miércoles, 28 de enero de 2009

HAITI
PRIMERA NACION INDEPENDIENTE DE AMERICALATINA


La historiografía tradicional ha ocultado lo que fue una verdad tangible para quienes participaron activamente en el proceso de la independencia latinoamericana. No hay más que revisar los documentos relevantes de la época para darse cuenta que la revolución haitiana tuvo una honda repercusión en los hombres que fraguaron la Independencia de las colonias hispano-lusitanas.
La clase dominante criolla —sobre todo la del Brasil, Venezuela, Colombia. Cuba y Puerto Rico— enriquecida con la explotación del trabajo esclavo, fue la primera en alarmarse por aquella rebelión que conquistó no sólo la independencia sino también la liberación de los esclavos. La decisión de los esclavócratas criollos fue evitar, a toda costa, que el proceso independentista se transformara en revolución social, impidiendo una nueva Haití, aunque se retardara la independencia, como ocurrió en Cuba y Puerto Rico.
Tan honda fue la repercusión de la revolución haitiana que varios precursores de la independencia latinoamericana visitaron la isla para ver en el terreno como fue posible que un país tan pequeño venciera a las mejores tropas de Napoleón e instaurara la primera nación independiente de América Latina, el primer país negro no monárquico del mundo, en que por primera vez los esclavos lograban un triunfo definitivo en la historia universal, superando la gesta de Espartaco contra el imperio romano.
Este fenómeno, tan evidente para sus contemporáneos, fue posteriormente relegado al olvido por los historiadores. Es sobradamente conocido por todos que las Historias de América Latina —respaldadas por las Academias Nacionales— abren el capitulo de la Independencia con las revoluciones de 1810, omitiendo deliberadamente a Haití.
Hasta se ha llegado a ocultar que Haití prestó una ayuda inestimable ala independencia de los países de tierra firme. En su calidad de primera nación libre de América Latina, fue visitada por Francisco de Miranda el 20 de Febrero de 1806, bajo el pseudónimo de George Martin, con el fin de solicitar ayuda para su expedición a Venezuela. Después de seis semanas en la tierra liberada por Dessalines, donde pudo apreciar el profundo significado social de la revolución antiesclavista, partió a su patria con la generosa ayuda de los haitianos que no sólo le pro-porcionaron armas sino también hombres como Fequiere. Gayot y Gastram. No por azar, Miranda propuso la libertad de los esclavos cuando fue Presidente de la Junta de Gobierno de Venezuela en 1811.
Una de las ayudas más decisivas que dio Haití a la revolución latinoamericana fue la de Petion a Bolívar en 1815 (2.000 fusiles) y en 1816: 4.000 fusiles, 15.000 libras de pólvora, otras tantas de plomo, una imprenta, 30 oficiales haitianos y 600 voluntarios. La influencia ideológica y social de Haití sobre Bolívar fue decisiva para su decisión irrevocable de luchar por la aboli-ción de la esclavitud y la servidumbre en las colonias hispanoamericanas.
La ayuda haitiana para el logro de nuestra independencia política no se limitó a Venezuela. Antes de Bolívar, prestó colaboración a los hermanos Miguel y Fernando Carabaño que or-ganizaron, desde los Cayos, una expedición de 150 hombres contra Cartagena, hecho que trajo como consecuencia fuertes protestas de las autoridades españolas contra Petion, acusándolo de romper la neutralidad. No obstante, los haitianos siguieron solidarizándose activamente con otros revolucionarios latinoamericanos, como los mexicanos Toledo y Herrera, con quienes colaboró el corsario haitiano Bellegarde en el ataque a Tampico y Veracruz. Otro patriota, Francisco Javier Mina, también estuvo en Haití preparando una Invasión a México colonial, siendo acompañado por varios marineros haitianos. (1)
Ante pruebas tan evidentes acerca de la relevancia del proceso haitiano, sólo cabe pensar que la cortina de silencio ha sido tendida por los historiadores recargados de prejuicios raciales o por investigadores temerosos de abordar la única revolución social triunfante que se dio en el ciclo de los movimientos independentistas.
La ignorancia sobre la historia de Haití es inclusive notoria en su país vecino. Cuando visitamos República Dominicana nos llamó la atención la falta de conocimiento e información que había acerca de Haití, observación que luego encontramos ratificada por un escritor de Santo Domingo: “Es doloroso tener que admitirlo, pero aquí se conoce la historia de cualquier nación europea o latinoamericana, más que la haitiana”. (2)
Algunos autores han llegado a argumentar que no se ha analizado este país porque no era colonia hispanoamericana sino francesa, como si Haití no hubiera sido culturizada por los mismos aborígenes que habitaron otras islas del Caribe y luego, colonizada por los españoles. La ulterior colonización francesa, también de raigambre latina, aunque de distinta lengua, no altera el hecho objetivo de que Haití formó y forma parte de América Latina.
Lo insólito es que la mayoría de los historiadores marxistas no han hecho nada por desenmascarar la mistificación fabricada por la historiografía tradicional, aceptando la fal-sificación histórica y reafirmando en sus libros la falacia de que la revolución por la independencia comenzó en 1810.
Nosotros nos permitiremos empezar con una caracterización global para poner de relieve la trascendencia universal del movimiento acaecido en ese pequeño territorio. La revolución haitiana Fue, a nuestro juicio, el escenario de uno de los procesos de lucha más ricos y multifacéticos de la historia. Fue una guerra por la independencia combinada con una guerra social por la liberación de los esclavos, en la que se entrelazó una guerra civil y una guerra internacional.
Comenzó con un proceso independentista impulsado por la “sacarocracia” u oligarquía azucarera criolla de origen francés en contra de la monarquía de Luis XVI, que se transformó, en 1791, en contra de la voluntad de los iniciadores, en una revolución social por el término de la esclavitud y en una guerra civil entre negros y mulatos. Todo ello, cruzado por una guerra internacional en la que los insurgentes debieron enfrentar la invasión de las tropas españolas e inglesas y, al final, lo mas granado del ejército napoleónico, instaurado con Dessalines en 1804 no sólo la primera nación independiente de América Latina, sino también el primer país negro independiente republicano del mundo a través de un proceso en que por primera vez en la historia universal triunfa una insurrección de esclavos en forma definitiva hasta implantar una nación soberana y autónoma.
Estructura social y económica de la Colonia
Habitada y culturizada durante centurias por los Tamos —uno de los pueblos agroalfareros más notables del Caribe— la isla que Colón bautizó con el nombre de La Española fue arrasada por los conquistadores, a pesar de la resistencia de los caciques Caonabo y Cotubanama. A raíz del exterminio de toda la población indígena —más de 100.000 personas— los españoles se vieron obligados a importar negros esclavos para explotar el oro, y cuando éste se agotó en 1525, la caña de azúcar, las maderas preciosas y el ganado.
Interesada más en la parte oriental de la isla, la corona española desmanteló y despobló en 1603 el territorio actual de Haití, sin tomar en cuenta las advertencias de numerosos colonos. El Cabildo de Santo Domingo elevó, entonces, al Rey un memorial el 26 de agosto de 1604, donde manifestaba: “Quedando los pueblos marítimos despoblados, y siendo como son de tan buenos puertos y disposición, los ocuparán los enemigos.”(3) Efectivamente, muy pronto desem-barcaron los bucaneros en pos de ganado y, luego, los filibusteros, contrabandistas y reos fugados, que fundaron Saint Domingue. La colonización francesa se hizo desde la isla de La Tortuga, por intermedio de la “Compagnie des isles d’Amerique” y la “Compagnie des Indes Occidentales” Para profundizar la colonización, el ministro Colbert escogió al gentilhombre aventurero Bertrand d’Ogeron, amigo de los bucaneros y filibusteros. En 1670, Saint Domingue comenzó a funcionar como una verdadera colonia, importando “engagés” o trabajadores
contratados en Europa, especialmente campesinos bretones y normandos, a los cuales se les prometia tierras y casas. Posteriormente fueron reclutados a la fuerza y con engaños obreros y marineros cesantes, hugonotes y calvinistas, vagabundos y prostitutas. A estas relaciones serviles de producción, pronto se sumaron las esclavistas con la compra masiva de negros. En 1681, había 6.648 personas, de las cuales 2.970 franceses y 2.000 africanos, ocupados en unos treinta ingenios azucareros; el resto eran mestizos dedicados al comercio y la agricultura.
La prosperidad de esta economía primaria exportadora comenzó hacia 1720. Treinta años después, Saint Domingue había desplazado del mercado azucarero a Brasil, Jamaica, Barbados y Martinica, convirtiéndose en la principal colonia de Francia en el Caribe. El auge se acentuó con la necesidad que tuvo Estados Unidos de comprar azúcar a Saint Domingue, a raíz de la orden dada por Inglaterra a sus colonias azucareras de las Antillas de no venderle productos al país que acababa de independizarse. Norteamérica, cuya industria se basaba en gran medida en las destilerías, se vió obligada a comprar masivamente azúcar a Saint Domingue que pasó a convertirse en la colonia francesa mas rica del mundo.
La inversión metropolitana sobrepasaba los 1.600 millones de francos, de los cuales más de la mitad correspondía a los comerciantes de Burdeos. “Para comprender la importancia económica de la colonia, basta señalar que en 1789 las exportaciones francesas totalizaron I 7 millones de libras esterlinas. de las cuales 11 millones estuvieron dedicados al comercio colonial de Saint Domingue” (4)
La “sociedad hatera” o ganadera del Santo Domingo español pasó a depender en gran medida del mercado haitiano, que era el principal comprador de ganado para los ingenios. Esclavos y maquinarias necesitaban alimentos y animales de tracción en una cantidad que sólo podía suministrarla la parte oriental de la isla. Este comercio, al principio de contrabando, fue oficializado en 1760. A su vez, los colonos franceses revendían al Santo Domingo español manufacturas y otros productos, estableciéndose entre ambas colonias un importante mercado regional que, de hecho, quebraba en alguna medida los monopolios comerciales francés y español. Un testigo de la época, M. Duclos, decía de los colonos franceses: caes ventajoso para ellos tener vecinos españoles que les proveen de todo lo que necesitan, dándoles la oportunidad de sembrar sus terrenos de azúcar o índigo y sacarles mayor partido que empleando una parte para criar animales.” (5)
Como resultado de la tendencia ascendente de esta economía de plantación, en 1789 se exportaron 163 millones de libras de azúcar, 68 millones de libras de café y cerca de un millón de libras de añil. El comercio de Francia “con su colonia representaba cerca de dos tercios de su economía general.” (6). Esta importancia económica llegó a expresarse en términos de rangos aristocráticos: “La nobleza de Saint Domingue contaba con los más grandes nombres de Francia, y un colono impertinente podrá en Versalles decir al rey Luis XVI: Señor, vuestra corte es criolla”.(7)
Efectivamente. mas de medio millón de esclavos explotados en 800 ingenios y miles de añilerías y cafetales habían arrojado un plusproducto tan fabuloso que contribuyó os-tensiblemente al proceso de acumulación originaria para el despegue de la Revolución lndustrial, al mismo tiempo que generaba en Saint Domingue uno de los sectores más ricos de la burguesía francesa.
Este sector, integrado por los “Grandes Blancos”, se componía en 1789 de unos 30.000 franceses, que levantaron una ciudad ostentosa, “Cap Français”, el París de las Antillas. La capa más ilustrada de esta sacarocracia leía a Voltaire, D’Alembert, Montesquieu y Diderot, preparándose para el día del advenimiento del autogobierno, que ya se incubaba en los roces cotidianos con la metrópoli y su sistema monopólico de comercio. En el Cabo existían varias lo-gias masónicas y un círculo filadelfiano, influido por las ideas de la independencia norteamericana, donde se discutía de política y literatura. Numerosos dueños de plantaciones vivían en París, los absentistas, que luego de amasar grandes fortunas con el trabajo de los demás se marchaban a la metrópoli, dejando sus ingenios a cargo de otros compatriotas meno-res, los “petit blanc”.
Estos “pequeños blancos”, en número de 10.000, constituían una fuerte capa media integrada por medianos y pequeños productores de azúcar, café y añil, artesanos (peluqueros, zapateros, panaderos, etc.), notarios, pequeños comerciantes y funcionarios del estado colonial.
Muchos de ellos eran criollos, con cierto rechazo a la “madre patria”, actitud que los condujo a conspirar desde temprano en favor de la independencia.
El otro sector medio estaba formado por unos 30.000 mulatos muchos de los cuales eran propietarios de esclavos y de medianos ingenios. Estos “sang-melé” eran denominados “gente libre de color”. El acelerado proceso de mulatizacion fue producto de la escasez de mujeres blancas y de la cruza de franceses con esclavas negras, cuyos hijos pasaron en muchos casos a la condición de libres. “Nosotros no vemos en este país —escribía M. d’Aquyan en 1713— nada más que negras y mulatas a quienes sus amos han dado la libertad a cambio de su doncellez. Y el Intendente Montholon declaraba, en 1724, que si no se tomaban medidas, los franceses han de ser rápidamente como los españoles, sus vecinos, de los que las tres cuartas partes son mestizos.’’ (8)
Los mulatos eran abiertamente discriminados por la sociedad blanca. No gozaban de derechos cívicos y eran obligados a servir en la milicia encargada de perseguir a los cimarrones. Estaban excluidos de las profesiones de médico o abrogado y de todos los empleos públicos. En las iglesias, teatros y lugares selectos de diversión tenían asientos separados de los blancos.
Importantes franjas de mulatos lograron acumular sustanciosas fortunas a base de la explotación de los esclavos en las plantaciones, especialmente en la parte sur y occidental de la isla. “Una fértil parroquia del sur (Jéremie) se hallaba casi enteramente en sus manos (...) Los menos ambiciosos se dedicaban a la vida de los negocios en las ciudades (...) Algunos dicen que en 1791 poseían la tercera parte de toda la tierra de la colonia y la cuarta parte de los esclavos; otros, afirman que sólo eran dueños de un quinto, tanto de aquélla como de éstos.(9)
Durante un tiempo lograron enviar a sus hijos a educarse a Francia; pero en 1777 se les prohibió entrar a la metrópoli, a solicitud de los colonos. También se les prohibió contraer matrimonio con blancos en 1778, reivindicación que habían logrado décadas antes por vía consuetudinaria. “Puede suponerse —anota Franco— el odio que engendró esta teoría in-terminable de discriminaciones e injusticias sociales en los mulatos ricos L e instruidos en Europa.” (10)
Como expresión de resentimiento 8 social, los mulatos acentuaron el odio racial y de clase hacia los negros libres y, sobre todo, a los esclavos.
Los esclavos negros y los libertos mulatos se odiaban. Estos no cesaban de demostrar por la palabra, por sus triunfos en la vida y mayor parte de sus actividades, la falsedad de la pretendida superioridad racial (...) Los libertos negros eran menos numerosos, pero su piel era objeto de tal Y desprecio que un esclavo mulato se consideraba superior a un negro libre y se hubiera matado antes de ser esclavo de un negro.” (11)
La clase social más explotada estaba constituida por los esclavos, que en 1789 sobrepasaban el medio millón. Sus condiciones de vida eran infrahumanas: “Desde las cinco de la mañana, la campana los despertaba, y eran conducidos a golpes de látigo a los campos o a las fábricas donde trabajaban hasta la noche (...) diez y seis horas diarias (...) Abatidos por el trabajo de todo el día, a veces hasta la media noche, muchos esclavos dejaban de cocinar sus alimentos y lo comían crudos (...) Inclusive las dos horas que les concedían en medio de la jornada, y las vacaciones del domingo y días de fiesta, no estaban consagradas al descanso, pues debían atender al cultivo de pequeños huertos donde trataban de encontrar un suplemento a las raciones regulares (...) Se interrumpían los latigazos para aplicar al negro castigado un hierro candente en el cuello; y sobre la llaga sangrienta se le rociaba sal. pólvora, limón, cenizas (...) La tortura del collar de hierro se reservaba a las mujeres sospechosas de haberse provocado un aborto, y no se lo quitaban hasta no producir un niño (...) Un género de suplicio frecuente aún —dice Vassiére, testigo de la época— es el entierro de un negro vivo, a quien ante toda la dotación se le hace cavar su tumba a él mismo, cuya cabeza se le unta de azúcar a fin de que las moscas sean más devoradoras. A veces se varia este último suplicio: el paciente, desnudo, es amarrado cerca de un hormiguero, y habiéndolo frotados con un poco de azúcar, sus verdugos le derraman reiteradas cucharadas de hormigas desde el cráneo a la planta de los pies, haciéndolas entrar en todos los agujeros del cuerpo.” (12)
Los que lograban fugarse de este infierno se integraban a los grupos de cimarrones que se gestaron durante 80 años de resistencia. El llamado despectivamente “marronage” obligó a los
refinados esclavócratas franceses a firmar en 1782 un tratado, por el cual se les reconocía la libertad, luego de sucesivas insurrecciones armadas, como las de 1704, 1758 y 1781.
NoeI fue el negro que encabezó una de las luchas más importantes de los cimarrones de Fort Dauphin. Otro jefe cimarrón sobresaliente fue François Macandal, que hacia mediados del siglo XVIII logró huir del trapiche de Lenormand de Mezy, en el Norte. En las montañas, núcleo a sus compañeros alrededor del Vodu o Vudú. Era un gran orador, con fama de inmortal, iluminado y profeta. Un día, metió tres pañuelos en un vaso. Sacó el amarillo y dijo: “He aquí, los primeros habitantes de Saint Domingue eran amarillos. He aquí, los habitantes actuales, y enseñó el pañuelo blanco. He aquí, en fin, los que serán los dueños de la isla; era el pañuelo negro.” (¡3) Su influencia se extendió por todo el norte, que era la zona de mayor concentración esclava. En las veladas y prácticas mágicas se relataban las hazañas de Macandal, que finalmente fue apresado en enero de 1758. No obstante ser quemado en la hoguera, sus hermanos negros quedaron convencidos de que François no había muerto y que reapareceria para redimir a su gente.
La mezcla de etnias dio lugar a nueva lengua, el “creole”, y a un sincretismo religioso llamado Vodú, que ha sido motivo de diferentes interpretaciones, como religión o como práctica mágica traída de Africa y adaptada a la realidad esclavista de Saint-Domingue. El Vodu, a través de sus concreciones sincretistas, fue un medio de resistencia de los negros a la explotación, facilitando la creación de “sociedades secretas cuyas reuniones se hacian en el fondo de los bosques (...) Sin duda, esas reuniones tomaron con el tiempo un carácter francamente político, pero puede asegurarse que fueron ante todo culturales.” (14) Por eso, el Vodú fue perseguido tenazmente por la administración colonial.
El Estado Colonial francés fue tan represivo, autoritario y monopólico como el español y, en algunos aspectos, fue más rígido, pues prohibía la organización municipal. No permitía Cabildos ni estructuras institucionales provinciales. Recién con el advenimiento de la Primera República Francesa se autorizó la formación de municipios.
A la cabeza de la administración colonial de Saint-Domingue estaba el Gobernador, quien centralizaba prácticamente todas las actividades, desde las económicas hasta las de Justicia, pasando por el nombramiento de los militares y empleados públicos, la concesión de tierras, la fijación de impuestos, etc. Su labor era complementada por el Intendente, que se encargaba de las finanzas, de los servicios públicos y del mantenimiento de las Fuerzas Armadas, con la cual colaboraban una milicia de blancos y otra de mulatos y libertos.
Causas de los primeros aprestos independentistas de la sacarocracia
Al igual que en el proceso independentista de las colonias hispanoamericanas, hubo en Saint-Domingue causas de estructura y de coyuntura. Entre las primeras cabe destacar el descontento de los colonos por los términos desiguales de intercambio, los elevados precios de los artículos manufacturados en contraste con los bajos precios de los productos de exportación mediante un sistema cerrado de monopolio mercantil, que impedía a los esclavócratas comerciar libremente, en especial con Estados Unidos. La apertura de ocho puertos libres con este país, en 1784, no hizo más que acrecentar los apetitos de la sacarocracia criolla, produciendo un efecto similar al de las Reformas Borbónicas en hispanoamérica. En 1789 entraron 684 barcos norteamericanos con harina y manufacturas a precios más rentables llevándose en cambio toneladas de azúcar para las destilerías estadounidenses.
Asimismo, los colonos protestaban contra los comerciantes monopolistas que hacían el tráfico negrero porque solamente vendían al contado y a precios especulativos. Paralelamente, a los productores de Saint Domingue no se les permitía refinar el azúcar, cuya producción debía destinarse totalmente a las refinerías de Burdeos, Nantes y Marsella. “Si a las colonias se les autorizaba a fabricar azúcares blancos, las refinerías metropolitanas se hubieran estimado amenazadas.” (15) Más aún, los monopolistas de Nantes se opusieron a que los colonos transformaran el cacao en chocolate.
El monopolio comercial era tan rígido que impedía el comercio libre entre un puerto y otro de la misma colonia. Demás está decir que no se permitía a los colonos el tráfico negrero directo con Africa. “Desde 1748, una memoria del comercio de Nantes se opone a que la Compañía de
Indias permita ese tráfico a los antillanos, y pide se exija a los gobernadores que no toleren se vulnere esa prohibición. Aún después de 1763, cuando el comercio negrero tomó la iniciativa de pedir la apertura de nuevos puertos al tráfico de esclavos, no consintió el monopolio nantés en que ese favor se extendiera a las colonias antillanas.” (16) Ni siquiera se dejó a los colonos hacer el comercio de cabotaje que solicitaron en 1755. Otro motivo de descontento de los criollos era que no tenían ningún tipo de representación en las instituciones del Estado Colonial.
En ese clima de opresión colonial se encontraba la sacarocracia criolla cuando ocurrió un fenómeno político de extraordinaria importancia: la independencia de Estados Unidos, que demostraba a escasas millas de distancia la posibilidad de romper el nexo colonial. En tal sentido, la influencia de la independencia norteamericana fue decisiva para que los colonos de Saint-Dom¡ngue se decidieran a luchar por el autogobierno. Pero no tenían claro si convenía implantar una república o un gobierno monárquico constitucional, legitimado por el Rey de Francia. Los más moderados aspiraban a cierto grado de autonomía similar al de las islas británicas del Caribe.
Entretanto, acaeció Otro hecho coyuntural —la Revolución Francesa de 1789— que trastornó todos los planes y obligó a formular otros. Los esclavócratas de Saint-Domingue aprovecharon la situación para presentar, ante los Estados Generales de 1789, sus quejas por el poder absoluto de los Gobernadores y el monopolio comercial, siendo sus portaestandartes los propietarios absentistas, organizados en un club secreto de París llamado ‘Massiac”.
Sin embargo, temían a la dinámica social y al programa de la Revolución Francesa, aún del período moderado de los girondinos, sobre todo la expropiación y distribución de tierras de la nobleza y los vientos igualitarios que corrían en la metrópoli, porque atentaban contra el régi-men esclavista y la discriminación étnica.
Este fenómeno no ha sido debidamente evaluado en su dimensión histórica. Las aspiraciones autonomistas de los residentes en la colonia se enfrentaron a un hecho inesperado y sin precedentes: una revolución social en la capital del imperio. Un acontecimiento que no era un mero cambio de gobierno sino una revolución que liquidaba todo un sistema social, económico y político, terminando definitivamente con un modo de producción e implantando otro en una nueva Formación Social que, inclusive, cambiaba el carácter del Estado. En fin, una revolución social que sacudía todos los cimientos del Antiguo Régimen y que, por consiguiente, afectaba desde sus raíces las relaciones de propiedad y de producción.
Era la primera vez en la historia que las colonias se encontraban frente a una revolución social acaecida en el corazón mismo del imperio. Este fenómeno no se había producido en ningún imperio anterior, ni en el inglés y holandés, ni tampoco se iba a dar con España y Portugal. El hecho de que la burguesía norteamericana no tuviera que enfrentar una situación como la de Francia, le permitió conservar las relaciones esclavistas de producción, ya que no fue afectada por una metrópoli sacudida por corrientes igualitarias. Del mismo modo, la oligarquía criolla de las colonias hispano-lusitanas de América no se vió conmovida por puntuales procesos revolucionarios en las metrópolis, hecho que facilitó la perpetuación de relaciones serviles y esclavistas y, sobre todo, el monopolio de la propiedad territorial. En cambio, la revolución social de la metrópoli francesa hizo entrar en crisis el sistema de dominación de los esclavócratas de la colonia de Saint Domingue, obligándolos a reajustar sus planes de autonomía política.
La Asamblea de Francia accedió en gran parte a la autonomía solicitada por los colonos blancos de Saint Domingue, pero insinuó la necesidad de otorgar derecho de voto a los mulatos, proposición que fue rechazada por la sacarocracia. Los grandes propietarios de plantaciones continuaban, en el fondo, siendo monárquicos, al igual que los militares y altos empleados de la burocracia colonial, alarmados por la radicalización y el carácter plebeyo que adquiría la re-volución francesa al pasar Robes-pierre y Marat a los puestos de comando.
De este modo, se produjo un proceso de diferenciación política entre los colonos blancos. Un sector, “los pequeños blancos”, era partidario de la Primera República y de un gobierno autónomo en la isla. Otro, era abiertamente contrarrevolucionario. Un tercer grupo, minoritario pero poderoso, representaba al nuevo gobierno francés, aspirando a contar con el apoyo de los mulatos ricos.
La situación hizo crisis cuando llegó en 1791 la noticia de que la Asamblea Francesa había otorgado el derecho de voto a los mulatos. El representante mulato, Julien Raymond, dijo en esa Asamblea un discurso en el que se entrecruzaban los intereses de clase con los políticos. Ante todo, ofreció al gobierno franc6s el apoyo de los mulatos para combatir cualquier rebelión de los esclavos negros. “Supondréis a los mulatos bastante locos, poseyendo, como poseen, la cuarta parte de los esclavos y la tercera parte de las tierras (...) ¿Qué importa que seáis blancos? ¿Qué importa que nosotros seamos mulatos? Unos y otros somos propietarios, unos y otros poseemos esclavos y tierras, y somos, por consiguiente, aliados naturales.” (17)
No obstante, la mayoría aplastante de los blancos criollos se opuso violentamente a la resolución de la Asamblea Francesa, planteando de hecho la ruptura con la metrópoli y amenazando con solicitar la protección inglesa. Para neutralizar a los mulatos, un sector de grandes propietarios blancos trató de hacer un acuerdo con ellos, ofreciéndoles participación política en las asambleas locales y la posibilidad de casarse con blancas.
Se produjo entonces la siguiente paradoja: de criollos que desconocían el poder central del imperio colonial, en pos de la autonomía política, pero que objetivamente jugaban un papel contrarrevolucionario al oponerse a las medidas progresistas e igualitarias proclamadas por el gobierno republicano surgido de la Revolución Francesa. Más todavía, la sacarocracia planteo sin embargo su decisión de formar el Partido Realista para luchar por el restablecimiento de la monarquía, que se resistía a morir en la Francia de la Vendée. Al comentar las acciones contrarrevolucionarias de los plantadores de Saint-Domingue, Jean Jaurés decía: “Desde 1789, la gran isla de Santo Domingo fue como una Vendée burguesa, capitalista y esclavista.” (18)
La segunda paradoja fue que los esclavócratas, viéndose perdidos y carentes de fuerzas, tuvieron que recurrir al apoyo de sus esclavos, prometiéndoles reducir las jornadas de trabajo, en nombre del Rey. De este salto al vacío ni siquiera alcanzaron a arrepentirse, porque pronto se iniciaba la gran rebelión negra que iba a terminar con sus cabezas.
La revolución social de los esclavos
Los esclavos, que hasta ese momento estaban a la expectativa, aprovecharon las contradicciones entre los blancos y entre éstos y los mulatos. Con sapiencia táctica, al servicio de su estrategia de liberación, aceptaron el ofrecimiento de sus amos, que era lo más tangible, pues no se tenía ninguna noticia de Francia sobre la abolición concreta de la esclavitud. Se dio, así, la tercera gran paradoja: que los esclavos lucharon por un tiempo junto a sus amos, a favor de la monarquía.
La insurrección negra fue iniciada por Boukman, esclavo originario de Jamaica, en la rica y poblada zona norte de la isla. Esa noche, en medio de danzas y del ritual Vodú, recitó en “creole”: “El Dios de los blancos ordena el crimen! el nuestro solicita acciones! Pero ese Dios que tan bueno (el nuestro)! nos ordena la venganza.! El va a conducir nuestros brazos! y darnos asistencia.! Destruyamos la imagen del Dios de los blancos! que tiene sed de nuestras lágrimas! escuchemos en nosotros mismos/el llamado de la libertad.(19)
A la rebelión de Boukman, acompañado por Jean François y Biassou que arrasó con ingenios y cafetales, pronto se sumo Toussaint Louverture, descendiente de familia negra esclava, liberto, curandero de campo y cochero; de vasta cultura pues conocía a Plutarco y otros clásicos griegos, las teorías humanistas del abate Reynal y estaba informado de los avances de la “Société des Amis des Noirs’’ ,integrada por Mirabeau, Condorcet y otros humanistas que bregaban por el término de la trata de negros.
La insurrección ganó nuevos líderes con la incorporación de Jean Jacques Dessalines, antiguo esclavo, carpintero, y Henri Christophe, camarero negro de un hotel de la isla. Pronto se generalizaba y consolidaba en la parte norte, donde existía la mayor concentración de esclavos. Un documento enviado a las autoridades francesas, manifestaba alarmado: “Cien mil negros se han sublevado en la parte norte; más de doscientas haciendas “(20)
Los curas se dividieron: unos, a favor de los blancos; y otros, junto a los negros, entre ellos el abate de la Haya, cura de Dondon, y los padres Sulpice y Phillipe, quienes colaboraron con los revolucionarios negros en la redacción de documentos y proclamas. A la acción de los curas de avanzada, se sumaba la influencia del Vodú, que agitaba a los negros, “exaltando su
acometividad y audacia por medio de amuletos y objetos religiosos, Los que caían en los com-bates, morian sin pensar, con la esperanza de revivir en Africa.”(21)
La insurrección negra, combinada con la rebelión de los blancos monárquicos, llevaba ya cerca de dos años cuando en 1793 llegaron Comisionados del gobierno francés para pacificar la isla, ratificar las leyes a favor de los hombres libres de color y reprimir la insurrección de los negros. Entonces, los esclavos redoblaron su oposición al gobierno republicano, que quería perpetuar su miserable condición. Por su parte, la sacarocracia realista enfrentó abiertamente a dichos comisionados, desencadenando una guerra que produjo graves pérdidas en el Cabo, la ciudad más importante de la isla.
Cuando llegó la noticia de la ejecución del rey Luis XVI y el consiguiente estallido de la guerra de Inglaterra y España contra Francia, “los blancos de .todos los partidos cesaron de combatirse y se coligaron para entregar el territorio al extranjero.”(22) Los españoles de la parte este de la isla entregaron víveres y armas a los negros, con el objeto de enfrentar el desembarco de los ingleses. Un nuevo ingrediente se agregaba al ya multifacético proceso de esta colonia francesa: una guerra internacional.
Ante la perspectiva de una irremediable derrota, los Comisionados del gobierno republicano francés solicitaron el apoyo de los esclavos, prometiéndoles la libertad. Un sector de negros acudió al llamado, pero otro se mantuvo transitoriamente al lado de los monárquicos. Los mulatos, a su vez, estaban entre dos fuegos porque como dueños de esclavos no les convenía la medida abolicionista, pero por otro lado respaldaban la República por haberles concedido el derecho a voto y formulado otras promesas igualitarias.
Con el objeto de definir drásticamente una situación que se hacia insostenible, los Comisionados decidieron decretar la abolición de la esclavitud el 29 de agosto de 1793, medida ratificada seis meses después por la Convención de la Primera República francesa, entonces liderada por Robespierre. En marzo de 1794, los esclavos dirigidos por Toussaint se pasaron a las filas republicanas, sin renunciar a la lucha por la independencia política. El delegado francés en Saint-Domingue, Polvérel, escribía alborozado: ‘Toussaint Louverture, uno de los tres jefes de los africanos realistas coligados con el gobierno español, ha conocido al fin sus verdaderos intereses y los de sus hermanos, ha sentido que los reyes jamás podrían ser amigos de la libertad y de la igualdad. Combate ahora por la República al frente de un fuerte ejército.”(23)
Se demuestra así que la posición de Toussaint de apoyar a uno u otro sector de blancos —o mejor dicho, de aprovecharse de la pelea entre blancos— estuvo siempre motivada por un objetivo estratégico: la liberación de sus hermanos negros. Años después, el delegado francés Laveaux opinaba sobre Toussaint “no peleaba más que por la libertad de los negros; se le había dicho que sólo un rey podía conceder esta libertad general. Cuando, en esa época, yo pude pro-barle que la Francia Republicana concedía esta libertad, él se colocó bajo el pabellón tricolor.”(24)
Paralelamente, los mulatos en su gran mayoría continuaban apoyando a la administración colonial, ahora remozada y barnizada con las ideas Grabado del rey henri I Christophe de una metrópoli republicana y, por momentos, jacobina y plebeya. Los mulatos, dirigidos por Bauvais, Rígaud, Petion y Villate lograron rechazar la invasión inglesa en el sur y oeste de la isla. En compensación por estas acciones, los comisarios franceses, Sonthonax y Polverel, delegaron el mando de la ciudad del Cabo a Villate, quien logró de este modo atraer a esa zona a gran parte de los mulatos de Saint-Domingue. Cuando Laveaux, Gobernador general de la isla, partidario de Toussaint, quiso controlar el poder de Villate, los mulatos lo apresaron. Entonces, comenzó un nuevo proceso en el ya complejo escenario de la revolución haitiana: una violenta hacha de clames entre negro, y mulatos que adquirió los caracteres de guerra civil. Aunque este enfrentamiento tuvo matices étnicos, la contradicción principal fue clasista, porque los mulatos eran en su mayoría propietarios de plantaciones y aspiraban a seguir explotando a los esclavos, mientras que estos hablan roto con un pasado que se resistía a morir.
En marzo de 1796, Toussaint, apoyado por Dessalines, se puso al frente de un poderoso ejército que aplastó rápidamente a Víllate, liberando al gobernador Laveaux, quien nombró a Toussaint como segunda autoridad de la isla. Varios mulatos, entre ellas Villate, fueron deportados, mientras otros, liderados por Rígaud, continuaron oponiéndose al Gobernador,
sobre todo en la zona sur, y protestando por la designación de un negro, como Toussaint, en tan alto cargo.
El ejército mulato, que se componía de unos 8.000 hombres, cometió una masacre de negros, que obligó a Toussaint a reiniciar la ofensiva, aplastando nuevamente a Rigaud.(25) En febrero de 1799 volvió a estallar la guerra civil entre negros y mulatos, que no fue una guerra por el color de la piel, sino por profundas contradicciones de clase. “Tanto Rigaud como Toussaint negaron vigorosamente que la guerra tuviera un carácter racial. ‘‘(26)
Petion reforzó el ejército mulato de Rigaud, pero Toussaint, Dessálines, Christophe y otros jefes lograron un triunfo decisivo el 1º de agosto de 1800. Miles de mulatos huyeron a Cuba y Francia, facilitando sin proponérselo la tarea de Toussaint. Los blancos habían sido exterminados u obligados a salir fuera del país: “En Filadelfia, Baltimore y New York se
contaban más de 10.000(...) otros se habían puesto a salvo en Francia, Louisiana y Antillas.”(27)
Sin embargo, los blancos monárquicos no cejaban en sus propósitos, que ya no se limitaban a la restauración de la reyecía, sino que también aspiraban a derrotar al ejército negro para reimplantar las relaciones esclavistas de producción en sus antiguos ingenios. Para llevar adelante ese plan contrarrevolucionario, reafirmaron su decisión de entregar la isla a Inglaterra con la condición de obtener ayuda militar. Los británicos, que estaban en guerra con Francia, Otorgaron prestamente la colaboración. Más aún, se pusieron al frente de una escuadra con miles de soldados, que invadieron la isla por la parte occidental. Las tropas inglesas, comanda-das por almirantes que habían derrotado a la “Invencible” y a los batallones españoles y franceses, fueron aplastados por la capacidad militar y el odio ancestral de 48.000 negros, comandados por Toussaint.
Fue una guerra internacional —nuevo factor que se entrelazó con otros en el proceso haitiano— que demostró la entereza y habilidad de un pueblo oprimido, capaz de derrotar a la potencia naval más importante de la época. Una guerra internacional en la que también participó España, junto a Inglaterra, tanto para derrotar a la Francia Republicana como para restaurar el régimen esclavista de una isla que podría contagiar al resto de las colonias, también sometidas a las relaciones de producción esclavistas. Los ingleses tenían mucho que perder en Jamaica, Bar-bados y otras islas antillanas, si sus esclavos imitaban el ejemplo de Saint-Domingue. El mismo riesgo corrían los españoles en Cuba, Puerto Rico, Venezuela y otras colonias, cuyas riquezas se basaban en el trabajo esclavo. Ni qué decir de Portugal que se apropiaba del plusproducto que generaban los indios del Brasil.
Por consiguiente, estas potencias internacionales se coaligaron para tratar de aplastar la revolución anticolonial social más relevante de esa época y una revolución de carácter social como la francesa. Pero mientras ésta respetaba —dentro de sus profundos cambios— la pro-piedad privada, los esclavos cristianos estaban liquidando, por primera vez en la historia, las relaciones de propiedad.
Los imperios coordinaron su acción en un intento desesperado por ahogar en sangre la revolución social de los esclavos. Por el lado este de la isla estaban las tropas españolas acantonadas en la colonia de Santo Domingo, a pesar del Tratado de Paz con Francia (1797), alarmadas por la posibilidad de extensión del proceso revolucionario. El gobernador español de Santo Domingo, Joaquín García, sostenía que Toussaint quería propagar la revolución “a Jamaica, Cuba y al seno mexicano.”(28)
Los ingleses invadieron por el lado oeste, tratando de ganar el apoyo de un sector de los mulatos. Pero se encontraron con tropas tan disciplinadas como las que comandaba Whitelocke, el mismo que más tarde dirigiera la invasión inglesa del Río de la Plata. En menos de una semana, Dessalines y Morner “tomaron por asalto siete campamentos fortificados de los ingleses. Estos evacuaron completamente los distritos del Oeste a cambio de la protección de las vidas y propiedades de los habitantes franceses que se encontraban bajo la dominación británica.(29) Toussaint, ahora apoyado por el mulato Rigaud, inició la ofensiva final. En enero de 1798 los ingleses se batían en retirada ante la arrolladora campaña del ejército negro, pidiendo clemencia no obstante las atrocidades que habían cometido contra la población. El 31 de agosto de ese mismo año se firmaba la paz entre Toussaint y el general inglés Maitland, sobre la base de la evacuación total de las tropas invasoras, que en un comienzo creyeron haber
sido enviadas a un paseo militar en aquella isla de negros. El paseo les costó miles de hombres muertos y heridos y una pérdida de 5 millones de libras esterlinas, según el investigador inglés Fortescue en su libro History of the British Army(30), en una guerra que se prolongó cerca de cinco años.
Toussaint de Lourverture y el primer gobierno de ex-esclavos
Toussaint emergió de la guerra contra los ingleses como un líder nacional y social, que no sólo había derrotado a un ejército invasor extranjero sino también consolidado la libertad de los esclavos, que constituían al 90% de la población de Saint-Domingue. Nunca proclamo formalmente la independencia política, pero las iniciativas autonomistas tomadas por Toussaint convirtieron de hecho a Saint-Domingue en un país independiente, hecho que pronto suscitó la intervención armada de la metrópoli francesa.
Toussaint impuso medidas de emergencia para reorganizar la economía devastada por una década de guerra y, al mismo tiempo, una política económica de largo alcance que permitiera remontar la grave crisis del país que nada. Para solucionar el problema inmediato de la hambruna, solo recurrió a una regresiva forma de producción heredada de la colonia, dictando un decreto que hacia obligatorio el trabajo de los ex-esclavos en sus antiguas plantaciones, para lo cual hizo un llamado a ciertos propietarios blancos en un contradictorio y retrógrado intento de conciliación nacional de clases. En la base de esta actitud de Toussaint estaba su carácter de líder de los libertos que, antes del estallido revolucionario hablan constituido una capa intermedia entre los esclavócratas y los esclavos. De ahí también sus vacilaciones políticas ante el pedido francés y su falta de decisión para reclamar formalmente la independencia política.
Toussaint no permitió que se parcelaran las grandes plantaciones, con el fin de que los campesinos trabajaran allí por la alimentación y un cuarto del producto de la cosecha. Las otras partes del sobreproducto social se la apropiaban los propietarios de los ingenios y el Estado. En la política económica de Toussaint, el Estado jugaba un papel relevante en la producción, práctica novedosa en aquella época librecambista del “dejar hacer, dejar pasar”.
Los ex-esclavos quedaron adscritos a las antiguas propiedades donde hablan trabajado, pero ahora en calidad de campesinos libres. Se abrió así una fase de transición entre el modo de producción esclavista y un capitalismo incipiente, caracterizado por el papel dinámico del Estado en la economía y un sector de propietarios blancos y mestizos que daban trabajo a campesinos que percibían una forma de salarios en especies, evaluado en la cuarta parte de la producción total por ingenio o empresa. Otra relación de producción impuesta por Toussaint fue el arrendamiento de tierras por los ex-esclavos.
La venta de tierras debía hacerse con previa autorización de los municipios para evitar la subdivisión incontrolable de los grandes ingenios azucareros, proceso que podía conducir a la brusca disminución de la producción y a la proliferación de minifundios improductivos.
Se ha criticado a Toussaint por haber hecho concesiones a un sector de propietarios blancos y por imponer el trabajo obligatorio de los campesinos.
El hecho objetivo es que bajo Toussaint el trabajo fue reglamentado y hasta vigilado militarmente, pero pagado en un monto igual a la cuarta parte del producto de la hacienda. Esta forma de pago ha sido calificada por algunos autores como relación servil o feudal de produc-ción, tesis que tampoco compartimos porque los propietarios del ingenio o el Estado no eran sellares feudales ni exigían a los campesinos un trabajo servil no remunerado.
De todos modos, se se reiniciaron en el norte.”(31) En 1800, ya estaban en plena producción algunos rubros fundamentales de exportación, como lo demuestra el siguiente cuadro comparativo.fue generando una elite militar de negros y mulatos que lentamente se iba apropiando de parte del excedente por vía de la centralización económica del Estado. Toussaint tampoco pudo liquidar los latifundios en manos de los grandes propietarios blancos y mulatos. Su objetivo inmediato era reconstruir la economía sobre las cenizas dejadas por el conflicto armado.
En medio de la guerra social e internacional, Toussaint procuraba mantener ciertos niveles de producción, prohibiendo el pillaje y la devastación. “Los ingenios de los campos del Cabo notablemente trabajaban bien. Cuarenta y ocho fueron en 1797 valorados al precio de 545.050 libras por año (...) Los comerciantes reabrieron sus establecimientos y almacenes y los negocios

se reiniciaron en el norte.”(31) En 1800, ya estaban en plena producción algunos rubros fundamentales de exportación, como lo demuestra el siguiente cuadro comparativo.

Azúcar bruto
1789
1800
93.573.300 libras
62.382.200 libras
Azúcar terre
47.516.331 libras
31.677.688 libras
Café Algodón índigo
76.835.219 libras 7.004.274 libras 758.628 libras

El periódico francés, “Press”, admitía que “más de treinta millones de productos colonialistas, almacenados o en plena recolecta, testimoniaban la buena administración de Toussaint.”(32) En síntesis, Toussaint fue capaz de levantar con el esfuerzo de sus hermanos negros al país de la ruina de un decenio, aproximándose en algunos rubros a los dos tercios y en otros a más de la mitad de lo producido en el momento de auge de la economía colonial.
La liberación de los esclavos se propaga a Santo Domingo español
Casi al final del siglo XVIII, el Santo Domingo español era sacudido por una rebelión de esclavos, fuertemente influenciados por los sucesos de la parte francesa de la isla. A cinco años del levantamiento de Toussaint, en diciembre de 1795’, los esclavos de la colonia española comenzaron a rebelarse. En octubre de 1796, doscientos esclavos de la principal hacienda, “el llamado ingenio de Roca de Nigua, propiedad de don Juan de Oyarzábal, se levantaron en armas haciendo huir a su propietario, destrozando e incendiando los cañaverales y los edificios. y matando los animales que encontraron.”(33)
El ejército colonial, reforzado con un contingente de Puerto Rico, masacró centenares de esclavos; el resto se atrincheró “aprovechando las fortificaciones del ingenio contra los piratas. Es significativo que, como en años posteriores, fueron esclavos de plantaciones los que se rebelaran intentando extender el proceso de Haití.”(34) Esto demuestra que las condiciones estaban preparadas para que los esclavos de la colonia española recibieran con entusiasmo a sus hermanos de la parte francesa recién liberados, hecho que comenzaba a rumorearse luego del Tratado de Basilea (1795), por el cual España había cedido Santo Domingo a Francia.
Los opositores a este Tratado eran los esclavócratas, la burocracia colonial española y los comerciantes. Los comisionados franceses tampoco querían que se aplicara de inmediato porque temían que la revolución social negra tomara el poder en toda la isla. Ante un pedido de Toussaint para que se pusiera en práctica el Tratado de Basilea, los delegados franceses se negaron: “el gobierno francés no quería que los negros de Saint Domingue pasaran a la parte es-pañola encabezados por Toussaint, quien de una manera u otra se las ingeniaría para consolidar también su jefatura en esta parte de la isla y sería más difícil todavía arrancar de sus manos un liderazgo que, aunque ejercido en nombre de Francia, resultaba inconveniente para los planes imperiales de Napoleón Bonaparte y la burguesía francesa. Tanto Roume como el general Antonio Chanlatte. quien quedó en Santo Domingo en su lugar como Comisionado francés, tenían órdenes de no ocupar la parte española a menos que no fuese con tropas especialmente enviadas desde Francia para ello.”(35)
Así se dio el caso paradójico de que los Comisionados franceses se enfrentaron militarmente a quienes querían llevar a la práctica el Tratado de Basilea que favorecía a Francia. Cuando Toussaint dio un paso más en pos de la liberación de los esclavos, organizando una expedición para tomar posesión de La parte española de la isla, en nombre de Francia, se encontró con que los primeros enemigos eran los franceses, liderados por Chanlatte y Kerverseaux, al frente de 900 hombres.
En enero de 1801, Toussaint ocupó Santo Domingo, decretando de inmediato la abolición de la esclavitud. El grueso de la clase dominante huyó a Venezuela, Cuba y Puerto Rico, a pesar de que Toussaint en su primera proclama garantizó la vida de todos los habitantes, instándolos a volver a sus trabajos habituales. El esclavócrata Gaspar de Arredondo y Pichardo, escribió en su Memoria de 1805: “El negro Toussaint hizo publicar un indulto para que se restituyesen a sus hogares, prometiéndoles seguridad y protección del gobierno. Con esto ya poco a poco fueron volviendo los vecinos a ocupar sus casas.”(36) A continuación destilaba su resentimiento: “En un baile que dieron para celebrar la entrada de Moyse, antes de la venida de la armada francesa. se me hizo la gran distinción por el bastonero de sacarme a bailar con una negrita esclava de mi casa, que era una de las señoritas principales del baile, porque era bonita, y no tuvo otro título ni otro precio para ganar su libertad, que la entrada de los negros en el país con las armas de la violencia (...) En ese gobierno el primero de los delitos era ser blanco y haber tenido esclavos.
Toussaint implementó un plan de emergencia, decretando que el peso fuerte español pasara de ocho reales a once; obligó a los habitantes a trabajar en sus antiguas tierras, limitando la parcelación de las haciendas, como había propuesto en Saint Domingue. Puso énfasis en los cultivos de exportación, eliminando todos los impuestos de exportación establecidos por el Estado colonial español. Al decir de Moya Pons: “la política agraria de Toussaint tendía a erradicar el sistema laboral tradicional dominicano.”(38)
Después de suplantar los Cabildos por los municipios. Toussaint “se retiró por Azua y San Juan colmado de las bendiciones de los dominicanos, sensibles entonces a sus beneficios como más tarde lo fueron a las crueldades de Dessalines y a las perfidias y vejaciones de Boyer. Así se estableció en este territorio bajo la bandera francesa la dominación ‘del primero de los negros’ como él mismo se apellidaba.”(39)
A su vez, el gobernador de Santo Domingo, Joaquín García, comunicaba al Rey el 24 de febrero de 1801, desde el exilio en Maracaibo, que los pueblos se intimidaron ante Toussaint, “se fueron entregando sucesivamente. El alentó su marcha siempre adelante sin esperar recon-venciones, y aunque se le opuso alguna resistencia de que resultó alguna sangre, no pudo ser sino con respecto a una cortisima guarnición y ningún apoyo del País que sólo aspiraba a asegurar sus posesiones de la rapacidad de una negrada que así lo ofrecía (...) Cada día se propagaban más y más sus pretensiones (...) alargó sus ideas hasta comprender todos los caudales del Rey, libros y papeles, siempre con apariencias de violencia, pero prestándose a condiciones regulares para lograrlo; en términos que a cada cuerpo, y aun a mi mismo me fijó el día de salir porque convenía, antes de que se alterase la buena inteligencia (...) según me ofreció el Negro, si es que puede esperarse de él cumplimiento de cosa alguna.”(41)
Estos documentos, además de expresar el odio y la discriminación racial de los blancos respecto del “negro y la negrada”, muestran claramente que el ejército de ex-esclavos derrotó de manera aplastante a las fuerzas españolas, respaldadas por los generales franceses, y al mismo tiempo la capacidad de Toussaint para reactivar la producción de la zona española ocupada por sus huestes, en colaboración con los esclavos y demás explotados de esa parte de la isla.
Toussaint reorganizó, con gran visión de estadista, la Administración de la isla unificada. Normalizó las finanzas y organizó una policía marítima para combatir el contrabando. Quebró de facto el monopolio francés al estimular el libre comercio con Inglaterra y, sobre todo, con Estados Unidos, aspiración largamente acariciada por los colonos. Abrió escuelas para educar a sus hermanos ex-esclavos. Hizo un monumento conmemorativo de la abolición de la esclavitud. Se preocupó de garantizar la tolerancia religiosa. Y dio los primeros pasas para fomentar la in-dustria nacional.
El 9 de julio de 1801 convocó una Asamblea Constituyente, que aprobó la primera Constitución de la isla unificada. Al refrendar esta Constitución, que lo nombro Gobernador vitalicio, sin consultar a Francia, Toussaint estaba de hecho implantando la autonomía política,
aunque no lo declarara de modo expreso. De ahí, a la independencia política no faltaba más que la proclamación formal de la ruptura del nexo colonial.
La invasión de las fuerzas napoleónicas
La respuesta colonialista no se hizo esperar. En I 802, en representación del gobierno francés, Napoleón envió una poderosa expedición integrada por 86 barcos y cerca de 30.000 veteranos de guerra, a los cuales pronto se sumaron otros 20.000 hombres, al mando de su cuñado, el general Carlos Victor Manuel Leclerc.
El ataque de Napoleón a Santo Domingo francés y español formaba parte de un vasto plan de dominio de otras islas antillanas, el sur de los Estados Unidos y México. España había cedido la Louisiana a Francia, hecho que inquieté al Presidente de Estados Unidos, Jefferson, quien notificaba a Livingston, ministro norteamericano en París: “La cesión de la Louisiana y ambas Floridas que España le hace a Francia afecta muy gravemente a Estados Unidos. En el globo no hay sino un punto cuyo poseedor es nuestro enemigo natural y habitual. Hablo de Nueva Orleans, por donde la producción de las tres octavas partes de nuestro territorio tiene necesariamente que pasar para llegar a los mercados”. (41)
Napoleón pretendió hacer creer a los ingleses que la expedición a Santo Domingo era en interés no sólo de Francia sino también de Gran Bretaña. En nota de Talleyrand, dictada por Bonaparte, se decía: “Haga saber a Inglaterra que en la resolución que he tomado de aplastar en Saint Domingue el gobierno de los negros, me he guiado menos por consideraciones de comercio y finanzas que por la necesidad de ahogar en todas partes del mundo toda especie de inquietud y desórdenes (...) la libertad de los negros, reconocida en Saint-Domingue y legitimada por el gobierno francés, sería, en todos los tiempos, un punto de apoyo para la República en el Nuevo Mundo. En ese caso, el cetro del nuevo mundo caería tarde o temprano en manos de los negros; la sacudida que resultaría para Inglaterra seria incalculable, mientras que la sacudida del imperio de negros, relativamente a Francia, se confundiría con la revolución”. (42)
El general Leclerc se posesioné de las costas, mientras el Ejército haitiano se retiraba ordenadamente al interior. La táctica de Toussaint “consistió en eludir toda batalla campal, en quemar el suelo bajo las propias plantas del enemigo y en atraerlo a los lugares donde la disposición topográfica del terreno significaba alguna ventaja para la defensa... predominé en todo el país la táctica de las guerrillas”. t43> No obstante el apoyo de los jefes mulatos Rigaud, Petion, Villate y Jean Pierre Boyer al ejército invasor, las milicias de los libertos batieron ampliamente a las tropas napoleónicas que se habían paseado triunfalmente por Europa. Toussaint cometió el error de negociar. Pronto Leclerc le tendió una celada y lo hizo prisionero, deportándolo a Francia, donde murió en las montañas del Jura el 7 de abril de 1803.
Leclerc restauró la esclavitud, hecho que motivó una masiva reacción de los negros. Los mulatos ricos apoyaron al principio a Leclerc, pero pronto comenzaron a dudar, sobre todo de sus métodos de exterminio. Las atrocidades cometidas por estos adalides de la “civilización europea” fueron peores que las de los conquistadores españoles, como lo atestigua un militar francés de la época, Lemonnier Delafosse: “Fusilamientos, anegados, ahorcamientos, autos de fe, víctimas que se entregaban a los perros para que los devoraran, tales fueron los medios que se creyó deber emplear para someter al país (...) Muy pronto llegó su turno a los negros para vengarse. Después de nuestra salida, todos los blancos que quedaron fueron degollados; y las atrocidades que se habían cometido allí eran suficientes para legitimar las venganzas (...) Es preciso haber estado en guerra para conocer su audacia” .(44)
El terror y los crímenes cometidos por Leclerc no hicieron más que incrementar el odio al invasor francés. Miles de ex-esclavos y otros sectores de la población se incorporaron activamente a la resistencia.
Jean Jaeques DESSALINES se puso al frente del ejército de los libres, reemplazando la bandera francesa por otra azul y roja con el lema “Libertad o Muerte”. A medida que avanzaba, repartía tierras. Sus principales lugartenientes eran Christophe y Belair. Además fue muy dúctil para lograr el apoyo de un fuerte sector de mulatos, pues no sólo luchaba por la liberación de los
esclavos sino también por un gran proyecto político: la independencia nacional, en la cual también estaba interesado un grueso sector de mulatos.
La mayoría de los historiadores magnífica la epidemia que sufrió el ejército francés con el fin de minimizar el avance del ejército negro. Sin dejar de considerar la importancia de la epi-demia, en la cual pereció Leclerc, creemos que la derrota del ejército napoleónico fue en último análisis el resultado del enfrentamiento con un ejército superior en moral y en táctica militar. El 29 de noviembre de 1803, Rochambeau tuvo que capitular en toda la linea. Las invictas tropas napoleónicas habían perdido en los campos de batalla de esa pequeña isla de las
Antillas, más de 62.000 hombres y 225 millones de libras esterlinas. Los tan menospreciados y discriminados negros habían batido sin apelación a los mejores espadas del Estado Mayor del Ejército de Napoleón.
La proclamación de la Independencia
Después de la invasión napoleónica se cancelé la fase de las conciliaciones con la administración francesa. Victoriosos en una guerra de liberación, entrecruzada con la guerra social y étnica, sólo faltaba la declaración formal de ruptura con la metrópoli. Consciente del paso histórico que iba a dar, Dessalines proclamé el 1º de enero de 1804 la independencia política de Saint-Domingue, a la que bautizó con el nombre de Haití, primer país independiente de América Latina. Por eso, el inicio de la revolución por la independencia no comienza en 1810, como se ha repetido falsamente, sino el primer día del año nuevo de 1804.
La Constitución aprobada el año siguiente estableció que “ningún blanco, sea cual fuere su nacionalidad, pisara este territorio con el titulo de amo o de propietario ni podrá en lo porvenir adquirir propiedad alguna. Art. 13: El articulo precedente quedará sin efecto así con respecto a las mujeres blancas que han sido naturalizadas haitianas por el gobierno como con respecto a los hijos que de ellas han nacido o están por nacer. Art. 14: Los haitianos serán tan sólo conocidos bajo la denominación genérica de negros”. (45) El articulo 1º de esta Constitución, aprobada el 20 de mayo de 1805, expresaba claramente la decisión de consolidar la unificación de la isla: “El pueblo que habita esta isla llamada Santo Domingo ha convenido que formará un Estado libre, soberano e independiente de cualquier otra potencia del universo y se llamará el Imperio de Haití”. (46) Se estableció, asimismo, que el mal de Haití era el color blanco, como expresión de repudio a la explotación centenaria de los esclavócratas.
Dessalines se propuso desde cl primer momento extender a Santo Domingo la influencia de la revolución social haitiana. Cuando las tropas francesas evacuaron a principios de 1804 las ciudades de Santiago, La Vega y Cotuí, el gobierno haitiano las incorporó de inmediato. Dessalines impuso un millón de pesos de contribución a los propietarios, medida que provocó la fuga masiva de los esclavócratas a Cuba, vía Puerto Plata.
El objetivo de Dessalines era expulsar definitivamente a los franceses, que al mando del general Ferrand controlaban Santo Domingo. Aunque esta decisión se tomó con retardo, la estrategia era correcta por cuanto la existencia de tropas francesas en una región tan cercana podía poner en peligro la independencia de Haití. El general Ferrand había ordenado tomar prisioneros a los niños negros menores de 14 años, con el fin de exterminar la raza africana.
En su proclama del 8 de mayo de 1804 a los habitantes de la parte española, Dessalines manifestaba: “Para mayor prueba de mi solicitud paternal en los lugares sometidos a mi autoridad, no he nombrado jefes sino a hombres tomados y escogidos de entre vosotros mismos”. (47) Poco después, Dessalines, junto con Petion y Christophe, atravesaron la isla hasta poner sitio a Santo Domingo. (48) Luego de tres semanas, tuvo que retirarse ante la presencia de una flota francesa que amenazaba con invadir también las costas haitianas. En su alocución al pueblo, en la que rendía cuentas de su expedición a Santo Domingo, reafirmaba su decisión de luchar por la unificación de la isla: “resolví ir a apoderarme de la porción integrante de mis Estados y borrar allí hasta los últimos vestigios del ídolo europeo. En consecuencia, una fuerza armada fue desplazada contra la parte española. Nuestra marcha fue rápida, y nuestros pasos fueron señalados por otros tantos éxitos felices (...) En cualquier punto que el destino de este país haga un llamado a mí firmeza, recibiréis de mi el ejemplo de vivir o de moriF como hombres libres (..) Y si fuere necesario perecer víctimas de la más justa de las causas, dejamos
tras nosotros cl honroso recuerdo de lo que puede la energía de un pueblo que lucha contra la esclavitud, la injusticia y el despotismo. (49)
Dessalines nacionalizó los bienes de los colonos franceses, colocándolos bajo la administración del Estado, con lo cual se convirtió en el primer gobernante de América Latina en nacionalizar la tierra y otorgar un papel relevante al Estado en los asuntos económicos.
El Estado quedó encargado de distribuir la tierra entre los antiguos esclavos. “Es cierto que Dessalines no pudo conseguir este reparto efectivo de las tierras a todos, pero si se considera la época en la cual fueron emitidas sus concepciones económicas es preciso elogiar el genio intuitivo y práctico de este revolucionario. El papel asignado a la Administración de los Dominios era la forma más avanzada, concebible en la época, de la intervención del Estado en la vida económica”. (50)
En síntesis, Toussaint y Dessalines llevaron adelante la revolución social más trascendente de la América Latina del siglo XIX fundaron la primera nación de nuestro continente y se con-virtieron en los primeros gobernantes en liberar a los esclavos y nacionalizar la tierra.
NOTAS
(1) Centro de documentación e Información sobre Haití: Petion-Bolívar, p. 5 Caracas, 1981.
(2) Prólogo de Franklin J. Franco al libro de JOSE LUCIANO FRANCO: Historia de la Revolución de Haití, Editora Nacional, Santo Domingo, 1971.
(3) AMERICO LUGO: Historia de Santo Domingo. Edad media de la Isla Española. Desde 1566 hasta 1608, Santo Domingo, 1952.
(4) EMILIO CORDERO MICHEL: La Revolución Haitiana y Santo Domingo, p 22. Santo Domingo, 1968.
(5) Citado por FRANK MOYA PONS: Manual de Historia Dominicana, p. 122, Univ. Católica, Santo Domingo, 1977.
(6) L. FRANCO: op. cit. p. 147.
(7) Ibid. p. 147.
(8) Ibid, p. 98
(9) JAMES G. LEYBURN: El Pueblo Haitiano, Buenos Aires, 1946
(10) J.L. FRANCO: op. cit. p. 161
(11) Ibid. p. 161
(12) Ibid, pp 137a41.
(13) Ibid, p. 171,
(14) JEAN PRICE-MARS: Ansi Parle l’Oncle. Essais d’ Ethnographie, Portau-Prince, 1928.
(15) GASTON MAR FIN: L’Ere des Négriers(1714-1774), París 1931.
(16) J.L. FRANCO: op. cit. p. 135.
(17) JEAN JAURES: Historia Socialista de la Revolución Francesa. Tomo II, Buenos Aires, 1946.
(18) Ibid.
(19) J.L.. FRANCO: op. cit. p. 208.
(20) J.L. FRANCO: Documentos para la Historia de Haití, Archivo Nacional, La Habana. 1954.
(22) Ibid, p. 228
(23) HORACE PAULEUS SANNON: Historie de Toussaint-Louverture, Portau-Prince, 1938.
(24) J.L. FRANCO: Historia (...) op. cit. p. 240.
(25) VICTOR SCHOELCHER: Vie de Toussaint-Louverture, París 1889.
(26) J.L. FRANCO: Historia (...) op. cit. p. 271.
(27) Padre A. GABON: Notes sur l’Histoíre Religicuse d’Haiti, Port- au-Prince. 1933.
(28) J.L.. FRANCO: Documentos... op. cit.
(29) J.L. FRANCO: Historia... op. cit. P 259.
(30)J.L. FRANCO: Historia... op. cit. p. 258
(31) Ibid. p. 252.
(32) Ibid, p. 293.
(33) FRANK MOYA PONS: op, cit p. 173.
(34) R. CASSA: op. cit. Tomo I p. 192.
(35) F. MOYA PONS: op. cit. pp. 187 y 188.
(36) GASPAR DE ARREDONDO Y PICHARD: Memoria de mi salida de la isla de Santo Domingo el 28 de abril de 1805, en Invasiones Haitianas de 1801, 1805 y 1822, Academia Dominicana de la Historia. Ed. del Caribe p. 129, República Dominicana 1955.
(37) Ibid, PP. 132 y I 34.
(38) E. MOYA PONS: op. cit, p. 194
(39)ALEJANDRO LLENAS: Invasión de Toussaint-Louverture, en Invasiones Haitianas... op cit. PP. 187 y 188. Ver también JUAN BOSCH: Composición Social Dominicana. pp. 118 a 120. Ed. Alfa y Omega, Santo Domingo. 1978.
(40) FRAY CIPRIANO DE UTRERA: Toussaint-Louverture aniquila el Batallón Fijo de Santo Domingo, en Invasiones Haitianas... op. cit. Pp. 228 y 229.
(41) CHARLES Y MARY BEARD: Historia de la Civilización de los Estados Unidos de Norteamérica, Buenos Aires, 1946.
(42) J.L. FRANCO: Historia... op. Cit. pp. 293 y 294.
(43) JEAN PRICE-MARS: La República de Haití y la República Dominicana, pp. 34 y35, Puerto Príncipe, 1953.
(44) R. CASSA: op. cit. tomo 1. p. 187.
(45) JEAN PRICE-MARS: La República.. -op. cit. p. 52.
(46) Ibid. p. 52
(47) J.J. DESSALINES: Proclama a los habitantes de la parte Española. Cuartel General del Cabo. 8 de mayo de 1804. en Invasiones Haitianas... op. cit. p. 97.
(48) ALONSO RODRIGUEZ DEMORIZI: Dessalines y la Independencia de Santo Domingo, en “Hélices” Santiago. Nº 6, noviembre 1934.
(49) J.J. DESSALINES: op. cit. pp. 105 y 108.
(50) EMILIO CORDERO MICIHEL: La Revolución Haitiana.. - op. cit p. 79.


CONSULTA:REVISTA TODO ES HISTORIA, Nº 245, Buenos Aires, noviembre 1987.

viernes, 23 de enero de 2009

El Nacimiento de una Nación-Parte 1

Nacimiento de Juan Pablo Duarte

Esta es la primera parte de un corto metraje dominicano realizado bajo la producción de Carlos German y La produccion general de Nandy Rivas. Es un recuento de como Juan Pablo Duarte y su organización la Trinitaria organizaron el proceso para liberar a la Republica Dominicana del yugo haitiano. Primera de dos partes.
Cultural
El cumpleaños de Juan Pablo Duarte
- por César Sánchez Beras

Un día 26 de enero de 1813 nace en la República Dominicana, Juan Pablo Duarte y Diez, uno de los 7 vástagos del comerciante español, don Juan José Duarte y la seybana doña Manuela Diez, matrimonio que vivía en la capital de lo que es hoy la República Dominicana.

Aunque el patricio nació bajo el periodo conocido como España Boba, ya en 1822, siendo aún un mozuelo, pasó a ser un ciudadano más, bajo el gobierno haitiano, que nos ocupó por 22 largos años.

Un viaje a Londres y a Barcelona, apadrinado por un comerciante de apellido Pujol, compadre de Don Juan José Duarte, pondría al joven patriota en comunicación con los movimientos románticos europeos y con los aires de libertad respirados por otros seres humanos.

Su regreso a la patria años más tarde, sería un verdadero choque emocional, al Juan Pablo ver la miseria y la opresión a que era sometida la antigua colonia española, constituida desde 1822 en un feudo haitiano. Bajo estas condiciones nace el espíritu nacionalista y libertador del dominicano más puro, en la fragua de esa afrenta, nace el deseo de ver su patria libre, deseo que más tarde aparecería en su ideario con la sentencia: “Nuestro país ha de ser libre de toda potencia extranjera o se hunde la isla”.

Fundación de la Trinitaria
La fundación de la Trinitaria el 16 de julio de 1838 en la casa de la madre de Juan Isidro Pérez, constituye uno de los mejores instrumentos políticos creado por los dominicanos. La inteligencia mostrada por Duarte en la configuración de las células que conformarían ese instrumento de lucha, fue un factor determinante en el éxito alcanzado por aquellos 9 patriotas, que signaron con sangre lo que 6 años más tarde sería la independencia nacional.

El uso de la educación tradicional o de la educación artística, como forma de cimentar el futuro de un pueblo, evidencia la clarividencia de Juan Pablo al ver en la preparación académica de las mayorías, la transformación colectiva que posibilita una vida más digna para sus conciudadanos este hecho sin precedentes en la actuación de un ente político dominicano, sólo ha sido emulado, salvando la debida distancia por su tocayo Juan Bosch y Gaviño, al tratar de educar a su pueblo desde una posición política partidista.

En la formación de la Trinitaria concurrieron 9 ciudadanos que respondían a los nombres de: Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, José María Serra, Félix María Ruiz, Juan Nepomuceno Ravelo, Benito González, Jacinto de la Concha, Felipe Alfau y su ilustre fundador Juan Pablo Duarte. De todos ellos solo El patricio y Benito González eran mayores de edad, puesto que algunos de ellos todavía usaban para entonces pantalones cortos, símbolo inequívoco de la adolescencia criolla.

Este dato curioso con relación a la edad de los conjurados trinitarios, le valió el mote de la “Revolución de los muchachos” Mote que esgrimido por los franceses, quería denotar que eran tan jóvenes que no tendrían éxito en tan magna empresa. Pero Duarte y sus compañeros demostraron con valor, entrega, devoción y fervor patrio, que la juventud puede y hace los grandes cambios de la humanidad, puesto que los espíritus frescos son los que llevan en sí la semilla del porvenir.

La fe de Duarte
La obra que el padre de la patria realizó para la nación dominicana, estaba presidida de una fe inconmovible, de una fe inmensa en los suyos, de una fe sin par, no solo en cantidad, puesto que su creencia era enorme, sino en calidad puesto que además de creer en su proyecto, hizo todo lo humanamente posible para la consecución de su ideal.

Sólo una fe como la duartiana pudo tener la certeza espiritual de creer en un país, que para el 16 de julio de 1838, no tenía más de 100 mil habitantes y algo más de 50 mil kilómetros cuadrados de extensión. Creer en un país que no tenía siquiera 20 mil familias, creer en un país que estaba incomunicado entre sí e incomunicado con el exterior, sin carreteras y sin vías de comunicación, creer de todo corazón en un país con ese panorama desolador, era fe profunda. Solo una fe sin límites en el destino de su raza, pudo pensar que aquello podía ser una nación independiente y soberana, y Duarte tuvo esa fe y hoy gracia a su ejemplo podemos llamarnos dominicanos. Con altas y con bajas, con ladrones y con próceres, con poetas y con tratantes de blancas, pero dominicanos.

Con himno, con bandera, con soberanía y también con dignidad.

Duarte a través de su pensamiento político
Además de su acción idealista de fraguar el sueño de la independencia, Duarte fue un hombre de acción política, practicidad y coherencia, con un proyecto de constitución, con grandes aciertos democráticos y con un pensamiento definido que constituye una conciencia de clase.

Como ejemplo de su pensamiento tenemos:

“Dios ha de concederme suficiente salud, corazón y juicio
hoy que hombres sin juicio ni corazón
conspiran contra la salud de la patria”.

“Por desesperada que sea la causa de mi patria
siempre será causa de honor
y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña
con mi sangre”.


A través de toda su vida, su ejemplo de trabajo al servicio de la patria, lo llevó a ocupar muchas funciones disímiles y desde todas ellas, brilló con honestidad y sano juicio su espíritu nacionalista y patriótico. El Duarte maestro, el Duarte músico, el Duarte contador, el Duarte comerciante, el Duarte dramaturgo, el Duarte tesorero, el Duarte fabricante de velas, El Duarte soldado, el Duarte poeta y sobre todo el Duarte soñador de imposibles, el hacedor de utopías, el constructor de realidades.

Ese muchacho fue el fundador de la nacionalidad dominicana.

Ese jovenzuelo que dijo un siglo después con el poeta Pedro Mir:

“ Si alguien quiere saber cual es mi patria
no la busque, no pregunte por ella
siga el rastro goteante por el mapa
con su efigie de patas imperfectas
no pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera
no la busque, ni alargue las pupilas
no pregunte por ella”


Ese mismo jovencito que dijo un siglo después en la voz del poeta sorprendido, Franklin Mieses Burgos:

“ Esta canción estaba tirada por el suelo
como una hoja muerte sin palabras,
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla”

Esa es la canción que debe entonarse en cada pecho henchido de dominicanidad. La canción de la entrega, la canción del deber cumplido, la canción de la honestidad gubernamental, la canción del respeto a lo ajeno, la canción de la fe inconmovible en los suyos, la canción que se entonó por última vez el 15 de julio de 1876 en Caracas, Venezuela y que de todos nosotros es la responsabilidad, de que él oiga desde los salones de la inmortalidad el eco sagrado de su canto.

Loor al patricio Juan Pablo Duarte y viva la Republica Dominicana.

Poema a Juan Pablo Duarte
- por César Sánchez Beras

Yo conocí a Juan Pablo
una tarde de fiesta,
cuando asomó a mi oído su sentencia de amor
con el timbre otoñal de su voz lastimera.

Sus ojos ya eran tristes,
como una solterona en un banco de parque,
con la tristeza sobria con que los pescadores,
levantan la mañana tendida en sus chinchorros,
en el húmedo canto marino de unos peces,
o el milagro fluvial que destilan las algas.

El acercó sus manos a mi frente de niño
con la ternura austera de una vieja nodriza,
enredó mis retozos en sus barbas maltrechas
y me contó sus viajes de pirata angelino.

Entonces yo era alegre,
quizás no como ahora
sino como una novia dormida en los balcones,
esperando el hechizo de la canción que abrevie
la pasión que su piel esconde con recelo.

Entonces yo no odiaba,
y escuché sus palabras
como un salmo pagano que desvela un misterio,
como luz que irrumpe en tinieblas de siglos,
cual torrente incendiario que nace entre las piedras.

De su voz salía el mar,
como un desfiladero de halcones insurrectos,
marea de águilas blancas o escuadrón de gaviotas,
como si de su boca naciera tierra y viento.
Adiviné en sus manos de bisoño alquimista
los galopees tortuoso del futuro del pueblo,
el Pambiche, la ceiba, el tambor del guloya,
el trapiche que muele la esperanza del negro.

Yo descubrí en su frente de nácar y estrategias
los senderos del llanto y la luz de los puertos,
la sangre del vencido, el perdón del injusto,
el festín del mendigo y la equidad del ciego.

Él dijo que la aurora
es el vaso común donde beben los hombres,
la savia que propicia la dicha verdadera.

Que el otro pecado original del hombre
era la ingratitud de no entender los sueños,
la terquedad del necio que busca entre las cartas
lo que solo es posible predecir en el trigo.

Como todos los magos tenía pocos amigos:
una espada oxidada, una Biblia en hebreo,
una carta de amor firmada por Bolívar,
y la efigie de Cristo desgastada y sin brillo.

Al terminar la fiesta,
me dijo con los ojos lo que su voz no quiso,
su orgullo de saberse soñador incansable,
su versión personal del libro Apocalipsis
y el dolor de marcharse para siempre al olvido.

yo conocí a Juan Pablo
una tarde de fiesta,
y desde entonces voy con su espada oxidada,
blandiendo luz y acero contra sus enemigos.

Consulta: Siglo 21







Juan Pablo Duarte y Diez

nació en la ciudad de Santo Domingo el 26 de enero de 1813, durante el período conocido como el de la "España Boba". Sus padres fueron Juan José Duarte, oriundo de Vejer de la Frontera en la provincia española de Cádiz, y Manuela Diez Jiménez, oriunda de El Seibo, hija a su vez de padre español y madre dominicana.

Luego de que las tropas del haitiano Toussaint L'Ouverture llegaron al país en 1801, tomando posesión de la ciudad de Santo Domingo, los Duarte salieron hacia Puerto Rico, residiendo en Mayagüez, Puerto Rico, donde ha debido nacer su hijo primogénito Vicente Celestino, pero hasta ahora no se ha encontrado constancia de ello. La familia regresó al país luego de terminada la guerra de la Reconquista en 1809, cuando el país volvió a ser colonia española.

Su padre trabajó tesonera y provechosamente en su negocio de efectos de marina y ferretería, único en su género en la ciudad de entonces, situado en la margen occidental del río Ozama, en la zona conocida con el nombre de La Atarazana. En esta época nacieron, además de Juan Pablo, dos de los cinco hijos llegados a mayores: Filomena y Rosa. Nacieron otros que murieron jóvenes: Francisca, Sandalia y Manuel.

El padre de Duarte murió en la. ciudad de Santo Domingo eI 25 de Noviembre del 1843, estando Duarte ausente del pais y su madre en Caracas en el 1858, durante el destierro que le impuso Santana, en unión de sus hijos.

Juan Pablo fue bautizado en la Iglesia de Santa Bárbara el 4 de febrero de 1813. Sus primeras enseñanzas las recibió de su madre y, más tarde, asistió a una pequeña escuela de párvulos dirigida por una profesora de apellido Montilla. De allí pasó a una escuela primaria para varones, donde desde muy temprano dio muestras de una gran inteligencia. Fue admitido más tarde en la escuela de don Manuel Aybar, completando sus conocimientos de lectura, escritura, gramática y aritmética elemental.

Siendo casi un niño recibió clases sobre teneduría de libros para pasar, ya adolescente bajo la tutoría del doctor Juan Vicente Troncoso, uno de los más sabios profesores de entonces. Con él estudió Filosofía y Derecho Romano, mostrando, una vez más, su gran deseo de superación y de amor por los estudios.

En 1828 o en 1829, con apenas quince años de edad, y acompañado del señor Pablo Pujols, comerciante ligado a su familia, sale vía Estados Unidos, Inglaterra, y Francia rumbo a España, radicándose en Barcelona, donde tenía parientes. Poco se conoce de Duarte durante su permanencia en España.

Para 1831 ó 1832 aparece de nuevo en Santo Domingo y trabaja en el negocio de su padre. Realiza una intensa vida social que le liga a importantes sectores de la pequeña burguesía urbana. Es testigo de matrimonios, apadrina bautizos y asiste a reuniones de carácter cultural. Esa viviencia de la sociedad es la que le permite percibir que existe un sentimiento patriótico que rechaza la presencia de los haitianos en el país. El mérito de Duarte, como patriota y como político organizador estriba, fundamentalmente, en que supo interpretar el momento histórico que vivía la sociedad dominicana de aquel entonces, renuente en sus capas más decisivas a aceptar la dominación haitiana. Para ese momento el gobierno de Boyer había envejecido y de un gobierno liberal y progresista, pasó a ser una dictadura con graves problemas económicos y resistencia interna en su territorio original.


Apegado a la lectura y ávido de conocimientos, traducía del francés al español, así como del latín. El 16 de julio de 1838, después de haber realizado una discreta labor de proselitismo, fundó la sociedad secreta "La Trinitaria". para que asumiera la responsabilidad de dirigir las actividades. Esta sociedad, que respondía a una estructura celular, tenía por lema "Dios, Patria y Libertad" y sus primeros miembros fueron Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandro Pina, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, José María Serra, Benito González, Felipe Alfau y Juan Nepomuceno Ravelo. Más adelante surgió otra sociedad "La Filantrópica" destinada a realizar una importante labor de propaganda mediante la representación de piezas teatrales.

Duarte tenía antes de la independencia un definido concepto de la nación dominicana y de sus integrantes. En su proyecto de constitución dice con claridad que la bandera dominicana puede cobijar a todas las razas, no excluye ni da predominio a ninguna. Su concepción de la República era la de un patriota, republicano, anticolonialista, liberal y progresista.

Cuando se inició en 1843 la revolución contra Boyer que repercutió en la parte oriental de la isla, Duarte encabeza el movimiento reformista en la ciudad de Santo Domingo. Juega un papel decisivo que lo llevó al liderato de los republicanos que luchaban por la independencia. Las circunstancias lo obligaron, más tarde, junto a otros compañeros a abandonar el país. Pero al ausentarse del territorio nacional sus compañeros, encabezados por Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, llevaron a cabo las gestiones finales del movimiento. Redactaron el Manifiesto del 16 de enero de 1844 en el cual quedaron plasmados los principios republicanos y liberales que Duarte predicó durante años y ratificaron, en el cuerpo de ese documento, la firme voluntad de crear un Estado soberano.

Después del 27 de febrero regresó a su patria, y se incorporó a la Junta Central Gubernativa dominada por los sectores más conservadores que no tenían fe en la viabilidad de la República. Se inició un proceso de luchas internas que culminó con la expulsión del territorio nacional de los patriotas fundadores del Estado dominicano. Ese Estado que nace a la vida pública, llevando en su seno oportunistas, conservadores y anexionistas en las más altas posiciones usurpadas a los iniciadores del movimiento separatista, que encarnaron siempre la vocación de sacrificio y el amor a la libertad de la mayoría del pueblo.

Falleció en Caracas, Venezuela, el 15 de julio de 1876 a los 63 años de edad.


[DOC] INSTITUTO DUARTIANO




Juan Pablo Duarte


He escuchado de los labios de su autor, el historiador Orlando Inoa, las ideas centrales de un nuevo libro sobre Duarte que recoge un trabajo de investigación que promete ser de importancia capital para la revalorización del personaje central de la trama de la dominicanidad.

Una reflexión interesante del escritor y editor, me ha encendido el ánimo hasta el entusiasmo. “Juan Pablo, vapuleado por una vida colmada por las ingratitudes y las dificultades, es después de todo, un hombre afortunado, porque todo un pueblo, lo respeta y lo quiere sin realmente conocerlo”.

La idea me sobrecoge, me estremece y me sumerge en esas lucubraciones inevitables que me hacen postrarme de inmediato ante mi ordenador de palabras.

¿Quien fue en realidad el Padre de la Patria?

Su fisonomía de revolucionario pareciera que se nos ha perdido entre los libros de texto y los discursos. Desdibujada en la rutina de las celebraciones oficiales. Extraviada en la articulación propiciatoria de la conveniencia política, y esas invocaciones que hacen algunos de forma conveniente, para empadronar despropósitos.

Los héroes, que en realidad solo sirven para la vida sin tiempo del ejemplo, para ser replicados en conductas ciudadanas provechosas, deben ser exaltados en esa semejanza con el hombre común que, empinada sobre su propia mortalidad, se levantan revelados contra el pasmo de la conformidad y, se atreven hacer la historia, a torcer los mórbidos destinos de la tolerancia, mientras presienten en la doliente humanidad imperfecta, el sueño ese que para doler se hace carne, exactamente como le dolió a Duarte la Patria irredenta.

Nada de seres incoloros, inodoros, asépticos, desinfectados y esterilizados quizás, por las fatigas equivocadas e interesadas de una intelectualidad enamorada de los eufemismos, que manipula como pretexto su propia incapacidad de gesta, su compromiso con la realidad, para presentarnos un Padre de la Patria “mojigato y santurrón”, cuyo único merito, ponderado en una letanía recurrente, fue la idea y el pensamiento.

¡Mentira! Alejados de la realidad histórica, se ha llegado al colmo de hacerlo demasiado impoluto, casto y contemplativo, para negarle de “carambola”, una virilidad, una decisión y un coraje que distinguió siempre al Patricio.

Duarte como esos hombres pueblos, “carne de su carne y sangre de su sangre”, síntesis de la naturaleza de la sociedad donde nació, tiene que parecerse necesariamente a nosotros mismos. Todo lo demás es literatura. Es de su condición de hombre común de donde tiene que partir su trascendencia.

Tenemos que revalorizar al Padre de la Patria, para que podamos vernos en él, como esos hijos que necesitan a determinada edad, verse reflejados en sus progenitores. Un lunar, una seña, una mancha, la nariz, el pelo ensortijado, un gesto que no se puede negar y que delata la paternidad.

Verlo como lo que fue, decirlo sin reservas, un revolucionario, una categoría moral exaltada en los defectos de una naturaleza humana que le sirve de referencia a su grandeza. No ese “pendejón ilustre” y conformista que nos quieren pintar, para incubar nuestra tolerancia, nuestra paciencia, nuestra mansedumbre y resignación, para dominarnos y explotarnos.

En contraposición, el proyecto de redención cristiana, no está cimentado en la sublimidad de la divinidad, sino en el descenso de la misma a la materia vulgar. La deidad que nace y se hace hombre, con todo lo que esto implica. Es ese momento en que Dios y los mortales recrean su semejanza en virtud al sacrificio y al ejemplo.

La divinización de Duarte, más que un objeto de veneración, y devoción cívica, ha sido una articulación para lograr nuestra sumisión y conformismo. Déspotas y elites dominantes, nos han escondido bajo el argumento de la exaltación al verdadero Duarte. Al hombre integral de carne y hueso.

El ideario Duartiano que parece extraído en su presentación, de la meditación y la reflexión, en ocasiones descontextualizado y desposeído de su realidad cronológica, es el fruto de los fragores de la política, sus cartas, sus proclamas y otros instrumentos de lucha de este “obcecado primordial”, de este “testarudo cardinal”, considerado por los enemigos de su tiempo no como un pusilánime sublime, sino como un “revoltoso”. “Anarquista”. “Maquiavélico”. “Imprudente”. “Enemigo del reposo público”. “Traidor a la Patria”. “Sujeto subversivo”. “Hombre de tramas abominables”. “Cabecilla de un partido pernicioso”. “Enemigo malvado del orden y la libertad”.

El Duarte que inspiró por su accionar dominicanista esas imprecaciones indeseables, no se hizo un Duarte deseable para nuestros tiranos, que impedidos de desterrarlo de nuestro amor por su paternidad, propiciaron un Duarte manso, pasivo, resignado y obediente. Así, el proyecto de nuestra paciencia se fue forjando, como si se macerara la resignación y nos exhortaron a ser como ese Duarte, para gobernarnos a sus anchas, como Santana.

Concebido así, se nos ha manipulado la emoción, para que no encontremos el Duarte que necesitamos como referente para lograr nuestras reivindicaciones como pueblo y alcanzar la verdadera democracia y la justicia social que merecemos.

Es un deber urgente de los historiadores, rescatarnos a ese Duarte, que en realidad no conocemos en sus detalles más humanos, sus hábitos, el tono de su voz, su altura, sus manías, sus enfermedades, sus defectos, lo que le gustaba comer, sus pasiones, su forma de vestir y sus predilecciones. Las malas palabras que decía. Un elogio al bello sexo, en un de diario que llevaba, nos delata que lo deslumbraron las alemanas. Se rumora con rubor hipócrita que lo cautivo una mulata de los llanos.

La iconografía de Duarte, salvo el daguerrotipo de Caracas, nos presenta un hombre que no podemos precisar en su fisonomía por la variedad de tipos que se exhiben, y el retrato hablado de Serra es un poema.

Tenemos urgencia de encontrar al verdadero Duarte. El Duarte en su encrucijada. Ese dominicano ejemplar que debió ser Presidente. El que amó y fue amado. Al enemigo temible. Al político del verbo incendiario. El combativo, el idealista. El pensador liberal. El Duarte sin miedos. El Duarte caracterizado. El que pedía castigo ejemplar para los traidores. El Duarte que se quejaba. El Duarte enfermo y palúdico que no se daba tregua. El que condenaba los tratados onerosos al interés nacional. El Duarte que promovió la autoridad del gobierno. Quien aceptaba la dictadura de la ley. El que concibió el poder municipal. El que siempre pensó que la República Dominicana tenía que ser libre de toda potencia extranjera o que se hundiera la isla.

HAY QUE VOLVER A CAPOTILLO!!

Consulta: Soto Jiménez

Listin Diario


DUARTE, EL MAESTRO PERMANENTE
Argentina Henríquez Rodríguez

Al ponerse en contacto, serena y reflexivamente con el pensamiento de Juan Pablo Duarte, me ha parecido navegar por un mar de infinitas y profundas aguas, pero de sencilla y fácil penetración para el que busca simplemente la verdad de su contenido.

Es infinito no por la abundancia de sus ideas, sino por la perennidad de los criterios que encierra, expresión acabada de la vida humana, vivida a plenitud, espejo de mano donde contemplamos la imagen del hombre coherente, sincero, que tanto admiramos, necesitamos hoy y que nos apasiona tanto su búsqueda.

Unida a esa añoranza del hombre y la mujer, decimos así porque nos parece que hay muchos que le tienen usurpado el nombre, porque sus vidas envilecidas distan mucho de la dignidad humana. Duarte no trae también la nostalgia del maestro. ¿Puede Juan Pablo Duarte decirnos algo sobre el maestro? ¿Tiene algo que mostrar al maestro de hoy? Analicemos sus hechos y su pensamiento buscando nuestra respuesta.

Se afirma hoy que ser maestro es educar para la libertad y en la libertad; es enseñar a ser persona, a ser ciudadano, a vivir nuestra naturaleza personal-social.

Duarte, hombre amante de la libertad, vive la libertad, desea que todos los hombres la amen, la estimen, luchen por su conquista. El es un ejemplo puro de educador de la libertad de sus conciudadanos.

De regreso a su patria en 1832, después de un viaje de estudios fecundos por varios países de Europa, trae en su corazón el deseo de realizar en la tierra que lo vio nacer «los fuero y libertades de Cataluña». Este primer gesto de Duarte es ya la puesta en ejecución de una profunda vocación de maestro. Afirma un educador contemporáneo que la «educación es una práctica de la libertad dirigida hacia la realidad de la que no teme; más bien busca transformarla, por solidaridad y espíritu fraternal». «Es fuerza para el cambio y para la libertad» (Paulo Freire).

En un estudio reciente nos dice la UNESCO: «una de las tareas esenciales del maestro es la de transformar las mentalidades». En estas dos afirmaciones queda definida la misión de los hombres de nuestro pueblo sobre la realidad concreta en que viven y prepararlos para actuar eficazmente sobre ella. Ser libre es saber dar razón de si, disponer de si, hacer libremente el bien. A esto iba encaminada la acción educadora
de Duarte entre sus compañeros; llegar a hacer realidad entre los habitantes de la parte Este de la isla, el saberse dominicanos solamente, independientes, libres; obrar libremente el bien de la creación de nuestra nacionalidad y disponer de nuestra patria como un ente autónomo, distinto de Haití y de las demás naciones del mundo.

Sin prisa, pero a ritmo dinámico va forjando la conciencia nacional, va dejando caer sus ideas que tienen el peso del convencimiento y la cólera de la reflexión no apasionada de los hechos y las cosas «Vivir sin Patria es vivir sin honor». «Aprovechemos el tiempo» afirma ¡Cuánto dicen estas palabras a los maestros de hoy! Época de cambios acelerados, de diarios descubrimientos, de inacabables conquistas, que sólo son alcanzados por los ánimos esforzados.

El gozne sobre el cual giraba la lucha por la libertad en Duarte, es el amor a la Patria y el amor a los hombres: «por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre». «¡Patria tan cara a mi corazón!», «El mío –mi corazón, decía- aún ha permanecido abierto al amor de mi Patria, a los encantos de la amistad y hallándome aún dispuesto y como en los primeros días de mi adolescencia a sacrificarlo todo en sus aras... sus amigos son los míos».

La calidad humana de Duarte imprime en el ánimo decepcionado de sus contemporáneos, la nota del hombre que cree en los hombres, las mujeres y porque cree espera de ellos lo mejor, porque posee corazón grande y abierto para amar. Así queridísimos compañeros es el corazón del auténtico maestro, libre para amar todo lo bueno que hay en sus alumnos sea cual sea su condición y talento. Duarte estimuló y alentó cuantas cosas buenas encontró en la juventud de su época, entre los amigos y familiares, así como en todos aquellos que tuvieron la dicha de trabajar a su lado. Vivió «sin odios y sin venganza en el corazón», según afirma al escribir a Félix María del Monte, compañero en los ideales de libertad y autonomía.

Duarte amaba a los hombres, y porque los amaba fue siempre para ellos el animador de la virtud: «sed justos lo primero, si quereis ser felices. Este es el primer deber del hombre; y sed unidos, así apagaréis la tea de la discordia y vencereis a vuestros enemigos y la Patria será libre y salva. Yo obtendré la mayor recompensa, la única a que aspiro, al veros libres, felices, independientes y tranquilos». Así educó a sus conciudadanos en la bondad, en la nobleza política y en el respeto a la ley; él iba delante en su cumplimiento para hacerla amable a sus discípulos.

Duarte es el maestro por antonomasia de los dominicanos porque supo educarlos en la libertad responsable para el bien, viviendo él personalmente como hombre libre. Libre de la corrupción, del dinero y la lisonja, del honor y el soborno. Al hacer estas afirmaciones me parecía describir las actitudes cívicas que deben adornar a todo maestro; su insobornable civismo parece salido de una de las páginas de Homero o de las no menos ilustres primeras comunidades cristianas. Duarte es maestro con el pensamiento, con la palabra y el ejemplo. Es el maestro de la juventud que pide menos palabras y mejores hechos.

Su intuición de maestro le hizo valorar el gran poder transformados de la educación. Como haría un buen educador de nuestros días supo aprovechar todos los recursos humanos para la educación sin dejarse inmovilizar por el fantasma de la carencia de recursos.

«Dame una vocación y yo te devolveré una escuela, un método y una pedagogía», afirmada Pedro Poveda. Duarte aprovecha al máximo los recursos que tuvo a su disposición sin angustias, sin desalientos y sin nerviosismos; con paz, equilibrio y hasta con gracia, testimonios recogidos de su época nos hablan de su infancia y de su apostolado. Luchaba por la verdad consciente de que la mentira y el mal no pueden se eternos; pero conocedor de la historia, sabe también «que el tiempo no perdona las cosas que se hacen sin él». Enseñó como maestro la necesidad de la paciencia, de la espera confortante porque la semilla ha de encontrar buena tierra.

Duarte es maestro de corazón generoso, desprendido, no busca su propio beneficio «todos pensaban en favorecer sus intereses; ninguno los de la Patria; mi negativa me trajo malas voluntades de las que más tarde sufrí las consecuencias», así recordaba apenado al ver malograse los ideales patrios que el había forjado y preparado en el corazón de los genuinos dominicanos porque los entreguistas.., no vieron la eternidad de su idea, afirmaba años más tarde, sin tristezas porque sólo Dios y la Patria le tenían atado el corazón, Decíamos anteriormente que ser maestro es ser educador de la conciencia ciudadana, pero pocos hombres en la historia encontramos que hayan entregado su vida toda a esta noble pero no siempre valorada labor. La razón de su desprestigio puede estar en que muchos pretenden afear y destruir su imagen, en que fácilmente se mezcle el trigo con la cizaña; pero el pueblo tiene la suficiente intuición para descubrir cuando es engañado. Duarte también tuvo experiencia de esto y nos avisa: «nada hacemos con esta excitando al pueblo y conformarnos con esa disposición sin hacerla servir para un fin positivo, práctico y trascendental». Quiere por eso, colaboradores comprometidos de cuerpo y de alma: «el amor a la Patria nos hizo contraer compromisos sagrados con la generación venidera, necesario es cumplir o renunciar a la idea de aparecer ante el tribunal de la historia con el honor de los hombre libres».

Esta afirmación duartiana es de suma trascendencia para el maestro, el cual no es más que el hombre comprometido con las generaciones que le toca vivir y sólo en la medida en que vive sus necesidades y aspiraciones, en sus temores y esperanzas, está educando, está condiciones de dar respuesta válida d las exigencias de la historia, de la mujer y el hombre concreto, del yo individual. El hombre moderno reclama de los otros, «fe en él y en la vida», «solidaridad activa con los hombres y sus demandas de otra sociedad mejor, trabajo y amor espontáneos capaces de volverlo a unir con el mundo, no ya por sus vínculos rimarios, sino salvando su carácter de individuo libre e independiente y responsable, ante los otros, ante la sociedad» (Erich Fromm).

Boletín del Instituto Duartiano
Año VIII, No.4, Julio-Diciembre 1976
Enero-Junio 1977