Si se les pregunta a los escritores, la respuesta es casi unánime. Es la infelicidad —y no el bienestar, el placer, el contento— el móvil de la creación artística.
Según esta idea, la angustia, la incomprensión respecto de lo que nos pasa, la sensación de absurdo son los incentivos para escribir. Dicho de otro modo, detrás de toda gran obra literaria, está la desdicha. La felicidad será buena para la vida, pero no incentiva el arte.
Así lo ha expresado en diferentes ocasiones el reciente Nobel Mario Vargas Llosa (aquí, en la muy citada entrevista de The Paris Review):
"Escribo porque no soy feliz. Escribo porque escribir es una manera de combatir la infelicidad".
En relación con la increíble historia de los 33 mineros chilenos —ya, por suerte, a salvo— se nos ocurrió pensar en la relación entre escritura y supervivencia. Porque si la escritura en general puede necesitar de la carencia, la tristeza o la melancolía como alicientes, hay obras que han llevado esto a un extremo: textos de ficción y no ficción desarrollados solo por la necesidad de sobrevivir, con la esperanza de que volcar las experiencias más traumáticas, confusas o faltas de esperanza alivie, si no ilumine, algún sentido profundo.
Por ejemplo, el diario que la jovencita Ana Frank llevó durante su encierro de dos años, en un ático de Ámsterdam, para ocultarse de los nazis. En ese diario, Ana procura aferrarse a la parte más clara de la vida (sus sueños románticos, su vocación de escritora) en un entorno de completa opresión. O el libro El hombre en búsqueda de sentido, de Viktor Frankl, un relato autobiográfico relacionado con el de Ana porque se refiere a su estadía en un campo de concentración, pero escrito con posterioridad: una visita a días difíciles del pasado, con el objetivo de encontrarles algún provecho para la vida actual. Y también el libro Viven, otra narración retrospectiva, que cuenta los duros meses de aislamiento que pasaron los sobrevivientes de la tragedia de los Andes (la caída del avión con rugbiers uruguayos en plena cordillera y en pleno invierno, en el año 1972) y su reingreso al mundo.
¿Qué historias de resistencia, ficcionales (como La Odisea, que cuenta una travesía agotadora, o El Conde de Montecristo) le han gustado más? ¿Qué historias no ficcionales, como las citadas más arriba, le han parecido más valiosas o conmovedoras? Y ¿es la felicidad indispensable para el arte? ¿Es la escritura un medio de salvarse de las redes de la tristeza, la desazón, el absurdo?
sábado, 20 de noviembre de 2010
La Infelicidad y los Escritores.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario