lunes, 30 de marzo de 2009

Interesante

Gandhi y el individualismo

Un pensador norteamericano exhumó las sentencias del Mahatma Gandhi que, por su voluntad expresa, están grabadas en su tumba. Son los siete pecados sociales que afectan al mundo y que cuando no se actúa a tiempo traen indeseables consecuencias como las que estamos viviendo en este tiempo.

Pero no conforman una profecía milagrosa; son las conclusiones de un agudo observador que conocía a occidente porque había estudiado en Inglaterra y a la vez podía distanciarse en razón de sus raíces. Las definiciones son tan precisas que vale la pena transcribirlas; merecen difundirse porque motivan la reflexión. Gandhi señalaba los siguientes pecados sociales:

  • política sin principios
  • comercio sin moral
  • riqueza sin trabajo
  • educación sin carácter
  • ciencia sin humanidad
  • placer sin consciencia
  • religión sin sacrificio.
  • Cada afirmación merecería considerarse extensamente porque reflejan la dolorosa realidad presente de la sociedad occidental. Pero podemos encontrar un denominador común: cada una de ellas lleva implícita una crítica al individualismo, que es la raíz de donde proceden todos nuestros males.
    Detrás de las propuestas globalizadas del liberalismo capitalista se fue deteriorando el concepto de responsabilidad social y víctimas de un inmoderado individualismo, cada uno se lanzó a buscar su propia satisfacción, sin tomar en cuenta que formaba parte de un cuerpo social.

    Nuestra realidad es que convivimos, pero sin sentido de comunidad; buscamos prioritariamente la satisfacción personal pero sin perseguir el bien común. Cada individuo es una isla y el conjunto de la sociedad un archipiélago que no se plasma nunca como continente. El individualismo, cuando reina, instala al egoísmo como estilo de vida; cada uno persigue metas personales y quiere alcanzarlas aun a expensas del fracaso del prójimo o de la sociedad. Queremos vivir nuestra vida, pero no queremos respetar el derecho de nuestros semejantes que quieren vivir la suya. Así es como se fue deteriorando el matrimonio, desvirtuando la paternidad y desarmando la familia que es la célula madre de la sociedad. Como resultado hoy tenemos un problema grave en la nueva generación que, moldeada en este nuevo estilo de vida, descree de la responsabilidad y se entrega a excesos de todo tipo sin respetar ni siquiera su propia vida.

    Gilles Lipovestki, pensador francés de origen polaco, es un estudioso de la sociedad moderna muy agudo en sus análisis. El título de cada uno de sus libros puede tomarse como una definición de nuestra sociedad posmoderna: La era del vacío, El crepúsculo del deber, El imperio de lo efímero. Refleja con precisión una sociedad sin contenidos, que se niega a reflexionar en profundidad sobre el origen de sus problemas; un individuo que rechaza sus obligaciones porque está convencido que únicamente tiene derechos; y una realidad siempre provisoria, vacilante, inestable, dominada por la histeria de una tecnología subordinada solamente a las leyes del mercado.

    Por este rumbo vamos transformando nuestra realidad hasta tornarla insoportable. Estamos viviendo en una sociedad cada vez más violenta, conflictuada y decadente, pero no intentamos hacer nada por producir cambios estructurales duraderos. Los problemas, cada vez más complejos, no aceptan soluciones fáciles ni coyunturales, se necesita una transformación de fondo que no estamos dispuestos a hacer.

    Nos engolosinamos con el “progresismo” sin darnos cuenta que sus propuestas alimentan la decadencia. Por ese camino logramos plasmar en nuestra realidad de todos los días lo que Enrique Santos Discépolo reflejara en “Cambalache”:

      ¡Todo es igual!
      ¡Nada es mejor!
      ¡Lo mismo un burro
      que un gran profesor!
      ¡No hay aplazaos ni escalafón,
      los inmorales nos han igualao!

    Este igualamiento hacia abajo, ignorando categorías morales, aceptando como válidas todas las conductas y jactándonos de nuestras miserias como si fueran expresiones de libertad, nos lleva a un camino que no tiene salida. El “progresismo” con su prédica mediocre y populachera, se ha transformado en enemigo del progreso.

    No podemos ni debemos seguir corriendo alegremente hacia el abismo como si fuéramos imbéciles. La tiranía del mercado, la incentivación del individualismo y la falta de límites nos está destruyendo. Y cuando uno corre hacia el abismo la única salida que tiene es detenerse, mirar hacia atrás, ver donde ha perdido el rumbo y retomar el camino correcto.

    Todavía estamos a tiempo.

    Autor: Salvador Dellutri
    Tierra Firme

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