sábado, 15 de marzo de 2008

NESTOR CARO: CUENTO



UN TIPO INOLVIDABLE

Aquella mañana hubiera querido tirarme sobre la grama húmeda que verdeaba junto al rió. Era una de esas mañanas de invierno en las cuales parecen viajar los recuerdos en un ropaje gris. Había gastado el último centavo y me sentía solo. A veces miraba los bordes de la americana que llevaba y sentía miedo y muchos escalofríos, solo me calmaba el gran deseo de echarme sobre la grama húmeda, como un vagabundo y nada más.
Mi madre nunca quiso creer cuanto le decía; madre mía, hoy he visitado los talleres y nada mas he podido conseguir; además no tengo interés en servirle a la compañía. Todos los hombres que trabajaban en ella son esclavos, no te ha dado cuenta. Viven callados. ! Cobarde!

Al verme gesticular con los puños cerrados, mi madre se reía. Me miraba como a un actor de teatro. Siempre creyó que mi empeño en demostrar las negruras de aquellas vidas miserables no tenia otra finalidad que la de ganar la libertad que cuanto deseaba, pero no le daba crédito a las cosas que le refería. Le gustaba oírme hablar de las fincas y de la factoría.

Una vez le dije:
¿Madre, conoces a Villeta el mayordomo del batey la “La Dulzura”? Esta mañana sostuvo una discusión con un mister porque le hicieron una cocina con unas tablas ensangrentadas.

Como dices, muchacho?- dijo asustada.
Si, madre. Un congo, murió en un barracon después de una prolongada hemoptisis. Como la compañía no quería perder las tablas le hizo una cocina al mayordomo.

Y, acaso el la había pedido?
Si, madre, lo habían trasladado hacia poco tiempo y como la necesitaba no tardaron en hacerla con las tablas sucias de sangre.
- ¿ Que dijo el , muchacho?
- Ay madre, resulto un gran charlatán. Dijo a voz en cuello: No, no utilizare esa cocina hecha con tables infectadas. Esas tablas fueron vomitadas por el haitiano que murió ayer. No la usare. Esto es un atropello. Después, cuando paso el mister le dijo en voz muy baja; mire Mister Bremen, me ha hecho una cocina con unas tablas sucias. Esos carpinteros del diablo los voy a reportar. El hombre blanco le respondió tranquilamente:

- Amigo Villeta, no fueron los carpinteros fue una orden de la compañía, si no te gusta lárgate.

- Muchacho, ¿como va un hombre a soportar eso?
- Si, madre; puedes creerlo. Acaso no lo he oído? mi madre no podía creerlo. Un hombre alto, fuerte, armado, tratado como un esclavo. No podía ser ni ella podía creerlo; por menos que eso mi padre, sin conocer los secretos de los vientos, se había hecho a la mar en un balandro rumbo a la isla de Cuba. No, mi madre no podía creerlo.

Aquella mañana tenía que tirarme sobre la grama y sentirme el mas vagabundo de todos los muchachos del pueblo. Mi padre trabajaba desde la madrugada y me quería; al pensarlo me sentía rico. Tenia mis padres buenos y jamás me dijeron trabajara para ellos. Si lo hubieran hecho tal vez ya no estaría en mi tierra. Por nada del mundo hubiera sido un esclavo más de los amos buenos.

Fue aquella mañana cuando conocí a un gran tipo.
Era un hombrecito pequeño con una sonrisa de niño. Llevaba un pequeño maletín para guardar los útiles de barbería. Después supe que también era sastre.Los sábados se iba temprano a los campos en busca de trabajo.
Como tenia que atravesar el puente, tuvo que solicitar un permiso y mostrárselo a un guardia campestre. Un hombre grosero, de hombros elevados, con un gran deseo de matar a cualquiera escrito en la mirada fría.
Cuando el guarda campestre le requirió el permiso al diminuto barbero no quiso perder la oportunidad de ser insolente y, dándole un empujón le espeto una frase de uso corriente: a un lado negro del diable; perro cochino!

El tipo aquel, tomo el maletín y lo descargo con fuerza en la cabeza del guarda al tiempo que decía: ¡cochino eres tu y la madre que te trajo al mundo! Si tus malvados sentimientos son de esclavos, los míos no, hijo de perra...Yo no soy un esclavo.

Cuando todos esperaban que terminara la fiesta de golpes que el barbero daba sobre el guarda vieron como lo levantaban en vilo y lo tiraba contra el suelo, diciendo entre palabras gruesas: Lastima que esto no lo vean tus antepasados.
El deseo de echarme sobre la grama se disolvió en medio del griterío. Volví a mi casa y referí lo que había visto, con lujo de detalles.

El tipo aquel, inolvidable, se acostumbro a visitarme.
Tenía una sonrisa de niño y no le gustaba que le hablaran de las cosas que había pasado. Negaba todo lo que decían de el.

No se si habrá muerto, pero el tipo aquel, me enseño muchas cosas. Logre no ser un esclavo más: No soy un esclavo.

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