Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (3)
RAFAEL NÚÑEZ
Para quienes pugnaban desde los primeros años porque la
nacionalidad dominicana surgiera fortalecida, su propósito chocó con fuertes
obstáculos, algunos propios de las condiciones del medio y otros, resultante de
las gestiones de fuerzas adversas que impulsaban la anexión del país pura y
simple o colocarlo bajo el protectorado de cualquiera de las potencias
beligerantes con influencia en la región.
Las primeras décadas de lucha por la creación de un Estado
y Nación fuertes, fueron tiempos de guerras e inestabilidad, debido a la
actitud entreguista de sectores conservadores, por las constantes pugnacidad
entre los bandos políticos y, además, debido a que la parte española de la isla
careció de una clase social que sustentase e impulsase semejantes ideales.
Gregorio, un mulato de cualidades humanísticas escasas, que
se forjó desde muy joven en el trabajo y luego en las luchas políticas, fue el
resultado de las condiciones sociales y materiales de la época. Su vida y su
accionar estuvieron regidos por la visión liberal de “Los Trinitarios”,
identificados con el pensamiento preconizado por Juan Pablo Duarte, que tiene
su origen en los movimientos revolucionarios de finales del siglo XVlll, que se
escenificaron en Estados Unidos y Francia.
Su carisma y arraigo, su personalidad y carácter, lo
construiría con el paso del tiempo, pues para la fecha de la anexión en 1861,
Gregorio no era una figura preponderante entre aquellos que enarbolaban la
guerra contra España. No fue un hombre culto, hecho que reconoce su propio
compañero de batalla Manuel Rodríguez Objío cuando señaló: “Bastáronle algunas
ligerísimas indicaciones para aprender a leer, escribir y contar, tan
imperfectamente como debe presumirse.
“...Su inteligencia se desarrollaba con los años, y aunque
comprimida por un escenario rústico y limitado, Luperón a los diez años gozaba
ya, en aquellos pasajes, de una consideración que podríamos llamar prematura”.
No se le puede atribuir a Luperón, y mucho menos a
Rodríguez Objío, el querer pasar por debajo de la mesa el criterio de que la
“Espada de la Restauración” fue un hombre de gran formación académica porque no
lo fue.
Tres días después de arriada la bandera dominicana de los
sitios públicos, en 1861, la “Gaceta de Santo Domingo”, órgano oficial del
gobierno español, publicó el siguiente editorial laudatorio del que es
pertinente extraer algunos párrafos para tener una idea de los criterios que
prevalecían entre los representantes de la monarquía española: “La gloriosa
bandera de España, ese símbolo de civilización que durante más de tres siglos
ondeó sobre nuestras torres y fortalezas, ha sido izada de nuevo sobre esta isla
antillana, la favorita de Isabel Primera, la predilecta de Colón, y de ahora en
adelante bajo la protegida Isabel Segunda, la Magnánima, hoy una vez más
nuestra Augusta Soberana.
“Como resultado de este acontecimiento el pueblo dominicano
ha visto la realización de sus esperanzas más fervientes y de sus aspiraciones
más reales y nobles y en verdad, el acto en que fue proclamada nuestra
transferencia política no habría podido ser más espontáneo ni habría podido
haber satisfecho más plenamente los deseos sinceros de este pueblo.
“Desde el alba del lunes, 18 de marzo, día señalado para
efectuarse este cambio, grandes muchedumbres circulaban por las calles de la
capital, evidenciando la proximidad de algún gran suceso; a las siete de la
mañana la Plaza de Armas estaba invadida, puede decirse en verdad, por toda la
clase de individuos, y un poco más tarde empezaron a llegar las tropas que
guarnecen la Capital, todas sus armas, acompañadas por sus generales y
oficiales respectivos.
“....La gran importancia de la alocución de don Pedro
Santana, los nobles sentimientos que se reflejan en ella y el tremendo
entusiasmo con que las muchedumbres reunidas en la Plaza de Armas la escucharon
y la acogieron, probaron más allá de toda duda cuán espontáneo ha sido el movimiento,
y cuán bien merecida ha sido la confianza que el ilustre defensor de la
libertad nos inspira a todos”.
¿Y qué dijo, pues, Pedro Santana, ante aquel momento
infausto para la Patria? Un párrafo de su intervención es elocuente: “Sí,
dominicanos, desde hoy podéis descansar de las fatigas de la guerra, podéis
dedicaros con infatigable energía a labrar el porvenir de vuestros hijos.
España nos protege, su bandera, nos cobija, sus armas repelerán a nuestros
enemigos; ella no descuida nuestras labores, y juntos las defenderemos;
volvemos a forma una sola familia, un solo pueblo, como en realidad siempre
hemos sido”.
Aquellos planes anexionistas, sin embargo, fueron
advertidos en las filas de los liberales. Desde el púlpito, en una solemne misa
a propósito del 17 aniversario de la separación de Haití, celebrada en la
Catedral el 27 de febrero de 1861, don Fernando Arturo de Meriño, que se
desempeñaba como vicario general y gobernador eclesiástico de la Arquidiócesis
de Santo Domingo, lo denunció. Meriño, en esa eucaristía tildó esos esfuerzos
de egoístas y fanáticos, cito: “...Si, señores, y por eso hay tantos males que
deplorar y tantas decepciones vergonzosas que afligen. El egoísta es un
monstruo que viola sin respeto hasta los mismos sentimientos que la naturaleza
inscribió en el corazón de la humanidad y huella todos los santos deberes que
la sociedad y la moral le imponen. No es ni buen padre de familia, ni buen
hijo, ni buen hermano, y traiciona la amistad con descaro y ve perder a su
patria con impasibilidad estoica. Extraño a todo sentimiento noble, no es capaz
de experimentar nunca el amor que debe a su patria mucho menos sacrificarse por
ella. Qué! ¿el bien público podrá interesar a aquél que todo lo ve en sí y todo
lo quiere para sí? Su reposo, su fortuna, sus días ¿va él a perderlos por sus
conciudadanos? No: los héroes que han muerto en los campos de batalla y que la
historia ha inmortalizado, no son para él sino estúpidos hincados con el necio
fanatismo”. (“Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos”, General Gregorio
Luperón, tomo l, pág. 70).
Obviamente, la jugada de Pedro Santana de anexar el país no
estaba desconectada de un plan geopolítico macro regional: coincidía con las
estrategias de las potencias europeas en procura de preservar o conquistar
territorios en el hemisferio americano. España, Inglaterra y Francia, por un
lado, incursionaban con frecuencia en aventureros proyectos para apropiarse de
extensos territorios en América Latina. Claro está, la crisis de las papeletas
inorgánicas era otro factor interno, pues Santana y sus funcionarios entendían
que España les ayudaría a solucionarla.
Estados Unidos, por su parte, en la fecha cuando se produjo
la anexión a los españoles, esto es el 18 de marzo de 1861, hacía 14 días que
había investido como presidente a Abraham Lincoln; posteriormente, ese país se
debatiría en una guerra civil, iniciada en Carolina del sur y posteriormente
imitada por diez estados sureños, para lo cual retiraron a sus representantes
del Congreso y se separaron de la Unión.
Con aquellas acciones se dio pie para que el 12 de abril se
iniciara la Guerra Civil estadounidense, que culminaría en 1865, el mismo año
que se produjo la retirada de nuestro territorio de las tropas españolas.
Desde 1861, año de la anexión, hasta 1865, el de la
retirada de los españoles, se produjeron acontecimientos en el país en los que
el joven Gregorio se involucró con pasión.
Cuando llegó a Puerto Plata después de tres días de camino
desde Jamao, encontró el hecho consumado y se negó a firmar el Acta de Anexión.
Pasó a Montecristi en la goleta “La Esperanza”, pero de regreso a su provincia
natal, naufraga y se refugia en Esterobalsa, donde residía el prócer José
Antonio Salcedo (Pepillo).
Cortesía: DiarioLibre.
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