No había burguesía. Hace cincuenta años en el país solo había cuatro hombres ricos (los que habían acumulado más de un millón y menos de dos)
La Dirección del Impuesto sobre la Renta generó en 1961 un documento donde figuran las riquezas en dinero líquido disponible de los llamados viejos ricos dominicanos cuyos abuelos y padres comenzaron a acumular a finales del siglo XIX.
Sus hijos y nietos también hicieron otro tanto en el siglo XX al amparo del Estado clientelista y patrimonialista hasta Trujillo. Mi copia del documento está provisionalmente extraviada, pero recordé que Esteban Rosario en su obra “Los dueños de la República Dominicana”, ediciones de 1992 y 2008, dio esos detalles. Busqué las obras y efectivamente, ahí estaba, en ambos libros, la lista de los viejos ricos dominicanos, muchos de los cuales, luego de desaparecida la dictadura trujillista a la cual sirvieron tibia, de mala gana o fervorosamente cada uno de ellos, se reciclaron y vinieron a fundirse después de las elecciones que ganó Juan Bosch en diciembre de 1963, en los grupos empresariales que, con el apoyo militante de los Estados Unidos, derribaron aquel gobierno en 1963.
Los hijos y nietos de aquellos ricos dominicanos, fallecidos en olor de santidad, están articulados hoy, como empresarios o cuadros, a los trece grandes grupos financieros imbricados entre sí por lazos económicos y familiares que dominan absolutamente todas las áreas de nuestra vida económica, social, política, industrial, financiera, educativa, organizaciones sin fines de lucro, concentración de la tierra, monopolios agroindustriales, control de los organismos de decisión, control de las universidades privadas y de los medios de comunicación y telecomunicaciones, la gran industria, las inversiones turísticas, las importaciones-exportaciones y no pagan agua ni luz y los gobiernos puestos por ellos les exoneran lo que solicitan, según afirma Esteban Rosario en su obra. A esto se le llama oligarquía.
En la lista de viejos ricos dominicanos de 1961, solamente figuran como millonarios, de un total de 219 ricos, cuatro personas: Rafael Esteva con 1.831.037.501 pesos, Manuel Corripio con 1.772.838.96, José M. Munné T., 1.518. 767.29 y Ernesto Vitienes Lavandero, 1.494.290 pesos
Esta lista (no tengo su fecha) puede ser anterior o posterior a la muerte de Trujillo. Observo que este dinero en efectivo es personal y no involucra el monto de acciones de esos ricos en empresas, pues estas son compañías por acciones o anónimas.
Sí deseo observar que si la lista salió antes de la caída de la dictadura, la declaración del dinero en efectivo por parte de cada propietario es fiel a la realidad, pues quien osara realizar un declaración falsa durante la era de Trujillo se veía expuesto a salir en el Foro Público, en seguidas a caer en “desgracia” con el gobierno y a la quiebra de su empresa. En cambio, si la declaración fue hecha después de caída la dictadura y posterior salida de Ramfis Trujillo del país, los datos pueden ser falsos, es decir, que la cifra declarada fue menor, a fin de evadir impuestos.
Trujillo tenía el control de la cantidad de dinero en efectivo y de riquezas acumuladas por esos viejos ricos dominicanos. En la lista no figuran millonarios del interior a quienes la leyenda y la mitología de cada provinciano que vivía en la capital daban por tal. Por ejemplo, Oscar Valdez, en Higüey, los herederos de Momón Henríquez en La Vega y las decenas de terratenientes esparcidos por todo el país.
Pero la lista es injusta, pues califica de rico a personas que tenían entre 25 y 40 mil pesos en efectivo en banco o en casa. Un ejemplo de alguien a quien yo conocí: el profesor Horacio Ortiz Álvarez, fervoroso trujillista, dueño de un instituto comercial donde estudié en 1957, ubicado primero en la San Martín y luego en la Tiradentes, hoy Máximo Gómez. Don Horacio iba a inspeccionar su instituto todas las tardes cuando se lo permitía su trabajo de secretario del Consejo Administrativo de Santo Domingo. Llegaba en un carro oficial negro, casi siempre vestido de traje negro. El vehículo no era del año, quizá de 1953 ó 54, un Chévrolet, pues si hubiese sido del 57 mi mente lo hubiese retratado. Don Horacio vivía en el Ensanche Benefactor. Recuerdo vagamente que un segundo instituto con su nombre funcionaba en el hoy Ensanche Ozama. Este es un retrato de un trujillista medio, ni de la base ni de la cúpula. De la cúpula era, por ejemplo Virgilio Álvarez Pina, quien luego de 30 años al lado de Trujillo, figura apenas con 186.323.38, mientras que su archirrival Paíno Pichardo acumuló 73.117.07 pesos.
Pero no son estas cifras las que me mueven la pluma. Trato de probar que con cuatro millonarios, que no llegan individualmente a los dos millones de pesos en dinero efectivo en 1961, no puede haber burguesía en nuestro país, y mucho menos mentalidad y cultura burguesa, pues en 31 años de acumulación el único capitalista, no burgués, era Trujillo, cuyos bienes expuestos por Bosch en su libro “La fortuna de Trujillo” (Alfa & Omega, 2000: 77-116) rondaba los 250 millones de pesos contando lo suyo, lo de su mujer y lo de sus hijos, pero nunca se sabrá cuántos millones de dólares sacó Trujillo para depositarlos en bancos extranjeros, aunque los norteamericanos calcularon su fortuna, en 1961, en unos 800 millones de dólares, sumando sus bienes, inversiones, acreencias, depósitos, bonos, etc. Las actividades empresariales de Trujillo empleaban el 45 %, sino más, de la mano de obra del país.
Del 30 de mayo de 1961 al 2009, el resultado de lo realizado por los ricos de viejo y nuevo cuño está en el libro de Esteban Rosario, citado más arriba; en “La oligarquía de Santiago” (1997), “La familia Bermúdez. Fortuna y crisis” y en “Las quiebras bancarias de Santiago y Santo Domingo” (Amigo del Hogar, 2006).
Los discursos culturales e ideológicos y los mitos que mueven a esos viejos y nuevos ricos no son los que estudió en 1928 Bernard Groethuysen en “Los orígenes de la mentalidad burguesa en Francia” (París: Gallimard, 1982), sino una mezcla difusa de creencias religiosas y políticas campesinas de proveniencia española y un abigarrado amasijo de ideas etnocéntricas acerca de la grandeza histórica y tecnológica de los Estados Unidos, como milagro.
Contrariamente a la burguesía francesa, nuestros ricos viejos y de nuevo cuño forman un frente oligárquico que se traduce en el plano cultural en una ideología empresarial paternalista que excluye los sindicatos de las empresas y la libertad de prensa para lo estratégico. Incluye el asociacionismo en clubes para diversión y entretenimiento, las cooperativas, los deportes (sobre todo softbol, boliche, béisbol y afines), las asociaciones de ayuda mutua y el asistencialismo y la mezcla entre patronos y obreros en ciertas fiestas especiales (aniversarios de la empresa, entrega de doble sueldo, regalía y bonos en Navidad) o en enfermedades terminales o servicios funerarios.
La fraternización entre patronos y obreros es una reminiscencia del estado precapitalista y patriarcal de origen europeo trasladado a las colonias de América, cuya expresión más elocuente fue el hato ganadero, que derivó en terratenencia capitalista, lo cual garantizó, en el presente, la atadura de una fuerza de trabajo que si bien es asalariada, su carácter de irreductible libertad para la valoración del capital, mantiene rasgos serviles en nuestro país. (Continuará).
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