, animados por los cantos de miles de aves que hallaban refugios en árboles frondosos.

“Las alturas corrían como un alargado cinturón desde el pueblo de San Carlos de Tenerife que data de finales del siglo XVII y terminaba en las orillas del río Ozama. Eran colinas verdes cubiertas de todos los géneros de árboles silvestres”, narra Manuel de Jesús Mañón Arredondo, respecto a los alrededores de Santo Domingo en su libro “Crónicas de la Ciudad Primada”.

Refiere que allí crecían “en forma de un espeso bosque las más variadas plantas nativas”.

Y agrega que “abundaban las palmas reales, la palmera espinosa o corozo, el guano, guayabas, matas de mamón, jaguas, jobos, zapotes y mamei, sin contar los intrincados matorrales llenos de lianas, de bejucos de puerco, palos de indio, fideos, anamú, el topetope, palos de balsa, hicacos y el caimoí”.


Río Ozama, bordeado de bosques.

Mañón Arredondo evoca que las orillas del río Ozama estaban bordeadas de ceibos y jabillas, gruesos y altos, con sus ramajes dando sombra todo el año. “Muchas veces al cruzar esos intrincados matorrales en horas de la mañana el rocío parecía pender de los árboles hasta más tarde de lo usual”, añade el autor.

Además, expresa: “En toda la comarca norte soplaba el aire fresco y puro. El silencio era quieto, salvo cuando se percibían esporádicos tiros de escopetas de las de ‘ataque’, en las mañanas en que iban los cazadores tras la caza de las palomas coronitas”.

Recuerda que había allí “miles de ciguas” y carpinteros, bandadas de búcaros, de los Julián Chiví y pájaros bobos que encontraban refugio natural en la gran arboleda sin temores a su extinción.

Mañón Arredondo sigue narrando: “Más allá, a la izquierda se divisaba Punta Torrecilla, muy diminuta, al otro lado de la ciudad en el centro, la silueta parduzca del ábside de San Francisco, a la derecha el sólido campanario de la Merced, el más alto de todos los templos capitaleños, al fondo la iglesia de Regina y casi junto a ella la espadaña de los Padres de Santo Domingo”.

Expresa que todo remataba bajo el trasfondo del horizonte marítimo, limpio, sin nubes y sin tiempo... “Por siglos, Santo Domingo durmió bajo las faldas de sus serradas, sin salir de sus prisioneros muros defensivos”, dice.

Para la época la economía de la parte Este de la isla se basaba en el cultivo del tabaco, en el corte de madera, especialmente de la caoba, y en la ganadería.

Entonces, había en la parte española “unas pequeñas fundaciones llamadas conucos (lugares cercanos para cultivar) nombre que equivalía al de habitación de víveres o plazas de víveres en las islas francesas; es la parcelación ordinaria de algunos colonos de poca fortuna, y más comúnmente de hombres de color y libertos”, testimonia Médéric Louis Élie Moreau de Saint-Méry en su descripción de la parte española.

Posteriormente, en la década de 1860 y 1870 la explotación de los árboles útiles de la República Dominicana aumentó, lo cual produjo cierto agotamiento o extinción local de determinadas especies de árboles.

“Las tasas de deforestación se incrementaron a finales del siglo XIX, debido a la eliminación de bosques para establecer plantaciones de azúcar y otros cultivos comerciales...”, plantea Jared Diamond, traducido por Ricardo García Pérez, en el libro “Colapso”.

Las miradas de Samuel.
También dejó una inestimable iconografía y muy buenas informaciones sobre la época el norteamericano Samuel Hazard, que llegó a Santo Domingo a finales de 1870 o 1871, como parte del equipo de investigadores que acompañó a la comisión de senadores nombrada por el Congreso de Estados Unidos para evaluar la posible anexión del territorio dominicano a esa nación.

En su libro “Santo Domingo, su pasado y presente” el viajero enfatizó que la principal actividad comercial de la capital era el embarque de caoba, tintes y maderas finas procedentes del interior, así como del cuero de los rebaños del Seybo.

También escribió que la pureza del aire le recordaba la de Trinidad de Cuba, considerada la localidad más sana de aquella isla. “Y aunque Santo Domingo no se halla situada en la alta montaña como Trinidad, parece igual de fresca y saludable a causa de las frescas brisas nocturnas procedentes de las colinas, mientras que de día llegan desde el mar”, puntualizó.

Hazard vislumbró tempranamente que Santo Domingo podía ser un atractivo para el turismo.

“La ciudad podría constituir un lugar adecuado para una residencia invernal de inválidos, y ofrecería una hermosa oportunidad a los hoteleros emprendedores de establecer casas en el interior o en las afueras de la ciudad para residencia de las gentes deseosas de escapar de los inviernos septentrionales”, expresó.

Dibujos de Taylor.

La comisión de senadores mencionada también estuvo asistida por uno de los mejores dibujantes y acuarelistas de los Estados Unidos, el corresponsal gráfico James E. Taylor, quien se hizo famoso por sus pinturas y dibujos de la expansión norteamericana en el lejano oeste, las guerras contra los indios y el período de la reconstrucción, luego de terminada la guerra civil norteamericana.

De colección dominicana de Taylor algunos autores han publicado imágenes de Santo Domingo como Emilio Rodríguez Demorizi, en su libro “Pintura y Dibujo en Santo Domingo”, y Bernardo Vega en la obra “Imágenes del Ayer”.

Viñetas literarias de Bonó.

Francisco Bonó plasmó vívidas descripciones de un paisaje rural, entre Cabo Samaná y el Cabo Viejo Francés.

Escribió: “El terreno de estos sitios, salvo los ya dichos cenagales, está sembrado de esa robusta, rica y variada vegetación de Santo Domingo. Bosques limoneros, majagua y uveros cubren el litoral con una entrada de doce leguas al interior y sirven de guarida a una infinidad de puercos montaraces, cuya caza es la ocupación de todos los habitantes que pueblan ese espacio, y el producto de las carnes la única renta que poseen”.

En el prólogo para una reedición de la obra, por parte del Archivo General de la Nación, el historiador Roberto Cassá manifestó que Bonó efectuó una radiografía de la cultura rural decimonónica.

“Este pequeño libro contiene un extraordinario valor para conocer lo que fue la vida del campesinado en el siglo XIX. Es probable que ninguna otra obra literaria o ningún tratado sociológico ─incluidos los del propio Bonó─ informen sobre el mundo campesino como lo hace “El montero”, opinó Cassá acerca de la novela publicada por primera vez en el periódico El correo de ultramar, en París, en 1856.

Bonó, nacido en 1829 y fallecido en 1906, no solo describe con mucha precisión y coloridos detalles los paisajes campestres. Además, esboza tipos humanos, comportamientos, tradiciones, caracteres, vestimentas, bailes, comidas y otros aspectos de la vida cotidiana.

Cassá destaca que “Duarte, Santana, Jimenes o Báez están ausentes” en el texto referido al mundo olvidado del campo, donde residía el 90% de los dominicanos y sostiene que la novela de Bonó abre el camino a un enriquecimiento de la historia social.

Para saber más...
“Descripción de la Parte Española de la Isla de Santo Domingo”. M. L. Moreau de Saint-Méry.

“Santo Domingo, su pasado y presente”. Samuel Hazard.

“Crónicas de la Ciudad Primada”. Manuel de Jesús Mañón Arredondo.

“Otras miradas a la historia dominicana”. Frank Moya Pons.

“Santo Domingo colonial, estudios históricos siglos XVI al XVIII”. Antonio Gutiérrez Escudero.


Cortesía: DiarioLibre.