Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (2)
RAFAEL NÚÑEZ
Entre los inexpertos luchadores liberales independentistas
que florecían cuando se consumó la anexión a España, en 1861, se encontraba el
joven Gregorio, de 22 años. En Jamao, al recibir aquella carta que sus amigos
puertoplateños le enviaron para que encabezara la resistencia a la entrega de
la soberanía, ejecutada por Pedro Santana Familia, Gregorio todavía empuñaba el
hacha con la que abría los surcos a la caoba que el señor Pedro Eduardo Dubocq
exportaba para Europa.
Cincelado su carácter en el trabajo, mostrando una
disposición a entregar su vida por la Patria, Gregorio tuvo que esperar diez
días para recibir aquella nefasta noticia. Ensilló su caballo; en lo inmediato,
comunicó a su patrón la decisión y bajo amenaza de tormenta avanzó por los
inhóspitos caminos cerreros, rumbo a Puerto Plata. Su bajo arraigo social y
económico no le quitan valía de prócer al hombre que entregó sus fuerzas y su
tiempo a concretar la independencia de su país, sin titubeos ni mostrar gesto
alguno para hipotecar la soberanía, como maquinaron predecesores y coetáneos.
Su carácter resuelto explica la determinación de salir en
condiciones tan adversas. No le movía ambición alguna. Manuel Rodríguez Objío,
su contemporáneo nacido un año antes que él (1838) y que abrazó los mismos
ideales, definió los dones que el joven Gregorio exhibió luego en la guerra y
la política: “El fondo de su carácter consistía en un sentimiento de absoluta
independencia y de caballerosidad. Intransigente contra la opresión y la
injusticia, benigno, humanitario para con el oprimido hasta la abnegación de sí
mismo, veremos en su carrera desarrollar ese germen de virtudes antiguas y
hacer de ella el pedestal de su gloria”.
La travesía que Gregorio emprendió en marzo de 1861 para
evitar que la bandera dominicana fuera arriada en el fuerte de San Felipe y en
toda Puerto Plata, fue tan inmensa como arriesgada.
Mientras colocaba los aperos al caballo, que era su único
acompañante, hasta Gregorio llegaron los rumores de anexión que iban de boca en
boca. Desde Jamao hasta Puerto Plata tenía que recorrer 80 kilómetros. Por los
intrincados senderos, atravesando montañas, llanuras e inhóspitos bosques, la
distancia la hizo más corta: 50.8 kilómetros en una buena “montura”. Gregorio
pasó por los poblados de Amaceyes, Carlos Díaz, Gurabito de Yoroa hasta
alcanzar Yásica Arriba.
Después de ganar las montañas de Tabagua, se encontró con
el entonces infranqueable río Camú, ya había vadeado el Yásica; uno de ellos
tuvo que pasar a nado. La distancia se hizo infinita, entre ondulaciones y
valles fragosos; el tiempo se prolongó por días para que Gregorio llegara a
Muñoz, comuna ubicada al sur de Playa Dorada, sembrada hoy de urbanizaciones y
proyectos residenciales.
Rodríguez Objío, autor del libro “Luperón y la
Restauración”, narra aquel transe Jamao-Puerto Plata, sin comunicación
terrestre: “Durante esta lucha con la naturaleza, la noche del citado
veintiséis de Marzo,(sic) le sorprendió en “Muñoz” distante como dos leguas del
término de su viaje. Faltábale vadear la boca del río, (Muñoz) y vióse
precisado a dirigirse a la habitación del coronel José Luna, ferviente
patriota, cuyos sentimientos le eran conocidos”.
En casa de Luna, Gregorio se enteró con tristeza de que la
bandera española había sido izada en el fuerte de San Felipe y demás edificios
públicos de Puerto Plata por las acciones de Santana, que había nacido 38 años
antes que él (1801).
Idelfonso Mella, hermano del general Matías Ramón Mella, le
recibió al otro día en Puerto Plata y le contó cómo infructuosamente trató de
arengar a los compañeros a las armas, pero resignados y llorosos vieron caer el
pabellón tricolor debido a las acciones del general Santana Familia, que en una
de las modificaciones constitucionales se hizo aprobar el artículo 210 que le
otorgaba poderes faraónicos, cito: “Durante la guerra actual y mientras no esté
firmada la paz, el Presidente de la República puede libremente organizar el
Ejército y (la, sic) armada, movilizar las guardias de la nación; pudiendo, en
consecuencias dar órdenes, providencias y decretos que convengan, sin estar
sujetos a responsabilidad alguna”.
Incipiente guerrero en acción
Cuando las Reales Ordenanzas comenzaron a disponer sobre el
futuro del país y la Capitanía General de Cuba movilizaba 7 mil miembros del
Ejército español, Gregorio reunió a quienes había dejado en Jamao, instándolos
a resistir las instrucciones de las autoridades españolas para que se
entregaran las armas, aduciendo quien se convertiría luego en la “Espada de la
Restauración”, que ésas servirían para ser libres y dejar instaurada la
Independencia definitiva.
Cuando el “Marqués de Las Carreras” (Pedro Santana Familia)
-título otorgado por la reina Isabel ll- firmó la anexión de la República a la
Corona, el 18 de marzo de 1861, fue una decisión precedida de múltiples
gestiones cercenadoras de la soberanía nacional por parte del sector
conservador, representado por el hatero que, desde el nacimiento de la
independencia el 27 de febrero de 1844, estuvo al acecho conspirando para sacar
de la dirección de la cosa pública a los liberales, representados por Juan
Pablo Duarte y “Los Trinitarios”.
El golpe de estado contra los liberales integrantes de la
Junta Central Gubernativa, encabezada por Francisco del Rosario Sánchez, no
tuvo otro motivo que apoderarse del mando político del país, cayendo la joven
nación en manos de gente incrédula sobre la capacidad del pueblo para construir
su propio destino. Su habilidad militar y su ascendiente económica y social,
Santana las utilizó para promover la anexión a España, valiéndose de la amenaza
real haitiana para entregar la soberanía.
Santana, quien intentó también el protectorado con Estados
Unidos, se autoproclamó jefe de la Junta Central Gubernativa tras lo cual
declaró “traidores a la Patria” a Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y
Francisco del Rosario Sánchez, junto a otros “Trinitarios”, que se vieron
obligados a salir del país.
No solo marchó con sus tropas hacia Santo Domingo para
deponer a los líderes del movimiento trinitario en julio de 1844, sino que bajo
su espada, la misma que decenas de veces infligió la derrota a las tropas
haitianas, Santana fue imponiendo el gobierno y los ejércitos; detentó el poder
desde el 14 noviembre de ese mismo año hasta 1848 cuando enfermó, perdió
popularidad por la situación de crisis económica y política, de manera que no
pudo continuar al frente de la administración gubernamental.
Manuel Jiménez González le sustituyó, pero nuevamente el
sempiterno golpista fue llamado a dirigir los ejércitos contra las amenazas de
invasiones haitianas. El 29 de mayo de 1849, lideró un golpe de Estado y se
proclamó Jefe Supremo del país hasta que se organizaron elecciones, ganadas por
uno de su misma estirpe conservadora, y tan anexionista como el “Marqués de Las
Carreras”: Buenaventura Báez.
Santana regresó a la Presidencia el 15 de febrero de 1853
hasta el 26 de marzo de 1856 cuando se vio compelido a dimitir debido a la
desastrosa administración. Fue en éste, su segundo período, que el “Marqués de
Las Careras” introdujo cambios en la Constitución, votada el 25 de febrero de
1854.
Establecía que Santana ocuparía la Presidencia por dos
períodos hasta 1861, año en que ordenó, el 4 de julio, fusilar al prócer
Francisco del Rosario Sánchez. Y así fue, en 1861 también, que el nativo de
Hincha, una comunidad que nos perteneció y hoy es territorio haitiano, impulsó
y concretó el plan anexionista, convirtiéndose en vasallo español, pateado por
los representantes de La Corona. Esa acción antinacional santanista, saca a
Gregorio de los bosques de Jamao, y su hacha, luego espada, lo catapultó al
escenario de la guerra.
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