Una foto, muchos recuerdos y los apodos.
Nuevamente en la rutina de la limpieza de fin de año, en el bota y bota de papeles viejos, (ejercicios terapéutico para ayudar a soportar la senilidad, de los años que nos vienen gratis, y que gracias a Dios nos ayuda a recibirlas con fortaleza) como dice el refrán popular ¨¨ el que busca encuentra, me he encontrado con una foto, que mirando el color, debe tener como cincuenta años, es una foto histórica. evaluando su contexto, sus protagonistas son especiales, porque son personas gratas, admirables de la ciudad de Santiago de los Caballeros, ellos son Don Piro Valerio, autor de la Mulatota y otros éxitos musicales, hablar de Piro Valerio, es hablar del son, es una figura emblemática de la ciudad corazón, Nonino, otra figura importante, artesano por naturalidad y oficio, fabricante de las mejores guitarras dominicanas, vendidas en el exterior, sus guitarras eran igualadas a las Valencianas españolas, de Nonino tengo hermosos recuerdos, el Ovejo, figura única, alegre, buenachon y bebedor. Tocaba las maracas cono nadie, podía sacarles sonidos a esos higueros.mi padre, autor de la fiesta en su patio, a veces un poco elitista, pero participan en ella, lo que poseían talentos, como por ejemplos: Mon el barbero, Fiscal, pero era civil, simplemente era un apodo, Blanco, un personaje de connotación con los Álvarez, la única firma de ingenieros que se encontraban en el Barrio Los Pepines. Carlos Almonte, se murmuraba entre los adolescentes de esa época, que era un play boy, tenia amistad con artistas internacionales, yo conocí personalmente a Daniel Santos, por medio de mi padre y de Carlos Almonte, en la foto esta también una persona que admiro y respeto, por ser un buen esposo y un buen padre, lo recuerdo siempre, es Devarez, el padre de Yusi, periodista, especialista en temas ecológicos, de Radhames, Blas, Ramón, Arsenio, Rosita, Natalia, con esta familia, yo me crié, quiero pedir perdón a ellos, he sido un ingrato, y no merezco su atención, pero lo quiero mucho a todos ellos.
Bien, seguimos describiendo la foto, las demas personas que figuran, sus nombres no los recuerdos, yo tenia como cinco años cuando mi papa tomo la foto.
Quiero hacer notar, que si nos fijamos en los nombres de estos personajes, la gran mayoría tienen un apodo.
¿Que es un apodo?
apodo m. Nombre que suele darse a una persona, en sustitución del propio, normalmente tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia:
Compartiremos este trabajo magistral, publicado por el Listin Diario, bajo la firma del intelectual dominicano José Miguel Soto Jiménez.
Esa manía irredimible de apodar
PORQUE EL MOTE ES LA EVIDENCIA DE NUESTRA IRREVERENCIA;
ES UN PASATIEMPO NACIONAL
JOSÉ MIGUEL SOTO JIMÉNEZ
SANTO DOMINGO.- El apodo, el alias, el mote o el sobrenombre, son instituciones nacionales. No existe país latinoamericano, incluyendo a México, donde estos apelativos personales, tengan una fuerza tan determinante en su cultura y sus relaciones interpersonales. Aquí, existe la manía del patronímico.
Porque el apodo, en la Republica Dominicana, se impone, sin distinción de estatus y de clase, rompiendo barreras sociales, educacionales, raciales o económicas. Siempre he creído, que explicar el apodo, podría descifrarnos el alma.
Ese apodo, que nos marca la vida, nos acondiciona el gentilicio, y que pareciendo parte de la economía coloquial, es un apelativo de la picardía, de la gracia, la confianza, su peculiar forma de relacionarse, o designar virtudes, cualidades, calidades, defectos físicos, “malas mañas”, vicios y costumbres.
El apodo, es una manera de violar el código ancestral y rebelarse. Repetir la creación a su manera, salirse del montón, escapar del anonimato, distinguirse, zafársele a las repeticiones nominales. Escondérsele a la dura realidad, disfrazársele al infortunio, enmascarársele al destino, y socializar nuestra imperfección.
Tipos de nombres
El nombre y el apellido, se los dejamos a los documentos oficiales, a la escasa formalidad acostumbrada, a la norma, a esa otra cosa, que debería ser y no se hace, no se practica, no se acoge. El apodo, es una forma de esquivar la muerte, trastocar la regla, “truquear” el bautismo, y dejar solo en el acta de nacimiento, el fantasma de ese otro yo formal, que no se acomoda al ejercicio de sobrevivir, de buscársela, de fabricar, y “hacer de tripas corazón”.
El apodo, es una forma de sacarle el cuerpo a la providencia, una pretensión de hacer tropezar sus designios, extraviar el destino y sus decretos, malograr horóscopos, predestinaciones y gematrías. Desde este punto de vista, el apodo es un fetiche para burlar la suerte, hacerle una engañifa a lo propuesto, “a lo que está para uno y no se lo despinta nadie”. Es la matrera intención, de no aparecer en la lista, de no estar en los registros del hado.
Cambiar algo
Es como dejar a otro en tu lugar, cambiarte por alguien parecido a ti, mandar a otro en lugar tuyo. Una forma de existir de otra manera. Es un afán jurado de discriminar, distinguir, diferenciarse, concretizar, sintetizar, sincretizar, reducir, resumir y asumir personalidades, caracteres, figuras, semblantes, afectos y afecciones.
Es esa inclinación impenitente de duplicar las cosas y desdoblarlas. De tener muchos nombres, muchos santos, muchos padrinos. De llamar el país de varias maneras, de tener tres padres de la patria, varias fechas patrias, varios himnos, varios patronos. Jugar la cabeza, sacarle el bulto al nombre, postergarlo, relegarlo, recrearlo. Darle una “vuelta de maroma” a la lógica elemental. Eludir la formalidad, para tomar esa otra vía que amamos.
Una herramienta de la burla, la sorna o la ironía. Una forma de resbalarse “encebado” por y para la confianza. Un pretexto para inventarse leyendas, mitos y cuentos de camino. En la vida militar, el apodo se come hasta los rangos. El alias, más que un atajo nominal, es una forma de “marcharle” a la gente, de aproximarse, de embestirlo con suavidad, metérsele por debajo a la formalidad. Ejercer la informalidad tropical, el desparpajo antillano, la desfachatez insular. Una manera mostrenca de amar, odiar, acercar o alejar, admitir o rechazar, hacer política, o hacer la guerra.
Gusta apodar
Porque, el apodo es la evidencia esa de nuestra irreverencia. Nos gusta apodar, nos encanta ponerle mote a todo, ese es el verdadero pasatiempo nacional. Cometer el “deicidio” de nombrar y renombrar las personas y las cosas, descomponer la creación, acomodarla al cuento. Para nosotros, el apodo es una seña esencial, que va de lo sublime a lo ridículo, entraña vidas y milagros, hechos memorables, un recurso fácil para evadir la suerte del santoral. De ahí, que son pocos los personajes históricos que no estén marcados por el estigma primordial del alias, por el toque de la informalidad.
Hay pocos prohombres, próceres, héroes o mártires, que no lo tengan. Bandido, criminal o delincuente que no lo use. Prostituta que no lo articule, para evadir la vida. Vale o compadre que no lo tenga. Político, intelectual o gran señor, que no lo afronte en la intimidad, como giro de la costumbre.
Apodos famosos
Entre nosotros, el apodo se hereda, se cultiva, se engorda, se traspasa. Por eso, el “Pedro Conuco” o “Gran Pendejo” del general Pedro Santana. “Pandora” o “Boba”, a Bobadilla. “Bois”, al general Duvergé. “El Tuerto”, al general Juan de la Rosa Herrera. “Rabo Pelao” al general Merced Marcano. “Tito”, al general Francisco A. Salcedo. “Chombito”, al coronel Jerónimo de Peña. “Pepillo”, al Presidente Jose Antonio Salcedo. “Venturita”, o “Pasita”, al cinco veces Presidente Buenaventura Báez, nombrado el “Jabao”. “Mai Teresa”, a su madre.
“Baúl” a Jose Chanlate. “Hombre de la Folla”, a Luperón. “Lilís” al dictador Ulises Heureaux. Luperon, le decía “Lilisie”. “Baña Perro”, le decían en Puerto Plata. “El Pacificador”, sus “amigotes”. “Nublasón” o el “Negro”, sus enemigos. “Macabón”, a uno de sus generales, llamado Moisés Anderson. “Pablo Mamá”, a Pablo Ramírez. “El Chivo” al general Manuel Jiménez. “Antón”, al general Antonio Guzmán. “Perico”, a Pedro Pepín. “Guayubín”, a Cirilo de los Santos.
“Perico”, a Pedro Salcedo. “Tolete”, a Pedro Celestino. “Jimaquen”, Ramón A. Marcelino. “El Cacique” al general Andrés Navarro. “Mon”, al Presidente Ramón Cáceres. “Memé”, a Manuel Cáceres, su padre. “Corderito”, a Casimiro Cordero. “Cabo Millo”, a Remigio Zayas. “Manolao”, al presidente Wenselao Figuereo. “Bolos”, a los partidarios del Presidente Juan Isidro Jiménez. ”Pasín”, al hijo menor de Demetrio. “Rabuses”, a los partidarios del general Horacio Vázquez, a quien a su vez le decían, la “Virgencita de Altagracia con Chivas”.
“Pancho”, al Lic. Francisco J. Peynado. “Mozo” a su hermano Jacinto Bienvenido. “Quiquí” al Presidente Victoria. “El Mocho”, al general Neney Cepín. “Tío Sánchez” para el general Evangelista Peralta. “El Jefe” y “Chapita”, para el dictador Rafael Trujillo. “Pepe”, para su padre José Trujillo Valdez. “Negro”, para su hermano Héctor. “Petán”, para su otro hermano Jose Arismedy. Pipí, para Romeito, hermano también. “Japonesa”, una hermana. “Larguito” para su edecán. “Ramfis”, a su primer hijo varón, bautizado por el pueblo como, el “Pato”, con amigos como “Tunti”, “Pirulo” y el “Molusco”. “Pechito”, al primer marido de su hija “Angelita”. “La españolita”, a Maria Martínez de Trujillo.
Siguen los apodos
La Tercera República, tendría muchos “Fellos”. A Rafael Estrella, a Rafael Vidal, a Rafael Bonelly, le decían así. “Piro”, al general Pedro Estrella, y a Pedro Mata. “Piro” Valerio, compositor y músico Santiaguero. “Ñico Lora”, leyenda del merengue típico. “Navajita”, al general Arturo Espaillat. “Billía”, al general García Urbáez. “La Bosua”, al general Bonetti. “Ojo Mágico”, para Anselmo Paulino.
“Cucho Álvarez”, a Braulio Álvarez. “Cuchito, a su hijo periodista”. “Cuchico”, a mi abuelo, Miguel A. Jiménez. “Nene”, “Nomino” y “Cuchuflai” a sus hermanos varones. “Macachón”, al guapo de la Joya. “Elito”, al seis veces presidente Joaquín Balaguer, conocido con el nombre del “Doctor”. “Celí”, a su madre. “Chichita”, a su hermana Alicia. “Chavó” y “Laita”, a dos de sus otras hermanas. “Nino”, a Saturnino Ramírez. El “Chino Pichardo”, un colaborador, llamado Sócrates, a cuyo padre lo conocían en Santiago, con el nombre de “José Ceíta. “El silencioso”, a su edecán, el general Pérez Bello. “El Moreno”, le decían al general Pérez y Pérez. “Milo”, al almirante Ramón Emilio Jiménez. “Mimilo”, a su hijo. “Mano de Piedra” al Presidente Antonio Guzmán. “Titole”, a Juan Arístides Guzmán. “Neno” al general Guzmán Fernández. “Chavá”, al general Rodríguez. “Chaguito”, a su hermano. “El Rolón” al coronel Silvestre García. “Los Eléctricos”, a los generales Bautista de Óleo. “Pestañita”, al coronel Villalona. “El Pinto”, al general Cristian Valdez. “Manchita”, al coronel Días Aristi. ”El Profesor”, al Presidente Juan Bosch.
“Francis”, al Presidente, Francisco Alberto Caamaño Deñó, quien murió en la guerrilla, con el nombre de guerra de “Román”. “Monti”, al almirante Montes Arache. “Boca de Hierro” al general Lachapelle Suero. “Purito”, al Almirante Bordas Betances. “Cunito”, al poeta Manuel del Cabral. “El Cacique”, al Lic. Hatuey Descamps. “El Peñón”, o el “Moreno”, para el gran líder Jose Francisco Peña Gómez. “Macana”, para el almirante Lajara Burgos. “El Turco”, para el Presidente Jacobo Majluta. “Papa” Molina, a un gran músico. “Danda” Lockward, compositor Puertoplateño.
“Meo”, al general Checo. “El Caballo”, a Juan de Dios Ventura. “Joseíto”, al “Rey del Merengue”. “Cuco Valoy”, a un gran cultor de la música popular. “Fefita”, a una merénguera típica. “El Ciego de Nagua”, a Bartolo Alvarado. “Tatico” Henríquez, para el monarca de los “Pericos Ripiaos”. “El Conde”, para Frank Cabral. “Profesor”, al Presidente Leonel Fernández.
“Tito” al general Beuchamps. “El Fuchú”, al general Florencio Hernández. “La Avispa” al general Leonardo Rodríguez. “Machetico”, al general Medina Sánchez. “Caramelo”, al general Pedro Díaz Mena. “El Contundente”, al general Méndez Segura. “El Sobao”, al coronel Guevara Boy. “Pipilo” para el almirante Pared Pérez. “El Titín”, al poeta Freddy Terrero. “Quique” para Federico Antún.
Más apodos
“Cotú”, a Cotubanama Dipp. “Pimpo”, al general Reyes Espejo. “El Maestro”, al general Noble Espejo. “El Maco” al general Hernández Beato. “El Tronco”, al coronel Rodríguez Pérez. “Tonono” al general Rodríguez Curiel. “Tico”, al almirante Lizardo Jorge. “El Ranger”, al general Ramírez Guerrero.
“Tavarito”, al almirante Néstor J. Gonzáles. “Manino” al general Peláez Ruiz. “Rajiólogo” al coronel Tejada. “Papolio”, al general Silverio. “Calvo” o el “descapotado”, al Presidente Mejía, a quienes muchos allegados le llaman “Hipo”, o el “Guapo de Gurabo”. “Momolio” a Vicente Bengoa. “Quín” a Joaquín Castillo. “Chu” al Senador Vázquez. “Putico” a González Sánchez.
“Andy”, al economista Andrés Dauhajre. “El Maco”, a Roberto Prats. “Bocico” a Ernesto Bonetti. “Tano”, a Salustiano Acebal. “Chichío”, a Ángel Rosario. “Pepín”, a Jose Luís Corripio. “Felito”, a Félix García. “El Príncipe”, a José Miguel Bonetti. “El Oro”, a Fernando Villeya. “Nene” a José Ureña. “El Espantao”, Jesús Hernández López. “Mambrú”, a Hugo Brache. “El Colorao”, a Enrique Armenteros.
“Juancho” a Juan López. En la izquierda, abundan también los apodos. “El Moreno”, a Maximiliano Gómez. “Jasón”, a Asdrúbal Domínguez. “Coquito” a Miguel Coco. “Fafa”, a Rafael Taveras. El “Gordo Oviedo” a José Oviedo. “La Chuta”, a Leal Prandy. “Guayubín”, a González Espinosa. “Flaco”, a Freddy González. “Cucuyo” a Rafael Báez. “Men”, a Jorge Puello Soriano. “El Filo”, a Esteban Díaz Jaques. “Papito”, a Roberto Santana.
“El Pai”, a Blanco Peña. “Quisqueya”, Hispaniola y “Dominicana”, al país. “Tatica”, a la “Virgen de la Altagracia”. “Uñita”, al diablo. “Perico Ripiao” al merengue típico. “Taita”, al papá. “Tierrita”, al coterráneo. “Enllave”, al amigo. “Enllavadura”, a la relación ventajosa. “Gancho”, al ardid. “Galleta”, a la bofetada. “Lío”, al problema. A mí, de muchacho me decían, “Pepito”.
En la guardia, me pusieron “Guaraguao”.