Cuatro maneras de acabar con el mundo.
Desde luego debemos admitir que la tierra es nuestro medio, no tenemos otro, en otras palabras, es nuestra casa, nuestro hogar, con todas las exigencias y encantos de ese espacio, pequeño incluso, de tierra que llamamos hogar. Resultado evidente de ese acto amoroso de Dios al crearla, y crearnos a nosotros en ella: “y vio Dios que era buena”. Es el lugar de los hombres, de todos los hombres para vivir en dignidad, y con pensamientos de progreso y sentido de futuro, donde solamente nuestra existencia se ha hecho posible realidad, donde encontramos el aire y la lluvia, y el cielo y los ríos y el campo y el monte, que todos necesitamos, que encanta nuestros sueños juveniles y humanos, acercándonos a la creatividad técnica, filosófica o poética que nos hace sentir más necesitados de la tierra y atados a nosotros mismos. De esta manera, podríamos ver y entender que esa, precisamente, es nuestra grandeza, y nos ilusiona y nos lleva a vivir el esplendor de esta tierra, que es nuestra única y posible circunstancia, donde necesariamente nos hacemos o nos destruimos como hombres; y que nos da de todo, vegetales, frutas, y qué ricas, y hasta animales de cualquier tipo que nos divierten, alimentan y ayudan, que levantan nuestras vidas, y nuestras todas posibilidades y esperanzas, sin que sepamos, al margen de los sueños, y los sueños sueños son, si en el cosmos, podemos encontrar otro lugar como este para vivir, para nosotros. De momento nada.
No es fácil entender esto, como no es fácil entendernos a nosotros mismos, sobre todo si miramos la situación que ahora estamos viviendo, en la que la tierra que habitamos resulta ser la mayor contradicción entre sus moradores, divididos, no solo, unos contra otros, sino, sobre todo, heridos los más, por la negligencia de los que pueden reparar nuestra “habitación”, porque tienen medios y posibilidades para cambiar la suerte que esta nuestra tierra ahora mismo adolece, y no hacen nada por ella, sino acosarla y destruirla día a día, ni está en su mente tampoco, preocuparse de este daño ni ahora, ni menos en un futuro próximo, de forma que continuamente podemos observar que la tierra se empobrece en sus recursos y posibilidades, y se deteriora, a pesar de que tengamos una conciencia cierta de que ella está ahí, para nosotros, los hombres, y solo los hombres, y animales que nos acompañan.
Cuando uno piensa en las tremendas y absurdas contradicciones entre países ricos y pobres, los más poderosos, que la usan en una inmensa desproporción de bienes en comparación con los demás, y los más pobres de casi toda la tierra, y la tierra es de todos y para todos, simplemente porque son ricos y tienen dinero, nos dan verdadera lástima. Porque además, corrompen, a su vez, como nadie, el medio ambiente en el que todos vivimos, con sus chimeneas nauseabundas y vertidos que matan los ríos y el mar, y toda esperanza de futuro, porque aún las leyes que hoy y siempre a todos nos invitan a ser serios, no pueden con ellos, y siguen haciendo lo que quieren, y nos deshumanizan a los demás haciéndonos desear en vano la tierra que nos dio el Señor. Son además, una clara minoría en proporción al resto de la humanidad, pero rechazan, sin embargo, toda responsabilidad en el tema de la maldición de esta tierra, porque los que no la honran la maldicen, y que convivimos y habitamos, hoy, un peligro evidente para muchos, recordemos Chernobil, o las ciudades que viven junto al mar, o las riadas que continuamente asolan nuestras ciudades y campos, dejando con frecuencia sin casa y sin futuro a los más pobres, o los 49 grados centígrados que estos días sufren en
Cuidar la belleza de la tierra, cuidar nuestra tierra, es hoy, una labor de todos. Vamos pues a ejercitarnos en algo, que cumplido, no solo será nuestro orgullo, sino la posibilidad de una auténtica mejor vida, celebradamente humana, en este pequeño planeta, para tantos hombres del mañana, que esperan, y tienen derecho a ello, un mundo mejor.
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