Los Episodios duartianos, de Troncoso Sánchez, equivalen a las
estaciones de las caídas de Cristo, y el personaje se trenza a un desenlace
preconcebido. La historia no es allí un escenario de confrontación, sino la
escenografía de un martirio. Aquel jovencito angélico, que tiembla de ira con
sus puñitos rosados cerrados con fuerza cuando le dicen haitiano en el barco
que lo conduce a Europa, es una estampa celeste, y no la arboladura de un
futuro conspirador. Su pasión no es la impotencia que teje el desconsuelo de la
ausencia de libertad, sino la carga lastimera de una vida particularmente
empinada sobre la desgracia.
Andrés L. Mateo
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