Hurgando entre documentos sobre las decadas de los setenta nos encontramos con un material de Peter H. Smith, sobre los ciclos de democracia electoral en America Latina, 1900-2000.
Lo invito a saborear este rico manjar.
Los ciclos de democracia
electoral en América Latina,
1900-2000
..........
PETER H. SMITH*
La democracia ha enfrentado tiempos turbulentos en América Latina. Durante generaciones, la región fue considerada como territorio de tiranos militares; los reformadores civiles saltaban a la palestra, sólo para ver sus mandatos interrumpidos por generales provenientes de los cuarteles. La democracia ha sido vista como frágil, temporal y superficial en contenido.
Sin embargo, parece que durante los últimos 25 años la democracia ha echado raíces en la región. Muchos observadores consideran este desarrollo como una señal de madurez política, donde los ciudadanos de la región han pasado (¡por fin!) de la adolescencia a la vida adulta; otros observadores piensan que este desarrollo es el resultado inexorable y benévolo de la liberalización económica y del libre comercio; otros más le dan crédito a la influencia y al
ejemplo de Estados Unidos.
La implicación general es que ahora la democracia es vibrante, fuerte y en continuo perfeccionamiento al paso del tiempo.
¿Cuál es la interpretación correcta?
Para responder esta pregunta, examino aquí la incidencia y durabilidad de la democracia electoral en América Latina en el transcurso del siglo XX. El análisis identifica el “timing” y la difusión de la democratización, sitúa patrones regionales dentro de un contexto global amplio, pone a prueba algunas hipótesis clave sobre factores explicativos y evalúa la durabilidad de la democracia latinoamericana. A diferencia de la mayoría de los estudios sobre el tema, que limitan su atención a los últimos 30 o 35 años, esta investigación analiza un lapso de 101 años, de 1900 al año 2000, lo que permite detectar transformaciones de largo plazo y situar sucesos recientes dentro de una perspectiva histórica apropiada.
CICLOS Y TENDENCIAS
Cuando América Latina se preparaba para entrar al siglo XX, existían tres formas definidas de régimen político. Una era el caudillismo, el sistema mediante el cual los hombres fuertes militares o paramilitares luchaban entre sí a fin de imponer su autoridad sobre la nación (o región) y disfrutar de las prebendas de la victoria. Eran luchas brutales por el poder: las reglas de combate eran primitivas y los gobiernos surgían y caían con regularidad.
Un segundo patrón tomó la forma de “dictaduras integradoras”: dictaduras centralizadoras que buscaban reducir las tendencias centrípetas del caudillismo y establecer la hegemonía del Estado nacional. Algunos ejemplos son Diego Portales en Chile, Juan Manuel de Rosas en Argentina y Porfirio Díaz en México.
A menudo, estos gobernantes provenían de las filas del ejército y, una vez en el poder, siempre contaban con el respaldo de las fuerzas armadas para sostener su gobierno.
Una tercera variante podría llamarse “oligarquía competitiva” o “republicanismo oligárquico”. Los regímenes de este tipo hicieron uso de elecciones periódicas para ocupar puestos políticos y por lo general cumplieron con el procedimiento constitucional formal. Al mismo tiempo, restringieron la competencia efectiva a las facciones de la elite gobernante mediante drásticas restricciones al sufragio y a través de formidables requisitos para ser candidato. En efecto, el
sistema estableció mecanismos no violentos para resolver disputas entre las facciones contendientes de las elites dominantes. También fue un instrumento medio para arrancar el poder a los caudillos y/o dictadores militares. Aunque este régimen ostentaba una fachada democrática, poco tenía que ver con un gobierno del pueblo; al contrario, consagraba el dominio de una minoría. En las relaciones entre las elites y las masas, la oligarquía competitiva mostró muy poco respeto por el Estado de derecho, pues en situaciones de conflicto de clases, prevalecía el poder brutal.1 Este tipo de régimen por lo general prosperaba en sociedades con amplias diferencias entre las elites y las masas populares.
¿Cómo y dónde surgió la democracia electoral en América Latina?
Sin embargo, parece que durante los últimos 25 años la democracia ha echado raíces en la región. Muchos observadores consideran este desarrollo como una señal de madurez política, donde los ciudadanos de la región han pasado (¡por fin!) de la adolescencia a la vida adulta; otros observadores piensan que este desarrollo es el resultado inexorable y benévolo de la liberalización económica y del libre comercio; otros más le dan crédito a la influencia y al
ejemplo de Estados Unidos.
La implicación general es que ahora la democracia es vibrante, fuerte y en continuo perfeccionamiento al paso del tiempo.
¿Cuál es la interpretación correcta?
Para responder esta pregunta, examino aquí la incidencia y durabilidad de la democracia electoral en América Latina en el transcurso del siglo XX. El análisis identifica el “timing” y la difusión de la democratización, sitúa patrones regionales dentro de un contexto global amplio, pone a prueba algunas hipótesis clave sobre factores explicativos y evalúa la durabilidad de la democracia latinoamericana. A diferencia de la mayoría de los estudios sobre el tema, que limitan su atención a los últimos 30 o 35 años, esta investigación analiza un lapso de 101 años, de 1900 al año 2000, lo que permite detectar transformaciones de largo plazo y situar sucesos recientes dentro de una perspectiva histórica apropiada.
CICLOS Y TENDENCIAS
Cuando América Latina se preparaba para entrar al siglo XX, existían tres formas definidas de régimen político. Una era el caudillismo, el sistema mediante el cual los hombres fuertes militares o paramilitares luchaban entre sí a fin de imponer su autoridad sobre la nación (o región) y disfrutar de las prebendas de la victoria. Eran luchas brutales por el poder: las reglas de combate eran primitivas y los gobiernos surgían y caían con regularidad.
Un segundo patrón tomó la forma de “dictaduras integradoras”: dictaduras centralizadoras que buscaban reducir las tendencias centrípetas del caudillismo y establecer la hegemonía del Estado nacional. Algunos ejemplos son Diego Portales en Chile, Juan Manuel de Rosas en Argentina y Porfirio Díaz en México.
A menudo, estos gobernantes provenían de las filas del ejército y, una vez en el poder, siempre contaban con el respaldo de las fuerzas armadas para sostener su gobierno.
Una tercera variante podría llamarse “oligarquía competitiva” o “republicanismo oligárquico”. Los regímenes de este tipo hicieron uso de elecciones periódicas para ocupar puestos políticos y por lo general cumplieron con el procedimiento constitucional formal. Al mismo tiempo, restringieron la competencia efectiva a las facciones de la elite gobernante mediante drásticas restricciones al sufragio y a través de formidables requisitos para ser candidato. En efecto, el
sistema estableció mecanismos no violentos para resolver disputas entre las facciones contendientes de las elites dominantes. También fue un instrumento medio para arrancar el poder a los caudillos y/o dictadores militares. Aunque este régimen ostentaba una fachada democrática, poco tenía que ver con un gobierno del pueblo; al contrario, consagraba el dominio de una minoría. En las relaciones entre las elites y las masas, la oligarquía competitiva mostró muy poco respeto por el Estado de derecho, pues en situaciones de conflicto de clases, prevalecía el poder brutal.1 Este tipo de régimen por lo general prosperaba en sociedades con amplias diferencias entre las elites y las masas populares.
¿Cómo y dónde surgió la democracia electoral en América Latina?
¿Cómo ha evolucionando con el tiempo?
La respuesta a estas preguntas requiere realizar un examen sistemático de 19 países de 1900 al año 2000. Como grupo, estos países comprenden lo que comúnmente se considera “América Latina”, que va desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego: de México hasta la punta sur de Argentina y Chile, incluidos Brasil y las naciones andinas. También incluye Haití y República Dominicana, que ocupan la isla La Española. No se incluyen las islas de habla inglesa u holandesa del Caribe, ni tampoco Surinam, Guyana, Guayana Francesa y Belice.2 También se excluye Cuba, no por razones culturales o geográficas, sino porque no ha tenido una experiencia significativa con la democracia electoral.3 Para el año 2000, la población total de estos 19 países se acercaba a los 500 millones de habitantes.
Los investigadores han definido y evaluado el concepto de democracia en una gran variedad de maneras (Collier y Levitsky, 1996, 1997). En una formulación ahora clásica, Robert Dahl (1971, pp. 2-3; 1982, p. 11) propuso los “procedimientos mínimos” de garantías institucionales para una democracia completa.
Los analistas han tratado de operacionalizar grados observables de democracia como una variable dicotómica, como una variable nominal ordenada y como una variable continua. Los criterios y las escalas de medición algunas veces han carecido de transparencia y los resultados han demostrado ser inconsistentes (Munck y Verkuilen, 2002a, 2002b).
1 Aquí la terminología no es muy acertada. Este tipo de régimen podría llamarse “constitucionalismo oligárquico”, “competencia oligárquica”, “electoralismo oligárquico” o incluso —si “estiramos” las categorías— “democracia oligárquica”.
2 Razones adicionales para su exclusión son el tamaño, puesto que la mayoría de estos países son muy pequeños; la herencia colonial, pues las tradiciones británicas o de otros países difieren notablemente de las de España y Portugal; y la experiencia política, pues muchos países caribeños se independizaron apenas en los años sesenta y setenta.
3 Según mi análisis, las elecciones cubanas en los años treinta y a principios de los años cuarenta no fueron completamente democráticas, ya que Fulgencio Batista ejercía el poder tras bambalinas.
Los investigadores han definido y evaluado el concepto de democracia en una gran variedad de maneras (Collier y Levitsky, 1996, 1997). En una formulación ahora clásica, Robert Dahl (1971, pp. 2-3; 1982, p. 11) propuso los “procedimientos mínimos” de garantías institucionales para una democracia completa.
Los analistas han tratado de operacionalizar grados observables de democracia como una variable dicotómica, como una variable nominal ordenada y como una variable continua. Los criterios y las escalas de medición algunas veces han carecido de transparencia y los resultados han demostrado ser inconsistentes (Munck y Verkuilen, 2002a, 2002b).
1 Aquí la terminología no es muy acertada. Este tipo de régimen podría llamarse “constitucionalismo oligárquico”, “competencia oligárquica”, “electoralismo oligárquico” o incluso —si “estiramos” las categorías— “democracia oligárquica”.
2 Razones adicionales para su exclusión son el tamaño, puesto que la mayoría de estos países son muy pequeños; la herencia colonial, pues las tradiciones británicas o de otros países difieren notablemente de las de España y Portugal; y la experiencia política, pues muchos países caribeños se independizaron apenas en los años sesenta y setenta.
3 Según mi análisis, las elecciones cubanas en los años treinta y a principios de los años cuarenta no fueron completamente democráticas, ya que Fulgencio Batista ejercía el poder tras bambalinas.
Peter H. Smith es profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de California, SanDiego, 9500 Gilman Drive, La Jolla, CA 92093-0521. Correo electrónico: phsmith@weber.ucsd.edu.
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Fuente: Politica y Gobierno
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