Desperdiciar
alimentos, un hábito contaminante
Un nuevo
estudio asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante como
miles de coches
Por MAITE PELAYO
Desperdiciar
alimentos tiene un elevado coste medioambiental. Así lo corrobora un reciente
estudio, que asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante
como miles de coches. Si todavía no había suficientes razones para no
despilfarrar alimentos, uno de los actuales objetivos prioritarios en la Unión
Europea, a los motivos económicos y sociales se añade ahora uno más. Hay
fórmulas para reducir el impacto de los desechos de materia orgánica en el
ambiente, como planificar bien la compra, conservar de modo adecuado los
alimentos y congelar otros que se hayan cocinado y no se consuman en ese
momento, para no tener que tirarlos.
Desperdiciar
alimentos es insostenible desde el punto de vista medioambiental, ya que los
desechos se convierten en basura contaminante. Además, producir esos alimentos
que después acaban por desaprovecharse tiene un coste ecológico, que ahora se
ha cuantificado. Las autoridades europeas no saben cómo poner freno a un dato
relevante: cada europeo desperdicia alrededor de 180 kilos de alimentos al año,
de los cuales los hogares son responsables del 42% del total del despilfarro:
unos 76 kilos por persona al año. De esta cantidad, más de la mitad es evitable
y se debe, sobre todo, a la falta de concienciación, las actitudes culturales
de infravaloración de los alimentos, la escasez de conocimiento sobre su uso
eficiente y la falta de planificación de las compras. Es una situación
lastrante desde el punto de vista económico, poco solidaria con el resto de los
habitantes del planeta y, ahora ya se sabe, insostenible.
Desperdiciar
leche
Los residuos
orgánicos que se tiran por el fregadero pueden contaminar las aguas.
Un grupo de
investigadores británicos asegura que un gesto tan cotidiano como tirar los
restos de la leche del desayuno por el fregadero equivale, en contaminación
medida en huella de carbono, a las emisiones provocadas por los tubos de escape
de miles de automóviles. La huella de carbono es una medida de impacto
ambiental definida como la totalidad de gases de efecto invernadero (los
denominados GEI, como el dióxido de carbono o el óxido nitroso) emitidos por
efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto.
La
investigación se ha llevado a cabo en la Universidad de Edimburgo, en Escocia,
y estima la leche desperdiciada en Reino Unido en unas 360.000 toneladas. Según
estos científicos, esto generaría emisiones de gases de efecto invernadero
equivalentes a 100.000 toneladas de dióxido de carbono, lo mismo que emiten
alrededor de 20.000 coches en un año. Un coste ecológico que podría evitarse.
Efectos de la
materia orgánica en el agua
Los
alimentos desechados tienen un doble efecto medioambiental negativo: por un
lado, como basura orgánica que se descompone en el entorno o termina por
incinerarse y emite en ambos casos gases de efecto invernadero; por otro lado,
el coste de recursos e impacto en el medio ambiente que genera su producción y
que es en vano. Hay que tener en cuenta que los residuos orgánicos que se echan
por el fregadero pueden contaminar las aguas. Es lo que ocurre al verter
aceites por el fregadero. Cuando llegan a ríos y lagos, quedan en la superficie
y forman una película que impide la correcta oxigenación del sistema, que
termina por deteriorarse.
Un exceso de
materia orgánica en las aguas aumenta la denominada "Demanda Biológica de
Oxígeno" (DBO), un índice que mide la cantidad necesaria de este gas para
descomponer la materia. En este proceso, además de consumirse oxígeno, se
genera dióxido de carbono. Si la demanda es muy alta, debido a la elevada
presencia de sustancias orgánicas que se deben degradar, no solo se produce
mucho CO2, sino que el oxígeno no estará disponible para que lo utilicen otros
organismos, plantas y animales, que desaparecerán.
Gestionar la
comida
Además de
desaconsejar verter los restos del desayuno por el fregadero y gestionar de
manera adecuada la comida que se compra para no malgastarla, el estudio escocés
da otros consejos a los consumidores. Si se redujera a la mitad la cantidad de
carne de pollo consumida en el Reino Unido y otros países desarrollados (26
kilos/persona y año) para llegar a niveles inferiores, como los de Japón (12
kilos/persona y año), las emisiones de gases de efecto invernadero se podrían
disminuir en una cantidad equivalente a retirar millones de automóviles de las
carreteras.
La
investigación identifica también formas de reducir la contaminación en otros
puntos de la cadena alimentaria. Sugiere que la industria agroalimentaria
podría rebajar las emisiones de gases GEI mediante la búsqueda de formas más
eficientes de producción. La agricultura es fuente de emisión de gases de
efecto invernadero como el óxido nitroso, según se destaca en el estudio.
Las
previsiones sobre el aumento del consumo de carne en el mundo durante las
próximas décadas son también preocupantes para estos autores, ya que la
producción de carne envía a la atmósfera más emisiones que los cultivos, debido
a las grandes cantidades de cereales que se siembran para alimentar al ganado.
Y no solo en cuanto a producción de gases GEI. El gasto de agua en la
producción de carne de consumo es, según muchos expertos, insostenible desde el
punto de vista medioambiental.
Planificar
la compra de alimentos
Al margen de
esta investigación, no es la primera vez que ciertos hábitos de consumo se
relacionan con el deterioro medioambiental. La gran cantidad de basura
doméstica orgánica e inorgánica, sobre todo procedente de las cocinas y
generada en los países desarrollados, o la globalización en el consumo de
alimentos que a menudo proceden de países distantes miles de kilómetros, son
algunos de los "puntos negros" que inciden de manera muy negativa en
el entorno.
Son
conductas de consumo respetuosas con el medio ambiente: una compra responsable
en la que se eviten, en la medida de lo posible, los materiales plásticos, la
correcta selección y gestión de los residuos domésticos, evitar verter aceite
por el fregadero o el consumo de alimentos procedentes de zonas cercanas. De
todas ellas, hay que señalar una fundamental: no desperdiciar alimentos es la
mejor manera de ahorrar dinero y ser solidario, además de contribuir a no
contaminar el entorno.
SIETE
ACCIONES PARA NO DESPILFARRAR ALIMENTOS
1. Planificar. Antes de comprar, debe pensarse
en los menús previstos para unos días, revisar los ingredientes de los que ya
se dispone y escribir una lista para los que se necesitan. Elegir formatos para
singles, si es el caso, y no acumular alimentos, aunque estén de oferta, si no
se utilizarán. Es recomendable no realizar la compra con hambre porque se
tenderá a adquirir más alimentos de los necesarios.
2. Conservar.
Es fundamental mantener los alimentos de acuerdo a las instrucciones que
figuran en el envase para conservarlos en óptimas condiciones. Muchos se
conservan a temperatura ambiente, pero una vez abiertos, necesitan
refrigerarse. Hay que mantener la nevera en óptimas condiciones de uso y
revisar de forma periódica su buen funcionamiento.
3. Rotar.
Tras la compra, deben ponerse los productos más antiguos de la despensa y la
nevera en la parte delantera, a la vista, y colocar detrás los nuevos. De esta
manera, se evitarán sorpresas al descubrir alimentos caducados que habían
estado semiocultos y que será necesario desechar.
4. Revisar.
Es recomendable revisar el estado de los alimentos almacenados, sobre todo los
que no están a la vista. Se deben planificar los menús, utilizar los productos
que caduquen antes y dar prioridad a los alimentos más perecederos.
5. Aprovechar.
Las sobras pueden utilizarse en la comida siguiente, como ingrediente en una
nueva preparación o congelarlas para otra ocasión, siempre que se respeten las
necesarias condiciones de higiene. Es preferible servir cantidades pequeñas de
comida, sobre todo entre los niños, y destacar la posibilidad de repetir, antes
que tirar los alimentos ya servidos.
6. Congelar.
Los alimentos que se hayan cocinado y no se consuman pueden congelarse en
porciones adecuadas para disponer de ellos más adelante. Este proceso debe
programarse y no ser fruto de la improvisación tras días de mantenimiento de
las sobras en la nevera. Uno de los alimentos más desechados es el pan duro:
conviene adquirir a diario la cantidad necesaria y, si sobra, usarlo en
pudines, tostadas, sopas o congelarlo en porciones.
7. Reciclar.
Separar los residuos domésticos según sus características (orgánicos, papel,
vidrio) para su posterior tratamiento y reciclaje. Algunos restos de alimentos,
como las frutas y verduras ya pasadas o sus peladuras, pueden convertirse en
compost y utilizarse como abono para las plantas
Fuente: ConsumerEroski.
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