El desarrollo del conocimiento humano, de las ciencias y de la tecnología se debe a la acumulación de los avances producidos a lo largo de milenios por toda la humanidad y en todos los continentes.
Sin embargo, Europa se ha esforzado por hacer creer al resto del mundo que la historia de la ciencia nace en el viejo continente.
Durante la Edad Media existían seis grupos culturales principales:
en lo que respecta a Europa, de un lado el Occidente latino y, de otro, el Oriente griego (o bizantino); en cuanto al continente asiático, China e India, así como la civilización musulmana (también presente en Europa), y, finalmente, en el continente americano, desligado del resto de los grupos culturales mencionados, florecía la prodigiosa civilización maya.
Hay diferencias sustanciales entre estos seis grupos en cuanto a su aportación al desarrollo científico. El grupo latino no contribuyó demasiado a la ciencia hasta el siglo XIII; los griegos no elaboraron sino meras paráfrasis de la sabiduría antigua; los mayas, en cambio, descubrieron y emplearon un calendario de lo más preciso y el uso del cero en sus cálculos astronómicos antes que ningún otro pueblo. Las principales contribuciones indias a la ciencia fueron la modernización de la trigonometría y la formulación de los números indoarábigos —empleados actualmente—, un sistema numérico que revolucionó el pensamiento matemático facilitando el uso de decimales
y la solución de ecuaciones complejas. Estos avances se transmitieron a los árabes, que combinaron y perfeccionaron los mejores elementos de las fuentes babilónicas, griegas, chinas e indias. En el siglo IX Bagdad, situada a orillas del río Tigris, era un centro de traducción de obras científicas. En el siglo XII estos conocimientos se transmitieron a Europa a través de España, Sicilia y Bizancio.
Sin embargo, Europa se ha esforzado por hacer creer al resto del mundo que la historia de la ciencia nace en el viejo continente.
Durante la Edad Media existían seis grupos culturales principales:
en lo que respecta a Europa, de un lado el Occidente latino y, de otro, el Oriente griego (o bizantino); en cuanto al continente asiático, China e India, así como la civilización musulmana (también presente en Europa), y, finalmente, en el continente americano, desligado del resto de los grupos culturales mencionados, florecía la prodigiosa civilización maya.
Hay diferencias sustanciales entre estos seis grupos en cuanto a su aportación al desarrollo científico. El grupo latino no contribuyó demasiado a la ciencia hasta el siglo XIII; los griegos no elaboraron sino meras paráfrasis de la sabiduría antigua; los mayas, en cambio, descubrieron y emplearon un calendario de lo más preciso y el uso del cero en sus cálculos astronómicos antes que ningún otro pueblo. Las principales contribuciones indias a la ciencia fueron la modernización de la trigonometría y la formulación de los números indoarábigos —empleados actualmente—, un sistema numérico que revolucionó el pensamiento matemático facilitando el uso de decimales
y la solución de ecuaciones complejas. Estos avances se transmitieron a los árabes, que combinaron y perfeccionaron los mejores elementos de las fuentes babilónicas, griegas, chinas e indias. En el siglo IX Bagdad, situada a orillas del río Tigris, era un centro de traducción de obras científicas. En el siglo XII estos conocimientos se transmitieron a Europa a través de España, Sicilia y Bizancio.
Ha existido una cierta tendencia a minimizar o casi ocultar los inventos de otras latitudes. Se dice que el compás magnético de Neckam es similar al chino, en vez de reconocer que fue inventado en China, o se habla del cometa Halley como si éste fuera su descubridor, cuando era ya conocido por los chinos 2.500 años antes.
Se nos presenta a Gutenberg como el inventor de la imprenta con caracteres móviles, ocultando a los impresores pioneros como el egipcio Ibn Yunus o el chino Pi Cheng, que mucho antes que Gutenberg ya utilizaban los tipos móviles.
La auténtica realidad es que la imprenta, la pólvora, el compás, el papel moneda, el reloj mecánico, el paracaídas o la taladradora son inventos chinos, y el timón fijado en la popa de los barcos, el ábaco, el péndulo, el juego de ajedrez, el taladro, el cincel o la cuña son todos ellos inventos de origen no europeo.El molino de viento y el de agua, precursores de la turbina moderna, son de origen persa. El primer molino de viento encontrado en Europa data de 1185 en Yorkshire. Las técnicas del vidrio, el esmalte y la porcelana se importaron tardíamente a Europa.
Se nos presenta a Gutenberg como el inventor de la imprenta con caracteres móviles, ocultando a los impresores pioneros como el egipcio Ibn Yunus o el chino Pi Cheng, que mucho antes que Gutenberg ya utilizaban los tipos móviles.
La auténtica realidad es que la imprenta, la pólvora, el compás, el papel moneda, el reloj mecánico, el paracaídas o la taladradora son inventos chinos, y el timón fijado en la popa de los barcos, el ábaco, el péndulo, el juego de ajedrez, el taladro, el cincel o la cuña son todos ellos inventos de origen no europeo.El molino de viento y el de agua, precursores de la turbina moderna, son de origen persa. El primer molino de viento encontrado en Europa data de 1185 en Yorkshire. Las técnicas del vidrio, el esmalte y la porcelana se importaron tardíamente a Europa.
Documentos financieros como el cheque, que abrieron nuevos caminos al comercio, son de origen árabe, y de ellos lo toman los caballeros templarios.
Con esto no quiero dar la impresión de que Europa sólo ha vivido de las rentas científicas creadas por otros países, sino reconocer los méritos de otras culturas que antes o durante la Edad Media hicieron sus hallazgos o inventaron objetos e instrumentos que cambiaron nuestra concepción del universo. Y no hay que pensar necesariamente en inventos portentosos o de grandes dimensiones. El tamaño en estos casos no importa. Grandes descubrimientos —como el fuego— y pequeños —como el uso del hollín a modo de dentífrico— han facilitado la vida cotidiana. Lo más minúsculo puede cambiar radicalmente modas y mentalidades.
Con esto no quiero dar la impresión de que Europa sólo ha vivido de las rentas científicas creadas por otros países, sino reconocer los méritos de otras culturas que antes o durante la Edad Media hicieron sus hallazgos o inventaron objetos e instrumentos que cambiaron nuestra concepción del universo. Y no hay que pensar necesariamente en inventos portentosos o de grandes dimensiones. El tamaño en estos casos no importa. Grandes descubrimientos —como el fuego— y pequeños —como el uso del hollín a modo de dentífrico— han facilitado la vida cotidiana. Lo más minúsculo puede cambiar radicalmente modas y mentalidades.
Y ocurrió con la llegada de algo tan pequeño como el botón. Nadie le dio importancia en un principio pero creó, en cierto modo, una revolución en la moda europea medieval del siglo XIV.
Hasta entonces las prendas eran de confección, y había tres tallas, y todo el repertorio se reducía a túnicas, capas, camisones, jubones, calzas y calzones.
Los cruzados volvieron de Siria con muchos objetos nuevos, entre los que destacan el rosario y el botón. Éste irrumpió como un rayo porque, por primera vez en la Historia de nuestro continente, permitió hacer ropa a medida, es decir, ajustando las prendas a la forma del cuerpo. La Iglesia romana se opuso al principio a la revolución del botón porque permitía ceñir los cuerpos femeninos de manera provocativa, pero acabó cediendo. Y el botón, muy en uso entre árabes, turcos y mongoles, hizo gran fortuna en Europa, revolucionando el concepto europeo de la elegancia y sustituyendo lorigas y cotas de malla por elegantes guerreras ceñidas para que los oficiales pudiesen lucir el talle en los bailes de capitanía.
El nacimiento de la ciencia moderna está a menudo asociado con el siglo XVII, coincidiendo con un gran período intelectual en Europa. Pero es difícil de concebir el desarrollo industrial sin las materias primas de la India, o el progreso de las matemáticas sin los números indo-arábigos (mencionados por primera vez en Europa en 976 por Leonardo de Pisa), sin la creación del cero como concepto matemático y sin la existencia del álgebra creada por los árabes. Es bueno dejar las cosas en su sitio.
Los «inventos» chinos
Cuando se habla en una tertulia de inventos y descubrimientos que han cambiado el mundo —sea cual sea la época a que nos estemos refiriendo—, surgen en nuestra mente las aportaciones chinas. Vagamente nos podemos acordar de que inventaron la pólvora, la imprenta, el papel o la brújula antes que nadie. Como mucho, alguien con más memoria recordará que también a ellos se deben los cohetes pirotécnicos, la tinta, la seda, la cometa, la manivela o los puentes colgantes. Pero ¿hay algo más que no conocemos? Seguramente demasiadas cosas.
Los descubrimientos son tantos, tan variados y de tal índole que, a veces, no nos explicamos cómo se pudo dar más importancia a sucedáneos posteriores. La explicación parece clara, por la distancia y el desconocimiento de esta cultura. Hemos tenido que esperar a Marco Polo para que nos aportara datos asombrosos de lo que eran capaces de hacer, con recuerdos detallados de todo cuanto le impresionó en el imperio del Gran Kan: espaguetis, bloques de madera para imprimir, billetes de banco y muchísimas cosas más, pero, sobre todo, datos geográficos y sociológicos que resultaron ser de suma importancia para futuros viajeros y exploradores. Lo más importante fue el impacto que tuvieron en Europa varias innovaciones prácticas de origen chino. Entre ellas estaban los procesos de fabricación del papel y la pólvora, el uso de la imprenta con tipos móviles de arcilla inventada por los chinos en el año 1055, el empleo de la brújula en la navegación, la carretilla, el ábaco, los arreos de las monturas, el estribo, el hierro fundido, el acero, el papel moneda (los billetes) y el codaste. Los chinos han aportado mucho más al conocimiento de lo que podemos imaginar. Casi siempre han ido por delante de Occidente, incluso en su calendario: de hecho, en este año gregoriano de 2006 los chinos celebran su año 4704.
Durante los siglos de la Edad Media en Occidente, China fue la región más avanzada del mundo: la más poblada, más productiva y de mayor desarrollo técnico. En varias ocasiones las guerras civiles, las rebeliones campesinas y las invasiones de los pueblos fronterizos transformaron la sociedad, dividieron el imperio y retrasaron el conocimiento. En Europa eso era una constante.
Las matemáticas chinas alcanzaron su apogeo en el siglo XIII con el desarrollo de métodos para resolver ecuaciones algebraicas mediante matrices y con el empleo del triángulo aritmético. Pero antes ya conocían el sistema decimal (siglo XIV a. C.), el descubrimiento de la estructura hexagonal del copo de nieve (siglo II a. C.), los números decimales y los números negativos (no llegaron a Europa hasta los siglos XI y XVI respectivamente), las fracciones decimales (sigloIa.C.), el valor del número pi, 314159, formulado por Liu Hui en el año 260...
Una fábrica de genios
En la obra El genio de China (1991), escrita por Robert K. G. Temple, se describen al detalle muchos de los inventos y descubrimientos chinos. La lista podría ser casi infinita, así que para aligerar nos vamos a centrar en los hallazgos, aportaciones e inventos que se produjeron durante la Edad Media. Entre ellos hay que mencionar el reloj mecánico (siglo VIII), la pintura fosforescente (siglo X), los naipes (siglo IX), las cerillas de fósforo (siglo VI), las operaciones de rescate submarinas (siglo XI), la porcelana (siglo VII), la cadena de transmisión (siglo X) —aplicada en Europa a la bicicleta en el siglo XVIII—, el estribo (siglo V). Nada menos. E incluso entre sus logros se incluye también la vacuna contra la viruela, guardada en secreto por los alquimistas taoístas desde el siglo X —en el siglo XVIII la descubre Edward Jener en Europa—. A todo ello habría que añadir la ópera (tanto la de Pekín como la de provincias), la acupuntura, la moxibustión y el descubrimiento de las huellas digitales.
Otros inventos son anteriores pero se desarrollaron en Europa o se redescubrieron durante la Edad Media. Es el caso de la carretilla, cuya invención atribuye la leyenda a un personaje semimítico llamado Ko Yu en el siglo I a. C. Incluso llegaron a adaptarle velas, con las cuales alcanzaban velocidades de hasta 65 kilómetros por hora, tanto sobre tierra como sobre hielo. La carretilla se comenzó a utilizar en Europa a partir del siglo XII, tuvo una gran importancia militar y su fabricación en un principio fue mantenida en secreto. Incluso han ideado las cosas más insospechadas. Para preservar los árboles de cítricos, hace 1.700 años los chinos comenzaron a emplear un curioso control biológico de plagas consistente en utilizar hormigas amarillas (Oecophylla smaragdina) para proteger naranjas y mandarinas. En Occidente, este procedimiento no tiene más de un siglo de antigüedad. Entre árbol y árbol, varas de bambú hacen de puente para que estas hormigas «trabajen» paseándose por todos los árboles.
Hasta entonces las prendas eran de confección, y había tres tallas, y todo el repertorio se reducía a túnicas, capas, camisones, jubones, calzas y calzones.
Los cruzados volvieron de Siria con muchos objetos nuevos, entre los que destacan el rosario y el botón. Éste irrumpió como un rayo porque, por primera vez en la Historia de nuestro continente, permitió hacer ropa a medida, es decir, ajustando las prendas a la forma del cuerpo. La Iglesia romana se opuso al principio a la revolución del botón porque permitía ceñir los cuerpos femeninos de manera provocativa, pero acabó cediendo. Y el botón, muy en uso entre árabes, turcos y mongoles, hizo gran fortuna en Europa, revolucionando el concepto europeo de la elegancia y sustituyendo lorigas y cotas de malla por elegantes guerreras ceñidas para que los oficiales pudiesen lucir el talle en los bailes de capitanía.
El nacimiento de la ciencia moderna está a menudo asociado con el siglo XVII, coincidiendo con un gran período intelectual en Europa. Pero es difícil de concebir el desarrollo industrial sin las materias primas de la India, o el progreso de las matemáticas sin los números indo-arábigos (mencionados por primera vez en Europa en 976 por Leonardo de Pisa), sin la creación del cero como concepto matemático y sin la existencia del álgebra creada por los árabes. Es bueno dejar las cosas en su sitio.
Los «inventos» chinos
Cuando se habla en una tertulia de inventos y descubrimientos que han cambiado el mundo —sea cual sea la época a que nos estemos refiriendo—, surgen en nuestra mente las aportaciones chinas. Vagamente nos podemos acordar de que inventaron la pólvora, la imprenta, el papel o la brújula antes que nadie. Como mucho, alguien con más memoria recordará que también a ellos se deben los cohetes pirotécnicos, la tinta, la seda, la cometa, la manivela o los puentes colgantes. Pero ¿hay algo más que no conocemos? Seguramente demasiadas cosas.
Los descubrimientos son tantos, tan variados y de tal índole que, a veces, no nos explicamos cómo se pudo dar más importancia a sucedáneos posteriores. La explicación parece clara, por la distancia y el desconocimiento de esta cultura. Hemos tenido que esperar a Marco Polo para que nos aportara datos asombrosos de lo que eran capaces de hacer, con recuerdos detallados de todo cuanto le impresionó en el imperio del Gran Kan: espaguetis, bloques de madera para imprimir, billetes de banco y muchísimas cosas más, pero, sobre todo, datos geográficos y sociológicos que resultaron ser de suma importancia para futuros viajeros y exploradores. Lo más importante fue el impacto que tuvieron en Europa varias innovaciones prácticas de origen chino. Entre ellas estaban los procesos de fabricación del papel y la pólvora, el uso de la imprenta con tipos móviles de arcilla inventada por los chinos en el año 1055, el empleo de la brújula en la navegación, la carretilla, el ábaco, los arreos de las monturas, el estribo, el hierro fundido, el acero, el papel moneda (los billetes) y el codaste. Los chinos han aportado mucho más al conocimiento de lo que podemos imaginar. Casi siempre han ido por delante de Occidente, incluso en su calendario: de hecho, en este año gregoriano de 2006 los chinos celebran su año 4704.
Durante los siglos de la Edad Media en Occidente, China fue la región más avanzada del mundo: la más poblada, más productiva y de mayor desarrollo técnico. En varias ocasiones las guerras civiles, las rebeliones campesinas y las invasiones de los pueblos fronterizos transformaron la sociedad, dividieron el imperio y retrasaron el conocimiento. En Europa eso era una constante.
Las matemáticas chinas alcanzaron su apogeo en el siglo XIII con el desarrollo de métodos para resolver ecuaciones algebraicas mediante matrices y con el empleo del triángulo aritmético. Pero antes ya conocían el sistema decimal (siglo XIV a. C.), el descubrimiento de la estructura hexagonal del copo de nieve (siglo II a. C.), los números decimales y los números negativos (no llegaron a Europa hasta los siglos XI y XVI respectivamente), las fracciones decimales (sigloIa.C.), el valor del número pi, 314159, formulado por Liu Hui en el año 260...
Una fábrica de genios
En la obra El genio de China (1991), escrita por Robert K. G. Temple, se describen al detalle muchos de los inventos y descubrimientos chinos. La lista podría ser casi infinita, así que para aligerar nos vamos a centrar en los hallazgos, aportaciones e inventos que se produjeron durante la Edad Media. Entre ellos hay que mencionar el reloj mecánico (siglo VIII), la pintura fosforescente (siglo X), los naipes (siglo IX), las cerillas de fósforo (siglo VI), las operaciones de rescate submarinas (siglo XI), la porcelana (siglo VII), la cadena de transmisión (siglo X) —aplicada en Europa a la bicicleta en el siglo XVIII—, el estribo (siglo V). Nada menos. E incluso entre sus logros se incluye también la vacuna contra la viruela, guardada en secreto por los alquimistas taoístas desde el siglo X —en el siglo XVIII la descubre Edward Jener en Europa—. A todo ello habría que añadir la ópera (tanto la de Pekín como la de provincias), la acupuntura, la moxibustión y el descubrimiento de las huellas digitales.
Otros inventos son anteriores pero se desarrollaron en Europa o se redescubrieron durante la Edad Media. Es el caso de la carretilla, cuya invención atribuye la leyenda a un personaje semimítico llamado Ko Yu en el siglo I a. C. Incluso llegaron a adaptarle velas, con las cuales alcanzaban velocidades de hasta 65 kilómetros por hora, tanto sobre tierra como sobre hielo. La carretilla se comenzó a utilizar en Europa a partir del siglo XII, tuvo una gran importancia militar y su fabricación en un principio fue mantenida en secreto. Incluso han ideado las cosas más insospechadas. Para preservar los árboles de cítricos, hace 1.700 años los chinos comenzaron a emplear un curioso control biológico de plagas consistente en utilizar hormigas amarillas (Oecophylla smaragdina) para proteger naranjas y mandarinas. En Occidente, este procedimiento no tiene más de un siglo de antigüedad. Entre árbol y árbol, varas de bambú hacen de puente para que estas hormigas «trabajen» paseándose por todos los árboles.
El compás, el sextante y los instrumentos de navegación de altura fueron creados en la Edad Media, sobre todo por estudiosos árabes, aunque la base de la idea es china, ya que los utilizaban desde el siglo IV. Pioneros de todo esto fueron Zhu Yu, Nicolás de Lynne, Flavio Gioja, Abraham Zacuto y, sobre todo, Alexander Neckam. El codaste es un madero vertical sobre el extremo de la quilla junto a la popa, que sostiene el timón y está sujeto al armazón. El primer testimonio de su existencia lo proporciona un barco cantonés de cerámica. Otros elementos que propiciaron la navegación de altura son el timón, el ancla, la deriva fija, el cabestrante, mástiles y velas múltiples como son las velas de tela y las de estera de superficie rígida, velas giratorias (la técnica china era la única que permitía navegar aprovechando al máximo el viento en contra), remos con ángulo de ataque automático que giran sobre sí mismos, compartimentos estancos... Todos estos avances ya se usaban hacia 1119. A Europa no llegarían hasta 1280.
La arquitectura naval china era la más avanzada del mundo. Los juncos eran mucho más grandes y resistentes que los barcos europeos y contaban con avances técnicos desconocidos en Occidente, como el timón fenestrado y los mamparos para impedir el hundimiento del barco debido a una vía de agua. Los chinos construían sus naves con una serie de compartimentos estancos desde el siglo II d. C., una idea que sacaron del bambú y que no llegó a Occidente hasta finales del siglo XVIII. El timón fenestrado llegó a Europa en el año 1901. Incluso supieron de la existencia de la declinación magnética, que se produce cuando el polo geográfico no coincide con el magnético.
Este desfase, llamado ángulo de declinación, era conocido por los chinos seis siglos antes de que lo descubriesen los europeos.
Sin olvidarnos de...
La leyenda dice que unos 150 años antes de nuestra era el ingeniero chino Ch’ao-Ts’so construyó el primer sismógrafo para terremotos. Lo que sí se sabe es que el sismógrafo como tal fue desarrollado por el matemático Zhang Heng en el siglo II d. C., quien defendía la esfericidad de la Tierra con nueve continentes, e introdujo una cuadrícula cartográfica, que hoy conocemos como latitud y longitud. El sismógrafo se utilizaba para saber la dirección en la que había sucedido el terremoto. Tenía el aspecto de una copa de cobre de 2,5 m de diámetro. A lo largo de su perímetro se situaban ocho cabezas de dragones repartidas simétricamente. En cada boca había una bolita de bronce, y en el soporte, ocho ranas con las bocas abiertas debajo de las de los dragones. La boca del dragón, que dejaba caer la bolita en la de la rana correspondiente, era la que indicaba la dirección del seísmo.
Con una reproducción moderna del antiguo sismógrafo chino realizada
por el Observatorio Sismológico de la Universidad de Tokio se descubrió que la bola no caía a consecuencia de la onda longitudinal (P), sino por las ondas transversales secundarias (S), que llegan un poco más tarde. Se trata de un dato interesante, pues el sismógrafo moderno fue diseñado por De La Hautefeuille en 1703.
A la vista de estos hallazgos en todos los campos del conocimiento humano, el escritor y filósofo chileno Jorge Palacios, especialista en la cultura de la antigua China y ex director del Departamento de filosofía de la Universidad de Chile, afirma que el origen de la civilización china mantiene una estrecha asociación con una milenaria intervención extraterrestre. Sustenta su teoría en abundante documentación, la cual revelaría el nexo que existe entre la cultura oriental con los seres de otros mundos.
Cuando la civilización china descendió del espacio es el expresivo título de la obra que Jorge Palacios publicará en breve, en la que afirma poseer los argumentos suficientes como para sustentar su osada tesis, que le ha llevado diez años desarrollar. Intenta demostrar que existe una serie de episodios históricos misteriosos que se encuentran sin resolver respecto al origen milenario de este país oriental. Afirma que los chinos poseen un idioma único en el mundo y más de 800 dialectos diferentes. Los signos monosílabos que emplean en su escritura representan directamente los hechos sin pasar por la fonética, un sistema que sólo ellos manejan y que es ideal para civilizar a un pueblo. Al igual que ocurrió en Egipto o en Mesopotamia,
Palacios comenta que, unos 4000 mil años a. C., existió una predinastía de emperadores míticos en China, donde aparecen extraños personajes que vienen desde el cielo para transferir su sabiduría a los humanos, enseñándoles a manejar las tierras, diseñar el paisaje, crear drenajes de aguas y hacer prolíferas la agricultura y las redes de comercio, todo lo cual estaría debidamente registrado en antiguos textos que aluden a estos episodios.
Tres inventos que revolucionaron el mundo
El filósofo Francis Bacon habla de tres inventos medievales que transformaron profundamente Europa: la imprenta, la pólvora y la brújula. Todos ellos fueron descubiertos en China, siglos antes de que aparecieran en el Viejo Mundo europeo. A éstos se pueden agregar innumerables inventos decisivos e influyentes en el devenir de la humanidad.
Para hablar de la imprenta hay que hablar antes del papel. Según la tradición, el primero en fabricar papel, en el año 105, fue Cai Lun (o Tsai-lun), un eunuco de la corte Han oriental que presentó al emperador chino Hedi (o Ho Ti) el primer trozo de papel de la Historia. El primer material empleado para fabricarlo fue probablemente la corteza de morera.
Los chinos aprendieron a producir papel utilizando fibras de bambú, paja de arroz o desechos de tela vieja, que mezclaban con agua y alguna sustancia pegajosa hasta formar una pasta muy fina. Después ponían la pasta a secar formando láminas delgadas colocadas en un bastidor. El producto obtenido era uniforme, liso y mucho más barato que el pergamino, usado en Europa para escribir y que se fabricaba con pieles de animales. El papel no sólo servía para escribir, sino que también se usaba en los muros de las casas como empaque.
El papel más antiguo conservado se fabricó con trapos alrededor del año 150.
Durante unos 500 años, el arte de la fabricación de papel estuvo limitado a China; en el año 610 se introdujo en Japón, y alrededor del 750 en Asia central. El papel apareció en Egipto alrededor del año 800, pero no se fabricó allí hasta el 900. A Europa llegó más tarde, hasta ese momento se utilizaba el pergamino elaborado con pieles de animales.
Una de las aplicaciones del papel fue el «billete», usado por el gobierno para expedir el pago de impuestos y por los mercaderes como «certificado de cambio». Recibía el nombre de «papel volante » por lo fácil que el viento lo arrancaba de las manos de cualquiera.
Cuando Marco Polo llega a China hace alusión al dinero. Explica que el Gran Khan hacía fabricar tan enorme cantidad de moneda que podía pagar todos los tesoros del mundo sin que nada le costara, pues su moneda consistía simplemente en unas hojas de papel elaborado con corteza de morera en las que se imprimía un sello.
Explica que tales billetes eran de uso forzoso, no pudiéndose utilizar otra moneda en las tierras del Gran Khan. Su falsificación estaba castigada con la muerte del falsificador y de sus descendientes hasta la cuarta generación. Este tipo de moneda resultaba muy cómodo porque su peso ligero facilitaba su transporte. En realidad estos billetes no eran una creación de Kublai Khan, sino que se habían usado en China desde hacía siglos. Lo que Marco Polo nunca comprendió fue que ni siquiera el soberano más poderoso del mundo
podía evitar la consecuencia de toda emisión excesiva de moneda: su depreciación, es decir, lo que hoy entendemos por inflación.
Este desfase, llamado ángulo de declinación, era conocido por los chinos seis siglos antes de que lo descubriesen los europeos.
Sin olvidarnos de...
La leyenda dice que unos 150 años antes de nuestra era el ingeniero chino Ch’ao-Ts’so construyó el primer sismógrafo para terremotos. Lo que sí se sabe es que el sismógrafo como tal fue desarrollado por el matemático Zhang Heng en el siglo II d. C., quien defendía la esfericidad de la Tierra con nueve continentes, e introdujo una cuadrícula cartográfica, que hoy conocemos como latitud y longitud. El sismógrafo se utilizaba para saber la dirección en la que había sucedido el terremoto. Tenía el aspecto de una copa de cobre de 2,5 m de diámetro. A lo largo de su perímetro se situaban ocho cabezas de dragones repartidas simétricamente. En cada boca había una bolita de bronce, y en el soporte, ocho ranas con las bocas abiertas debajo de las de los dragones. La boca del dragón, que dejaba caer la bolita en la de la rana correspondiente, era la que indicaba la dirección del seísmo.
Con una reproducción moderna del antiguo sismógrafo chino realizada
por el Observatorio Sismológico de la Universidad de Tokio se descubrió que la bola no caía a consecuencia de la onda longitudinal (P), sino por las ondas transversales secundarias (S), que llegan un poco más tarde. Se trata de un dato interesante, pues el sismógrafo moderno fue diseñado por De La Hautefeuille en 1703.
A la vista de estos hallazgos en todos los campos del conocimiento humano, el escritor y filósofo chileno Jorge Palacios, especialista en la cultura de la antigua China y ex director del Departamento de filosofía de la Universidad de Chile, afirma que el origen de la civilización china mantiene una estrecha asociación con una milenaria intervención extraterrestre. Sustenta su teoría en abundante documentación, la cual revelaría el nexo que existe entre la cultura oriental con los seres de otros mundos.
Cuando la civilización china descendió del espacio es el expresivo título de la obra que Jorge Palacios publicará en breve, en la que afirma poseer los argumentos suficientes como para sustentar su osada tesis, que le ha llevado diez años desarrollar. Intenta demostrar que existe una serie de episodios históricos misteriosos que se encuentran sin resolver respecto al origen milenario de este país oriental. Afirma que los chinos poseen un idioma único en el mundo y más de 800 dialectos diferentes. Los signos monosílabos que emplean en su escritura representan directamente los hechos sin pasar por la fonética, un sistema que sólo ellos manejan y que es ideal para civilizar a un pueblo. Al igual que ocurrió en Egipto o en Mesopotamia,
Palacios comenta que, unos 4000 mil años a. C., existió una predinastía de emperadores míticos en China, donde aparecen extraños personajes que vienen desde el cielo para transferir su sabiduría a los humanos, enseñándoles a manejar las tierras, diseñar el paisaje, crear drenajes de aguas y hacer prolíferas la agricultura y las redes de comercio, todo lo cual estaría debidamente registrado en antiguos textos que aluden a estos episodios.
Tres inventos que revolucionaron el mundo
El filósofo Francis Bacon habla de tres inventos medievales que transformaron profundamente Europa: la imprenta, la pólvora y la brújula. Todos ellos fueron descubiertos en China, siglos antes de que aparecieran en el Viejo Mundo europeo. A éstos se pueden agregar innumerables inventos decisivos e influyentes en el devenir de la humanidad.
Para hablar de la imprenta hay que hablar antes del papel. Según la tradición, el primero en fabricar papel, en el año 105, fue Cai Lun (o Tsai-lun), un eunuco de la corte Han oriental que presentó al emperador chino Hedi (o Ho Ti) el primer trozo de papel de la Historia. El primer material empleado para fabricarlo fue probablemente la corteza de morera.
Los chinos aprendieron a producir papel utilizando fibras de bambú, paja de arroz o desechos de tela vieja, que mezclaban con agua y alguna sustancia pegajosa hasta formar una pasta muy fina. Después ponían la pasta a secar formando láminas delgadas colocadas en un bastidor. El producto obtenido era uniforme, liso y mucho más barato que el pergamino, usado en Europa para escribir y que se fabricaba con pieles de animales. El papel no sólo servía para escribir, sino que también se usaba en los muros de las casas como empaque.
El papel más antiguo conservado se fabricó con trapos alrededor del año 150.
Durante unos 500 años, el arte de la fabricación de papel estuvo limitado a China; en el año 610 se introdujo en Japón, y alrededor del 750 en Asia central. El papel apareció en Egipto alrededor del año 800, pero no se fabricó allí hasta el 900. A Europa llegó más tarde, hasta ese momento se utilizaba el pergamino elaborado con pieles de animales.
Una de las aplicaciones del papel fue el «billete», usado por el gobierno para expedir el pago de impuestos y por los mercaderes como «certificado de cambio». Recibía el nombre de «papel volante » por lo fácil que el viento lo arrancaba de las manos de cualquiera.
Cuando Marco Polo llega a China hace alusión al dinero. Explica que el Gran Khan hacía fabricar tan enorme cantidad de moneda que podía pagar todos los tesoros del mundo sin que nada le costara, pues su moneda consistía simplemente en unas hojas de papel elaborado con corteza de morera en las que se imprimía un sello.
Explica que tales billetes eran de uso forzoso, no pudiéndose utilizar otra moneda en las tierras del Gran Khan. Su falsificación estaba castigada con la muerte del falsificador y de sus descendientes hasta la cuarta generación. Este tipo de moneda resultaba muy cómodo porque su peso ligero facilitaba su transporte. En realidad estos billetes no eran una creación de Kublai Khan, sino que se habían usado en China desde hacía siglos. Lo que Marco Polo nunca comprendió fue que ni siquiera el soberano más poderoso del mundo
podía evitar la consecuencia de toda emisión excesiva de moneda: su depreciación, es decir, lo que hoy entendemos por inflación.
La imprenta de tipos móviles:
La primera imprenta, que se utilizó para difundir textos confucianistas y budistas, surgió hacia el siglo II a. C. y el primer libro como tal que se conoce apareció impreso hacia el año 868. Se trata del Sutra del diamante. El Tripitaka, otro texto budista, que alcanzaba las 130.000 páginas, fue impreso en el año 972. Por supuesto, imprimir libros a partir de bloques reutilizables resultaba más rápido y cómodo que tener que escribir las distintas copias del libro a mano, pero se necesitaba mucho tiempo para grabar cada bloque, y sólo se podía utilizar para una sola obra. Es cuando, en el siglo XI, los chinos inventaron también la impresión a partir de bloques móviles, que podían ensamblarse y desensamblarse entre sí para componer distintas obras. Los tipos móviles fueron introducidos por un hombre de biografía interesante, casi legendario, llamado Bi Sheng, que talló caracteres individuales en pequeños trozos de arcilla de idéntico tamaño hacia 1041-1048. Sin embargo, aunque el sistema era más rápido labrando los trozos de madera por separado, hicieron muy poco uso de este invento, debido a que el enorme número de caracteres (kanji o ideogramas) del chino —unos 7.000— hacía prácticamente inabordable su utilización.
La gran epidemia de peste y la guerra de los Cien Años interrumpieron el avance científico durante más de un siglo en Europa.
La peste negra fue una de las peores catástrofes de la Historia en vidas humanas y en retraso tecnológico, pero en medio del horror hubo una aplicación positiva y práctica. Con las ropas de los muertos, sus manteles y sus juegos de cama, que eran desechados por miedo al contagio, pudo fabricarse mucho papel de trapo, lo que provocó que Gutenberg le buscara el lado positivo a ese excedente. Y así nació la imprenta en Europa, sin saber que 400 años antes ya la habían inventado los chinos, y así surgió la primera obra: la Biblia de Maguncia, de 1452, que fue la causa de su ruina. Gutenberg hubo de entregar el negocio a sus acreedores y desapareció de la Historia por no haber tomado la precaución de dejar su nombre impreso en sus libros.
La pólvora y su aplicación a las armas
Fue un «bombazo» de invento. Consiste en un polvo explosivo utilizado en balística con una mezcla explosiva de un 75% de nitrato potásico, un 15% de carbón y un 10% de azufre, aproximadamente. En el Wujing Zongyao (colección de las técnicas militares más importantes) del año 1044 aparecen mencionadas tres fórmulas distintas para esa mezcla de carbón, salitre y azufre. En Europa llegó muy pronto, incluso algunos alquimistas parece que ya poseían fórmulas similares heredadas de antiguo.
En el año 673 d. C. un alquimista sirio llamado Calínico inventó una mezcla que contenía nafta, nitrato potásico y óxido de calcio, que tal vez (no se posee la fórmula exacta) ardía en el agua, incluso con mayor fuerza. Era el temido «fuego griego», un arma naval usada por el Imperio bizantino. Algunos autores piensan que Calínico recibió el secreto de los químicos de Alejandría. Lanzaba un chorro de fluido ardiente, y podía emplearse tanto en tierra como en el mar, aunque se utilizó preferentemente en este último. Consistía en el lanzamiento de una mezcla viscosa de petróleo y cal viva expelida por los soldados bizantinos mediante tubos dirigidos contra los barcos de madera de los árabes, que en el año 718 estaban sitiando la ciudad. El temor a quemarse y la visión del agua, que no sólo ardía sino que además era imposible de apagar, puesto que el propio líquido avivaba el incendio, obligó a la flota árabe a retirarse y Constantinopla se salvó en aquella ocasión. Lo malo es que su monarca, León III el Isáurico, se dedicó entonces a otra guerra, la de los iconoclastas,mandando destruir cientos de imágenes, obras y objetos religiosos.
La pólvora fue el primer explosivo conocido en Europa; su fórmula aparece ya en el siglo XII, en los escritos del monje inglés Roger Bacon y del dominico Alberto el Grande, aunque los chinos taoístas de la dinastía Tang la utilizaron varios siglos antes, al menos desde el VIII, en la fabricación de fuegos artificiales. Es seguro que la pólvora se introdujo en Europa procedente de Oriente Próximo, sobre el año 1324. Según cierta leyenda, fue un monje peregrino quien comunicó la receta: carbón vegetal, azufre y salitre, al abad del monasterio donde había pernoctado. A la mañana siguiente, al verle irse, el hermano portero observó que bajo el ropón monacal le asomaba un rabo peludo: era el demonio, que dejaba para la posteridad un invento que iba a «dinamitar» la apacible vida feudal europea. Quizá esta leyenda se base en Berthold Schwarz, un monje alemán de comienzos del siglo XIV, al que atribuyen ser el primero en utilizar la pólvora para impulsar un proyectil. Sean cuales sean los datos precisos y las identidades de sus descubridores y primeros usuarios, lo cierto es que la pólvora se fabricaba en Inglaterra en 1334, y que ya en 1340 Alemania contaba con instalaciones para su fabricación.
La peste negra fue una de las peores catástrofes de la Historia en vidas humanas y en retraso tecnológico, pero en medio del horror hubo una aplicación positiva y práctica. Con las ropas de los muertos, sus manteles y sus juegos de cama, que eran desechados por miedo al contagio, pudo fabricarse mucho papel de trapo, lo que provocó que Gutenberg le buscara el lado positivo a ese excedente. Y así nació la imprenta en Europa, sin saber que 400 años antes ya la habían inventado los chinos, y así surgió la primera obra: la Biblia de Maguncia, de 1452, que fue la causa de su ruina. Gutenberg hubo de entregar el negocio a sus acreedores y desapareció de la Historia por no haber tomado la precaución de dejar su nombre impreso en sus libros.
La pólvora y su aplicación a las armas
Fue un «bombazo» de invento. Consiste en un polvo explosivo utilizado en balística con una mezcla explosiva de un 75% de nitrato potásico, un 15% de carbón y un 10% de azufre, aproximadamente. En el Wujing Zongyao (colección de las técnicas militares más importantes) del año 1044 aparecen mencionadas tres fórmulas distintas para esa mezcla de carbón, salitre y azufre. En Europa llegó muy pronto, incluso algunos alquimistas parece que ya poseían fórmulas similares heredadas de antiguo.
En el año 673 d. C. un alquimista sirio llamado Calínico inventó una mezcla que contenía nafta, nitrato potásico y óxido de calcio, que tal vez (no se posee la fórmula exacta) ardía en el agua, incluso con mayor fuerza. Era el temido «fuego griego», un arma naval usada por el Imperio bizantino. Algunos autores piensan que Calínico recibió el secreto de los químicos de Alejandría. Lanzaba un chorro de fluido ardiente, y podía emplearse tanto en tierra como en el mar, aunque se utilizó preferentemente en este último. Consistía en el lanzamiento de una mezcla viscosa de petróleo y cal viva expelida por los soldados bizantinos mediante tubos dirigidos contra los barcos de madera de los árabes, que en el año 718 estaban sitiando la ciudad. El temor a quemarse y la visión del agua, que no sólo ardía sino que además era imposible de apagar, puesto que el propio líquido avivaba el incendio, obligó a la flota árabe a retirarse y Constantinopla se salvó en aquella ocasión. Lo malo es que su monarca, León III el Isáurico, se dedicó entonces a otra guerra, la de los iconoclastas,mandando destruir cientos de imágenes, obras y objetos religiosos.
La pólvora fue el primer explosivo conocido en Europa; su fórmula aparece ya en el siglo XII, en los escritos del monje inglés Roger Bacon y del dominico Alberto el Grande, aunque los chinos taoístas de la dinastía Tang la utilizaron varios siglos antes, al menos desde el VIII, en la fabricación de fuegos artificiales. Es seguro que la pólvora se introdujo en Europa procedente de Oriente Próximo, sobre el año 1324. Según cierta leyenda, fue un monje peregrino quien comunicó la receta: carbón vegetal, azufre y salitre, al abad del monasterio donde había pernoctado. A la mañana siguiente, al verle irse, el hermano portero observó que bajo el ropón monacal le asomaba un rabo peludo: era el demonio, que dejaba para la posteridad un invento que iba a «dinamitar» la apacible vida feudal europea. Quizá esta leyenda se base en Berthold Schwarz, un monje alemán de comienzos del siglo XIV, al que atribuyen ser el primero en utilizar la pólvora para impulsar un proyectil. Sean cuales sean los datos precisos y las identidades de sus descubridores y primeros usuarios, lo cierto es que la pólvora se fabricaba en Inglaterra en 1334, y que ya en 1340 Alemania contaba con instalaciones para su fabricación.
La introducción de la ballesta, y más tarde de la técnica de la pólvora desde China, llevó a la fabricación de pistolas, cañones y morteros (a través del desarrollo de la cámara de explosión), reduciendo de este modo la efectividad de los escudos pesados y de las fortificaciones de piedra. Una vez que se dispuso de pólvora en grandes cantidades, no tardó mucho en abrirse paso la idea de colocarla en un grueso tubo metálico y, aprovechando su fuerza explosiva, proyectar una bola de piedra o metal. Algunos afirman que su versión primitiva se utilizó por primera vez en el asedio de la ciudad europea de Metz en 1324, y el primer intento de utilización de la pólvora para minar los muros de las fortificaciones se llevó a cabo durante el sitio de Pisa en 1403. Sin embargo, el uso eficaz de la pólvora en las armas de fuego no fue logrado realmente por sus inventores, sino por los europeos del siglo XVI.
El cañón propiamente dicho fue usado por Eduardo III en la batalla de Crecy, en Francia, donde utilizó tres cañones contra los franceses. Más tarde se utilizaría en los grandes barcos. Los ingleses lo adoptarían desde 1340, y muchas carracas españolas que participaron en la batalla de Lepanto (contra los turcos), en 1571, llevaban armamento pesado.
En definitiva, los chinos descubrieron la pólvora, los árabes la adaptaron para usos bélicos y los europeos lograron perfeccionar las armas de fuego creando los primeros cañones, que llamaron bombardas.
Esta síntesis abarca desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el siglo XV. El inocente y lúdico invento de los chinos, que sirvió en los comienzos para la preparación de cohetes y fuegos artificiales, transformó totalmente las acciones de guerra, de los ejércitos y con ello el devenir de la Historia.
La brújula
Con la brújula las técnicas de navegación dan un paso de gigante, quitan el miedo a los marineros menos avezados y se empiezan a hacer incursiones marítimas por océanos desconocidos hasta entonces. Eran viajes más seguros y no tan erráticos como ocurría anteriormente.
La utilización de la brújula como instrumento náutico, corriente desde finales del siglo XII y comienzos del XIII, unida al desarrollo del astrolabio, fue decisiva en la construcción de las cartas de navegación.
En definitiva, los chinos descubrieron la pólvora, los árabes la adaptaron para usos bélicos y los europeos lograron perfeccionar las armas de fuego creando los primeros cañones, que llamaron bombardas.
Esta síntesis abarca desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el siglo XV. El inocente y lúdico invento de los chinos, que sirvió en los comienzos para la preparación de cohetes y fuegos artificiales, transformó totalmente las acciones de guerra, de los ejércitos y con ello el devenir de la Historia.
La brújula
Con la brújula las técnicas de navegación dan un paso de gigante, quitan el miedo a los marineros menos avezados y se empiezan a hacer incursiones marítimas por océanos desconocidos hasta entonces. Eran viajes más seguros y no tan erráticos como ocurría anteriormente.
La utilización de la brújula como instrumento náutico, corriente desde finales del siglo XII y comienzos del XIII, unida al desarrollo del astrolabio, fue decisiva en la construcción de las cartas de navegación.
clase de mineral atraía el hierro. Al ser hallado cerca de la ciudad de Magnesia, en Asia Menor, se llamó «piedra de magnesia», y el fenómeno se denominó magnetismo, estudiado por vez primera por Tales de Mileto. Más adelante se descubrió que si un fragmento de hierro o acero se frotaba con el mineral magnético (imán), quedaba magnetizado (imantado). También se descubrió que si se permitía a una aguja magnética girar libremente, siempre señalaría la dirección Norte-Sur. Se ignora cómo se produjo el descubrimiento, pero los chinos fueron los primeros en percatarse de esa propiedad en el siglo IV a. C. Los árabes pudieron aprender de ellos aquel fenómeno, y tal vez algunos cruzados lo aprendieron a su vez de los árabes, llegando así a Europa en el siglo XII.
Existen investigadores que creen que en el continente europeo, por esas mismas fechas, llegaron a los mismos descubrimientos de forma independiente. Incluso se postula que fue el sabio inglés Alexander Neckam (1157-1217) el primer europeo que hizo referencia a esa capacidad del magnetismo para señalar la dirección en el año 1180. Con el tiempo, la aguja magnética se colocó sobre una tarjeta marcada con varias direcciones que podía moverse libremente en torno a ella. En la jerga marinera a la brújula se la conoce como compás (que proviene de una palabra francesa que significa girar).
En el siglo XIII en Occidente se admitía la existencia de dos fuerzas: la gravedad y el magnetismo. En Occidente la brújula no aparece hasta muy avanzado el siglo XII, como un instrumento de astronomía cuya función era determinar el meridiano. La aparición de este instrumento hizo que los estudiosos empezaran a interesarse por la energía magnética. Así, en 1269 el alquimista Piero de Maricourt montó una piedra imán globular en sentido paralelo al eje celeste y que giraría una vez al día. Bien acoplada a un mapa de los cielos, serviría para observaciones astronómicas y como reloj perfecto.
La brújula (término que procede de buxula, cajita hecha de boj o boxus) como instrumento magnético aparece descrito en La Divina Comedia de Dante de la siguiente manera:
Los navegantes tienen una brújula que en el medio tiene enclavada, con un perno, una ruedecilla de papel liviano que gira en torno de dicho perno; dicha ruedecilla tiene muchas puntas, y una de ellas tiene pintada una estrella traspasada por una punta de aguja; cuando los navegantes desean ver dónde está la tramontana, marcan dicha punta con el imán.
Alfonso X el Sabio la menciona en el Código de las Siete Partidas, y Ramón Llull, en su Fénix de las Maravillas del Orbe, escrito en 1286, da además la primera referencia que se tiene de su uso común en las cartas de navegación.
Otros historiadores señalan que la primera brújula de navegación práctica fue inventada por un armero de Positano (Italia), Flavio Gioja, entre los siglos XIV y XV. Él fue quien la perfeccionó suspendiendo la aguja sobre una púa de forma similar a la que actualmente conserva. Y la encerró en una cajita con tapa de vidrio. Más tarde apareció la «rosa de los vientos», un disco con marcas de divisiones de grados y subdivisiones, que señala las 32 direcciones o rumbos celestes posibles. Fue la brújula marina que se utilizó hasta finales del siglo XIX.
El arte de comer con tenedor y cuchillo
Es como si nada nuevo hubiera bajo el sol. Como si todo tuviera su momento y su lugar y aquello que ocurre antes de ese tiempo no ve la luz, se censura o se destruye. Por ejemplo, antes de finalizar el siglo XVI los europeos no solían tener platos, tenedores ni manteles en sus mesas. Se comía al estilo medieval, con cuchillos, manos y dientes. Todo valía.
La primera noticia del tenedor como utensilio para comer en Europa se remonta a principios del siglo XI, procedente de Constantinopla de la mano de Teodora, hija del emperador de Bizancio, Constantino Ducas. Lo llevó a Venecia al contraer matrimonio con Doménico Selvo, el Dux de aquella República. La bella Teodora era tachada, por esta y otras refinadas maneras orientales, de escandalosa y reprobable. Hasta san Pedro Damián amonestó desde el púlpito estas extravagancias, llegando a llamar al tenedor instrumentum diaboli, ya que era harto difícil comer macarrones o tallarines con semejante instrumento.
La clase alta de Italia usó los tenedores durante la Edad Media, pero no se empezaron a conocer de forma masiva hasta el siglo XVI, introducidos en Europa por Catalina de Médicis, madre de tres reyes franceses y apodada «madame la serpiente» por la astucia y fría crueldad de sus maniobras políticas. Durante su largo período de reina regente, María de Médicis, italiana de origen, introdujo el tenedor en los banquetes de palacio para evitar que los invitados comiesen con los dedos, y se le ocurrió también poner a los tenedores un mango más largo para rascarse la espalda: siempre llevaba uno a manera de cetro y lo usaba a su antojo en las fiestas de palacio y durante sus largos consejos de ministros, que para eso era la reina madre. Introdujo también el ballet como espectáculo oficial en la corte francesa, comenzando con uno denominado Circe, ideado y encargado por ella en 1581, que duraba tan sólo cinco horas y costó más de tres millones de francos.
Los tenedores no fueron conocidos en Inglaterra hasta 1608, cuando el escritor inglés Thomas Coryate regresó de una larga excursión a pie y mostró a sus compatriotas el instrumento que empleaban los italianos para comer. Los ingleses fueron tan remisos y lentos en adoptar esta costumbre por el hecho de que la consideraban algo afeminada y porque, según palabras del clérigo Jonathan Swift en 1738: «Los dedos se hicieron antes que los tenedores y las manos antes que los cuchillos». Lógica deducción.
No obstante, los pueblos de América central disponían de utensilios parecidos un millar de años antes de la aparición de Hernán Cortés. Mucho antes los antiguos egipcios habían utilizado cucharas en una época más temprana, en el año 333 a. C. E incluso podemos retroceder aún más en el tiempo. Se han encontrado tenedores de madera y de hueso en Catal Huyuk (en la actual Turquía) de hace 9.000 años. En el Arte Cisoria (1423), Enrique de Villena no sólo se detiene en la forma de cortar con el cuchillo, sino que además ofrece la descripción precisa del variado instrumental necesario y más adecuado para cada corte. Cada tipo de cuchillo debe ser empleado para una determinada función, y lo mismo las brocas, el perero, el gañivete y el pungán. Según el autor, el arte de cortar tiene que ver con la salud, ya que el buen cortador ha de saber qué partes de los animales pueden resultar nocivas para el hombre o qué corte resulta más beneficioso para la digestión. Y es que Villena da mucha importancia al cortar en relación con la digestión, en la que distingue ocho fases, cuatro dentro del cuerpo y cuatro fuera de él.
En el siglo XIII en Occidente se admitía la existencia de dos fuerzas: la gravedad y el magnetismo. En Occidente la brújula no aparece hasta muy avanzado el siglo XII, como un instrumento de astronomía cuya función era determinar el meridiano. La aparición de este instrumento hizo que los estudiosos empezaran a interesarse por la energía magnética. Así, en 1269 el alquimista Piero de Maricourt montó una piedra imán globular en sentido paralelo al eje celeste y que giraría una vez al día. Bien acoplada a un mapa de los cielos, serviría para observaciones astronómicas y como reloj perfecto.
La brújula (término que procede de buxula, cajita hecha de boj o boxus) como instrumento magnético aparece descrito en La Divina Comedia de Dante de la siguiente manera:
Los navegantes tienen una brújula que en el medio tiene enclavada, con un perno, una ruedecilla de papel liviano que gira en torno de dicho perno; dicha ruedecilla tiene muchas puntas, y una de ellas tiene pintada una estrella traspasada por una punta de aguja; cuando los navegantes desean ver dónde está la tramontana, marcan dicha punta con el imán.
Alfonso X el Sabio la menciona en el Código de las Siete Partidas, y Ramón Llull, en su Fénix de las Maravillas del Orbe, escrito en 1286, da además la primera referencia que se tiene de su uso común en las cartas de navegación.
Otros historiadores señalan que la primera brújula de navegación práctica fue inventada por un armero de Positano (Italia), Flavio Gioja, entre los siglos XIV y XV. Él fue quien la perfeccionó suspendiendo la aguja sobre una púa de forma similar a la que actualmente conserva. Y la encerró en una cajita con tapa de vidrio. Más tarde apareció la «rosa de los vientos», un disco con marcas de divisiones de grados y subdivisiones, que señala las 32 direcciones o rumbos celestes posibles. Fue la brújula marina que se utilizó hasta finales del siglo XIX.
El arte de comer con tenedor y cuchillo
Es como si nada nuevo hubiera bajo el sol. Como si todo tuviera su momento y su lugar y aquello que ocurre antes de ese tiempo no ve la luz, se censura o se destruye. Por ejemplo, antes de finalizar el siglo XVI los europeos no solían tener platos, tenedores ni manteles en sus mesas. Se comía al estilo medieval, con cuchillos, manos y dientes. Todo valía.
La primera noticia del tenedor como utensilio para comer en Europa se remonta a principios del siglo XI, procedente de Constantinopla de la mano de Teodora, hija del emperador de Bizancio, Constantino Ducas. Lo llevó a Venecia al contraer matrimonio con Doménico Selvo, el Dux de aquella República. La bella Teodora era tachada, por esta y otras refinadas maneras orientales, de escandalosa y reprobable. Hasta san Pedro Damián amonestó desde el púlpito estas extravagancias, llegando a llamar al tenedor instrumentum diaboli, ya que era harto difícil comer macarrones o tallarines con semejante instrumento.
La clase alta de Italia usó los tenedores durante la Edad Media, pero no se empezaron a conocer de forma masiva hasta el siglo XVI, introducidos en Europa por Catalina de Médicis, madre de tres reyes franceses y apodada «madame la serpiente» por la astucia y fría crueldad de sus maniobras políticas. Durante su largo período de reina regente, María de Médicis, italiana de origen, introdujo el tenedor en los banquetes de palacio para evitar que los invitados comiesen con los dedos, y se le ocurrió también poner a los tenedores un mango más largo para rascarse la espalda: siempre llevaba uno a manera de cetro y lo usaba a su antojo en las fiestas de palacio y durante sus largos consejos de ministros, que para eso era la reina madre. Introdujo también el ballet como espectáculo oficial en la corte francesa, comenzando con uno denominado Circe, ideado y encargado por ella en 1581, que duraba tan sólo cinco horas y costó más de tres millones de francos.
Los tenedores no fueron conocidos en Inglaterra hasta 1608, cuando el escritor inglés Thomas Coryate regresó de una larga excursión a pie y mostró a sus compatriotas el instrumento que empleaban los italianos para comer. Los ingleses fueron tan remisos y lentos en adoptar esta costumbre por el hecho de que la consideraban algo afeminada y porque, según palabras del clérigo Jonathan Swift en 1738: «Los dedos se hicieron antes que los tenedores y las manos antes que los cuchillos». Lógica deducción.
No obstante, los pueblos de América central disponían de utensilios parecidos un millar de años antes de la aparición de Hernán Cortés. Mucho antes los antiguos egipcios habían utilizado cucharas en una época más temprana, en el año 333 a. C. E incluso podemos retroceder aún más en el tiempo. Se han encontrado tenedores de madera y de hueso en Catal Huyuk (en la actual Turquía) de hace 9.000 años. En el Arte Cisoria (1423), Enrique de Villena no sólo se detiene en la forma de cortar con el cuchillo, sino que además ofrece la descripción precisa del variado instrumental necesario y más adecuado para cada corte. Cada tipo de cuchillo debe ser empleado para una determinada función, y lo mismo las brocas, el perero, el gañivete y el pungán. Según el autor, el arte de cortar tiene que ver con la salud, ya que el buen cortador ha de saber qué partes de los animales pueden resultar nocivas para el hombre o qué corte resulta más beneficioso para la digestión. Y es que Villena da mucha importancia al cortar en relación con la digestión, en la que distingue ocho fases, cuatro dentro del cuerpo y cuatro fuera de él.
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