domingo, 7 de diciembre de 2008

Invitado de honor


San Pablo de Tarso


Saulo de Tarso, fanático religioso, perseguidor de los cristianos, consintió en la muerte del primer mártir Esteban, y el día que esto ocurrió hubo una gran persecución contra la Iglesia que estaba en Jerusalén; y todos los creyentes en Jesús fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria.
Este hombre con apoyo de los religiosos de su época, que habían rechazado a Jesús como el verdadero Mesías, asolaba a la Iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a los hombres y a las mujeres, y los entregaba en la cárcel.
Saulo de Tarso, era un judío y ciudadano romano, cumplía todos los requisitos de la ley mosaica, circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; fariseo; y un celoso perseguidor de la Iglesia.
Este hombre, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, -el cristiano-, los trajese presos a Jerusalén.
Aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor?
Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.
Desde ese momento, aquel Saulo perseguidor, se convirtió en el San Pablo de Amor, escogido para llevar el Evangelio a los gentiles, en Europa y parte de Asia. Escribió 14 epístolas y murió degollado por órdenes de Nerón.
Pablo, ya transformado, escribió: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”.
Para Pablo, “el amor es sufrido, benigno; no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser”.
Sólo Jesucristo puede transformar tu vida como lo hizo con Saulo.

Miguel A. Matos es periodista
El Caribe




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