País arrebatado, pendenciero, de chivos
sin ley, gañanes en demasía y autoridad de ojos que miran fijos hacia el otro
lado y, sin embargo, generoso, desprendido. País de contrastes en el que la
lógica sucumbe ante las pasiones en el debate. La complejidad nos marca con
sello indeleble y a menudo nos perdemos en un mar de discusiones bizantinas que
impiden separar con propiedad el grano de la paja o que al gato nos lo camuflen
como liebre.
Mis recelos de las mentadas
organizaciones no gubernamentales (oenegés) -excepciones las hay, aclaro de
partida- datan de calendarios ya viejos. No sospecho de las causas nobles que
algunas enarbolan y que abrazan con entusiasmo colectivos preteridos, víctimas
ancestrales de prejuicios arraigados, abusos y cortapisas a derechos de los que
se sirven golosas unas minorías y mayorías privilegiadas. Más bien difiero de los
métodos y desfachatez que las cabezas mal disimulan, dispuestas a torcer la
verdad, exagerar situaciones y vender falsedades con tal de que las cuentas
cuadren o reditúen sobrantes holgados con que asegurar nóminas y prerrogativas.
Importa el fin no los medios, mas la meta es tan ficticia como el apego de los
activistas a los principios de que alardean.
Al incrédulo que vaya a Haití, con razón
bautizado República de las Oenegés, que pregunte el saldo social de las
operaciones de más de diez mil organizaciones de todas las nacionalidades,
credos y colores. Con los gastos operativos, sueldos y dietas se hubiese
atacado con mayor firmeza el déficit habitacional que empeoró el terremoto
último, por ejemplo. Las yipetas y rentas fabulosas en residencias u hoteles de
relumbrón contrastan con la miseria del atropellado pueblo haitiano. No apuesto
por la austeridad monacal ni me resisto a la tentación sibarita, ¿pero acaso
esos salvadores del mundo, apóstoles del evangelio de los derechos y redentores
de injusticias no viven de la caridad de los donantes? Mis presupuestos de
dudas se asientan en la experiencia práctica, en comprobaciones dolorosas de
cuán fácil les resulta a algunos traficantes de la representación ajena
incurrir en manipulaciones arteras y servirse de las víctimas sin que la
dignidad les importe un pepino. Si razones me faltaban para justificar el poco
aprecio por muchas oenegés, las he encontrado sobradas en la reciente audiencia
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. En la misma que se pretendió
crucificar a la República Dominicana con alegatos sin dilucidar por nuestra
Justicia, ergo sin categoría aún de cosa juzgada y propia del ámbito de ese
elevadísimo tribunal continental.
A un pobre diablo, que inventó llamarse
William Medina Ferreras quién sabe apercibido de cuáles consejos o espejismos
de fortuna, lo convirtieron las oenegés de mis angustias en una réplica de la
impostura que las signa, en un escarnio viviente del que le faltarán años para
recuperarse si es que su mucha ignorancia, o ingenuidad quizás, alguna vez le
permite entenderlo. La mala fe se presume, no en Medina Ferreras, Winet Jean o
como se llame el esquirol devenido agraviado estrella, sino en la gente
letrada, a la que se le supone tino e inteligencia, que se lo llevó al México
lindo y querido para montar una charada sin el auxilio de un buen mariachi. A
un pobre diablo (réstenle el poca valía de la acepción del término) lo hicieron
su víctima unos verdaderos diablos. Lo amaestraron para mentir, fingir
prejuicios y de paso devaluar su humanidad y la del noble pueblo haitiano. Y
todo con el propósito expreso de mostrarnos a los dominicanos como racistas,
desconocedores del derecho ajeno y al Estado, en contravención de principios
cardinales de la comunidad internacional. Carente mi prosa de suficiencia para
describir con objetividad la finalidad detrás del pretexto que condujo a la
sesión del altísimo tribunal, que la tecnología supla mi liviandad caribeña:
http://vimeo.com/album/2561642/
video/76517833.
Se confiesa dominicano y deportado
forzoso a un país que dice nunca había visitado, cuyas costumbres e idioma
desconocía no obstante su ayuntamiento de larga data con una haitiana. Pese a
unos veinte años de residencia en el país contiguo, asegura que no domina el idioma
cuyo acento inconfundible impregna a cada palabra, a cada frase. Incluso,
incorpora de manera automática al castellano machacado la elisión propia del
francés y el creole haitiano. En un patético donde dije digo dije Diego, perece
la versión de que lo deportaron de mala manera, le rompieron sus papeles de
identificación antes de ponerlo de patitas en la frontera y de que nunca
volvería a residir en el país cuya nacionalidad se atribuye. No pudo
identificar las fotos de sus alegados progenitores y hermanos de quienes aduce
los separó la autoridad migratoria pero con cuya ayuda, de acuerdo a su
historia, siempre ha contado mientras su existencia, ora de pordiosero en
Haití, ora de jornalero y contratista ¡en la República Dominicana! Continúa
bajo la protección de la cónyuge amante, descrita como de familia de bien.
Tiene pasaporte y cédula de identidad y
electoral dominicanos. Señala que la frontera se cruza sin mayores
contratiempos y que bastan veinticinco pesos para que un militar franquee el
paso, si la ruta del río seco es la escogida y no el puente sometido a
controles. Paradoja de paradojas: va y viene a voluntad al país que lo expulsó.
En su relato intemporal, la documentación que lo acredita como dominicano le
allanó el camino hasta el capitaleño Hospital Darío Contreras con su hija en
una ambulancia desde la frontera de su bochorno, víctima ésta de un accidente
automovilístico en el Haití donde testimonia lo han acogido con los brazos
abiertos, pero en el que le negaron las primeras atenciones médicas a la
pequeña por dominicana y donde no pudo continuar los estudios gratuitos
iniciados en la pérfida República Dominicana porque en Anse-à-Pitre había que
pagar y los ingresos no alcanzaban para educación. En ese centro de salud
estuvo tres meses interna, mientras él sobrevivía gracias a la solidaridad de
unos amigos. Dominicanos tenían que ser, porque una y otra vez repitió que
antes de la alegada deportación no se juntaba con haitianos salvo para
contratarlos cuando acometía encargos laborales mayores.
No son las tantas contradicciones las
que soliviantan el ánimo y aumentan el descreimiento en los pretendidos
abanderados de los derechos humanos. Decir mentiras y comer pescado -por
aquello de las espinas-requiere mucho cuidado. Medina Ferreras, o como se
llame, no podría entender este refrán de origen gallego porque su pobre y torpe
manejo del español corresponde a un extranjero, jamás a alguien que nació y ha
vivido al menos dos décadas en la República Dominicana, de padres y abuelos
también dominicanos por nacimiento y origen. Simple detalle lingüístico que en
nada disminuye el respeto que se le debe como ser humano, con los mismos
derechos que el más ducho en la filología española o de cualquiera de los dos
idiomas oficiales del vecino donde en bilingüismo y otras cosas dobles sus
gobernantes nos llevan ventaja. Respeto que le han escatimado sus tutores de
las oenegés al colocarlo en un trance ridículo, penoso, como protagonista de
una tragicomedia de la cual sale aporreada su dignidad.
Se les olvidó a los manejadores del
infeliz testigo enseñarle qué tan arraigada es la familia en la cultura
dominicana. Nomen est omen, el nombre acarrea el destino, causa de que uno de
los verdaderos Medina Ferreras reverencia en el vídeo revelador al padre
falsamente presentado como un iletrado, un reconocido activista del Partido
Reformista en la zona de Barahona. El nombre de un hermano, no importa si
desconocido porque murió a destiempo o lo engulló la cotidianidad, jamás cabe
en el olvido. En el refugio del apellido y la tradición familiar ocupan lugar
de principalía los abuelos, aun si nunca se les vio. Precisamente, el elogio de
la familia se basa en el establecimiento de una línea de mayor vitalidad
mientras más se remonta en el pasado. De ese cuidado de los nombres, no otra
cosa sino la adhesión al núcleo básico, los dominicanos hemos hecho un deber
con secuelas a veces negativas.
Mi tolerancia se despeña, se me
arrebolan el rostro y la calva, los tacos se me escapan y no de los zapatos
cuando el presunto William Medina Ferreras, en respuesta a una pregunta que
abordaba otro tema, describe a los haitianos en términos raciales prejuiciados,
impropios y en desentono con la majestad de la sala. Por boca de ganso, los
titiriteros pretenden endosar a los dominicanos la mácula de la discriminación
en base al perfil racial, y el absurdo de negar las raíces africanas en estas
dos terceras partes de la tierra que más amó Colón, pobladas mayoritariamente
por mulatos. Del amasijo de palabras, frases inconexas, memeces y sandeces,
extraigo esta perla cultivada en mentes torvas: "...soy indio claro, de
buen cabello, perfilado... usted ve quién es haitiano... ellos son, cómo le
digo, motoso, un poco raro, ¿no?, para mí. Yo no he visto un haitiano
perfilado, como la mamá mía y mi papá, gente perfilada, completamente, son
gente de color indio. Pero son gente bien, aparente, ellos no son motosos. Yo
no sé si la mala sangre que me hacen hacer... la verdad es que ahora mismo yo
estoy desnutrido, cualquier diría que yo estoy mal tallado porque el cuerpo que
tenía no lo tengo. Estoy pasando mucha necesidad dura, pero yo no nací mal
tallado así, sino una persona normal..."
Ventrílocuos malvados, perversos,
mercenarios viles de la inquina enfocados en el propósito malsano de sembrar
cizaña entre dos pueblos, alentar pasiones bajas, incubar resentimientos y
revivir traumas. ¡Vaya añagaza: contrabandear a un haitiano como dominicano y
poner en su boca los prejuicios racistas que en sus sesudas ponencias los
oenegeístas encasquetan a los dominicanos! Motoso no forma parte de la lengua
popular en el país. Podría provenir del francés, de motte, intuyo, algo así
como terroso y, por analogía, negro. La palabra sí se usa en países
sudamericanos para designar a alguien con la cara carcomida por las viruelas.
No hay crimen perfecto porque siempre surge algún rastro. E hicieron bien los
comisionados del Estado dominicano en pedir excusas al pueblo haitiano por los
deslices inducidos del William Medina Ferreras de pacotillas, a quien sus
pretendidos hermanos no conocen porque nunca lo han sido, como se demostró en
un vídeo preparado por la Junta Central Electoral.
El pobre diablo en manos de diablos
reales usurpó la identidad, acto pecaminoso que arropa un despropósito que
escapa a su estulticia. Una de las verdaderas Medina Ferreras lo identificó
como Wynet Jean, un haitiano que se buscaba la vida en los aledaños de la
frontera inexistente. Nada le pasará ni le pesará, porque en este país la
tolerancia con la inmigración ilegal adquirió tiempo ha el trazo irremediable
del hecho cumplido. Dos pueblos culturalmente diferentes y con historias
opuestas se han hermanado en el oriente isleño en una realidad social definida
magistralmente por el director de este diario: los haitianos pobres conviven
con los dominicanos pobres, y los ricos con los dominicanos ricos.
adecarod@aol.com
El pobre diablo en manos de diablos
reales usurpó la identidad, acto pecaminoso que arropa un despropósito que
escapa a su estulticia.
Dos pueblos culturalmente diferentes y
con historias opuestas se han hermanado en el oriente isleño en una realidad
social definida magistralmente por el director de este diario: los haitianos
pobres conviven con los dominicanos pobres, y los ricos con los dominicanos
ricos.
Cortesías:
DiarioLibre.com.
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