jueves, 4 de noviembre de 2010

Bosques

Néstor Zabala

Los bosques constituyen una base esencial de los sistemas de sustento de los sectores más pobres de los países en desarrollo, por lo que la deforestación representa una amenaza no sólo para el medio ambiente sino también para la satisfacción de sus necesidades básicas y su seguridad alimentaria. Por esta razón, en la ayuda internacional se ha venido prestando una creciente atención a los proyectos y programas orientados a la protección y utilización de los recursos forestales.

El bosque proporciona una amplia gama de materias primas y recursos, como leña, madera (para la construcción o para elaborar carbón vegetal), frutos silvestres, caza, forraje, fibras, medicinas, tintes y otros muchos. Estos productos suelen tener una gran importancia para las familias más pobres, pues les permiten complementar sus dietas y obtener ingresos, cuando son vendidos o se emplean como materias primas para la realización de actividades artesanales. Los recursos forestales son de particular importancia durante los períodos de crisis, sequía y hambruna, durante los cuales ayudan a compensar la disminución de la producción agrícola o de los salarios, con lo que constituyen un componente esencial de las denominadas estrategias de afrontamiento. A todo esto se añaden los conocidos beneficios medioambientales del bosque, tanto a nivel local como global, entre los que destacan la conservación del suelo y el freno a su erosión, la conservación de la humedad, la preservación del hábitat, la estabilidad climática, y la absorción del carbono y de la contaminación.

En consecuencia, la merma creciente de los recursos forestales implica una peligrosa amenaza para el medio de vida y el desarrollo de muchas comunidades pobres. Según la fao, la superficie boscosa del mundo era en 1995 de unos 3.454 millones de hectáreas, esto es, una cuarta parte de la superficie del planeta. Sin embargo, desde 1980 hasta ese año había disminuido en casi 180 millones de hectáreas, proceso sufrido sobre todo en los países en desarrollo: éstos experimentaron una reducción neta de 200 millones, frente a un aumento neto de 20 millones en los desarrollados (FAO, 1999). Entre 1960 y 1995, Asia perdió un tercio de su superficie forestal, y África y América Latina un 18% cada una (Santamarta, 1999).

La deforestación constituye uno de los grandes problemas medioambientales, y está asociada a otros como la sequía, el cambio climático o la pérdida de la biodiversidad. Sus principales causas son la tala de madera, sea con fines comerciales o para leña (principal fuente energética para las familias más pobres), las roturaciones para explotaciones agrícolas o ganaderas, la construcción de infraestructuras (embalses, carreteras), o la expansión de los núcleos poblacionales. Estos factores se ven estimulados por procesos como el crecimiento demográfico (ver demografía), el desarrollo económico o la expansión de los intereses comerciales de empresas multinacionales. En algunos casos, las altas tasas de personas desempleadas y sin tierra han dado lugar a que gobiernos como el de Brasil hayan alentado su penetración y colonización del bosque como salida a situaciones potencialmente conflictivas. En ese y otros muchos países en desarrollo, la necesidad de obtener divisas para pagar la deuda externa ha obligado a permitir una sobreexplotación maderera por parte de las multinacionales.

Diferentes movimientos sociales y organizaciones de los países en desarrollo se han movilizado con objeto de frenar la tala de bosques, como hicieron los grupos de mujeres del estado indio de Uttar Pradesh, que, abrazándose a los árboles, lograron llamar la atención sobre el problema y modificar la legislación forestal.

Del mismo modo, la deforestación ha recibido desde los años 60 una creciente atención en el campo de la cooperación para el desarrollo y en el trabajo de agencias multilaterales como la fao y el banco mundial. Desde entonces, los enfoques que sustentan los programas de desarrollo forestal han evolucionado sensiblemente. Hasta finales de los años 70, los bosques se veían casi exclusivamente como suministradores de materias primas para la industria. A partir de entonces, sin embargo, de la mano de biólogos y especialistas en desarrollo rural se comenzó a apreciar la importancia que los bosques y sus productos encierran para las poblaciones locales. De este modo, por ejemplo, las agencias internacionales reconocieron que la leña es la “fuente de energía de los pobres”, y que las políticas forestales deberían adoptar un enfoque más sensible a las necesidades y situación de las poblaciones locales.

Sin embargo, la falta de una adecuada comprensión de tales necesidades y situaciones es una de las razones que parecen explicar los pésimos resultados de numerosas iniciativas en la materia durante los años 80, sean pequeños proyectos de ONG o grandes programas multilaterales o bilaterales. Un ejemplo de esto serían algunos proyectos de reforestación a gran escala con especies arbóreas de madera dura y crecimiento lento, en lugares donde la población prefería arbustos para la producción de leña. En otros lugares, sobre todo en zonas áridas de África, se introdujeron especies exóticas de árboles para leña de crecimiento rápido, que resultaron inapropiados por cuanto sus propiedades de combustión eran inferiores a las de otras especies locales.

En un esfuerzo para evitar este tipo de errores, que en parte perduran, los proyectos forestales han comenzado a prestar una mayor atención a las personas beneficiarias, a su participación en los mismos y a su educación medioambiental. En este sentido, en 1988 la FAO y la agencia bilateral sueca iniciaron su programa Forests, Trees and People (bosques, árboles y personas, FTPP), centrado en la silvicultura comunitaria, es decir, la dimensión social de la gestión de los bosques (Lee et al., 1994).

Los enfoques recientes en la materia se caracterizan también por una mayor apreciación del conocimiento de la población rural sobre los bosques y su utilización. Frente a la transmisión jerárquica de conocimientos imperante en el pasado, hoy se admite que en muchos casos son los ingenieros forestales los que aprenden de la población local los diversos tipos de árboles y sus aplicaciones.

Otro aspecto que condiciona los proyectos forestales, y que ha merecido la atención de diversos autores, es lo que se han denominado las titularidades medioambientales, es decir, la capacidad de acceder a los recursos del bosque, determinado bien por la propiedad legal de los terrenos, bien por el derecho derivado de la costumbre. En muchos lugares las poblaciones locales han ido perdiendo total o parcialmente tales derechos de acceso, como consecuencia de la enajenación de tierras durante la colonización, o de la privatización y registro legal de tierras que tradicionalmente eran de uso comunitario, por parte de sectores poderosos. Con relación a esto, un problema frecuente en este tipo de proyectos radica en la confusión existente en cuanto a los derechos de uso y a las responsabilidades de mantenimiento de los árboles plantados. Para evitar posibles conflictos en tal sentido, es necesaria la participación de la población en el correcto diseño del proyecto y la especificación de los beneficios que genere. De forma similar, otro error de muchos proyectos forestales radica en la inadecuada consideración de su impacto sobre las relaciones de género entre hombres y mujeres: en muchas ocasiones la capacitación en técnicas forestales se proporciona a hombres, cuando suelen ser las mujeres las responsables de la gestión forestal y de la recogida de leña, a pesar de lo cual su voz no suele ser la que prevalece.

Hoy en día, las iniciativas de desarrollo forestal en los países en vías de desarrollo suelen dirigirse hacia una gestión sostenible de los recursos naturales, desde el punto de vista tanto biológico como social. En esta gestión sostenible se presta atención a factores como son el acceso a los recursos forestales, la seguridad medioambiental, la silvicultura comunitaria, la agroforestería y la obtención de otros productos diferentes a la madera.

Las iniciativas de cooperación en esta materia van desde los programas de las agencias multilaterales, con frecuencia orientados a la planificación de las políticas forestales en países en desarrollo o a la gestión de zonas protegidas, hasta los pequeños proyectos de ONG. Estos últimos habitualmente forman parte de programas más amplios, y su función suele consistir en la intermediación entre el departamento forestal del gobierno y las poblaciones locales, en la potenciación de la silvicultura comunitaria sostenible y en la búsqueda de salidas comerciales a los productos del bosque. En ocasiones, además, las ONG se ocupan de sensibilizar y defender los derechos de acceso y uso del bosque por parte de poblaciones que tradicionalmente han vivido en y de él, como los indígenas del Amazonas o los recolectores de miel que habitan los bosques del Terai en Nepal.

La mayoría de los proyectos de ONG se orientan a la silvicultura comunitaria, y en teoría se basan en la participación de la propia población local. De esta forma, si bien antes los expertos tendían a introducir especies exóticas que muchas veces acababa demostrándose que eran inadecuadas para los ecosistemas locales, hoy la selección de especies la suelen llevar a cabo los beneficiarios entre las que existen en el lugar, con lo que, además de ser conocidas por ellos, se garantiza su adaptación al medio. De todas formas, a veces se usan también especies de los denominados árboles de usos múltiples (MPT, multi-purpose trees), con frecuencia leguminosas, que crecen rápido, proporcionan alimento al ganado y leña, al tiempo que fijan el nitrógeno en el suelo mejorando la calidad de éste. Las especies más conocidas en zonas tropicales, tanto en Asia como en África y América Latina, son la leucaena leucocephala, la aradirachra indica (más conocida como Neem y de gran importancia en la India) o especies del género de la casuarina.

En muchos casos los proyectos tratan de promover la agroforestería, esto es, el uso combinado del suelo mediante la explotación forestal, el cultivo de vegetales y, a veces, la cría de ganado. Esta práctica, tradicional en las huertas-jardín de lugares como Sri Lanka o Java, ha sido objeto de atención y estudio sobre todo a partir de la apertura a fines de los 70 en Nairobi, Kenia, del Consejo Internacional de Investigación para la Agroforestería (ICRAF), de la mano de diferentes agencias internacionales. La agroforestería permite obtener el máximo uso posible del suelo de forma sostenible. N. Z.


Bibliografía

  • Chambers, R. y M. Leach (1990), Trees as Savings and Security for the Rural People, serie Unasilva, FAO, Roma.
  • FAO (1990), Mujeres en la silvicultura comunitaria. Guía de campo para el diseño y la aplicación de proyectos, Roma.
  • FAO (1998), Aprovechamiento forestal compatible con el medio ambiente, Roma.
  • FAO (1999), State of the World's Forests, 1999, Roma.
  • FAO, sitio en internet sobre bosques: http://www.fao.org/forestry
  • Peluso, N. L., M. Turner y L. Fortmann (1994), Introducing Community Forestry. Annotated Listing of Topics and Readings, Roma, FAO.
  • Santamarta, J. (1999), "La situación actual de los bosques en el mundo", Revista World Watch, nº 9, Madrid, pp. 53-57.


No hay comentarios: