Junio heroico
En junio se conmemoran tres efemérides importantes para los dominicanos: la primera es la Invasión de Luperón, llevada a cabo el 19 de ese mes en 1949; la segunda corresponde al desembarco hecho por Maimón, Estero Hondo y Constanza diez años más tarde, el 14 de junio de 1959; la tercera, 15 y 16 de junio de 1965, dos días de sangrientos combates entre los constitucionalistas y las tropas norteamericanas que intervinieron la nación con el propósito de sofocar la guerra que se había iniciado el 24 de abril.
Para 1949, la mayoría de los países centroamericanos y caribeños eran gobernados por férreas dictaduras. Guatemala era la excepción, vivía una frágil democracia con el presidente Juan José Arévalo, quien apoyaba a un grupo de exiliados dominicanos y nicaragüenses en cuyos países, Trujillo y Somoza, respectivamente, eran amos de horca y cuchillo. La invasión de Luperón constituye el primer episodio heroico contra la tiranía trujillista puesto que un intento anterior, el de Cayo Confites, un islote ubicado al norte de Cuba donde se entrenaban criollos antitrujillistas y extranjeros, no llegó a materializarse. Con los pertrechos que sobraron del malogrado plan, se reorganizó la resistencia esta vez en Guatemala, de donde partieron las tropas divididas en tres contingentes: El primero, al mando de Miguel Ángel Ramírez Alcántara, que entraría por el Sur; el segundo, encabezado por Horacio Julio Ornes, por Puerto Plata, y el tercero, comandado por Juan Rodríguez, por el Cibao.
Las dos invasiones -Luperón y Maimón, Estero Hondo y Constanza- fracasaron, aunque la segunda creó al régimen trujillista más problemas que la primera puesto que la conspiración se había extendido y para 1960 las cárceles del país se encontraban repletas de presos políticos de todas las clases sociales, mientras la represión aumentaba. No sabemos por qué razón a la invasión de Luperón no se le ha dado la connotación histórica que merece y en esto coincidimos con las quejas que en ese sentido expresa incesantemente don Álvaro Arvelo a través del programa “El gobierno de la mañana”. Luperón fue el intento inicial, fue esa la primera vez -en diecinueve años que ya tenía la dictadura-- que un grupo de patriotas pisaba el suelo oprimido de Quisqueya. De los quince expedicionarios que llegaron a Luperón hacen cincuentinueve años, solamente sobrevivieron cinco. En honor a esos héroes de junio de 1949, recordemos las siguientes palabras del chileno Alberto Baeza Flores: “Mientras quede una gota de honor americano, nombrad los que cayeron un día en Luperón. Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo, nombrad los que cayeron un día en Luperón. Mientras el hombre luche envuelto en la agonía, nombrad los que cayeron un día en Luperón”.
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Si usted juzga la invasión del Movimiento Revolucionario de 1959, al cual todos definimos como la Invasión del 14 de Junio, por sus catastróficos resultados militares corre el riesgo de pensar que fue un esfuerzo inútil, de gran valor patriótico que se estrelló contra la mole represiva del tirano Rafael L. Trujillo. Pero no es así.
Esa repatriación de 250 jóvenes dominicanos acompañados por cubanos, venezolanos, boricuas y norteamericanos, especialmente, fue el punto de inflexión que abrió el gran proceso social del país que a la postre devino en el Movimiento 30 de Mayo que puso fin a la vida del tirano. Y eso ocurrió en menos de dos años.
La realidad de las sociedad dominicana de 1959 no se prestaba para el inicio de una larga guerra de guerrillas, porque esa es su naturaleza, puesto que el régimen siempre mantuvo una vigilancia cerrada sobre el campesinado dominicano, arma vital de todo esfuerzo guerrillero.
La población que vivía en las montañas del país estaban controlados rígidamente por los alcaldes pedáneos, los gobernadores y los siempre presentes calieses y puestos militares de avanzada. Aún con el desembarco normal por las playas de Maimón y Estero Hondo resultaba muy difícil la estabilización de una estructura militar en las áreas rurales del país.
Los guerrilleros, sin embargo, estaban muy conscientes de cuán incierta -en términos prácticos- era la misión que emprendían frente a un régimen que a todas luces lucía monolítico. Sin embargo, la gran fuerza de ese movimiento no se esperaba que fuera necesariamente militar, sino moral dirigido a la conciencia de la población más joven del país que ardía en la desesperanza de sufrir a un régimen despótico que se eternizaba cerrando las esperanzas democráticas de toda la sociedad. Y así resultó a la larga.
La eliminación de los guerrilleros -tanto caídos en combate- como fusilados en la Base Aérea Dominicana estremeció la conciencia nacional y causó exactamente el fenómeno contrario de lo que esperaba Trujillo cuando se ufanó diciendo que si se invadía el país “volarían barbas y sesos como mariposas”. La acción guerrillera del 14 de Junio de 1959 fue un acto de inmolación consciente en el prístino Altar de la Patria en un momento en que la tiranía rebasaba todos los parámetros de tolerancia.
Y, fíjese usted, seis meses después de liquidada la guerrilla surgió el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, en memoria de los mártires, que se dispuso a liquidar la tiranía en la cabeza mayor del régimen. El esfuerzo fue delatado y decenas de jóvenes fueron apresados y torturados. Ese otro esfuerzo también fracasó ante la vigilancia lúgubre de la tiranía.
Pero ese esfuerzo castigado con excesiva sevicia por los matones de Trujillo, produjo la hasta entonces impensable reacción de la Iglesia Católica que en una Carta Pastoral del 30 de enero de 1959 protestaba por las prisiones y las torturas contra la juventud envuelta en el complot descubierto más temprano ese mismo mes. La Carta Pastoral del episcopado dominicano obligó a Trujillo a seguir un rumbo menos despiadado en las ergástulas de su régimen e incluso jugó la pose del perdón cuando fue obvio que hasta miembros de las primeras familias del país estaban implicados en el movimiento que buscaba su derrocamiento.
La campaña de Trujillo contra los sacerdotes fue impiadosa, pero otro hecho estremecedor acechaba a la juventud.
Pasado más de un año, a fines de noviembre de 1960 se conoció la horripilante noticia del asesinato de las hermanas Mirabal y su chofer en en un cañaveral en la carretera de Puerto Plata.
Patria, Minerva y María Teresa Mirabal regresaban esa tarde de Puerto Plata adonde habían ido a visitar a los tres esposos suyos que guardaban prisión en esa ciudad. Todo el país estuvo consciente en que la versión oficial de que habían perecido en un accidente de tránsito era una vulgar mentira, sino que fueron asesinados los cuatro nada más y nada menos que a golpe de madero. El horror sobrecogió a todos. La reacción no se haría esperar.
“Esto no se puede aguantar -habría dicho Antonio de la Maza cuando supo del asesinato de las Mirabal y su chofer- ahora Trujillo también está matando mujeres y esto no se puede aguantar”.
Fue el llamado a la conciencia de Antonio de la Maza –resentido por el asesinato de su hermano Tavito- lo que sirvió de percutor para formar el equipo que le puso fin a la tiranía trujillista el 30 de Mayo de 1961, faltaban quince días para que se cumplieran dos años de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo.
Es claro, pues, que ese inmensa osadía histórica de la cual se cumplen hoy 50 años, fue el factor desencadenante de un movimiento social que finalmente dio al traste con la tiranía trujillista.
A esos mártires debemos la libertad que hoy disfrutamos y a su memoria debe elevarse hoy el más sagrado recordatorio y hacerle saber –en la eternidad de su sacrificio- que sus vidas no fueron entregadas en vano. Que la libertad finalmente se impuso aunque aún falten importantísimas conquistas.
El proceso de desarrollar un país es mucho más ingente que destruir una tiranía. Debemos comprometernos a cumplir el loable propósito de crear una sociedad abierta y segura para todos. Entonces habríamos cumplido sus sueños y satisfecho sus genuinas esperanzas.
Loor a los mártires inmaculados por toda la vida. Amén.
Silvio Herasme Peña:
Listin Diario,6/6/2009
ISTIDIARIISTINDIARIISTIDIARI
El 14 de Junio o la heroicidad dividida
Con sorpresa he leído recientemente en la prensa nacional la decisión del síndico de Santiago de los Caballeros de elevar un monumento a los héroes nacionales del 14 de junio nacidos en Santiago.
La absurda decisión parte de un localismo extraño, que enmarca la heroicidad como un fenómeno hasta cierto punto provinciano, y que, de modo muy particular, la cercena para establecer parcelas de la misma que no tienen sentido frente al proyecto unitario de dominicanidad enarbolado por los que sirvieron a la patria entregando sus vidas sin banderías ni posiciones que no fueran la de la liberación del pueblo dominicano.
No se inscribieron como oriundos del terruño donde vieron sus primeros años. Venían hacia un territorio “oriundo de la noche”, como dijo el poeta, y como tales traÏan sus manos “la llama augusta de la libertad”, la que no tiene banderÏas ni origen que no sea el del sacrificio.
En las invasiones, (tanto en las del 1947, como en las de junio del 1959), vinieron además de dominicanos, y santiagueros, guerrilleros internacionalistas que ofrendaron sus vidas desinteresadamente y que sufrieron las más aberrantes torturas. Y los más fueron, como es natural, los representantes de un país que como la República Dominicana necesitaba del heroísmo para la unificación de la lucha contra la dictadura.
Los que se inscribieron en el álbum de las heroicidades lo hicieron no como santiagueros, o capitaleños, no como médicos o profesionales de tal o cual rama, no como obreros de la radio, no como artistas, no como pobres o burgueses, sino como dominicanos que en su totalidad, junto a extranjeros que animaron su amor por la República con las armas en la mano, creyeron y creen todavía en ella (ahí esta Delio Gómez Ochoa) y en que la libertad no tiene nacionalidades, ni rasgos provinciales.
Vale recordar muertos como Córdoba Boniche y Alfredo Leighton, en la invasión de Luperón, y los tantos puertorriqueños y venezolanos que dieron su vida por un país unido, y vale pensar en los otros, en aquellos que hubieran muerto si hubiesen desembarcado desde la fragata Maceo durante el segundo oleaje de las invasiones de junio. Nunca preguntaron si se sacrificaban o se sacrificarían para representar su origen provinciano, Caguas, Yauco, Guantánamo o la Habana.
Eran “ángeles de hueso”, figuras al margen de las provincialidades separatistas. Verlos ahora como si formaran parte de una escuadra que deportivamente representara valores locales, que en verdad son universales, me parece errático y hasta irrespetuoso. Los vivos nos debemos a los muertos y si los muertos caen por defender el honor y los valores de un país luchando por la libertad, entonces son universales. Sus historias, los homenajes y los aportes de sus ideas son parte de un haz indivisible.
Los héroes santiagueros se sentirán bien allá en el Hades griego o en la laguna Estigia, donde el poeta Virgilio tiene el don de mostrar, por la histoiria de sus vidas, a los más destacables.
Si el sindico Sued reconociera que no lucharon por la división de valores pasados de moda y de localismos que pueden llegar a ser irrespetuosos, cambiarÏa su decisión, que me parece no es común al pueblo de Santiago.
Recordemos la letra y música de un himno escrito, como pieza de la unidad de tres militantes pertecientes a varias provincias como lo fueron Héctor Jimenes, creador de lamúsica, y Vinicio EchavarrÏa, Leandro Guzmán y Angel Concepción, autores de la letra: Llegaron llenos de patriotismo “enamorados de un puro ideal y con su sangre noble encendiedieron, la llama agusta de la libertadÖ.”.
Marcio Veloz Maggiolo
Listin Diario, - 7/11/2008
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