EL AGUA.
Estamos
aprendiendo a preocuparnos de nuestros alimentos, de aquello que desayunamos,
almorzamos, comemos, merendamos, cenamos, cada día de nuestras vidas.
Comenzamos tímidamente a mirar las etiquetas de los productos que compramos, incluso
a veces seleccionamos productos procedentes de agricultura o ganadería
biológica. Rechazamos las sopas con glutamato monosódico, o las olivas cargadas
de conservantes “E…”. Azúcares y colorantes frecuentemente son motivo para
dejar en la estantería un apetitoso bollo, o una vistosa mermelada. Sin
embargo, ¿quién se preocupa por el agua que bebemos cada día por litros, el
agua donde nos bañamos y duchamos nosotros y nuestros pequeños, el agua que
utilizamos para cocinar esos alimentos escogidos cuidadosamente? Sorprendente
líquido, el agua, del cual depende la vida misma. El agua es, con gran
diferencia, el componente más abundante de los organismos vivos. El contenido
en agua en nuestro organismo varía desde una pequeña proporción del 22 al 34 %
en los huesos y los tejidos adiposos, un 70-80% en las diferentes vísceras y
hasta un 82-94% en los tejidos nerviosos. El agua, tal como la encontramos en
la naturaleza, no es utilizable directamente para el consumo humano, porque,
salvo en raros casos, no es suficientemente pura. A su paso por el suelo, por
la superficie de la tierra o>>
incluso
a través del aire, el agua se contamina y se carga de materias en suspensión o
en solución: partí- culas de arcilla, residuos de vegetación, organismos vivos
(plancton, bacterias, virus), sales diversas (cloruros, sulfatos, carbonatos de
sodio, calcio, hierro, manganeso….), materias orgánicas (ácidos húmicos,
fúlvicos, residuos de fabricación) y gases.
Así se originan las diferentes identidades del
agua. Su composición la determina e identifica. La proporción de minerales le
dará un sabor característico. También lo hará la presencia de contaminantes
químicos. En las aguas de suministro público, su sabor estará directamente
relacionado con el tipo de tratamiento que se utilice para convertir las aguas
contaminadas en aguas aptas para el consumo humano. El primer tratamiento al
que se somete el agua de suministro público, en su proceso de potabilización,
es la cloración. El cloro es el desinfectante más utilizado para eliminar la
posible presencia de microorganismos, virus o bacterias. Es un sistema muy
efectivo, aunque no el único. Si se utilizan aguas de fuentes públicas sin
tratar, manantiales, pozos privados, ríos, etc., es importante que sean
filtradas y potabilizadas previamente. Las impurezas más frecuentes son
materiales en suspensión, microorganismos, materia orgánica, color, sabor y
olores extraños. Existen en el mercado novedosos equipos que aseguran la
potabilidad microbiológica del agua a través de diferentes tecnologías y
permiten beber con seguridad agua de fuentes públicas, ríos y pozos. Incluso
son equipos fáciles de transportar y nos pueden acompañar en nuestros viajes a
lugares donde no existe posibilidad de acceso a agua potable. Todos sabemos como
es necesario hoy en día cuidar nuestras aguas. No debemos perder de vista su
vital importancia, aprendamos a conocerla y protegerla, ya que de ella depende
nuestra existencia y ella será nuestra herencia para las próxima generaciones.
Purificar un agua contaminada químicamente no es tarea fácil, y según sea el
tipo de contaminación, el coste siempre es, incluso en el mejor de los casos,
elevado. La recomendación es y será siempre utilizar en los consumos domésticos
los productos más biodegradables que encontremos en las tiendas; reciclar y
recuperar aquello que nuestra región nos permita y ser conscientes que todos
los productos que echamos por el fregadero, el water o la basura aparecen luego
en nuestros ríos, fuentes, manantiales, pozos y mares, y su agua vuelve
nuevamente a nuestros grifos después de haber atravesado sofisticados y caros
sistemas de purificación. Debemos utilizar detergentes sin fosfatos/
polifosfatos o con un porcentaje reducido de ellos. No utilizar
indiscriminadamente sprays insecticidas. Evitar echar por los desagües cera de
coche y de suelos, quitamanchas, aceites de alimentación o de coche, pinturas o
cualquier producto químico de toxicidad sospechosa
Cortesía: La Eco.
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