sábado, 21 de noviembre de 2015

Manzanas de la concordia. Los frutos caídos en el jardín de unos vecinos inspiraron a esta mujer a fundar una extraordinaria empresa social.


Por Tim Bouquet / Ingimage

Son las 10 de la mañana de una soleada mañana de septiembre, y los jardines de los apacibles suburbios de Oslo bullen de actividad. Korsvoll Terrasse es una calle arbolada de un barrio de clase media, con casas de ladrillo rodeadas de cercas de madera pintadas de blanco. Los residentes ya se han ido a trabajar, pero un grupo de hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, ha invadido la calle.

Están sacudiendo tres grandes manzanos en uno de los jardines. Algunos trepan a las ramas para arrancar la fruta, y otros en el suelo la ponen rápidamente en grandes cajas verdes. La escena se repite en toda la calle, así como en los jardines de las calles aledañas y más allá. A lo largo de la mañana una enorme camioneta sale varias veces del barrio cargada de fruta, y regresa totalmente vacía.

Una mujer alemana de 28 años, Anne Dubrau, madre de tres niños, está al mando. Empuña un largo palo para sacudir un árbol, y alienta a su tropa a trepar más alto.

—¡Hay que tomar todas las manzanas! —grita—. ¡Que no quede ni una, pero tengan cuidado!

Pronto, manzanas de todos los tamaños y colores cubren el césped.

¿Qué está pasando? No se trata de un robo colectivo ni de un acto vandálico, sino de la tarea diaria de una empresa social llamada Epleslang. Anne tuvo la brillante idea de recolectar todas las manzanas no deseadas de Oslo, convertirlas en jugo de gran calidad y venderlas en tiendas y restaurantes de la ciudad. Sin embargo, ganar dinero no es el único objetivo de esta empresa. Epleslang ofrece trabajo remunerado y contacto social a muchas personas marginadas y excluidas del mercado laboral.



La historia de Epleslang empezó en 2012, cuando Charlotte, la hija de Anne, entonces de cinco años, llegó un día a casa con algunas manzanas que había recogido sin permiso del jardín de unos vecinos. “Le dije a a la niña: ‘No está bien tomar las cosas ajenas. Deberías haber preguntado antes; quizá los dueños quieran usar esas manzanas’”, cuenta Anne. “Me respondió: ‘No lo entiendes. ¡Nadie recoge sus manzanas!’

”Charlotte tenía razón. Los jardines de Oslo están llenos de manzanos, pero gran parte de la fruta cae al suelo y se pudre rápidamente. Las personas están muy atareadas, y prefieren ir en coche al supermercado y comprar una bolsa de manzanas españolas cultivadas con plaguicidas a recolectar las que tienen en sus jardines. Pensé: Es un desperdicio. ¿Y si recolectáramos sus manzanas e hiciéramos algo bueno con ellas?”

Por entonces Anne cursaba un posgrado en ciencias políticas en la Universidad de Oslo, y les contó su idea a cuatro compañeras que pensaban como ella: Runa, Stina, Renate y Eva. “Investigamos mucho para saber si habría suficientes manzanas para llevar la idea a la práctica”, refiere.

Recorrieron a pie y en bicicleta los suburbios de Oslo, contando los manzanos que veían, y calcularon que los jardines de la periferia producirían unas 400 toneladas de manzanas al año. En una granja urbana de Oslo vieron un lagar, y los dueños accedieron a convertir la fruta en jugo, pasteurizar éste y embotellarlo.

“Fuimos a tiendas gourmet y de comida especializada a preguntar si venderían nuestro jugo de manzana”, prosigue Anne. “Sabíamos que no sería fácil. En Noruega, el jugo de manzana se bebe cuando no hay vino, pero les gustó que el nuestro fuera local y 100 por ciento natural”.

Luego se pusieron en contacto con organizaciones de ayuda a discapacitados, personas con problemas de aprendizaje y jóvenes conflictivos para proponerles ir a recoger manzanas. “Todos dijeron: ‘¡Genial! ¿cómo no se le ocurrió a nadie antes?’”, refiere Anne. Pronto, otras cinco personas se unieron a Epleslang, trazaron un plan de negocios y entre todas reunieron 8,270 euros para fundar la nueva empresa. Sólo les faltaba el permiso de los residentes para recolectar sus manzanas.

“Publicamos un artículo en un periódico local para ver el interés que despertaba Epleslang”, añade Anne. “Eso fue en mayo de 2012. Al día siguiente, la gente empezó a telefonear para decirnos: ‘Por favor, vengan y recojan mis manzanas’”. En agosto, Epleslang ya contaba con la firma de 70 dueños de jardines.

Una de las personas que telefonearon fue Marius Mjaaland, un profesor de 42 años que vive con su esposa y sus cuatro hijos en el distrito Nordberg de Oslo. “Tenemos siete manzanos en nuestro jardín”, dice, “y nunca pudimos recoger y comer más de un tercio de la fruta que daban. Anne y su equipo vinieron a recolectar en septiembre, y para noviembre ya teníamos nuestra primera botella de jugo de manzana. Era el mejor que había probado nunca”.

También recogieron las manzanas de los vecinos de Marius. “Eran manzanas de invierno, que son muy buenas para comer frescas y excelentes hechas jugo”, cuenta Anne. “Para la primera recolección contratamos a cuatro personas discapacitadas y recogimos siete toneladas de fruta, que llevamos al lagar en bicicleta, autobús y tren. ¡Fue una locura!”

Sin embargo, el dinero inicial de Epleslang se agotó pronto. “Por un tiempo no pudimos contratar gente para la recolección”, prosigue Anne, “pero nunca dejamos de hacer jugo. ¡Algunos dueños incluso nos trajeron sus manzanas!” Afortunadamente, en 2013 Epleslang fue nombrada Empresa Social del Año de Noruega y recibió un premio de 59,000 euros. Ese año recogieron 22 toneladas.

En 2014, después de un verano caluroso, recolectaron 30 toneladas y produjeron 30,000 botellas de jugo. Treinta recolectores divididos en cuatro equipos trabajaron en más de 600 jardines en los 15 distritos de Oslo, y enviaron las manzanas al lagar en la camioneta de la empresa. Hoy día Epleslang vende su jugo embotellado en 17 tiendas, cafeterías, restaurantes y hoteles de la capital.
  
Se aprecia camaradería y entusiasmo en el jardín, entre un grupo de personas tan dispares que no se habrían conocido nunca si no fuera por Epleslang y el tesón y optimismo de Anne Dubrau. Algunos recolectores llevan puestas sudaderas azules con un letrero: “Nordpolen Industrier”. Esta organización ofrece educación y capacitación laboral a personas dis-capacitadas, así como la oportunidad de ganar dinero en sus servicios de provisión de alimentos, mensajería y reparto de revistas. “Es un trabajo duro, pero me gusta estar al aire libre con la gente”, dice Maja Fømyr, de 22 años, mientras se dirige al tercer jardín de la mañana. Tras un breve descanso, empieza a llenar otra caja, riendo al sentir una lluvia de manzanas que caen por las sacudidas de Seb y Marcus, dos adolescentes.

—¡Cuidado, muchachos! —les dice Anne—. No quiero que se vayan a caer en su primera semana.

Seb y Marcus llegaron a Epleslang a través de Kompass & Co, una cooperativa de Oslo que ayuda a jóvenes que han abandonado la escuela, se han metido en líos o llevan una vida inestable; los alienta a participar en tareas de jardinería y otras actividades útiles. “Antes trabajaba en la cocina de un restaurante”, explica Seb, “pero esto es más divertido”.

La camioneta de Epleslang se llena de cajas poco a poco. La conductora de hoy es Hege Helene Reistad, una becaria de 25 años que estudia desarrollo sostenible en la Universidad de Upsala, en Suecia. Anne recluta becarios para enriquecer la mezcla social durante la recolección. “Espero poder trabajar en algo como esto cuando acabe de estudiar”, dice Hege. “Creo que podría lograr mucho trabajando con personas discapacitadas y aprovechando los recursos locales en beneficio de la comunidad”.

Descargamos las manzanas en el lagar de Abildø, un granja comunitaria situada cerca del centro de Oslo, que cuenta con un aserradero, talleres de artesanías y corrales donde se crían animales. Durante el invierno, Maja y los demás etiquetan las botellas en Nordpolen Industrier y en otros talleres para gente discapacitada.

Una vez recolectadas las manzanas, los jóvenes dejan una botella de Epleslang a la puerta de cada donador como muestra de agradecimiento. Las botellas se envuelven con papel de regalo y se adornan con un bello dibujo de un manzano en flor, hecho a mano por el artista local Peter-John de Villiers. En el reverso del dibujo se narra la historia de Epleslang. “Esperamos que las personas que nos dejan recoger sus manzanas y las que beben nuestro jugo se conviertan en nuestros embajadores y se sientan parte de nosotros”, explica Anne.

En 2014 Epleslang facturó 100,000 euros, y este año va bien. Firmó un acuerdo con un nuevo cliente: Norgesgruppen, que posee cuatro cadenas de supermercados en Noruega. Sin embargo, no hay tiempo para celebrarlo; todavía hay que etiquetar 10,000 botellas para Navidad.

Anne ahora es directora ejecutiva de Epleslang y recibe un modesto salario. Dice que no quiere expandir la empresa más allá de Oslo, que seguir siendo local es la clave; se siente más feliz viendo cómo otros adoptan el modelo de Epleslang. Hoy día hay grupos parecidos en Akershus, Romerike y Stavanger, y se espera que pronto comiencen otros en Bergen y Trondheim. Anne también ha iniciado conversaciones con grupos de Sicilia, Italia, y Valencia, España, que quieren convertir en jugo los limones y las naranjas desaprovechados.

“Este modelo de negocio elimina el desperdicio, une a la gente y beneficia a las comunidades de Oslo, pero en todos los países hay frutas, ¿o no?”, dice Anne. Para que funcione, se requieren personas que busquen una alternativa al sistema de mercado actual, basado en la compra de productos importados. Sin embargo, Anne Dubrau y sus recolectores de manzanas creen que existen las condiciones para generalizar el cambio. Como dice ella, “la mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”.


Cortesía: Selecciones.

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