viernes, 23 de enero de 2009

Cultural
El cumpleaños de Juan Pablo Duarte
- por César Sánchez Beras

Un día 26 de enero de 1813 nace en la República Dominicana, Juan Pablo Duarte y Diez, uno de los 7 vástagos del comerciante español, don Juan José Duarte y la seybana doña Manuela Diez, matrimonio que vivía en la capital de lo que es hoy la República Dominicana.

Aunque el patricio nació bajo el periodo conocido como España Boba, ya en 1822, siendo aún un mozuelo, pasó a ser un ciudadano más, bajo el gobierno haitiano, que nos ocupó por 22 largos años.

Un viaje a Londres y a Barcelona, apadrinado por un comerciante de apellido Pujol, compadre de Don Juan José Duarte, pondría al joven patriota en comunicación con los movimientos románticos europeos y con los aires de libertad respirados por otros seres humanos.

Su regreso a la patria años más tarde, sería un verdadero choque emocional, al Juan Pablo ver la miseria y la opresión a que era sometida la antigua colonia española, constituida desde 1822 en un feudo haitiano. Bajo estas condiciones nace el espíritu nacionalista y libertador del dominicano más puro, en la fragua de esa afrenta, nace el deseo de ver su patria libre, deseo que más tarde aparecería en su ideario con la sentencia: “Nuestro país ha de ser libre de toda potencia extranjera o se hunde la isla”.

Fundación de la Trinitaria
La fundación de la Trinitaria el 16 de julio de 1838 en la casa de la madre de Juan Isidro Pérez, constituye uno de los mejores instrumentos políticos creado por los dominicanos. La inteligencia mostrada por Duarte en la configuración de las células que conformarían ese instrumento de lucha, fue un factor determinante en el éxito alcanzado por aquellos 9 patriotas, que signaron con sangre lo que 6 años más tarde sería la independencia nacional.

El uso de la educación tradicional o de la educación artística, como forma de cimentar el futuro de un pueblo, evidencia la clarividencia de Juan Pablo al ver en la preparación académica de las mayorías, la transformación colectiva que posibilita una vida más digna para sus conciudadanos este hecho sin precedentes en la actuación de un ente político dominicano, sólo ha sido emulado, salvando la debida distancia por su tocayo Juan Bosch y Gaviño, al tratar de educar a su pueblo desde una posición política partidista.

En la formación de la Trinitaria concurrieron 9 ciudadanos que respondían a los nombres de: Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, José María Serra, Félix María Ruiz, Juan Nepomuceno Ravelo, Benito González, Jacinto de la Concha, Felipe Alfau y su ilustre fundador Juan Pablo Duarte. De todos ellos solo El patricio y Benito González eran mayores de edad, puesto que algunos de ellos todavía usaban para entonces pantalones cortos, símbolo inequívoco de la adolescencia criolla.

Este dato curioso con relación a la edad de los conjurados trinitarios, le valió el mote de la “Revolución de los muchachos” Mote que esgrimido por los franceses, quería denotar que eran tan jóvenes que no tendrían éxito en tan magna empresa. Pero Duarte y sus compañeros demostraron con valor, entrega, devoción y fervor patrio, que la juventud puede y hace los grandes cambios de la humanidad, puesto que los espíritus frescos son los que llevan en sí la semilla del porvenir.

La fe de Duarte
La obra que el padre de la patria realizó para la nación dominicana, estaba presidida de una fe inconmovible, de una fe inmensa en los suyos, de una fe sin par, no solo en cantidad, puesto que su creencia era enorme, sino en calidad puesto que además de creer en su proyecto, hizo todo lo humanamente posible para la consecución de su ideal.

Sólo una fe como la duartiana pudo tener la certeza espiritual de creer en un país, que para el 16 de julio de 1838, no tenía más de 100 mil habitantes y algo más de 50 mil kilómetros cuadrados de extensión. Creer en un país que no tenía siquiera 20 mil familias, creer en un país que estaba incomunicado entre sí e incomunicado con el exterior, sin carreteras y sin vías de comunicación, creer de todo corazón en un país con ese panorama desolador, era fe profunda. Solo una fe sin límites en el destino de su raza, pudo pensar que aquello podía ser una nación independiente y soberana, y Duarte tuvo esa fe y hoy gracia a su ejemplo podemos llamarnos dominicanos. Con altas y con bajas, con ladrones y con próceres, con poetas y con tratantes de blancas, pero dominicanos.

Con himno, con bandera, con soberanía y también con dignidad.

Duarte a través de su pensamiento político
Además de su acción idealista de fraguar el sueño de la independencia, Duarte fue un hombre de acción política, practicidad y coherencia, con un proyecto de constitución, con grandes aciertos democráticos y con un pensamiento definido que constituye una conciencia de clase.

Como ejemplo de su pensamiento tenemos:

“Dios ha de concederme suficiente salud, corazón y juicio
hoy que hombres sin juicio ni corazón
conspiran contra la salud de la patria”.

“Por desesperada que sea la causa de mi patria
siempre será causa de honor
y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña
con mi sangre”.


A través de toda su vida, su ejemplo de trabajo al servicio de la patria, lo llevó a ocupar muchas funciones disímiles y desde todas ellas, brilló con honestidad y sano juicio su espíritu nacionalista y patriótico. El Duarte maestro, el Duarte músico, el Duarte contador, el Duarte comerciante, el Duarte dramaturgo, el Duarte tesorero, el Duarte fabricante de velas, El Duarte soldado, el Duarte poeta y sobre todo el Duarte soñador de imposibles, el hacedor de utopías, el constructor de realidades.

Ese muchacho fue el fundador de la nacionalidad dominicana.

Ese jovenzuelo que dijo un siglo después con el poeta Pedro Mir:

“ Si alguien quiere saber cual es mi patria
no la busque, no pregunte por ella
siga el rastro goteante por el mapa
con su efigie de patas imperfectas
no pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera
no la busque, ni alargue las pupilas
no pregunte por ella”


Ese mismo jovencito que dijo un siglo después en la voz del poeta sorprendido, Franklin Mieses Burgos:

“ Esta canción estaba tirada por el suelo
como una hoja muerte sin palabras,
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla”

Esa es la canción que debe entonarse en cada pecho henchido de dominicanidad. La canción de la entrega, la canción del deber cumplido, la canción de la honestidad gubernamental, la canción del respeto a lo ajeno, la canción de la fe inconmovible en los suyos, la canción que se entonó por última vez el 15 de julio de 1876 en Caracas, Venezuela y que de todos nosotros es la responsabilidad, de que él oiga desde los salones de la inmortalidad el eco sagrado de su canto.

Loor al patricio Juan Pablo Duarte y viva la Republica Dominicana.

Poema a Juan Pablo Duarte
- por César Sánchez Beras

Yo conocí a Juan Pablo
una tarde de fiesta,
cuando asomó a mi oído su sentencia de amor
con el timbre otoñal de su voz lastimera.

Sus ojos ya eran tristes,
como una solterona en un banco de parque,
con la tristeza sobria con que los pescadores,
levantan la mañana tendida en sus chinchorros,
en el húmedo canto marino de unos peces,
o el milagro fluvial que destilan las algas.

El acercó sus manos a mi frente de niño
con la ternura austera de una vieja nodriza,
enredó mis retozos en sus barbas maltrechas
y me contó sus viajes de pirata angelino.

Entonces yo era alegre,
quizás no como ahora
sino como una novia dormida en los balcones,
esperando el hechizo de la canción que abrevie
la pasión que su piel esconde con recelo.

Entonces yo no odiaba,
y escuché sus palabras
como un salmo pagano que desvela un misterio,
como luz que irrumpe en tinieblas de siglos,
cual torrente incendiario que nace entre las piedras.

De su voz salía el mar,
como un desfiladero de halcones insurrectos,
marea de águilas blancas o escuadrón de gaviotas,
como si de su boca naciera tierra y viento.
Adiviné en sus manos de bisoño alquimista
los galopees tortuoso del futuro del pueblo,
el Pambiche, la ceiba, el tambor del guloya,
el trapiche que muele la esperanza del negro.

Yo descubrí en su frente de nácar y estrategias
los senderos del llanto y la luz de los puertos,
la sangre del vencido, el perdón del injusto,
el festín del mendigo y la equidad del ciego.

Él dijo que la aurora
es el vaso común donde beben los hombres,
la savia que propicia la dicha verdadera.

Que el otro pecado original del hombre
era la ingratitud de no entender los sueños,
la terquedad del necio que busca entre las cartas
lo que solo es posible predecir en el trigo.

Como todos los magos tenía pocos amigos:
una espada oxidada, una Biblia en hebreo,
una carta de amor firmada por Bolívar,
y la efigie de Cristo desgastada y sin brillo.

Al terminar la fiesta,
me dijo con los ojos lo que su voz no quiso,
su orgullo de saberse soñador incansable,
su versión personal del libro Apocalipsis
y el dolor de marcharse para siempre al olvido.

yo conocí a Juan Pablo
una tarde de fiesta,
y desde entonces voy con su espada oxidada,
blandiendo luz y acero contra sus enemigos.

Consulta: Siglo 21



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