El origen del sello postal
A principios del mes de
mayo de 1840 se emitió el primer sello postal de la historia, por lo que se
entraba en una nueva era dentro del sistema de correos, pues a partir de ahora
los envíos se cobrarían al remitente y no al destinatario como venía siendo
norma (en función de los kilómetros recorridos por el sobre).
La idea la tuvo Rowland
Hill, quien al parece estaba descansando en una posada cuando llegó un cartero
con un sobre para la dueña del local, quien tras examinar atentamente el sobre
dijo que no tenía suficiente dinero como para hacer frente al pago de la carta.
Hill, como buen caballero
británico no dudó un segundo en hacerse cargo del coste del sobre y se lo
entregó a la muchacha, algo que agradeció amablemente la destinataria, pero sin
prestar mayor atención al mismo, algo que intrigó a nuestro protagonista hasta
que la chica se le acercó y le dijo que no debía haber hecho tal acción, pues
en el interior del sobre no había nada escrito.
Esto se debía a que por lo
visto había llegado a un acuerdo con su familia (que vivía lejos), por el que
cada miembro de la misma escribiría una línea de la dirección, así simplemente
leyendo el sobre y comprobando que estaban todas los estilos de escritura sabía
que estaban bien y no tenían que pagar ni un céntimo.
A raíz de este hecho, Hill
inventó el sistema de sellos, de manera que no sólo los menos pudientes
pudieran recibir cartas sin tener que pagarlas ellos mismos, sino que el
servicio postal cobraría y obtendría beneficios por todas y cada una de las
cartas enviadas.
De este modo se crearon 2
tipos de sellos, uno de color negro (llamado penique negro) y por valor de un
penique y otro de color azul de 2 peniques, ambos con el perfil de la Reina
Victoria.
Tuvo tal éxito su idea que
en el primer año se vendieron 68 millones de unidades, siendo Rowland nombrado
al poco tiempo Director de Correos y posteriormente "Sir" del Imperio
Británico.
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