domingo, 28 de junio de 2009

De Vuelta a la Lectura







Escuche a un alumno preguntar a su profesora de literatura, Porque seguir leyendo al Quijote de la Mancha si es una novela aburrida. La respuesta que le dio la profesora me la reservo.

Reflexionando sobre la interesante pregunta del desdichado alumno, me puse a investigar sobre este asunto literario, aunque no me compite, pero lo hice con la doble finalidad, la primera aprender de esta expericiencia para aumentar mi afición literaria y la otra ofrecer una autentica información a la pregunta de nuestro alumno.

Encontré una buena información sustentada por un afamado escritor e intelectual Albert Llado. Continuación vamos apuntar lo que dice Llado.

“Una novela moderna. Se han dicho muchísimas cosas sobre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (y su segunda parte) – la obra que ha hecho de Miguel de Cervantes el escritor español más internacional de todos los tiempos – pero lo que sorprende son todas las barreras, tanto temáticas como estilísticas, que derribó con su publicación.”

Llado describe la novela del Quijote por su originalidad, “basada en gran parte en una perfecta mezcla entre un realismo no visto hasta entonces con una dosis de humor y sátira que gustó mucho a sus contemporáneos, aún sorprende hoy.”

Vamos a reproducir el escrito completo para una mejor lectura del tema tratado.

Lo cierto es que no es una obra de una sola lectura. Incluso, el hecho de que esté formada por dos novelas, potencia esta posibilidad de diferentes niveles de interpretación. Mientras que la primera, publicada en 1605, ayuda a centrarse más en la lectura humorística de la trama – con un Don Quijote loco que no para de meterse en líos surrealistas -, la segunda parte, publicada en 1615 (esta vez titulada El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha), va mucho más allá. No hay que olvidar que la publicación de la versión apócrifa de Avellaneda – publicada en 1614 – es aprovechada por el mismo Cervantes, en boca de su protagonista, para jugar con ello y salir así del marco narrativo para realizar referencias extratextuales.
Mucho se ha hablado, también, de la posibilidad de que Cervantes estuviera burlándose de Lope de Vega por las nuevas técnicas narrativas que éste estaba llevando al teatro castellano. Pero lo que sí que es cierto es que lo que pone en el asador el autor, durante los dos libros, es una especie de calidoscopio de un gran tramado de historias que nos hacen aventurarnos en todo tipo de géneros, pasando de lo lírico a lo épico, de lo trágico a lo cómico. Y es que Miguel de Cervantes se podría haber inspirado en la obra Entremés de los romances, en el que un labrador, al igual que el protagonista de El Quijote, enloquece. Pero, sin duda, en dónde hay que situar el primer tomo es en esa tradición de libros de caballerías de los que se burla el autor y es precisamente esta parodia la que llega, con más impacto, al público lector de la época. De esta manera, en relativamente poco tiempo, se convierte en lo en la actualidad llamaríamos un best-seller.
La novela comienza con la descripción de su protagonista: un hidalgo llamado Alonso Quijano que enloquece al no parar de leer libros de caballerías. Tanto es así que el personaje se cree un caballero que ha de ir a rescatar a su amada, a la que llama Dulcinea del Toboso (que, en realidad, se llama Aldonza Lorenzo), y que confunde con una delicada dama a pesar de que es una labradora. También es muy conocida, por citar tan sólo algunos ejemplos, la escena en que cree ver en unos molinos de viento a unos gigantes que le quieren atacar, o cuando vislumbra en la bacía de un barbero el Yelmo de Mambrino. En todo momento, el loco hidalgo es acompañado por el rudo y paciente Sancho Panza, al que le asigna el papel de escudero.
En la segunda parte de la novela, Don Quijote vuelve a las aventuras. Peligros, una ínsula llamada Barataria, y unos bandoleros catalanes, entre otras muchísimas otras locuras que interpretan aquello real desde un mundo creado a medida de sus fantasías. Pero es en esta segunda parte de El Quijote donde se desarrollan los procesos que se han conocido como “sanchificación” y “quijotización”. Y es que los dos personajes se van influyendo, y alimentándose, mutuamente hasta llegar a un efecto de trasformación. El hidalgo va recobrando el sentido común mientras Sancho Panza, pensando en la ínsula prometida, va aumentando su idealismo. El “Caballero de la Triste Figura”, finalmente, vuelve a su pueblo sin pensar ya en aventuras caballerescas después de haber llegado a Barcelona. En poco tiempo, enferma y muere.
Muchas han sido, también, las ediciones críticas que se han llevado a cabo bajo la firma de prestigiosos estudiosos. Entre ellas, cabe destacar las realizadas por Martín de Riquer, Francisco Rico, Alberto Blecua o Luis Rosales. Pero, como decíamos, estamos ante una obra que permite diferentes lecturas e interpretaciones. Si los contemporáneos de Miguel de Cervantes supieron ver más su carácter burlesco, los románticos insistieron en el enfrentamiento entre aquello real y aquello imaginario, mientras que los cristianos del siglo XIX quisieron reflejar en el personaje un símbolo del sacrificio y de la bondad infinita. Incluso, en pleno siglo XX, el franquismo quiso ver los ideales conservadores de una tradición que no había que perder mientras, los más liberales, veían justo lo contrario: la necesidad de soñar más allá de una nación oscura y anclada en el pasado más retrógrado.
Pero si comenzábamos esta crítica diciendo que es una novela moderna, tal vez la primera novela moderna en Europa, es por su originalidad. En primer lugar, por ese tratamiento del humor y la sátira. En segundo lugar, porque se convierte en una novela polifónica con diferentes puntos de vista y cosmovisiones. Y es que esta multiciplidad de voces y miradas se pueden apreciar con más detalle en el intenso esfuerzo que hará Cervantes para alejarse de sus personajes más importantes (véase el recurso utilizado bajo el nombre de Cide Hamete Benengeli). Además, como ya apuntábamos, hay una transformación en ellos. Cambian. Se desarrollan a lo largo de las páginas. Estamos, pues, ante una comedia humana llena de maneras diferentes de ver el mundo, muchas veces contradictorias, y que comparten un realismo que se ríe de la pedantería de otras obras publicadas pocos años antes.
Este perspectivismo va acompañado de muchísimos recursos narrativos que Cervantes parece dominar y que, reunidos, seguramente no había leído antes en ninguna novela. Este contraste entre dos personajes antagónicos, el suspense que atrapa al lector y que le invita a seguir leyendo, el resumen que se hace de lo sucedido cada cierto tiempo, la importancia que van adquiriendo los personajes respecto a la trama, … Hay, por lo tanto, una preocupación para que el lector no abandone la lectura pero, a la vez, para que tampoco se pierda. Y, lo que la hace más moderna, ese trato especial que el lector percibe, un respeto sincero que Cervantes siente. Y es que ve al lector como a una persona inteligente y, por ello, no le da mascadas algunas descripciones para que sea él quien termine de completar la obra.
Pero, más allá de la técnica, el estilo o las influencias, ¿Qué nos dice hoy Don Quijote de la Mancha?, ¿Por qué motivo sigue seduciendo a pintores, dramaturgos, académicos y directores de cine?
Cervantes nos habla, desde el humor, de todo lo que ha preocupado al hombre desde que es hombre. Nos habla de la utopía de un mundo más atractivo y menos gris, nos habla del amor platónico versus un amor mediocre y superfluo, nos habla de justicia, de la necesidad de romper con la tradición y de vivir como si el mundo pudiera estar a nuestros pies. Nos habla de la conquista de aquello lejano, inaccesible, extraño. Y nos habla de la amistad. Nos habla, en definitiva, de nosotros mismos.

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