Tony Raful
Me preguntaron los brillantes comunicadores Yoryi Rodríguez y Sergia Elena de Seliman, por qué las ideas y el pensamiento de Juan Pablo Duarte no han prevalecido en las distintas etapas del proceso histórico dominicano. Respondí señalando, que la razón era que Duarte había perdido todas las batallas y las seguía perdiendo. La cristalización del ideal independentista, la alborada de la creación de la Patria, fue producto de causas sociales y políticas encarnadas en su liderazgo, en su devoción por la concreción de una nación libre, soberana y justa. Pero no es Duarte quien preside su nacimiento sino el general Pedro Santana, antítesis moral e ideológica de sus creencias libertarias.
Debido a la debilidad social y al predominio de los hateros se impuso el caudillismo despótico basado en la fuerza y la composición mayoritaria del sector conservador en la lucha por el poder. Duarte no era solamente un hombre bueno o una especie de santo varón que no tenía los pies sobre la tierra. Influido por las ideas de los movimientos sociales de la época y respondiendo a una corriente de conformación cultural y social que demandaba la formulación de la identidad del pueblo dominicano como nación, ideó y organizó el movimiento trinitario que dirigió la lucha conspirativa contra la dominación haitiana, le insufló el calor de sus creencias y el liderazgo de su presencia activa y audaz.
Duarte es probablemente el más grande conspirador que haya conocido la historia dominicana. No solamente estructuró una organización clandestina llamada a forjar la Patria, apegada a principios y fundamentos liberales, sino que diseñó una sociedad cultural llamada La Filantrópica, la cual utilizó como vehículo de difusión de las ideas patrióticas burlando a las autoridades de ocupación haitiana mediante la representación de obras clásicas de teatro donde se condenaba la opresión y se exaltaba el valor de la libertad.
Duarte no era simplemente un hombre bueno, era algo más, fue capaz de ingresar como conscripto del propio ejército de ocupación haitiano con la finalidad de aprender el manejo diestro de las armas, quizá convencido de la idea todavía no formulada por Marx de que el pueblo que no aprende el manejo de las armas merece ser esclavo.
Hizo ejercicio de simulación en aras del ideal patriótico y convencido de la necesidad de luchar a muerte por la libertad. Duarte fue el primer gran táctico de la política dominicana, porque fue capaz de establecer una alianza coyuntural con el bando de los llamados “reformistas” haitianos que conspiraban contra Boyer, bajo la premisa de que esa alianza táctica debilitaba el predominio de la ocupación extranjera y facilitaba las tareas de liberación del yugo opresor. Duarte no tuvo reparos en aliarse con un sector haitiano para lograr derrotar a sus enemigos.
Los Trinitarios eran un sector social débil, representaban a núcleos de la llamada clase media y no alcanzaban a incorporar a las grandes masas rurales a sus propósitos, ya que éstas estaban sumidas en la servidumbre ideológica y bajo el mando de caciques regionales imbuidos de criterios e ideas altamente conservadoras y atrasadas. Duarte y sus compañeros eran una especie de vanguardia política con un liderazgo creciente pero limitado por las fuerzas encabezadas por Santana. No fue como algunos piensan, el valor indudable de Santana frente a las invasiones haitianas, lo que le otorgó la supremacía política frente a Duarte, sino el peso social, las fuerzas rezagadas y oscurantistas, cuyo radio de acción era superior a Los Trinitarios.
El descabezamiento del proceso de alianzas gestado por Duarte con los grupos conservadores, entre ellos con los hateros para materializar la independencia, el asalto final de la Junta Gubernativa y algunos errores cometidos por sus seguidores, diezmaron la posibilidad de victoria en la lucha interna por el Poder político.
Cuando se inició la Guerra Restauradora contra la anexión a España, Duarte no vaciló en desenvainar su espada e integrarse a la lucha patriótica, arma en mano, produciendo la rendición de cuentas de gastos más trascendente de la historia dominicana. Su liderazgo motivó su extrañamiento inmediato del país de parte de los grupos dirigentes del “gobierno en armas”, cuyo atraso político y la lucha por el botín de la guerra les impidió valorar las dimensiones del pensamiento liberal y democrático de Duarte, que además seguía careciendo en 1864 de la suficiente base social organizada para constituirse en fuerza deliberativa.
Mucha gente no sabe que Duarte fue miembro de la masonería, que perteneció a una respetable Logia, lo cual determina que su pensamiento era mucho más avanzado de lo que aparentaba o de lo que él dejaba ver, pues conocemos el papel desempeñado por los masones en las luchas por las independencias americanas y en la consecución de las libertades. Su apostolado conmueve y su decepción de las clases dirigentes dominicanas de la época sigue siendo decepción en nuestros días. Duarte fue algo más que un hombre bueno, fue luz y principios inclaudicables, sol de aquellos años que alumbra todavía nuestro destino.
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