domingo, 26 de septiembre de 2010

DOCUMENTO CIENTIFICO,


  • 2040 SE FUNDE EL POLO NORTE
    • Las últimas imágenes difundidas por la nasa han revelado esta semana el desenlace de una noticia anunciada: el hielo se ha derretido y los barcos ya pueden navegar directamente de tokio a londres, ahorrando 7.000 kilómetros de travesía. la explotación del petróleo desata una crisis entre las primeras potencias.

      El gran mar de hielo ha desaparecido de los mapas. Lo que en tiempos era un extenso manto de agua sólida, de 14 millones de kilómetros cuadrados rebosantes de vida, hoy apenas está cubierto de un fino manto blanco. Los satélites de la NASA han fotografiado estos días el frío escenario que los ordenadores del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Washington predijeron hace 33 años: sólo una pequeña superficie de hielo perpetuo permanece hoy intacta a lo largo de las costas de Groenlandia y Canadá durante el verano septentrional. El resto es agua líquida. Y la culpa, una vez más, la tiene la acelerada subida de los termómetros. La descongelación casi total de «la nevera del planeta», además de llevar a la extinción de la vida terrestre (renos, caribúes, osos, lobos y aves) y a la modificación del clima en todo el globo, ha cambiado la geografía de manera drástica. Una nueva vía marítima, que promete cambiar el Gran Norte, se ha abierto entre Asia y Occidente.

      Este atajo polar, soñado por aventureros y geólogos de todas las épocas, se ha convertido en el principal objetivo de las compañías fletadoras. Rutas como la de Londres-Tokio, dos de las ciudades más consumistas del mundo, se han reducido de 23.000 a 16.000 kilómetros. Y lo mismo ocurre entre Osaka y Rotterdam, que ya se ahorran unas dos semanas de viaje en una travesía de 45 días por los canales de Suez y Panamá. Aunque parece que no todo son ventajas. El casquete polar juega un papel tan determinante en el sistema climático de la Tierra que las consecuencias de su adelgazamiento y posterior desaparición son desastrosas. Con absoluta certeza, advierten los meteorólogos, la llamada corriente del Golfo, que asegura a una parte del viejo continente un clima relativamente cálido, se interrumpe bruscamente por la extinción del Polo Norte.

      La ocultación sistemática de datos por parte de los gobiernos que, precisamente, más han contribuido al desbarajuste climático mundial, ha provocado que perdamos esta carrera contrarreloj. El engaño consistió en hacer creer entre la gente de que los bruscos cambios ambientales eran algo natural y en cierta forma impredecibles. Como hizo George Bush, el ex presidente de EEUU, con intereses en el sector de la energía, cuando elaboró hace 50 años un memorando confidencial con los mejores argumentos para disuadir a la población de la necesidad de ofrecer su apoyo masivo a la acción contra el calentamiento global. El informe, que se filtró a la prensa, aconsejaba no discutir la existencia del problema, «ya que es mejor hacer hincapié en sus incertidumbres». Entonces ya se hablaba del gran tesoro que escondea el Ártico, por el que actualmente se enfrentan las naciones más poderosas: los combustibles fósiles. Fabulosos yacimientos, antes inaccesibles, que yacen en el lecho marino en cantidades suficientes para acabar con la hegemonía energética árabe. Más de 300 millones de barriles de crudo y una cuarta parte de las reservas de gas del planeta.

      Hubo un tiempo lejano (55 millones de años atrás) en que el Ártico era poco menos que una jungla tropical, con cauces por los que corrían aguas cálidas, hasta que un cambio global de las temperaturas, debido a causas aún hoy desconocidas, llevaron al enfriamiento y glaciación del mar. Y en su lecho quedaron enterrados bosques, animales y plantas que con el paso de los siglos fueron transformándose en gigantescas minas de combustibles fósiles en las entrañas de la tierra. Por el botín, descubierto por los satélites, pugnan ocho países (Canadá, EEUU, Islandia, Rusia, Suecia, Dinamarca, Finlandia y Noruega) que amenazan con una escalada bélica. Litigan por una moribunda roca sobre la que exploradores de medio mundo midieron sus fuerzas con la naturaleza extrema. Un lugar en el que ya ni siquiera hay osos.

  • 2050 ESPAÑA ES UN DESIERTO
    • los efectos de la última ola de calor han sido nefastos: el 52% del suelo fértil español está muerto. sólo se salvan de la amenaza las comunidades cantábricas, donde únicamente están aseguradas las cosechas de especies modificadas genéticamente. las últimas tormentas de polvo y arena han asolado Madrid.

      Los malos augurios se han cumplido. El planeta agoniza y España no es una excepción. Más de la mitad del suelo fértil español (52%) está ya muerto. Treinta millones de hectáreas de tierra sedienta. Sin alimento. Sufre lo que los científicos llaman la «lepra de la tierra» o desertificación. Sólo se salvan de la amenaza Asturias, La Rioja y el País Vasco. En el resto del país –incluidas las islas Canarias y Baleares, cuyas tierras afectadas representan ya el 93% del suelo potencialmente cultivable– la tierra seca se come a la húmeda. Estamos en abril y en la mayor parte de la península Ibérica las nubes de agua, propias de esta época, han dado paso a las de polvo y arena, provenientes de los campos valdíos, que han empezado a sobrevolar pueblos y ciudades, contaminando a su paso el aire que respiramos.

      Desde que el Sáhara dio, hace décadas, el primer salto hacia Europa, entrando por Almería, España sigue a la cabeza de los países más áridos de la Unión, según los balances de la ONU. De hecho, las intensas olas de calor, la escasez de lluvias y las sequías crónicas han empeorado con el tiempo los pronósticos que a principios del siglo XXI hablaban de una España casi desértica y tropical en el año 2080. Por desgracia, aquel futuro inquietante se ha adelantado. Y el teórico escenario apocalíptico que entonces describía el informe Impacts of climate change in Europe –en el que ya se preveía que la península Ibérica sería la principal víctima de los impactos del cambio climático–, hoy se ve reflejado con mayor dramatismo que antaño en los campos de Extremadura, Levante, Cataluña, León... Pero sobre todo en gran parte de la cornisa cantábrica, Aragón, las dos Castillas y León, las cosechas se han desplomado entre un 50% y un 75%. Para intentar paliar las pérdidas, los agricultores se han visto obligados a echar mano de plantas modificadas genéticamente.

      El precio a pagar es alto. La pérdida de suelo fértil en España equivale a más de 300 millones de euros por año. Y a nivel mundial las pérdidas se estiman por encima de los 60.000 millones de euros anuales. Murcia, Baleares y Canarias son las comunidades más perjudicadas por la desecación, seguidas de Valencia, Castilla-La Mancha, Andalucía, Madrid y Aragón.

      No sólo la erosión y el clima están detrás de la pérdida irreparable de suelo fértil. La urbanización masiva de los valles fluviales de regadío tradicional –motivada por la especulación salvaje del suelo–, los incendios y la explotación insostenible de los acuíferos han contribuido a borrar el verde de nuestro paisaje. Humedales emblemáticos (hay 39 en España) como Las Tablas de Daimiel o las marismas de Doñana se han transformado en auténticos eriales.

      El retrato de la tierra seca lo pintan en ocre desde el espacio los satélites meteorológicos, suspendidos a 35.000 kilómetros de nuestro planeta. Siguiendo la evolución del clima global desde principios del presente siglo, los demógrafos acertaron en su conclusión de que hoy, año 2050, más de 300 millones de personas tendrían que abandonar sus territorios desertificados del África subsahariana en dirección al norte del continente y a la Europa húmeda. Son los llamados «refugiados climáticos». En total, casi 3.000 millones de personas en todo el mundo están hoy condenados a vivir prácticamente en el desierto, un ecosistema que ocupa ya 7.000 millones de hectáreas repartidas entre 110 países.

      Decían los urbanistas árabes que el sonido del agua es el segundo más bello, después del silencio. Pero hoy muchos españoles ven cómo se les priva no sólo de su sonido, sino también de su presencia en cantidades suficientes. El desierto está aquí y ya nada puede hacerlo retroceder.

  • 2060 LOS OCÉANOS ENGULLEN 400 ISLAS
    • Una ola gigante, producida por la explosión de una burbuja de gas metano del subsuelo marino del pacífico, ha sepultado para siempre el misterio de los moais de piedra. pascua ha desaparecido bajo el mar. el centro de maremotos de florida no registró el movimiento sísmico con tiempo de alertar a la población.

      Pascua ya no existe. Una ola gigante, con crestas de 30 metros de altura y una velocidad de 200 kilómetros por hora, ha arrasado esta isla del océano Pacífico, el territorio más aislado del mundo. Los 4.000 habitantes de Rapa Nui, como la llamaban los nativos, repartidos en una superficie de poco más de 170 kilómetros cuadrados, han desaparecido bajo las aguas. Son ya más de 400 grandes islas de todo el mundo, muchas de ellas deshabitadas (la mayoría en los océanos Índico y Pacifíco) las que se han extinguido por la subida del nivel del mar y los tsunamis. Pascua se había convertido en una de las islas más famosas del planeta debido a sus moais, unas enormes esculturas de piedra –alrededor de 800 en toda la isla– cuyo origen seguía siendo un misterio. La isla (11 kilómetros de ancho por 23 de largo) estaba en continuo movimiento y, de hecho, se desplazaba en dirección a Chile a una velocidad de nueve centímetros cada año.

      Una de las explicaciones más novedosas del fenómeno, según los científicos, podría estar en las gigantescas bolsas de metano que se encuentran bajo el lecho marino de los océanos. La salida masiva de este gas, atrapado entre las rocas de origen volcánico, provoca un oleaje suficiente para originar un tsunami. De hecho, en las últimas décadas el calentamiento global ha derretido más de 1.000 millones de toneladas de metano (antes congelado) en el Mar del Norte dando lugar a olas de 20 metros de alto.

      La «burbuja» de metano sería también la culpable de la catástrofe que borró parte de la costa de Escocia en 2058. Las comunicaciones quedaron interrumpidas durante varios días, las casas fueron arrasadas y cientos de personas perecieron ahogadas. «El calentamiento progresivo de la Tierra dará lugar a más erupciones submarinas, a más metano y, por consiguiente, a la proliferación de tsunamis», advertía hace 54 años la agencia japonesa del clima. En el remoto 2004, una sucesión de olas gigantes asoló en pocas horas varios países del océano Índico.

      Se cierne como una amenaza cada vez más probable la caída de un meteorito que origine un megatsunami. De ocurrir tal cosa, daría igual la distancia entre el lugar afectado y el del nacimiento de la ola. Sus aguas arrasarían todo lo que encontrasen a su paso con una energía inimaginable. Tsunamis apocalípticos que debieron producirse hace 65 millones de años (que ahora se estudian a través de simulaciones de ordenador) cuando los grandes saurios se extinguieron.

      La rapidez con la que se propagan y la violencia imprevisible del oleaje convierten a los tsunamis en una de las catástrofes marinas más devastadoras. El que ha atacado la Isla de Pascua tampoco pudo ser detectado a tiempo. Ni el centro de maremotos de Florida (EEUU) ni el de California, uno de los lugares con mayor riesgo del planeta, registraron señales que hicieran sospechar la llegada de un maremoto a la misteriosa isla chilena.

      Las primeras estimaciones sugieren que este terremoto submarino hizo temblar el Pacífico provocando varios tsunamis masivos cuya magnitud superó los 9.0 grados en la escala Richter. Los mismos que casi borran del mapa a Sumatra hace 56 años. Si bien cualquier océano puede ser cuna de tsunamis, es más frecuente que ocurran en el Índico y el Pacífico, especialmente en las costas de Estados Unidos, Perú, Chile y Japón. En el país del sol naciente se desencadena el 80% de los maremotos producidos en el mundo. Ellos saben que el de Pascua no será el último tsunami. De hecho, el pasado siglo una ola gigante tumbó los 15 moais de Tongariki y Japón sufragó su rehabilitación. Lo que ahora tratan de averiguar los nipones es dónde atacará la siguiente.

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