Los amerindios.
El fin de una era
¿Quién no ha visto una película típica de indios y vaqueros? En todo el mundo se ha oído hablar de Wyatt Earp, Buffalo Bill y el Llanero Solitario, así como de los indios Jerónimo, Toro Sentado, Caballo Loco, el jefe José y muchos otros. Pero ¿ha sido Hollywood fiel a la realidad? ¿Con cuánta objetividad ha representado a los indios en sus películas?
La historia de la conquista de los indios de América del Norte por los europeos plantea ciertas cuestiones.* ¿Han tratado con imparcialidad a los indios los libros de historia? ¿Podemos aprender alguna lección de la codicia, la opresión, el racismo y las atrocidades de aquella época? ¿Cuál es la verdad tocante a los indios y los vaqueros?
La última batalla de Custer y la matanza de Wounded Knee
En el año 1876, Toro Sentado, hechicero de los lakotas (una de las tres principales divisiones de los siux), fue uno de los caudillos de la famosa batalla del río Little Bighorn (Montana). El teniente coronel Custer, apodado "Cabellos Largos", al mando de 650 soldados, pensó que derrotaría fácilmente a 1.000 guerreros siux y cheyennes. Pero cometió un grave error de cálculo. Se enfrentaba al mayor grupo de guerreros amerindios que posiblemente se haya reunido jamás: unos tres mil.
Custer dividió su 7.° Regimiento de Caballería en tres grupos. Entonces, sin esperar el apoyo de los otros dos, su grupo atacó lo que él consideraba una parte vulnerable del campamento indio. Acaudillados por los jefes Caballo Loco, Hiel y Toro Sentado, los indios acabaron con Custer y su unidad de unos doscientos veinticinco soldados. Fue una victoria temporal para las naciones indias, pero una amarga derrota para el ejército de Estados Unidos. Sin embargo, tan solo catorce años después habría una terrible venganza.
Finalmente, Toro Sentado se rindió tras habérsele prometido el indulto; aun así fue confinado un tiempo en el fuerte Randall, en el territorio de Dakota. Siendo ya viejo, apareció en público en el espectáculo ambulante Buffalo Bill's Wild West Show. Aquel ilustre jefe e influyente hechicero ya no era más que una sombra de lo que había sido.
En 1890, Toro Sentado (cuyo nombre lakota era Tatanka Iyotake) fue muerto a balazos por los policías indios que habían ido a arrestarle. Sus asesinos fueron el teniente Cabeza de Toro y el sargento Tomahawk Rojo, ambos "pechos de metal" siux, es decir, hombres que ostentaban una placa de policía.
Aquel mismo año la resistencia india a la dominación del hombre blanco fue finalmente subyugada en la matanza de Wounded Knee Creek, en las Grandes Llanuras de América del Norte, cuando los soldados federales exterminaron con sus cañones revólver Hotchkiss a unos trescientos veinte hombres, mujeres y niños siux que huían. Los soldados alardearon de que aquella era su venganza por el exterminio de sus compañeros (Custer y sus hombres) en las colinas próximas al río Little Bighorn. Así acabaron más de doscientos años de guerras y escaramuzas esporádicas entre los colonizadores americanos invasores y las tribus indígenas asediadas.
Pero ¿cómo llegaron a establecerse en América del Norte los indios? ¿Cómo vivían antes de que llegara el hombre blanco a Norteamérica?# ¿Qué factores condujeron a su derrota y sometimiento finales? ¿Y cuál es la situación actual de los indios en un país dominado por los descendientes de los primeros inmigrantes europeos? En los siguientes artículos se tratarán estas y otras cuestiones.
Aunque la denominación "amerindio" es más rigurosa, muchas obras de consulta siguen utilizando comúnmente el término "indio". En estos artículos alternaremos ambos vocablos. "Indio" es el nombre erróneo que Colón dio a los nativos, creyendo que había llegado a la India cuando atracó en lo que hoy día se conoce como las Antillas.
Estos artículos se centran únicamente en los indios de Norteamérica. En números futuros de esta revista se hablará de los amerindios de México, Centroamérica y Sudamérica —aztecas, mayas, incas, olmecas y otros pueblos—.
¿Cuál era su procedencia?
"¿Cómo nos llamábamos antes de que llegara Colón? [...] Cuando se traduce la palabra con la que nos designábamos —y aún nos designamos— en cada una de las tribus, sin saber la que habían escogido las demás, siempre viene a significar lo mismo. En nuestra lengua [narragansett] decíamos ninuog, que quiere decir 'la gente' [en navajo, diné] 'los seres humanos'. Así es como nos llamábamos. De modo que cuando llegaron los colonizadores [europeos], nosotros sabíamos quiénes éramos, pero ignorábamos quiénes eran ellos. Por eso los llamamos awaunageesuck, 'los extraños', pues ellos eran los extranjeros, ellos eran los desconocidos, mientras que nosotros nos conocíamos todos. Y nosotros éramos los seres humanos."—Roble Alto, tribu narragansett.
Hay muchas teorías sobre el origen de los amerindios.* Joseph Smith, fundador del mormonismo, creía, al igual que el cuáquero William Penn y otras personas, que los indios eran hebreos, descendientes de las supuestas diez tribus perdidas de Israel. La explicación aceptada por la mayoría de los antropólogos de la actualidad es que, bien por un puente de tierra, bien por mar, algunas tribus asiáticas penetraron en lo que hoy es Alaska, Canadá y Estados Unidos. Los estudios del ADN también parecen corroborar esta hipótesis.
Orígenes y creencias de los amerindios
Tom Hill y Richard Hill, padre, amerindios seneca y tuscarora respectivamente, y autores del libro Creation's Journey—Native American Identity and Belief (El trayecto de la creación: identidad y creencias amerindias), escriben: "Tradicionalmente, la mayoría de los pueblos indígenas creen que fueron creados de la propia tierra, de las aguas o de las estrellas. Por otro lado, los arqueólogos tienen la teoría de un gran puente de tierra que cruzaba el estrecho de Bering y por el que los asiáticos emigraron a las Américas; según esa teoría, aquellos asiáticos fueron los antepasados de los pueblos indígenas del hemisferio occidental". Algunos amerindios tienden a ver con escepticismo la teoría del estrecho de Bering defendida por el hombre blanco. Prefieren creer en sus propias leyendas y relatos. Ellos se consideran los primeros habitantes y no unos exploradores que emigraron de Asia.
En su libro An Indian Winter (Invierno indio), Russell Freedman relata: "Según la creencia de los mandan [tribu que vivía cerca de la parte alta del río Misuri], el Primer Hombre fue un espíritu poderoso, un ser divino. Había sido creado en el pasado remoto por el Señor de la Vida, el creador de todas las cosas, para ser mediador entre los seres humanos comunes y los incontables dioses, o espíritus, que habitaban el universo". Entre las creencias de los mandan también estaba la leyenda de un diluvio. "En cierta ocasión, cuando cayó un gran diluvio en el mundo, el Primer Hombre salvó a las personas enseñándoles a construir una torre protectora, o 'arca', que se alzara por encima de las aguas diluviales. En su honor, toda aldea mandan tenía una réplica en miniatura de aquella torre mítica: un poste de cedro de unos cinco pies de alto, rodeado de una cerca de tablas."
Los mandan también tenían como símbolo religioso "un poste alto envuelto en plumas y pieles y coronado con una espantosa cabeza de madera pintada de negro". ¿Qué simbolizaba? "Aquella efigie representaba a Ochkih-Haddä, un espíritu maléfico que tenía una gran influencia sobre los seres humanos, pero no era tan poderoso como el Señor de la Vida o el Primer Hombre." Para los indios de las praderas, "la creencia en el mundo de los espíritus era parte incuestionable de la vida cotidiana. [...] No se podía tomar ninguna decisión importante ni emprender ninguna tarea sin primero buscar la ayuda y aprobación de los seres sagrados que gobernaban los asuntos humanos".
En su libro The Mythology of North America (Mitología de Norteamérica), John Bierhorst relata: "Antes de que hubiera clanes, se decía que los osages vagaban de un lugar a otro en una condición denominada ganítha (sin ley ni orden). Según cierta opinión tradicional, en aquellos tiempos primitivos unos pensadores llamados Pequeños Viejos [...] formularon la teoría de que un silencioso poder creativo llena el cielo y la Tierra y mantiene moviéndose en perfecto orden a las estrellas, la Luna y el Sol. Lo llamaban Wakónda (poder misterioso) o Eáwawonaka (hacedor de nuestro ser)". Los zuñis, los siux y los lakotas, tribus del oeste, creen algo parecido. Los winnebagos también tienen un mito sobre la creación en el que interviene el "Creador de la tierra". El relato dice: "Él deseó la luz, y se hizo la luz. [...] Entonces volvió a pensar y deseó la tierra, y llegó a existir esta tierra".
Para el estudiante de la Biblia, es muy interesante observar algunos paralelos entre las creencias de los indios norteamericanos y las enseñanzas que aparecen en la Biblia, especialmente en lo que tiene que ver con el Gran Espíritu, el "hacedor de nuestro ser", que nos recuerda el significado del nombre divino, Jehová: "Él Hace que Llegue a Ser". Entre los demás paralelos están el del Diluvio y el del espíritu maléfico que la Biblia llama Satanás. (Génesis 1:1-5; 6:17; Revelación [Apocalipsis] 12:9.)
Una mejor comprensión de la manera de pensar amerindia
Los escritores amerindios Tom Hill y Richard Hill mencionan cinco regalos que, según ellos, los indios han recibido de sus antepasados. "El primer regalo [...] es nuestro profundo apego a la tierra." Y en vista de su historia anterior y posterior a la llegada de los europeos, ¿quién puede negar que lo tienen? Su tierra, que ellos consideran sagrada, les fue arrebatada sistemáticamente valiéndose de la fuerza, de artimañas o del incumplimiento de tratados.
"El segundo regalo es el poder y el espíritu que los animales comparten con nuestro pueblo." Los indios han demostrado de muchas maneras su respeto a los animales. Cazaban únicamente para obtener alimento, ropa y abrigo. No fueron los indígenas quienes prácticamente exterminaron al búfalo (bisonte americano), sino el hombre blanco con su sed de sangre y su miope avaricia.
"El tercero es las fuerzas espirituales, que son nuestros familiares vivientes y que se comunican con nosotros por medio de las imágenes que hacemos de ellos." Esta es la creencia común de muchas religiones en todo el mundo: la supervivencia de algún tipo de espíritu o alma después de la muerte.
"El cuarto es el sentido de identidad, expresado y reafirmado a través de nuestras tradiciones tribales." Dicho sentido de identidad se percibe hoy día en las ceremonias tribales, donde la gente se reúne para hablar de los asuntos de la tribu, o en las powwows (reuniones) sociales, con sus bailes y música típicos. El atuendo indio, el rítmico sonido de los tambores, los bailes, las reuniones de familia o clan, todo ello es reflejo de la tradición tribal.
"El último regalo es el proceso creativo: nuestras creencias hechas realidad mediante la transformación de materiales de la naturaleza en objetos de fe y orgullo." Actividades creativas como la cestería, la tejeduría, el moldeado y pintado de piezas de alfarería, y la manufactura de joyas y adornos están vinculadas a su antiquísima tradición y cultura.
Son tantas las tribus amerindias que harían falta muchos libros para relatar todas las creencias y costumbres tradicionales. Pero lo que ahora nos interesa saber es el efecto que tuvo en ellas la llegada de millones de europeos, muchos de ellos supuestamente cristianos.
* El término "amerindios" abarca también las tribus que viven en Canadá. Existe una opinión bastante difundida según la cual los primeros emigrantes de Asia atravesaron el noroeste de Canadá en su ruta hacia el sur en busca de climas más cálidos.
# La Biblia no respalda la creencia en un alma o espíritu inmortal que sigue viviendo después de la muerte. (Véanse Génesis 2:7; Ezequiel 18:4, 20.) Si desea más detalles sobre este tema, consulte el libro El hombre en busca de Dios, páginas 52-57, 75, y el tema "Inmortalidad del alma, creencia" de su índice. Este libro lo edita Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.
La pérdida de su mundo
La historia de Estados Unidos se ha sintetizado durante muchos años en la expresión: "La conquista del Oeste". Las películas de Hollywood evocan la época de los colonizadores blancos que atravesaron las llanuras y montañas de Norteamérica, con soldados tipo John Wayne, vaqueros y luchas entre los colonizadores y los feroces y salvajes indios que blandían su hacha de guerra. Mientras el hombre blanco buscaba tierras y oro, algunos sacerdotes y predicadores de la cristiandad se dedicaban supuestamente a salvar almas.
¿Cómo se ve la historia desde el ángulo de los indígenas de América, sus primeros habitantes? Con la llegada de los europeos, los indios "tuvieron que encararse al depredador más voraz que jamás había penetrado en su entorno: los invasores blancos procedentes de Europa", dice el libro The Native Americans—An Illustrated History (Historia ilustrada de los amerindios).
La armonía condujo a la lucha
Al principio, los indígenas recibieron con bondad y cooperación a muchos de los primeros europeos que llegaron al nordeste americano. Un relato dice: "Sin la ayuda de los powhatan, el asentamiento británico de Jamestown (Virginia) —la primera colonia inglesa permanente en el Nuevo Mundo— no habría sobrevivido a su primer y terrible invierno de 1607-1608. Igualmente, la colonia que fundaron los 'peregrinos' en Plymouth (Massachusetts) habría fracasado de no haber sido por la ayuda de los wampanoag". Algunos indígenas enseñaron a los inmigrantes la manera de fertilizar la tierra y cultivarla. ¿Y cuánto éxito habría tenido la expedición de Lewis y Clark en los años 1804-1806 (para encontrar una vía de transporte práctica que enlazara los territorios de Luisiana y Oregón) sin la ayuda e intervención de la india shoshone Sacagawea? Ella fue su "señal de paz" cuando se vieron cara a cara con los indios.
Sin embargo, debido a la manera de utilizar la tierra los europeos y a que los recursos alimentarios eran limitados, la enorme inmigración a Norteamérica provocó tensiones entre los invasores y los nativos. El historiador canadiense Ian K. Steele explica que en el siglo XVII había 30.000 indios narragansett en Massachusetts. Su jefe, Miantonomo, "percibiendo el peligro, [...] trató de expandir su alianza con los mohawk a fin de crear un movimiento de resistencia amerindio general". Parece ser que en 1642 dijo lo siguiente a los montauk: "[Tenemos que] ser uno como ellos [los ingleses], de lo contrario desapareceremos pronto, pues sabéis que nuestros padres tenían muchos ciervos y pieles, nuestras llanuras estaban llenas de ciervos, al igual que nuestros bosques, y de [pavos], y nuestras calas llenas de peces y aves. Pero estos ingleses que tomaron nuestra tierra, cortan la hierba con guadañas y los árboles con hachas; sus vacas y caballos se comen la hierba, y sus cerdos echan a perder nuestros bancos de almejas, así que todos moriremos de hambre". (Warpaths—Invasions of North America [En pie de guerra: Invasiones de Norteamérica].)
Los intentos de Miantonomo por formar un frente amerindio unido se malograron. En 1643, durante una guerra tribal, fue capturado por el jefe Uncas, de la tribu mohegan, quien lo entregó a los ingleses acusado de rebelde. Como estos no tenían poder legal para condenar y ejecutar a Miantonomo, buscaron una solución conveniente. Steele añade: "No pudiendo ajusticiar [a Miantonomo] por estar fuera de la jurisdicción de todas las colonias, las autoridades dispusieron que Uncas lo ejecutase ante testigos ingleses para constatar que se le había dado muerte".
Este hecho ilustra no solo los constantes conflictos entre los colonos invasores y los nativos, sino también las rivalidades y traiciones recíprocas entre las tribus, que ya existían antes de que el hombre blanco llegara a Norteamérica. En las guerras por la dominación colonial de Norteamérica libradas entre los británicos y los franceses, estos tenían de su lado a algunas tribus, y aquellos a otras. Prescindiendo de quiénes perdieran, todas las tribus implicadas pagaban muy caras las consecuencias.
Una vida difícil para las mujeres
En la mayoría de las tribus, los hombres eran cazadores y guerreros, y a las mujeres les correspondía un sinfín de tareas, como por ejemplo criar a los hijos y sembrar y cosechar el grano para después molerlo. Colin Taylor escribe: "El principal papel de las mujeres indias de las praderas [...] era mantener la institución familiar, dar a luz hijos y cocinar. En las sociedades agrícolas las mujeres también se ocupaban de los campos, [...] y en las tribus nómadas occidentales que vivían de la caza del búfalo, ayudaban a sacrificar el animal, lo llevaban al campamento y preparaban la carne y la piel para uso futuro". (The Plains Indians [Los indios de las praderas].)
Otra obra dice lo siguiente acerca de los apaches: "Las labores del campo eran responsabilidad de las mujeres y no se consideraban degradantes ni de poca importancia. Los hombres colaboraban en la agricultura, pero las mujeres la tomaban más en serio. [...] Siempre sabían seguir los ritos agrícolas. [...] La mayoría de las indias rezaban mientras regaban la tierra". (The Native Americans—An Illustrated History.)
Las mujeres también fabricaban los tipis, viviendas temporales que solían durar unos dos años. Eran ellas quienes las montaban y las desmontaban cuando la tribu se trasladaba. No cabe la menor duda de que las mujeres llevaban una vida dura. Pero los hombres también, en su papel de guardianes de la tribu. Las mujeres eran respetadas y tenían muchos derechos. En algunas tribus, como la de los hopis, hasta hoy día la propiedad de los bienes corresponde a las mujeres.
"Un abismo de incomprensión"
He aquí uno de los modos de ver la invasión europea: "Lo que los caudillos de las naciones indias no entendieron, a menudo hasta que fue demasiado tarde, era cómo veían los europeos a los indios. Para muchos, no eran ni blancos ni cristianos, sino solo unos salvajes —incivilizados y crueles—, un artículo peligroso y carente de sentimientos destinado a los mercados de esclavos". Tal actitud de superioridad tuvo trágicas consecuencias en las tribus.
El criterio europeo era incomprensible para los amerindios. Según palabras de Philmer Bluehouse, consejero navajo, en una entrevista reciente concedida a ¡Despertad!, mediaba "un abismo de incomprensión". Los indígenas no opinaban que su civilización fuera inferior, sino diferente, con unos valores totalmente distintos. Por ejemplo, el concepto de vender tierras era completamente ajeno a los indios. ¿Puede uno poseer y vender el aire, el viento o el agua? Entonces, ¿por qué la tierra? Estaba allí para que todos la utilizaran. Por eso los indios no cercaban los terrenos.
Con la llegada de los británicos, los españoles y los franceses, se produjo lo que se ha calificado de "encuentro cataclísmico de dos culturas distintas". Los indígenas vivían en armonía con la tierra y la naturaleza desde hacía siglos, y sabían sobrevivir sin trastornar el equilibrio del medio ambiente. Sin embargo, los blancos tacharon a estos enseguida de seres feroces e inferiores, desviando así la atención, con oportunismo, del salvajismo con que ellos los habían sojuzgado. En 1831, el historiador francés Alexis de Tocqueville resumió la opinión imperante que tenían los blancos respecto a los indios como sigue: "El cielo no los ha hecho para que se civilicen; es necesario que mueran".
El peor asesino
A medida que los nuevos pobladores cruzaban Norteamérica en dirección oeste, la violencia engendraba violencia. Sin importar quiénes atacaran primero, los indios o los invasores europeos, todos cometían atrocidades. Los indios eran temidos por su reputación de arrancar el cuero cabelludo, práctica que algunas personas creen que aprendieron de europeos que ofrecían recompensas a cambio de cueros cabelludos. Aun así, los indios luchaban por una causa perdida contra un enemigo muy superior, tanto en número como en armas. En la mayoría de los casos, las tribus acababan teniendo que abandonar sus tierras ancestrales o morir. Y muchas veces sufrían ambas consecuencias: después de abandonar sus tierras se les daba muerte o morían de enfermedad y de hambre.
Pero lo que más diezmó a las tribus indias no fueron las batallas. Ian K. Steele escribe: "Las armas más potentes durante la invasión de Norteamérica no fueron el rifle ni el caballo ni la Biblia ni la 'civilización' europea. Fueron las epidemias". Respecto al efecto que tuvieron las enfermedades del Viejo Mundo en las Américas, Patrica Nelson Limerick, profesora de Historia, escribió: "Al ser introducidas en el Nuevo Mundo, estas mismas enfermedades [a las que los europeos habían desarrollado inmunidad con el paso de los siglos] —varicela, sarampión, gripe, paludismo, fiebre amarilla, tifus, tuberculosis y, sobre todo, viruela— encontraron poca resistencia. Las tasas de mortalidad eran muy elevadas, llegando a alcanzar el 80 o el 90% en una aldea tras otra".
Russell Freedman describe así una epidemia de viruela que hubo en 1837: "Los mandan fueron los primeros afectados, seguidos en rápida sucesión por los hidatsas, los assiniboines, los aricaras, los siux y los pies negros". Los mandan fueron casi totalmente exterminados. De una población de alrededor de 1.600 en 1834, quedaron reducidos a 130 en 1837.
Un animal que cambió su mundo
Los europeos introdujeron en Norteamérica un animal que cambió el estilo de vida de muchas tribus: el caballo. Los primeros que llevaron caballos al continente fueron los españoles, en el siglo XVII. Los amerindios aprendieron el arte de montarlos a pelo, como no tardaron en descubrir los invasores europeos. Los caballos facilitaron a los indígenas la caza del bisonte, y, con ellos, las tribus nómadas atacaban a las tribus cercanas que vivían en aldeas permanentes, las saqueaban y se llevaban bienes, mujeres y esclavos.
¿Qué pasó con los tratados?
Hasta el día de hoy, los ancianos de las tribus todavía pueden recitar las fechas de los tratados que firmó el gobierno de Estados Unidos en el siglo XIX con sus antepasados. Pero ¿qué ofrecían realmente aquellos tratados? A cambio de buenas tierras, por lo general se les dio una reserva árida y ayuda gubernamental para subsistir.
Un ejemplo del desdén con el que se trató a las tribus indígenas lo tenemos en el caso de las naciones iroquesas (de este a oeste: mohawk, oneidas, onondagas, cayugas y senecas) después de la derrota de los británicos a manos de los colonos norteamericanos en la guerra de la Independencia, que finalizó en 1783. Los iroqueses se habían puesto del lado de los británicos, y, según Alvin Josephy, hijo, todo lo que recibieron en compensación fue insultos y abandono. Los británicos, "sin tener en cuenta a [los iroqueses], cedieron a Estados Unidos la soberanía sobre las tierras [iroquesas]". Luego añade que hasta aquellos iroqueses que habían apoyado a los colonizadores en su lucha contra los británicos "fueron víctimas de codiciosos individuos y compañías que especulaban en terrenos y del propio gobierno estadounidense".
Cuando en 1784 se convocó una reunión para firmar un tratado, James Duane, que había sido representante del Comité de Asuntos Indios del Congreso Continental, exhortó a los funcionarios del gobierno a "tratar a los iroqueses deliberadamente como seres inferiores para socavar cualquier indicio de confianza en sí mismos que todavía les quedara".
Su arrogante proposición se llevó a cabo. Algunos iroqueses fueron tomados como rehenes, y se hicieron "negociaciones" a punta de pistola. Los iroqueses, aunque no se consideraban vencidos en guerra, tuvieron que renunciar a todas las tierras que tenían al oeste de Nueva York y Pensilvania y aceptar una reserva de dimensiones reducidas en el estado de Nueva York.
Se utilizaron tácticas similares contra la mayoría de las tribus indígenas. Josephy también dice que los funcionarios estadounidenses se valieron de "sobornos, amenazas, alcohol y manipulaciones de representantes no autorizados para tratar de arrebatar tierras a los delawares, los wyandot, los ottawas, los chippewas [u ojibwas], los shawnees y otras naciones de Ohio". Es comprensible que los indios no tardaran en desconfiar del hombre blanco y de sus promesas vacías.
La "larga marcha" y la "senda de las lágrimas"
Cuando estalló la guerra de Secesión (1861-1865), hubo que retirar soldados del territorio navajo, en el sudoeste. Los navajos aprovecharon esta tregua para atacar los asentamientos estadounidenses y mexicanos en el valle del río Grande (Bravo), en el territorio de Nuevo México. En respuesta, el gobierno envió al coronel Kit Carson y sus Voluntarios de Nuevo México para reprimir a los navajos y llevarlos a una reserva situada en una árida franja de tierra denominada Bosque Redondo. Carson arrasó las casas y cosechas de los navajos para sacarlos del impresionante cañón de Chelly, en el nordeste de Arizona. Hasta destruyó más de cinco mil durazneros (melocotoneros).
Hizo prisioneros a 8.000 navajos y los obligó a emprender la "larga marcha" de unos 500 kilómetros hasta el campo de detención de Bosque Redondo en el fuerte Sumner (Nuevo México). Un informe dice: "Hacía un frío glacial, y muchos de los exiliados —mal vestidos y desnutridos— murieron en el camino". Las condiciones que había en las reservas eran terribles. Los navajos tuvieron que cavar agujeros en el suelo para cobijarse. En 1868, tras reconocer su grave error, el gobierno concedió a los navajos 1.500.000 hectáreas de sus tierras ancestrales en Arizona y Nuevo México. Los navajos regresaron, pero ¡qué precio habían tenido que pagar!
Entre 1820 y 1845, decenas de miles de choctaw, cheroquis, chickasaw, creek y seminolas fueron obligados a abandonar sus tierras en el sudeste y a marchar hacia el oeste, más allá del río Misisipí, hasta lo que hoy es Oklahoma —a centenares de kilómetros de distancia—. Debido a las crueles condiciones invernales, muchos murieron. La marcha forzada hacia el oeste se hizo tristemente célebre con el nombre de la "senda de las lágrimas".
Las injusticias perpetradas contra los amerindios quedan confirmadas aún más por las palabras del general estadounidense George Crook, quien persiguió a los siux y los cheyennes en el norte. Él dijo: "La causa del indio rara vez es reflejada con justicia. [...] De producirse entonces algún incidente, la atención pública se vuelca sobre los indios, sobre sus crímenes y atrocidades, [las únicas] que todo el mundo se apresura a condenar, [mientras que] aquellos cuya injusticia fue el origen del problema [quedan impunes]. Nadie conoce esta situación mejor que el indio mismo, el cual considera con asombro [comprensible] la iniquidad de un Gobierno que sólo castiga a él, en tanto que permite que el hombre blanco siga con sus desmanes". (Enterrad mi corazón en Wounded Knee.)
¿Cómo les va hoy día a los amerindios después de más de cien años de dominación europea? ¿Se encuentran en peligro de desaparecer a causa de la integración? ¿Qué esperanza tienen para el futuro? El siguiente artículo responderá a estas y otras preguntas.
FUENTE: REVISTA DESPERTAD.
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