miércoles, 10 de marzo de 2010


Corazón rebelde

Se suele bromear con una supuesta teoría según la cual, comparado con el aparentemente puritano mundo del country, con sus historias de alcoholismo, depravación, abuso de sustancias y violencia, el mundo del hip-hop no es más que un parvulario suizo. Sea o no esto cierto, la leyenda está sirviendo para construir grandes películas en los últimos años. Corazón rebelde es una de ellas, y nos cuenta la historia de Bad Blake, un músico venido a menos que tratará de luchar durante la película contra sí mismo, el alcoholismo y la cruel la industria musical. Con cincuenta y siete años, tan poco dinero en sus bolsillo que no merece la pena ni contarlo y una inspiración que hace ya años que no le visita, en esta película lo que está en juego saber si esta leyenda del country va a conseguir ver la vida pasar o, si por el contrario, la vida le va a pasar a él por encima. Mientras tanto, ve como la gloria llega a la sangre fresca, los viejos amigos dan consejos de los que no se escuchan por ciertos y una periodista de la que te enamorarías sin pensártelo quiere escribir sobre ti cuando hasta tú quieres olvidarte de ti mismo.

En esta película Jeff Bridges habría hecho el papel de su vida si no fuera porque ya ha hecho algún que otro que, además de bueno, ha pasado al imaginario colectivo. Nos referimos por supuesto a su célebre trabajo con los hermanos Coen (El gran Lebowski). Aquí canta, compone, vomita, enamora, pierde, gana y vuelve a perder. Completamente creíble durante todo el metraje y con tanto carisma que la entrada debería de costar un par de euros más. También destaca la excelente actuación de Maggie Gyllenhall. Nunca se ha caracterizado por ser una mujer de belleza explosiva (aunque hay momentos en que su intensa mirada azul reduce el plano a cenizas), ni una freak visceral, pero a base de papeles decentes y una consciente economía gestual (conoce sus limitaciones), se ha ganado una reputación en Hollywood. En la perversa mente de algún guionista, que posiblemente todavía trabaja como camarero en algún tugurio de Los Ángeles, está el papel que le lleve al reconocimiento global de la Academia. Tiempo al tiempo. Colin Farrell sin embargo, es la pata que cojea de la mesa, pero su presencia magnifica aún más la actuación de Bridges. El papel Robert Duvall se reduce al mero cameo promocional.

Aunque hay varios momentos en los que Scott Cooper nos amenaza con caer en el dramatismo, afortunadamente nos libra del estrangulamiento fácil y deja disfrutar al espectador de un film amable y sentido, con la única duda de saber si la película será bien encajada en una Iberia demasiado ajena al tabaco de mascar y los rodeos.

No hay comentarios: