viernes, 7 de diciembre de 2007

SEPARATA





Trujillo y Kennedy ligados en una curiosa historia humana


Un médico de la marina de Estados Unidos recuerda su visita a nuestro país el día que asesinaron a Kennedy


San Antonio, noviembre 1963. Estoy viajado desde el Hospital Brooke de la Armada hacia República Dominicana, con Bill, un anestesiólogo y al igual que yo, doctor de segundo año, John y Lucy, una enfermera. Los dos últimos, regulares en la armada, conocen todos los gajes del oficio. Bill y yo somos capitanes, John, sargento, y Lucy, con rango de mayor, es nuestra superiora. Pertenecemos a la unidad de investigación y cirugía de quemados de la armada, que trata con los pacientes de cualquiera de las ramas de las fuerzas armadas que resulten severamente quemados.

En el helicóptero entramos dos "cajas para quemados" que contienen medicina, sueros, gasas; cada caja parece un baúl. Volamos tan lento sobre la ciudad que puedo leer los letreros de ésta mientras nos dirigimos a la base aérea Kelly, donde un avión ambulancia KC- 135 nos espera.

El KC-135 es un virtual hospital volador, con oxígeno, material quirúrgico, camillas. Una de ellas me servirá de cama durante el viaje.

Son tiempos de caos en República Dominicana. El dictador Rafael L. Trujillo, dictador por 31 años fue asesinado en 1961, y cuando el presidente Juan Bosch fue sacado del poder por un golpe de Estado, las relaciones diplomáticas fueron interrumpidas.

Nuestra misión ee evacuar un número de civiles quemados que resultaron heridos cuando uno de nuestros aviones P-47, donado a la Fuerza Aérea Dominicana, se accidentó sobre algunas casas. Nuestro agregado de aviación, uno de los pocos americanos que no fueron sacados del país, cree que la ayuda médica sería buena para mejorar las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Mientras nos acercamos para aterrizar en el aeropuerto de Santo Domingo, me asomo a la ventana. Es hermoso allá abajo. Las palmeras, el agua azul; la isla transmite una sensación de tranquilidad. Pero mientras el avión se aproxima a la terminal, mi tranquilidad se convierte en ansiedad, cuando veo una gran cantidad de personas que esperan por nosotros, una turba, que tiene en mente todo, menos darnos una cálida bienvenida.

Veo una gran cantidad de armas de fuego, tanto en manos de civiles como en la de soldados que forman una barrera para protegernos. Somos recibidos por el cirujano general de las Fuerzas Armadas Dominicana.

En el hospital examino a los pacientes. Ninguno está en condiciones críticas, pero algunos tienen quemadoras de tercer grado que necesitan atención. Luego nos llevan a un lujoso hotel de Santo Domingo que está desocupado. Mi habitación tiene vista a la piscina, que está vacía. Me cuentan que el agua se la bebieron. Los casinos están desiertos y los comedores no tienen comida.

A la siguiente mañana, el 22 de noviembre, nos reunimos en el lobby para reunirnos con el cirujano general para un tour por la isla. Al salir de la ciudad nuestro guía ordena al chofer detenerse en un camino solitario. Un miedo transitorio cruza por mi mente, la visión de un titular de periódico que dice: "Víctimas americanas".

Nuestro guía nos señala una pequeña pila de piedras y nos dice: "Aquí fue asesinado Trujillo". Luego manejamos de vuelta hacía el hospital.

¡Que país, pienso, una dictadura cuyos líderes fueron depuestos asesinándolos!.

Movilizamos a todos los pacientes al avión ambulancia, los aseguramos en las camillas y en el aire, de regreso a Texas, el comandante de la aeronave me pide que pase a la cabina. Eso nunca sucede, él se encarga de volar; yo de mis pacientes. De inmediato me dice: "Llegó una información por la radio, el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas", es lo único que me cuenta. Así que ahí estamos, a 35,000 pies de altura rumbo al Estado donde asesinaron al presidente.

El día antes él había visitado San Antonio, donde mi esposa fue a verlo. Ella estuvo, con nuestras dos hijas, en la multitud para poder verlo mientras su caravana pasaba frente a todos.

Lleno de dolor y pesimismo, pienso lo peor: ¿Estará a salvo el vicepresidente Johnson? ¿Qué podemos hacer? La respuesta es fácil. Si eres un doctor de la Armada que tiene pacientes a cargo se debe hacer el trabajo y terminar la misión. Aterrizamos en San Antonio, movemos los pacientes al hospital. Las cosas ya no serán igual.

- Larry Zaroff enseña ética médica a los estudiantes de medicina de la Universidad de Stanford, Traducción: Bolívar Sánchez


TOMADO DE http://www.diariolibre.com/

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