El ejercicio de leer
Texto de Yaiza Saiz
Texto de Yaiza Saiz
Leer es un sano ejercicio mental, pero, si el dominio de la sociedad audiovisual ya limitó su práctica, ahora la lectura se ve aún más amenazada por la dedicación a las actividades digitales donde se lee poco y de manera fragmentada.
Hace ya más de 300 años, el escritor inglés Joseph Addison advirtió que “leer es para la mente lo que el ejercicio físico para el cuerpo”. Lo que no pudo anotar es que la invención de la televisión y de internet relegaría algún día a una posición secundaria el hábito milenario de leer. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en los últimos siete años ha aumentado el tiempo medio diario dedicado a actividades informáticas (redes sociales, navegar por internet, juegos informáticos), a la vez que ha disminuido el tiempo dedicado a la lectura.
La sociedad audiovisual actual promueve cada vez menos esta actividad, que además de implicar disfrutar de un pasatiempo, favorece la concentración y hasta la empatía, y ayuda a prevenir la degeneración cognitiva.
En este instante, mientras usted lee este texto, el hemisferio izquierdo de su cerebro está activando numerosas áreas. Cuando se lee, los ojos recorren el texto buscando reconocer la forma de cada letra. La corteza inferotemporal, área del cerebro especializada en detectar palabras escritas, se activa, transmitiendo la información hacia otras regiones cerebrales. A partir de ese momento, los datos tomarán dos caminos. Una parte de la información atravesará la red nerviosa del lóbulo temporal superior izquierdo, traduciendo las sílabas de cada palabra percibida en sonidos. El resto de la información seguirá una red nerviosa situada en el lóbulo temporal medial izquierdo, donde se analiza el significado de las palabras. Este es el proceso cognitivo de la lectura.
A simple vista parece que este cotidiano y natural proceso no tuviera repercusiones en el desarrollo intelectual. La realidad es bien distinta. En Les neurones de la lecture (Editorial Odile Jacob), el neurólogo Stanistas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Colegio de Francia, se apoya en varios estudios para reafirmar su teoría sobre que “la capacidad lectora modifica el cerebro”. Uno de los estos estudios, llevado a cabo por el equipo de Alexander Castro-Caldas, de la facultad de Medicina de la Universidad Católica Portuguesa en Lisboa, demostró que las personas analfabetas oyen peor, comparando los cerebros de analfabetos con los de lectores. Además, el neurólogo portugués dejó constancia de las diferencias anatómicas cerebrales en otro de sus estudios: hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora que en la de una que no lee.
A pesar de no existir investigaciones concluyentes sobre el influjo de la lectura en el tratamiento del alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas, los neurólogos recomiendan leer como método preventivo. “No existen estudios concretos porque es muy difícil cuantificar lo que una persona lee”, señala el doctor Pablo Martínez-Lage, coordinador del grupo de estudio de conductas y demencias de la Sociedad Española de Neurología. Cuando una persona comienza a padecer síntomas de demencia y a perder su autonomía, influyen dos factores: las lesiones que haya producido la enfermedad en el cerebro del paciente y la pérdida de la capacidad de compensar. Compensar es poner a funcionar áreas del cerebro que antes no funcionaban, poner en marcha la reserva cognitiva –capacidad intelectual que una persona ha acumulado a lo largo de su vida mediante conocimientos y actividades intelectuales–. Y para disponer de una buena reserva cognitiva es importante tener una vida intelectualmente activa. “Quienes se mantienen mentalmente en forma a lo largo de su vida, corren menos riesgo de padecer alzheimer, parkinson o enfermedades cardiovasculares”, concluye Martínez-Lage.
Pero la lectura no sólo aumenta la reserva cognitiva y el número de neuronas en el cerebro, o favorece la concentración (otro aspecto estudiado), si no también la empatía, ponerse en el lugar de los otros. Las personas aficionadas a las novelas, por ejemplo, se muestran más empáticas que los lectores de libros especializados o los no lectores. El psicólogo Raymond Mar y su equipo dejaron constancia de este hecho en un estudio realizado por la Universidad de Toronto en el 2006. Para ello midieron las habilidades sociales y el modo de interactuar de lectores de ficción y lectores de temas especializados. Los consumidores de géneros literarios presentaban mejores habilidades sociales y tenían una mayor facilidad para ponerse en la piel del otro porque imaginar leyendo una novela conlleva identificarse con los personajes y estimula esta habilidad. Como bien dice un viejo proverbio hindú, “un libro abierto es un cerebro que habla”.
Falta de tiempo
El 58% de los españoles mayores de 14 años dice leer con asiduidad, pero, tanto los lectores ocasionales como los no lectores recurren al argumento de no tener tiempo para explicar la falta de hábito o que no se practique más. Según un estudio de la Federación de Gremios de Editores, la población de edades comprendidas entre los 25 y los 54 años, que se corresponde con el periodo de máxima ocupación laboral, es la que más esgrime esta falta de tiempo. Los jóvenes no lectores de 14 a 24 años argumentan que no leen porque no tienen interés o simplemente porque no les gusta. Los mayores de 65 años señalan motivos de salud o de vista como causa de su menor hábito lector
Lectura fragmentada
La lectura en soportes digitales (ordenadores, smartphones, tablets, ebooks) está ganando terreno al papel. Durante los últimos seis meses, el porcentaje de españoles que afirman leer en este formato se ha incrementado hasta superar el 50% de la población lectora, según datos de la Federación de Gremios Editores. Este aumento no es proporcional al consumo de libros, ya que sólo el 6,8% de la población afirma leer libros en este formato. La lectura digital implica una infinidad de situaciones diversas; desde consultar el correo electrónico hasta chatear en Facebook o navegar por sitios web.
El neurólogo Pablo Martínez-Lage se muestra preocupado por esta tendencia ya que considera que “la lectura desde la pantalla de ordenador o internet es muy fragmentada”, lo cual repercute en la comprensión lectora, anulando en cierto modo los efectos que produce esta en el cerebro.
Esta hipótesis sobre “leer por encima” en los soportes digitales se ha visto confirmada en algunas investigaciones. En el 2007, el equipo de la psicóloga Laura Levine, de la Universidad Central del Estado de Conneticut (EE.UU.), llevó a cabo un estudio en el que 160 estudiantes universitarios describieron su comportamiento al chatear. El objetivo era descubrir qué grado de distracción conlleva el recibir y responder mensajes mientras se trabaja en el ordenador. Cuanto más tiempo invertían en intercambiar mensajes instantáneos, más aumentaba la percepción subjetiva de distracción. Esto se traduce en una evolución del modo de procesamiento de la información, que cada vez más tiende hacia la superficialidad y la multitarea.
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