sábado, 31 de octubre de 2015

¿Hermanos latinos o extranjeros perniciosos?

 Los puertorriqueños en la República Dominicana bajo la Ocupación Militar Norteamericana de 1916-19241
Micah Wright2

A la altura de octubre de 1920, en plena Ocupación Militar Norteamericana, el Listín Diario reprodujo el informe de un visitante puertorriqueño sobre el creciente resentimiento en contra de sus compatriotas en Santo Domingo. El viajero exclamaba indignado: “Si los portorriqueños supieran cómo se les mira y se les considera en la República Dominicana, sentirían escasas simpatías por la suerte de los dominicanos y acaso ninguna pena en su desgracia”.3 Desde el inicio de la ocupación en 1916, los puertorriqueños resultaron esenciales para el plan estadounidense de rehacer la sociedad dominicana. Infantes de marina puertorriqueños realizaban patrullas de combate, batallaban contra los gavilleros del Este, y actuaban como traductores.


La periodización de la Historia Dominicana

Por TIRSO MEJÍA-RICART 

Uno de los aspectos formales sobre los cuales no se han puesto de acuerdo todavía los historiadores dominicanos, es sobre la división de la historia dominicana por períodos, para fines de su descripción y análisis.

A ese respecto, desde la primera publicación de mi libro Breve Historia Dominicana en 1982, que lleva ya once ediciones, estoy proponiendo una periodización sencilla y funcional, que tenga en  cuenta en lo posible los cambios de soberanía, el sistema de gobierno y los regímenes socio-económicos predominantes en el país, Así como el  transcurso de los siglos.

Estos períodos son los siguientes:

Era Colonial

I- Siglo XV: Sociedad-Indígena, Descubrimiento y Conquista. (1492-1502)

II- Siglo XVI: Colonización: Oro, Azúcar y Hato Ganadero (1502-1605)

III- Siglo XVII: Decadencia y División de la Isla (1605-1701)

IV- Siglo XVIII: Reactivación Colonial y Repoblación (1701-1795)

V- Siglo XIX: Transformaciones y Agonía del Régimen Colonial. (1795-1821)

Era Republicana

VI-  La  República con Soberanía Extranjera (1821-1844)

VII- La Primera República y Anexión a España (1844-1965)

VIII-La Segunda República y Primera Intervención Norteamérica (1865-1924)

IX- La Tercera República y Segunda Intervención Norteamericana (1924-1966)

X-  La Cuarta República. (1966-2011).

Durante la Era Colonial, los primeros períodos históricos casi coinciden cronológicamente con los siglos  de existencia  que los denomina. El  primero: Siglo XV (1492-1502) se corresponde con la descripción la sociedad aborigen encontrada Colón,  y el establecimiento y conquista iniciales, el segundo: Siglo XVI (1502-1605), se inicia con la llegada Nicolás de Ovando, verdadero colonizador de La Española, y termina con los Devastaciones y Despoblaciones de 1605-1606, que degradaron la vida y el territorio colonial al extremo; el tercero: Siglo XVII (1605-1701) caracterizado  por la decadencia y división de la colonia; el cuarto: Siglo XVIII (1701-1795)  que se inicia  con el ascenso de la Casa  Borbón al trono  español; en el cual se produjo una reactivación y repoblación sustantiva; y el quinto:  Siglo XIX (1795-1821) que se inició formalmente en 1795 con el Tratado de Basilea,  aunque éste no se ejecutó sino en 1801 cuando Toussaint LOuverture invadió la parte del Este  en nombre de  Francia,  para terminar en 1821 con la Independencia Efímera de  Núñez de Cáceres.

Por su parte, la Era Republicana se subdivide también por esas razones en cinco períodos: cada uno iniciado al término de una fase de ocupación extranjera: el primero de España, que fue el fin de la Era Colonial en 1821, marcado por la voluntad anunciada de  su vinculación nunca realizada a la Gran Colombia,  a la que siguió nuestra integración forzosa  con Haití (1821-1844); al segundo: La Primera República, ya como  república independiente, después de la dominación haitiana, seguida por una reanexión a España (1844-1865), el tercero comenzó con la Restauración en 1865 que dio lugar a la Segunda República; el cuarto fue  La Tercera República,  tras la primera ocupación militar norteamericana en 1824; y el quinto La  Cuarta República, a partir del término de la segunda ocupación  de ese país en 1966, que está vigente todavía.


Cortesía: Periódico Hoy

miércoles, 28 de octubre de 2015

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón ( y 8).

Sin ambición de gloria, huérfano de tutoría política, carente del germen de la envidia, con gran sentido de la lealtad y del respeto por los hombres que abrazaron junto a él la causa de la Patria, el general Gregorio Luperón- dijo Joaquín Balaguer- fue “el antípoda del intelectual de gabinete”. Tampoco buscó serlo, ni hizo alardes de esa condición.

De los próceres de la Restauración hizo un manto sagrado, un don invaluable, de la causa hizo una pelea permanente que no descuidó ni relegó un segundo de su vida.

Alcanzada la cima superior del heroísmo, Luperón transitó ese camino sin vanidad ni ínfulas de grandeza. Su figura, no obstante, no podía ser despreciada o echada a la orilla del sendero que conducía al futuro, como quedaron otros de su generación, relegados a un plano inferior.

Su intuitiva formación política esculpió al estratega militar hasta llevarlo al rango de prócer, ganado sin lisonjear, en el campo de batalla, con el trabajo duro, exponiendo su vida, protegiendo la condición de prócer con el celo que emerge del compromiso. Esa fue su responsabilidad: mantenerse al servicio de la Patria con tesón y sin vacilación.

De una enérgica fibra temperamental, el egregio general restaurador estuvo, como Alejandro Magno, en primera línea de combate, inspirando con su ejemplo, inoculando valor a sus tropas. Y es que su ideal, energizado por un pensamiento superior antillanista, voló por encima de los mortales que hacían causa común en el proyecto emancipador.

De espíritu guerrero, el general Luperón demostró ser magnánimo, pues enseñó respetar a los soldados y oficiales que empuñaron la espada por la causa de la Patria. Con integridad, dedicación y pasión, insufló en el torrente del quehacer público la sabia fundamental de la nacionalidad.

El guerrero que arrimó su hombro para ser posible la segunda independencia nacional, no cejó en sus propósitos. Ni ante los criollos vende patria que intentaron enajenar la soberanía, ni contra el extranjero que intentó humillar la dignidad nacional.

Aquella máquina de guerra, no se desanimaba en el combate y enfrentaba los peligros con determinación, parecido al gran estratega George Washington, el de la revolución norteamericana que derrotó a los británicos en Manhattan. Por eso, sin haber alcanzado la estatura política y militar, Luperón fue delegado para afrontar una de las encomiendas más difíciles de los Restauradores: detener el avance del temido “Marqués de Las Carreras” (Pedro Santana Familia), a quien no solo frenó, sino que derrotó de manera humillante.

Conciliador, Luperón dio muestras inequívocas de desprendimiento cuando terminada la lucha por restaurar nuestro territorio hizo esfuerzos por la unificación de los que, como él, pelearon por la misma causa. De guerrillero en la causa liberadora, el prócer supo asumir con humildad, energía y entereza los roles más elevados, ya como general, ministro o presidente provisional de la República. Pudiera hallarse en esa actitud de desapego por los cargos, la explicación de por qué cuando resultó escogido presidente provisional 1879-1880, prefiriera gobernar desde Puerto Plata y confiar en Ulises Heureaux (Lilís) la representación presidencial en Santo Domingo, actitud criticada por algunos historiadores.

La crítica viene al debate porque se especula que lo menos que hizo Heureaux fue guardar las espaldas de su líder en la Capital. El Partido Azul, no obstante, es el resultado de su visión, de un pensamiento que ensanchó entre el galopar de su caballo, o sorteando conflictos políticos. Sus miras se ampliaron cuando entró en contacto con aquellos insignes puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y don Eugenio María de Hostos.

Hombre de temperamento inquieto y genio indomable, Luperón supo moldearlos, atarlos con el nudo de la humildad y solo dejarlos desbocar cuando cierta circunstancia de la guerra lo imponía.

Dominó el inglés y el francés sin tener escuela, como no la tuvo en otros ámbitos, pues como bien apunta Joaquín Balaguer en “Los próceres escritores”, “cuando se surge, como surgió Luperón, de la noche de la esclavitud sin el menor elemento de cultura, y se cae después en el tumulto de las guerras civiles para seguir conduciendo mesnadas sanguinarias, no es empresa fácil apoderarse de una pluma para escribir, con inspiración verdaderamente nacional, páginas que la historia no desdeñe o que no puedan ser prontamente cobijadas por la indiferencia y el olvido”.

Por su temprano despuntar, Luperón se convirtió en una celebridad de la guerra, la cual ganó por la gallardía y el arrojo demostrados en los momentos cruciales. Su reputación fue creciendo entre los soldados del ejército restaurador al mismo ritmo que ascendió el prestigio en las filas aliadas de aquel genio militar y político Arthur Wellesley, el duque de Wellington, quien obtuvo un resonante triunfo contra Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo, al sur de Bruselas, en Bélgica, territorio que pertenecía entonces al Reino Unido de los Países Bajos. Cada uno en su medio, Wellington liderando las fuerzas de varios ejércitos europeos, y Luperón en la guerra que coronaría la definitiva independencia del nuevo y pequeño Estado.

Ambos fueron ingeniosos en las técnicas empleadas en la guerra, así como en las formas de liderazgo y de mando. Uno y otro se situaron siempre a corta distancia de peligro, como suelen hacer los fieros estrategas militares. Sucedió con Luperón cuando enfrentó a Santana en la batalla decisiva, pero también se había producido en 1815 cuando Wellington, con el ímpetu que le hizo famoso, ejerció el mando cerca de la acción, en una actitud casi temeraria.

Sin entrar en el análisis de las particularidades de las dos guerras y guardando las diferencias de una y otra, en la forma de los mandos y el carácter del estratega militar, hay que subrayar la pobreza del ejército criollo, comparado con el español, que ya venía de confrontaciones en el continente africano.

Wellington se convirtió, pues, en legendario en Waterloo, Alejandro Magno lo hizo en Gaugamela (casa de los camellos), territorio ubicado en la Mesopotamia en el norte de Irak, mientras el general Luperón pasó su prueba de fuego en el “Sillón de la Viuda” y reiterado su valor, además, en Arroyo Bermejo y Sabana de Guabatico.

En sus “Apuntes Biográficos”, el soldado de Puerto Plata no se auto cubre de gloria al narrar los hechos en los que fue protagonista de primera fila, sino que resalta la valentía, entrega y sacrificio de sus compañeros de causa, desde los hombres con rango similar, hasta el simple soldado, como se observa en esta cita, extraída del tomo l de su obra:

“El coronel Benito Monción, envió una carta a Luperón, con el ciudadano Pedro Antonio Pimentel, pidiendo órdenes sobre lo que debía hacer con un cañón que tenía, y el resto de su columna. Luperón le escribió que se concentrara a Sabaneta; pero cuando el valiente Pimentel iba con la orden de Luperón, el general Hungría con su columna atacaba el puesto avanzado de San José, camino de Guayubín a Sabaneta, a donde llegaba Pimentel al mismo tiempo. En vista de esto, como valiente que era, se unió a los de Sabaneta, arrostrando grandísimos peligros”. Con esas palabras reconoce el general Luperón la gallardía de sus compañeros.

Aborreció al político cuyo accionar solo tiene un sentido: el amor al mando. Sin embargo, por el vigor de su carácter reprochó la dejadez de algunos miembros de su partido, rasgo que lo define como responsable en el cumplimiento de sus deberes.


Luperón fue siempre el centinela presto a servir de estandarte a los nobles ideales, un guardián permanente, sin pausas ni dobleces, no llegó a conciliábulos, tácitos o sobreentendidos con colaboradores o aliados que pusieran en tela de juicio su honradez y verticalidad.

Cortesía: DiarioLibre

martes, 27 de octubre de 2015


Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (7).


“Un ejército pierde si no gana, una guerrilla gana si no pierde”. Henry Kissinger, a propósito de la guerra de Estados Unidos con Vietnam donde los miembros del Vietcong se valieron de esa táctica para hostigar a las tropas americanas.

La Guerra de la Restauración fue una hazaña revolucionaria, no sólo por sus motivaciones políticas, sino- y sobre todo- por las tácticas empleadas por los restauradores para vencer a un ejército regular de gran experiencia de lucha, con un entrenamiento superior, bien equipado y porque vencieron los elementos subjetivos que conferían un perfil superior a los soldados españoles, lo que daba a estos últimos una gran ventaja en el teatro de la guerra.

Desde antes de materializarse el proyecto anexionista del general Santana Familia, en la población dominicana se anidaba un sentimiento adverso de aquella empresa inconsulta y repudiada, pues eran muchos los políticos encarcelados, desterrados, asesinados y presentes en la isla que denunciaban la traición de Pedro Santana Familia a la causa original del proyecto independentista.

Dos elementos se destacaron en las primeras sublevaciones después de materializada la anexión: el primero tiene que ver con la táctica de guerra utilizada por los restauradores contra el ejército español, que se convirtió en un factor decisivo para que las fuerzas irregulares dominicanas vencieran finalmente a un ejército superior: la guerra de guerrilla.

Otro aspecto a destacar en aquella guerra patriótica tiene que ver con la estrategia de comunicación utilizada por los adversarios de los jefes sublevados, especialmente por quien pasó a dirigir la Capitanía General de la monarquía de España, general Pedro Santana Familia, quien empleó la maquinaria de propaganda de que disponía para destruir la reputación de algunos de los generales que, desde Haití, dirigían la oposición a sus planes de entregar la soberanía e independencia dominicanas.

El primer tema, la guerra de guerrilla, táctica a resaltar como ingeniosa en aquella conflagración, fue empleada por los restauradores inmediatamente se proclamó la adhesión a la monarquía de Isabel ll. Este, sin embargo, no fue un método de audacia nuevo puesto en práctica por los generales Francisco Sánchez, José María Cabral, Gregorio Luperón, Pepillo Salcedo y Benito Monción.

Aunque aplastados aquellos primeros intentos por las fuerzas dirigidas por el proclamado “Marqués de Las Carreras”, los guerreros de la restauración demostraron ingenio y ferocidad en aquella táctica, que tiene una historia tan larga como la guerra misma.

Dos años después de inauguradas las sublevaciones contra la anexión, una comunicación fechada en Santiago el 23 septiembre de 1863, dirigida por el vicepresidente Benigno Filomeno de Rojas al general en jefe Gregorio Luperón, se observa la claridad que tenían los comandantes de la Restauración en el tipo de lucha que habían de llevar a cabo para vencer al Ejército español, a los fines de coronar la segunda independencia.

En la carta de Filomeno de Rojas, que originó el conflicto con Luperón, tal como indicara en la entrega número 6, se hace énfasis, entre otras cosas, al tipo de guerra a desarrollar contra los españoles: “Le encarecemos el respeto a la propiedad, no porque tengamos razones para ello, sino por haber visto en sus proclamas que Ud. habla de confiscación de bienes. Sea Ud. igualmente cauto en las medidas rentistas, pues no es lo mismo un territorio que un cantón, y tal medida puede ser excelente para éste y ruinosa para aquel”. Ese primer aspecto de las instrucciones a Luperón fue debidamente respondido por el general de Puerto Plata con otra carta del 27 de septiembre, enviada desde la localidad de Cotuí.

Lo importante, sin embargo, son las instrucciones finales en la carta del vicepresidente en la que refiere a Luperón lo siguiente: “Haga Ud. requisiciones para el sostenimiento de las tropas. No olvide al entrar en campaña el sistema de guerrillas.”

Fue con esa táctica con la que el ejército Restaurador pudo derrotar las intenciones de España de controlar nuevamente la parte este de la isla. Un ejército irregular tiene desventajas para luchar con uno regular, si no se vale de la ingeniosidad y el empleo de métodos de hostigamiento que socaven el poder de fuego y superioridad del adversario.

La guerrilla no sólo es una forma de guerra de la que se han valido históricamente los ejércitos, sino que el propio pueblo de Israel, que permaneció 40 años deambulando en busca de la tierra prometida, inspirado por la promesa divina si se observa desde el punto de vista cristiano, no obstante tuvo que aplicar esta táctica para alcanzar a Canaán, guiados por Josué.

Para capturar a Jericó, la ciudad amurallada símbolo de poder y grandeza, la primera en ser asaltada por los judíos, la astucia de las emboscadas y el acoso, jugó un papel fundamental para lograr el asalto final. Como ése, se pueden citar las guerrillas puestas en práctica por los ejércitos de España, en las guerras Púnicas entre Cartago y Roma, en Las Galias y un montón de conflictos bélicos ocurridos en toda parte del planeta, hasta culminar con las de América Latina del siglo XX.

El otro aspecto resaltable en la Guerra de la Restauración fue la campaña sucia contra Francisco Sánchez, a quien Pedro Santana acusó de haberse vendido a los haitianos porque el prócer febrerista no solo se sirvió de las armas facilitadas por el presidente haitiano Fabre Geffrard, sino que desde Puerto Príncipe entró al territorio nuestro para combatir la anexión. Medios de comunicación pro santanistas repitieron la calumnia y propagaron la especie de que se trataba de una invasión haitiana, lo que se constituía en una campaña sucia, pues se valía de la mentira con el fin de mellar su imagen.

César A. Herrera, en su libro “Anexión-Restauración”, tomo l, advierte sobre el clima de propaganda adversa que se difundía contra los rebeldes: “Recuerde el lector que entre el caudal de propagandas capitaleñas acerca de la expedición circuló la especie y hasta la prensa se hizo eco de ella, de que eran haitianos los que venían contra nosotros”. Fue una forma de manipulación de la psiquis del pueblo dominicano con esta infamia contra el prócer.

El periódico “La Prensa”, de La Habana, a quien Herrera refiere como pro Santana, publicó esto: “El general antes dominicano y ahora haitiano Sánchez, y otros catorce creo que son o han sido conducidos prisioneros a San Juan”.

El periódico “La Razón”, dirigido por el santanista Manuel de Jesús Galván distorsionaba la realidad al publicar este comentario: “Los habitantes o vecinos del lugar conocido con el nombre del Cercado, situado hacia la frontera del Sur, han hecho prisionero al ex-general Francisco Sánchez, quien a estas horas ha debido ser juzgado”.

Testimonios y documentos de la época comprueban que los pobladores de El Cercado ni se opusieron ni hostigaron a las tropas rebeldes, dirigidas por Sánchez. Tampoco es condenable que un general o político emplee la fuerza de sus adversarios (los haitianos) para lograr sus propósitos. Como señaláramos en el artículo número 5 de este serial, el entonces presidente haitiano Geffrard se convirtió en aliado de la causa dominicana por un interés particular suyo, y eso lo aprovechó el prócer Sánchez para invadir el país. La campaña sucia contra Sánchez de conspirador y traidor no prosperó, porque el pueblo dominicano lo reconoce hoy como uno de los tres padres de la Patria. La espada de Sánchez después de ser fusilado, sería levantada por el general Gregorio Luperón.


Cortesía: DiarioLibre

domingo, 25 de octubre de 2015

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (5).

“Lo más prudente que puede hacer un hombre sensato y no muy intrépido cuando se encuentra con otro más fuerte que él es evitarlo y, sin avergonzarse, aguardar un cambio hasta que el camino vuelva a quedar libre”. Stefan Zweig.

Las ejecuciones y los abusos de general Pedro Santana Familia irritaron a los pobladores y motivó a los grupos liberales exiliados en Puerto Príncipe a organizar la resistencia, en tanto en la frontera, los generales José María Cabral y Francisco Sánchez hostigaban la autoridad española y se rebelaban contra sus decisiones.

La utilización del territorio haitiano de parte de los patriotas dominicanos se materializaba, debido a la tregua que, ante las constantes incursiones haitianas, había declarado el presidente de Haití, Fabré Geffrardb en febrero de 1859, quien adopta la táctica de apoyar las revueltas en la parte española. La consuetudinaria intención haitiana de unificación de la isla sólo fue postergada en ese corto período, no así descartada en años sucesivos.

Buenaventura Báez, uno de los actores políticos de primera fila en los años de la primera y segunda República, ejerció su primer mandato desde 1849 hasta 1853 y en su segundo período (1856 al 1858), llegó aupado por seguidores y por el propio Santana; pero sería expulsado de la isla al término de éste, en medio del descrédito generalizado por haber empeorado la situación de la moneda inorgánica, con la cual compró la producción récord de tabaco del Cibao, hecho que le granjeó antipatía en toda la región norte con los productores de la hojab porque los hizo quebrar. Lleva en sus hombros, además, el lastre de haber apoyado el proyecto de anexión, estando en el exilio.

En el ámbito político, rivalizaba con Santana Familia en el odio que había cosechado entre sus conciudadanos. Y sobre este último, Frank Moya Pons hace la siguiente observación: “El odio que a Báez le tenía la elite cibaeña, era solo comprable al odio que Santana despertó entre los restauradores a medida que la guerra fue cobrando intensidad. Santana era temido y en el Cibao se sabía que si lograba romper la resistencia restauradora en el Sillón de la Viuda, las consecuencias iban a ser fatales para todos los que dirigían la revolución”.

La precariedad económica y la apariencia ruinosa de la ciudad de Santo Domingo, comparable solo con el estado en que se encontraba el país siglos atrás, no fueron signos de buenos augurios ni para los soldados españoles enviados desde las capitanías generales de Cuba y Puerto Rico, ni para la gran cantidad de colonos llegados a la isla en numerosas expediciones, atendiendo a las Reales Ordenes para poblar la parte de Santo Domingo.

Santana, que había fracasado en la administración de su primer período, no creyó nunca ni siquiera en el “Protectorado”, que era en principio la intención de los españoles. De ahí que decidiera impulsar el proyecto de anexión.

El estadounidense Samuel Hazard, quien en febrero de 1871 fue integrado a la Comisión del Congreso de los Estados Unidos que investigó la viabilidad del proyecto baecista para anexar de nuevo el país, en su libro “Santo Domingo, su pasado y presente”, hace una valoración de Santana. Después de recorrer de palmo a palmo la isla para hacer no solo una descripción política, económica y social, sino geográfica, Hazard habla así del “Marqués de Las Carreras”: “Incapaz de mantener la paz entre los partidos de la isla, sin medios ni recursos para su gobierno y el progreso del país, hostilizado constantemente por los haitianos, que en toda ocasión y bajo cualquier pretexto buscaban una excusa para enfrentarse a los dominicanos y recuperar la posesión de la totalidad de la isla, Santana, descorazonado del estado de las cosas y creyendo en la necesidad de un poder fuerte para preservar la individualidad del territorio dominicano, se arrojó repentinamente, casi sin consultar al pueblo dominicano ni a su Gabinete, en brazos de España, entregándole en mayo de 1861 la posesión de todo el sector español de la isla.”

Entendía Hazard que “pese al nombre de Presidente, Santana fue de hecho el dictador de la isla, cuya voluntad constituía la ley suprema”. Es compitiendo espacios con figuras como Pedro Santana Familia, Buenaventura Báez, con los generales José María Cabral, Gaspar Polanco, Santiago Rodríguez, José Antonio Salcedo y Benito Monción, que Gregorio Luperón se abre paso y convierte el filo de su espada en la esperanza de libertad del pueblo dominicano.

Aquella determinación de salir de Jamao, entregar sus responsabilidades a su patrón Pedro Pablo Dubocq, con la gratitud como estandarte, a los fines de abrir trocha por el camino de la guerra, fue tomada en el momento en que Gregorio, el indomable, impregnado de energía y amor patrio, empezaría a escribir su destino, que fue de general de la Patria.

A las primeras rebeliones contra la anexión santanista se iban a sumar decenas y decenas de levantamientos en todo el territorio nacional: Moca, Puerto Plata, Guayubín, Capotillo, La Canela, San Francisco de Macorís, Santiago, Dajabón, Azua, Monte Plata, San Pedro de Macorís, Bayaguana, Sabana de la Mar, Montecristi, San Juan y Yamasá.

No solo fue el hecho de la anexión en sí, que ya era demasiado para los dominicanos que habían vivido 17 años de independencia, sino que se agregaron las medidas adoptadas por las nuevas autoridades españolas, que no tomaron en cuenta para nada el criterio de quien los había traído de vuelta, Pedro Santana Familia, sino que afectaron el interés por el cual todos los pueblos del mundo se revelan: la economía de sus bolsillos.

Una de las disposiciones tomadas por la autoridad monárquica en abril de 1861, consistió en no aceptar ni amortizar el desacreditado papel moneda, hechura santanista y baecista, que la gente tenía bajo el colchón o en botijas guardado y se había deteriorado por el uso. Otro factor negativo subyacente fue que España pronto olvidó las promesas hechas a Santana y su gabinete.

Como elemento a tomar en cuenta que incidió en la Guerra de la Restauración aparece el tema racial. Una de las esperanzas que se habían cifrado los dominicanos que formaban parte del Ejército criollo, tenía que ver con las nuevas designaciones, las cuales no recayeron en ninguno de ellos. Desde las Capitanías Generales de Puerto Rico y Cuba llegó una retahíla de oficiales y sentaron sus enaguas en los anhelados puestos de mando.

Acostumbrados como estaban en Puerto Rico y Cuba a tratar a los criollos como esclavos, la actitud de estos nuevos mandantes no fue diferente. Esto generó un nuevo temor entre los dominicanos: el miedo de que se impusiera ese sistema de explotación esclavista. El presidente haitiano, Fabré Geffard, en una alocución el mismo día de la anexión dominicana, también lo advirtió a los haitianos con estas palabras: “sabéis que esa bandera (la española) autoriza y protege la esclavitud de los hijos de África.”

Samuel Hazard, quien conocía las realidades de Cuba y Puerto Rico, escribió en la precitada obra acerca del sentimiento generado contra España en el Caribe, de la siguiente manera: “Recuerdo bien que, hallándome en Cuba por aquel entonces, la sangre se helaba en las venas con los informes de la cercana isla de Santo Domingo, y los habitantes de la hermosa isla de Cuba temían entonces que en poco tiempo estas escenas de crueldad y opresión españolas fueran a tener lugar en sus costas, tiránicamente dominadas por los españoles.”


Esas condiciones crearon el caldo de cultivo para que surgieran los liderazgos restauradores, entre los cuales el general Gregorio Luperón descolló por su inteligencia, habilidad, honestidad y, sobre todo, carácter.

Cortesía: DiarioLibre

sábado, 24 de octubre de 2015

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (4)

Los ideales patrióticos de los años precedentes a la declaración de la Independencia y en las décadas posteriores, contaron con escasos recursos económicos. La economía no mostraba signos de avances, mientras el país fue llevado al peor desastre en el ámbito institucional durante la ocupación haitiana, que hasta la Iglesia Católica fue perseguida sin piedad.

Los pobladores de la parte este se informaban por el rumor público, la primera y más fuerte red de información, mediante cartas que pasaban días y hasta semanas para llegar a su destinatario, en tanto que los desplazamientos se hacían a lomo de animal que se prolongaban por días para llegar de un punto a otro.

Recuérdese que fue en el año 1885 que se instaló en República Dominicana la primera línea de telegrafía eléctrica, aunque desde 1870 ya se hacían esfuerzos para adquirir ese sistema, de primera generación para ese tiempo, inventada por el norteamericano Samuel F. B. Morse; quiere decir que 41 años después de emitirse en el mundo el primer telegrama público (1844), es cuando el país adquiere esa tecnología.

El 15 de mayo de 1884, cuarenta años después que se declara la Independencia Nacional, el Poder Ejecutivo, encabezado entonces por Ulises Heureaux (Lilís), emite la resolución 2228 mediante la cual autoriza al señor Preston C. Nason explotar el “Sistema Perfeccionado de Centrales Telefónicas”. Esta concesión telefónica estaría destinada a sustituir la vieja forma de comunicación por telégrafo, que había cubierto las principales provincias del país.

En relación con los medios masivos de comunicación, desde la invasión de Haití, pasando por la Independencia Nacional (1844), la anexión a España (1861), hasta finales del siglo XlX, períodos comprendidos entre la Primera y buena parte de la Segunda República, la nación contaba con escasísimos mecanismos, que sirviesen para que sus pobladores se informasen de los acontecimientos nacionales e internaciones.

Una elite intelectual muy reducida y ciertos empresarios y comerciantes tenían acceso a la prensa escrita, que no se marginaba de los debates políticos, económicos, culturales y sociales de la época.

Esa pobreza material es la que explica que el joven Gregorio Luperón se enterara de la consumación del proyecto anexionista de Santana por una carta que sus amigos de Puerto Plata le enviaron y que le llegó a Jamao pasados los diez días.

El Archivo General de la Nación guarda con el celo de quienes tienen conciencia de la Historia, originales de más de una veintena de periódicos que se publicaban en los años de la independencia hasta final de siglo XlX. Solo cito algunos: “El Correo del Cibao”, “El Monitor”, “El Orden”, “El Porvenir”, “El Progreso”, “El Pueblo”, “El Popular”, El Propagandista”, “El Día”, “El Lápiz”, “El Maestro”, “El Propagador”, medios de difusión de aparición periódica, editados en Santo Domingo, Santiago, Puerto Plata y otras ciudades. No todos vieron la luz pública al mismo tiempo.

“El Duende”, por ejemplo, lo publicaba en 1821 José Núñez de Cáceres. “El Telégrafo Constitucional de Santo Domingo”, bajo la dirección de Antonio María Pineda, circulaba ya para la misma fecha, un año antes de la invasión de Toussaint Louverture. Circulaba también “El Dominicano”; “El Monitor”, periódico oficial del gobierno dominicano que se imprimía para 1865; “El Orden”, de 1875, que se editaba en Santiago; “El Porvenir”, que en su primer número del 8 de octubre de 1854, llevaba un epígrafe que decía: “Órgano Imparcial de los Intereses Generales de la República”. Este era editado por la “Sociedad Amigos del País” y su administrador fue Juan Isidro Jiménes, quien sería después presidente de la República.

“El Progreso”, en tanto, que se publicó desde 1853 hasta 1883 bajo la dirección de Federico Llinás, sostenía que era un periódico “político, literario y mercantil”, editado por el Colegio “El Salvador”. “El Periódico”, otro medio impreso de Puerto Plata, tomó como slogan “Justicia en el Palacio y Paz en la Plaza”.

“El Monitor”, que llevó inscrito bajo su nombre otro título: “Periódico Oficial del Gobierno Dominicano”; en fecha 5 de diciembre de 1865, edición número 5, refiere en su editorial de portada, las incoherencias que se reflejaban en el propio gobierno acerca de las negociaciones con los españoles para poner fin a la guerra: “Muchas y variadas son las cuestiones que de sí ha brotado el convenio celebrado en 6 de junio entre el Sr. General don José de la Gándara y la comisión nombrada al efecto por el Gobierno provisional de la República Dominicana. Las condiciones á cuyo cumplimiento ha querido sujetarnos el Agente Español, se alejan tanto de toda equidad, que el ánimo asombra, y la fría razón apenas puede analizarlas.”

“El Boletín Oficial y en particular el número 20, así como otros impresos, han hablado bastante alto sobre esas condiciones; y aunque los conceptos emitidos en ellos nada dejan que desear al honor dominicano tan rudamente vejado, creemos que es un deber no cesar de protestar, como oportunamente lo hizo el Gobierno, contra un convenio en que tan completamente se han olvidado los intereses, la soberanía y el decoro de la Nación Dominicana”.

La psiquis autocrática, sin embargo, no solo se anidaba en las mentalidades coloniales, sino que era propia de los líderes criollos.

La cultura política prevaleciente ha sido definida por Frank Moya Pons como de mentalidad autoritaria en su libro “La otra historia dominicana”, que de acuerdo con el prestigioso historiador, se distinguía por “el autoritarismo, caudillismo, centralismo, racismo, elitismo, anticonstitucionalismo, personalismo, providencialismo, reeleccionismo, pesimismo y regresionismo”.

Obviamente, en el momento en que surge en el país un movimiento político denominado “Los Trinitarios”, da argumento para que Moya Pons sostenga que existía otra mentalidad con valores como “el civismo, el populismo, el constitucionalismo, el desarrollismo y el institucionalismo, que chocó con el caudillismo.

Otro elemento concreto que lleva a un puñado de jóvenes a enarbolar un proyecto nacional, tiene que ver con la historia de incursiones haitianas al territorio oriental, hechos que ocurrían desde el siglo XVll y se acentuaron en el siglo XVlll, es decir durante los años 1801, 1805, 1822 hasta el 1844. Luego, en 1848, 1849, 1853 y 1855. Tres años después, en 1858, se produjo otro intento de invasión por parte del esclavo, coronado emperador haitiano de casta mandinga, llamado Faustino Soulouque.

Estudiar la personalidad de Gregorio Luperón, su pensamiento, su visión, su inteligencia natural, su habilidad, su valor sin igual, su integridad moral y su determinación con los proyectos de país, tiene que llevar a escudriñar cada detalle de la Guerra de la Restauración, que no fue el resultado de la anexión impulsada por Pedro Santana, sino que por sí misma fue una gesta cuyas raíces se justifican en el pensamiento liberal de “Los Trinitarios” del 27 de febrero de 1844, ideas sustentadas por fuerzas sociales y económicas emergentes.

Aunque España trató, en 1861, de acentuar la percepción de que la anexión fue el resultado de la voluntad espontánea del pueblo dominicano, Santana, nombrado Capitán General como resultado de ella, actuaba conforme a su personalidad autoritaria y cualquier asomo de resistencia, lo reprimía de manera implacable.

El joven Gregorio, en tanto, continuó con sus actividades revolucionarias en Sosúa y Puerto Plata, mientras el 2 de mayo de 1861, esto es tres semanas después de proclamada la adhesión a la Corona con bombos y platillos, el coronel José Contreras encabezó un alzamiento en Moca apoderándose del puesto militar.


Las tropas de Santana de El Seybo acudieron para aplastar la insurrección e hizo fusilar a los complotados. El “Marqués de Las Carreras” actuó con la severidad y el juicio implacable de los caudillos de la época, que hicieron de los fusilamientos una rutina nacional.


Cortesía: DiarioLibre.

viernes, 23 de octubre de 2015

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (3)

RAFAEL NÚÑEZ

Para quienes pugnaban desde los primeros años porque la nacionalidad dominicana surgiera fortalecida, su propósito chocó con fuertes obstáculos, algunos propios de las condiciones del medio y otros, resultante de las gestiones de fuerzas adversas que impulsaban la anexión del país pura y simple o colocarlo bajo el protectorado de cualquiera de las potencias beligerantes con influencia en la región.

Las primeras décadas de lucha por la creación de un Estado y Nación fuertes, fueron tiempos de guerras e inestabilidad, debido a la actitud entreguista de sectores conservadores, por las constantes pugnacidad entre los bandos políticos y, además, debido a que la parte española de la isla careció de una clase social que sustentase e impulsase semejantes ideales.

Gregorio, un mulato de cualidades humanísticas escasas, que se forjó desde muy joven en el trabajo y luego en las luchas políticas, fue el resultado de las condiciones sociales y materiales de la época. Su vida y su accionar estuvieron regidos por la visión liberal de “Los Trinitarios”, identificados con el pensamiento preconizado por Juan Pablo Duarte, que tiene su origen en los movimientos revolucionarios de finales del siglo XVlll, que se escenificaron en Estados Unidos y Francia.

Su carisma y arraigo, su personalidad y carácter, lo construiría con el paso del tiempo, pues para la fecha de la anexión en 1861, Gregorio no era una figura preponderante entre aquellos que enarbolaban la guerra contra España. No fue un hombre culto, hecho que reconoce su propio compañero de batalla Manuel Rodríguez Objío cuando señaló: “Bastáronle algunas ligerísimas indicaciones para aprender a leer, escribir y contar, tan imperfectamente como debe presumirse.

“...Su inteligencia se desarrollaba con los años, y aunque comprimida por un escenario rústico y limitado, Luperón a los diez años gozaba ya, en aquellos pasajes, de una consideración que podríamos llamar prematura”.

No se le puede atribuir a Luperón, y mucho menos a Rodríguez Objío, el querer pasar por debajo de la mesa el criterio de que la “Espada de la Restauración” fue un hombre de gran formación académica porque no lo fue.

Tres días después de arriada la bandera dominicana de los sitios públicos, en 1861, la “Gaceta de Santo Domingo”, órgano oficial del gobierno español, publicó el siguiente editorial laudatorio del que es pertinente extraer algunos párrafos para tener una idea de los criterios que prevalecían entre los representantes de la monarquía española: “La gloriosa bandera de España, ese símbolo de civilización que durante más de tres siglos ondeó sobre nuestras torres y fortalezas, ha sido izada de nuevo sobre esta isla antillana, la favorita de Isabel Primera, la predilecta de Colón, y de ahora en adelante bajo la protegida Isabel Segunda, la Magnánima, hoy una vez más nuestra Augusta Soberana.

“Como resultado de este acontecimiento el pueblo dominicano ha visto la realización de sus esperanzas más fervientes y de sus aspiraciones más reales y nobles y en verdad, el acto en que fue proclamada nuestra transferencia política no habría podido ser más espontáneo ni habría podido haber satisfecho más plenamente los deseos sinceros de este pueblo.

“Desde el alba del lunes, 18 de marzo, día señalado para efectuarse este cambio, grandes muchedumbres circulaban por las calles de la capital, evidenciando la proximidad de algún gran suceso; a las siete de la mañana la Plaza de Armas estaba invadida, puede decirse en verdad, por toda la clase de individuos, y un poco más tarde empezaron a llegar las tropas que guarnecen la Capital, todas sus armas, acompañadas por sus generales y oficiales respectivos.

“....La gran importancia de la alocución de don Pedro Santana, los nobles sentimientos que se reflejan en ella y el tremendo entusiasmo con que las muchedumbres reunidas en la Plaza de Armas la escucharon y la acogieron, probaron más allá de toda duda cuán espontáneo ha sido el movimiento, y cuán bien merecida ha sido la confianza que el ilustre defensor de la libertad nos inspira a todos”.

¿Y qué dijo, pues, Pedro Santana, ante aquel momento infausto para la Patria? Un párrafo de su intervención es elocuente: “Sí, dominicanos, desde hoy podéis descansar de las fatigas de la guerra, podéis dedicaros con infatigable energía a labrar el porvenir de vuestros hijos. España nos protege, su bandera, nos cobija, sus armas repelerán a nuestros enemigos; ella no descuida nuestras labores, y juntos las defenderemos; volvemos a forma una sola familia, un solo pueblo, como en realidad siempre hemos sido”.

Aquellos planes anexionistas, sin embargo, fueron advertidos en las filas de los liberales. Desde el púlpito, en una solemne misa a propósito del 17 aniversario de la separación de Haití, celebrada en la Catedral el 27 de febrero de 1861, don Fernando Arturo de Meriño, que se desempeñaba como vicario general y gobernador eclesiástico de la Arquidiócesis de Santo Domingo, lo denunció. Meriño, en esa eucaristía tildó esos esfuerzos de egoístas y fanáticos, cito: “...Si, señores, y por eso hay tantos males que deplorar y tantas decepciones vergonzosas que afligen. El egoísta es un monstruo que viola sin respeto hasta los mismos sentimientos que la naturaleza inscribió en el corazón de la humanidad y huella todos los santos deberes que la sociedad y la moral le imponen. No es ni buen padre de familia, ni buen hijo, ni buen hermano, y traiciona la amistad con descaro y ve perder a su patria con impasibilidad estoica. Extraño a todo sentimiento noble, no es capaz de experimentar nunca el amor que debe a su patria mucho menos sacrificarse por ella. Qué! ¿el bien público podrá interesar a aquél que todo lo ve en sí y todo lo quiere para sí? Su reposo, su fortuna, sus días ¿va él a perderlos por sus conciudadanos? No: los héroes que han muerto en los campos de batalla y que la historia ha inmortalizado, no son para él sino estúpidos hincados con el necio fanatismo”. (“Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos”, General Gregorio Luperón, tomo l, pág. 70).

Obviamente, la jugada de Pedro Santana de anexar el país no estaba desconectada de un plan geopolítico macro regional: coincidía con las estrategias de las potencias europeas en procura de preservar o conquistar territorios en el hemisferio americano. España, Inglaterra y Francia, por un lado, incursionaban con frecuencia en aventureros proyectos para apropiarse de extensos territorios en América Latina. Claro está, la crisis de las papeletas inorgánicas era otro factor interno, pues Santana y sus funcionarios entendían que España les ayudaría a solucionarla.

Estados Unidos, por su parte, en la fecha cuando se produjo la anexión a los españoles, esto es el 18 de marzo de 1861, hacía 14 días que había investido como presidente a Abraham Lincoln; posteriormente, ese país se debatiría en una guerra civil, iniciada en Carolina del sur y posteriormente imitada por diez estados sureños, para lo cual retiraron a sus representantes del Congreso y se separaron de la Unión.

Con aquellas acciones se dio pie para que el 12 de abril se iniciara la Guerra Civil estadounidense, que culminaría en 1865, el mismo año que se produjo la retirada de nuestro territorio de las tropas españolas.

Desde 1861, año de la anexión, hasta 1865, el de la retirada de los españoles, se produjeron acontecimientos en el país en los que el joven Gregorio se involucró con pasión.


Cuando llegó a Puerto Plata después de tres días de camino desde Jamao, encontró el hecho consumado y se negó a firmar el Acta de Anexión. Pasó a Montecristi en la goleta “La Esperanza”, pero de regreso a su provincia natal, naufraga y se refugia en Esterobalsa, donde residía el prócer José Antonio Salcedo (Pepillo).

Cortesía: DiarioLibre.

jueves, 22 de octubre de 2015




Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (2)

RAFAEL NÚÑEZ

Entre los inexpertos luchadores liberales independentistas que florecían cuando se consumó la anexión a España, en 1861, se encontraba el joven Gregorio, de 22 años. En Jamao, al recibir aquella carta que sus amigos puertoplateños le enviaron para que encabezara la resistencia a la entrega de la soberanía, ejecutada por Pedro Santana Familia, Gregorio todavía empuñaba el hacha con la que abría los surcos a la caoba que el señor Pedro Eduardo Dubocq exportaba para Europa.

Cincelado su carácter en el trabajo, mostrando una disposición a entregar su vida por la Patria, Gregorio tuvo que esperar diez días para recibir aquella nefasta noticia. Ensilló su caballo; en lo inmediato, comunicó a su patrón la decisión y bajo amenaza de tormenta avanzó por los inhóspitos caminos cerreros, rumbo a Puerto Plata. Su bajo arraigo social y económico no le quitan valía de prócer al hombre que entregó sus fuerzas y su tiempo a concretar la independencia de su país, sin titubeos ni mostrar gesto alguno para hipotecar la soberanía, como maquinaron predecesores y coetáneos.

Su carácter resuelto explica la determinación de salir en condiciones tan adversas. No le movía ambición alguna. Manuel Rodríguez Objío, su contemporáneo nacido un año antes que él (1838) y que abrazó los mismos ideales, definió los dones que el joven Gregorio exhibió luego en la guerra y la política: “El fondo de su carácter consistía en un sentimiento de absoluta independencia y de caballerosidad. Intransigente contra la opresión y la injusticia, benigno, humanitario para con el oprimido hasta la abnegación de sí mismo, veremos en su carrera desarrollar ese germen de virtudes antiguas y hacer de ella el pedestal de su gloria”.

La travesía que Gregorio emprendió en marzo de 1861 para evitar que la bandera dominicana fuera arriada en el fuerte de San Felipe y en toda Puerto Plata, fue tan inmensa como arriesgada.

Mientras colocaba los aperos al caballo, que era su único acompañante, hasta Gregorio llegaron los rumores de anexión que iban de boca en boca. Desde Jamao hasta Puerto Plata tenía que recorrer 80 kilómetros. Por los intrincados senderos, atravesando montañas, llanuras e inhóspitos bosques, la distancia la hizo más corta: 50.8 kilómetros en una buena “montura”. Gregorio pasó por los poblados de Amaceyes, Carlos Díaz, Gurabito de Yoroa hasta alcanzar Yásica Arriba.

Después de ganar las montañas de Tabagua, se encontró con el entonces infranqueable río Camú, ya había vadeado el Yásica; uno de ellos tuvo que pasar a nado. La distancia se hizo infinita, entre ondulaciones y valles fragosos; el tiempo se prolongó por días para que Gregorio llegara a Muñoz, comuna ubicada al sur de Playa Dorada, sembrada hoy de urbanizaciones y proyectos residenciales.

Rodríguez Objío, autor del libro “Luperón y la Restauración”, narra aquel transe Jamao-Puerto Plata, sin comunicación terrestre: “Durante esta lucha con la naturaleza, la noche del citado veintiséis de Marzo,(sic) le sorprendió en “Muñoz” distante como dos leguas del término de su viaje. Faltábale vadear la boca del río, (Muñoz) y vióse precisado a dirigirse a la habitación del coronel José Luna, ferviente patriota, cuyos sentimientos le eran conocidos”.

En casa de Luna, Gregorio se enteró con tristeza de que la bandera española había sido izada en el fuerte de San Felipe y demás edificios públicos de Puerto Plata por las acciones de Santana, que había nacido 38 años antes que él (1801).

Idelfonso Mella, hermano del general Matías Ramón Mella, le recibió al otro día en Puerto Plata y le contó cómo infructuosamente trató de arengar a los compañeros a las armas, pero resignados y llorosos vieron caer el pabellón tricolor debido a las acciones del general Santana Familia, que en una de las modificaciones constitucionales se hizo aprobar el artículo 210 que le otorgaba poderes faraónicos, cito: “Durante la guerra actual y mientras no esté firmada la paz, el Presidente de la República puede libremente organizar el Ejército y (la, sic) armada, movilizar las guardias de la nación; pudiendo, en consecuencias dar órdenes, providencias y decretos que convengan, sin estar sujetos a responsabilidad alguna”.

Incipiente guerrero en acción

Cuando las Reales Ordenanzas comenzaron a disponer sobre el futuro del país y la Capitanía General de Cuba movilizaba 7 mil miembros del Ejército español, Gregorio reunió a quienes había dejado en Jamao, instándolos a resistir las instrucciones de las autoridades españolas para que se entregaran las armas, aduciendo quien se convertiría luego en la “Espada de la Restauración”, que ésas servirían para ser libres y dejar instaurada la Independencia definitiva.

Cuando el “Marqués de Las Carreras” (Pedro Santana Familia) -título otorgado por la reina Isabel ll- firmó la anexión de la República a la Corona, el 18 de marzo de 1861, fue una decisión precedida de múltiples gestiones cercenadoras de la soberanía nacional por parte del sector conservador, representado por el hatero que, desde el nacimiento de la independencia el 27 de febrero de 1844, estuvo al acecho conspirando para sacar de la dirección de la cosa pública a los liberales, representados por Juan Pablo Duarte y “Los Trinitarios”.

El golpe de estado contra los liberales integrantes de la Junta Central Gubernativa, encabezada por Francisco del Rosario Sánchez, no tuvo otro motivo que apoderarse del mando político del país, cayendo la joven nación en manos de gente incrédula sobre la capacidad del pueblo para construir su propio destino. Su habilidad militar y su ascendiente económica y social, Santana las utilizó para promover la anexión a España, valiéndose de la amenaza real haitiana para entregar la soberanía.

Santana, quien intentó también el protectorado con Estados Unidos, se autoproclamó jefe de la Junta Central Gubernativa tras lo cual declaró “traidores a la Patria” a Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y Francisco del Rosario Sánchez, junto a otros “Trinitarios”, que se vieron obligados a salir del país.

No solo marchó con sus tropas hacia Santo Domingo para deponer a los líderes del movimiento trinitario en julio de 1844, sino que bajo su espada, la misma que decenas de veces infligió la derrota a las tropas haitianas, Santana fue imponiendo el gobierno y los ejércitos; detentó el poder desde el 14 noviembre de ese mismo año hasta 1848 cuando enfermó, perdió popularidad por la situación de crisis económica y política, de manera que no pudo continuar al frente de la administración gubernamental.

Manuel Jiménez González le sustituyó, pero nuevamente el sempiterno golpista fue llamado a dirigir los ejércitos contra las amenazas de invasiones haitianas. El 29 de mayo de 1849, lideró un golpe de Estado y se proclamó Jefe Supremo del país hasta que se organizaron elecciones, ganadas por uno de su misma estirpe conservadora, y tan anexionista como el “Marqués de Las Carreras”: Buenaventura Báez.

Santana regresó a la Presidencia el 15 de febrero de 1853 hasta el 26 de marzo de 1856 cuando se vio compelido a dimitir debido a la desastrosa administración. Fue en éste, su segundo período, que el “Marqués de Las Careras” introdujo cambios en la Constitución, votada el 25 de febrero de 1854.

Establecía que Santana ocuparía la Presidencia por dos períodos hasta 1861, año en que ordenó, el 4 de julio, fusilar al prócer Francisco del Rosario Sánchez. Y así fue, en 1861 también, que el nativo de Hincha, una comunidad que nos perteneció y hoy es territorio haitiano, impulsó y concretó el plan anexionista, convirtiéndose en vasallo español, pateado por los representantes de La Corona. Esa acción antinacional santanista, saca a Gregorio de los bosques de Jamao, y su hacha, luego espada, lo catapultó al escenario de la guerra.


Cortesía: DiarioLibre.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (1)

RAFAEL NÚÑEZ

Nació el 8 de septiembre de 1839 en una familia monoparental. Desde niño tuvo la inquietud insatisfecha de conocer la identidad de su padre. Adolescencia, niñez y adultez fueron etapas de su vida eclipsadas por la misma interrogante: ¿quién es mi padre?

Aunque su paternidad es atribuida a Pedro Castellanos, se entiende que la espada de la Restauración no conoció a su progenitor, ni llevó su apellido, sino el de su madre, Duperón, de origen francés, llevado al español por el propio muchacho cuando fue declarado. De haber sido Castellanos, éste no le dio su apellido.

La actitud asumida desde muy temprana edad, enseñaría que el calor de su padre no le fue indispensable, porque su voluntad inquebrantable para salir adelante, se constituyó en el acero que galvanizó su estirpe de guerrero para acometer las tareas necesarias, dirigidas a que el país recobrara su independencia.

Por las frágiles condiciones económicas de la familia, se vio arrastrado a trabajar a los 12 años para ayudar a su madre de origen inglesa, Nicolasa Duperón, y a sus hermanos (Ramona, Dolores, Bernardo y José Gabriel), dedicados a tareas domésticas y a la venta de dulces, frutas, legumbres y pan.

Su madre, sus hermanos y el propio Gregorio dedicaron su existencia a servir al cristianismo y a trabajar honradamente para subsistir en un medio limitadísimo, en un país que, aunque recientemente liberado del yugo haitiano, era víctima de nuevo de las traiciones de sus propios hijos y del caos reinante debido a las trapisondas políticas de los grupos en pugna por el poder.

Mientras forjaba su temple de futuro soldado restaurador en la segunda mitad del siglo XlX en los aserraderos de los intrincados bosques de Puerto Plata, aquel muchacho que bregaba con los cortes de madera, ignoraba lo que le depararía el futuro inmediato.

Su patrón, quien le da la oportunidad de probar las dotes de trabajador disciplinado, valiente y soñador, fue generoso con el muchacho.

Pedro Eduardo Dubocq se llamó. Fue uno de las tres grandes figuras importantes radicadas en Puerto Plata en esos años, amigos entre sí, que dieron apoyo y protección a los prohijadores de la Patria, en la primera y segunda República. Los otros dos fueron el presbítero Manuel González Regalado y William Tawler. González Regalado y Dubocq integraron una célula de la sociedad La Trinitaria, como muestra de su compromiso con la joven nación.

El protector de Gregorio en los primeros años de su infancia y adolescencia, se radicó en la “Novia del Atlántico” en 1830, cuando Haití ocupaba el territorio dominicano. Se dedicó a comercializar madera. Cuando Juan Pablo Duarte visitó Puerto Plata, el 10 de julio de 1844, se hospedó en la casa del general Pablo López Villanueva, lugar que fue develado, por lo que el patricio tuvo que ocultarse en una residencia que Dubocq tenía en la falda de la loma “Isabel de Torres”, donde el líder de los “Trinitarios” fue hecho preso junto a sus guardaespaldas Juan Evangelista Jiménez y Gregorio del Valle, luego llevados al fuerte de San Felipe por órdenes de Pedro Santana.

La solidaridad en los ideales, la gratitud y lealtad al hombre que encarnó el ideal patriótico, llevó a Dubocq a visitar a Duarte a la cárcel día por día para darle apoyo. Había, pues, entre ellos no solo propósitos comunes en el ideal independentista, sino una amistad verdadera.

No puede extrañar que la influencia de las primera ideas patrióticas acerca de la necesaria independencia del país las escuchara Gregorio en casa de quien no sólo le dio trabajo, sino que le trató con aprecio y consideración, aparte de sus cualidades personales que caracterizarían a Gregorio en su adultez.

En los tiempos en que Gregorio dejó el hacha de leñador para cambiarla por la espada, la República se debatía entre dos corrientes que pugnaban, una por la entrega vergonzosa a la antigua colonia española, la fuerza del mal, y otra por el mantenimiento de los ideales puros de independencia de los padres de la Patria, la fuerza del bien, sustentada esta última en sublimes pensamientos que se convirtieron en la luz fulgurante que no cesó en su empeño de iluminar el mejor de los destinos para sus hijos: La Restauración de la Independencia.

A muy temprana edad, Gregorio hizo conciencia de que esa batalla fuera entre los dos grupos rivales. Pero en su conciencia se escenificó otra batalla que lo arrastró hasta el final de sus días cuando murió a la edad de 52 años. Se echó a los brazos de la política muy joven contra el primer tirano que usurpó el prestigio de los filantrópicos del 27 de febrero de 1844, a los fines de no solo sacarlo del poder, sino de frenar su objetivo por devolver la soberanía al coloniaje español.

Desde los 15 años, el muchacho dio muestras de una laboriosidad y rectitud de proceder sin igual en una persona de semejante mocedad. Como no tuvo oportunidad de acudir a la escuela, Gregorio aprendió de la vida, sacando ventajas a las difíciles circunstancias que enfrentó en múltiples tareas laborales. El inglés, lengua que se hablaba en su casa, lo mejoró yendo a una escuela inglesa de Puerto Plata a la que acudía cuando el tiempo se lo permitía.

Gregorio se radicó luego en Jamao para atender los negocios de su patrón, quien adquirió terrenos en esa demarcación cibaeña, tupidos de caoba de explotación. En la casa de Dubocq, Gregorio dedicó las escasas horas de ocio para hurgar en su biblioteca, en la que satisfizo sus curiosidades de aprender, dedicándose a estudiar de manera especial las obras de Plutarco de Queronea, por medio de quien se enteró de las culturas griega y romana.

“Dos vidas paralelas”, obra que inmortalizó al pensador griego, habría sido una de las que cautivó, conforme con las narraciones del prominente intelectual contemporáneo Manuel Rodríguez Objío.

Residiendo en Jamao, el joven Gregorio había dejado en Puerto Plata la imagen de probidad, laboriosidad, valentía y patriotismo.

Una carta del 25 de marzo de 1861, firmada por sus amigos Baldomero Regalado y Federico Sheffemberg, invitándole a ponerse al frente de su provincia natal contra la afrenta de Pedro Santana de anexar el país a España, se constituye en la luz que guiaría para siempre en el camino que procuraba la restauración de la República, del que nunca se apartó. He aquí la carta: “Al fin se ha quitado la máscara el general Santana, y verifica la traición de entregar la República a la Monarquía española. Puerto Plata se opone y resistirá hasta la muerte. Tú haces falta en tu pueblo; jamás habíamos visto este pueblo más decidido por la defensa de su independencia. Ven inmediatamente para que nos opongamos a esto. Es preciso que probemos al tirano que ningún pueblo honrado y heroico pierde su libertad y su independencia, sino con su muerte. Te esperamos para que juntos todos los hijos de este pueblo, nos esforcemos (sic) en despertar a los que todavía están aletargados y nos lancemos a la lucha sin mirar los peligros que nos aguardan”.

Con apenas 22 años, el joven Gregorio, entendió prematuramente que la espada libertadora solo fungiría como sable en la defensa de la libertad y soberanía, y para el servicio de aquella inteligencia humana que, por el soberano dictamen del pueblo, fuera puesta en el más alto cargo de la nación.


Cortesía: DiarioLibre.