Todavía somos un país que discrimina
Somos una sociedad estratificada y con marcadas diferencias sociales y hoy, doscientos años después de la independencia, aunque parezca increíble, hay cuestiones que siguen importando como el color de la piel, las posesiones, el abolengo, los ancestros de donde viene el apellido, y otras cuestiones que son del siglo diecinueve.
Para algunas personas que pasan de los 60 años, hoy en pleno siglo XXI, existen ciertas cuestiones que definen a las personas y que a esa generación le parecen muy importantes. Esta generación aunque viva en Bogotá, se comporta como si vivieran en un pueblo en donde están presentes los prejuicios raciales y económicos.
Según lo que piensan estas personas, aún hoy, siempre será mejor ser blanco de ojos claros ojala, que ser moreno o trigueño. Siempre será mejor tener un apellido con historia y si es extranjero mejor, se tendrá más valor como persona si se tienen tierras y propiedades, como si hoy fuera necesaria la dote de hace 50 años.
Esto no es un invento. Confrontando historias con colegas y amigos, es evidente que somos una sociedad que a pesar de su avanzada jurisprudencia en el reconocimiento de la diversidad, continua con los prejuicios y la segregación. Puedo decir con conocimiento de causa que hay entornos sociales en donde lo más importante de alguien es lo que tiene y sus ancestros, que no su calidad humana o su educación. En el fondo de todo este tipo de actitudes se esconde un discurso colonial en el que lo extranjero es supervalorado y lo nativo, que es mestizo, híbrido, es subestimado y despreciado.
Hoy en día he tenido que responder a preguntas incómodas del tipo “¿y su familia qué tiene?” o “¿Usted por qué no declara renta?”. Entiendo con claridad entonces, que seguimos siendo un pueblo grande en donde siempre será un valor agregado ser familiar de, o tener esto o lo otro. Todo esto está respaldado, además del discurso colonial que dicotomiza entre barbarie(lo indígena, lo negro, lo mestizo, lo pagano) y civilización(lo europeo, lo puro, lo blanco, lo católico), por un sentimiento de inferioridad, una especie de necesidad de “mejorar la raza”, por una vergüenza permanente de ser mestizo de ser hijo de la mezcla. Es por esa vergüenza por la que hay que procurar siempre ascender en la escala social. Y en ese ascenso social siempre será fundamental el origen, la pregunta ridícula por demás, sobre la pureza, sobre el tener clase, y pertenecer a la élite. Este es un discurso de clase excluyente que hay que conocer pero lo más importante, es saber por qué hoy sigue vigente y tan interiorizado en las generaciones mayores.
Tal vez la vigencia del discurso colonial, de ser mestizo vergonzante, tiene que ver con que a las generaciones mayores, no todas ojo, no hay que generalizar en esto, les tocó moverse en un medio en donde se juzgaban las personas por sus posesiones y sus apellidos, y ellos creen que hoy, cuando ya han pasado los años, esos criterios siguen siendo los mismos y por eso reproducen ese discurso casi siempre sin consciencia de él. Es a las nuevas generaciones a las que les corresponde tener claro por qué esa discriminación, por qué la pregunta incómoda, y actuar con la indiferencia que corresponde a un discurso añejo y provinciano.
Por: Mariana Jaramillo
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